Por: Santiago Pulido Ruiz
Introducción:
El proceso de industrialización capitalista en América
Latina se configuró nacionalmente de manera diferenciada. Mientras algunos
Estados impulsaron procesos de industrialización con medidas de protección
social (Estados desarrollistas), otros Estados pretendieron ir más allá de aquel
horizonte al promover una política de inclusión de las masas populares al
núcleo estatal. En el caso de estas últimas experiencias (a las que
denominaremos Estados populistas o nacional-populares), se combinó una
estrategia de desarrollo y expansión de la acumulación capitalista con procesos
de democratización social, inclusión de las masas populares al Estado y la
construcción del “pueblo” como actor político estratégico[1].
Es decir, el patrón de industrialización sustitutivo
de importaciones en América Latina configuró distintos tipos de estatalidad. En
el caso de los Estados populistas, se presentó un proceso de convergencia
alrededor de la participación democrática de las capas populares, la
descentralización y desconcentración del poder político y la promoción de
políticas públicas de alcance social
Para avanzar en esta discusión, se propone comprender
el Estado populista desde tres claves conceptuales: i. como una
especifica estrategia de acumulación de capital
Cabe señalar que este análisis no abordará un caso de
estudio para explicar tales rasgos distintivos, más bien, se pondrán en diálogo
múltiples perspectivas teóricas (a nuestro juicio complementarias) para
comprender las múltiples dimensiones de la estatalidad populista en América
Latina (acumulación capitalista, democratización social y representación
popular). Para esto, es necesario, antes de desarrollar cada uno de los ejes
conceptuales, hacer algunas precisiones sobre el concepto de Estado populista,
es decir, definir nuestra categoría de estudio, luego, desagregar sus rasgos
básicos o elementales.
1. Algunas consideraciones conceptuales sobre el
Estado populista:
Como se señaló anteriormente, el proceso de
industrialización latinoamericana se configuró de manera diferenciada en cada
formación socio-económica. En el caso de algunos Estados, la matriz industrializadora
se combinó con procesos de democratización social y representación popular. Para
Hernández, Chumaceiro & Ripoll
Entre los principales rasgos que distinguen esta
experiencia se destacan: el surgimiento de mayorías nacionales, “agrupadas en
partidos políticos u organizaciones sociales, casi siempre dirigidas por un
líder carismático (…) cuyas premisas fundamentales descansan sobre un discurso
de participación democrática, descentralización, desconcentración del poder y
políticas públicas de alcance social”
En el modelo clásico de bienestar europeo, el Estado
adoptaba las formas de la democracia representativa: la corporativización
estatal, por medio de partidos políticos, asociaciones, sindicatos y grupos de
interés, incidía, de manera determinante, en la agenda política nacional. A
través de estos instrumentos de mediación “los individuos se [sentían]
representados y se [producía] la estabilización política de la democracia”
Sin embargo, en América Latina, el papel activo y
promotor del Estado se sustentaba sobre la base de captura de renta de las
riquezas del subsuelo y no sobre la organización tributaria y el desarrollo
productivo de las estructuras económica (tal como sucedió con el proceso de
formación estatal europeo)
“El
populismo le asigna al estado el papel de promotor de desarrollo y del
bienestar general y dadas las condiciones económicas mundiales donde los países
latinoamericanos ven revalorizar sus productos de exportación, se generan los
ingresos que drenan el flujo de dinero necesario para asumir los programas
sociales pertinentes, permitiéndole adjudicarse su rol de redistribuidor de la
renta nacional. Es decir, acumula capital y tiene la capacidad para
distribuirlo”
En
términos generales, el Estado populista asume un firme compromiso en los
procesos de industrialización regional, en la ejecución de políticas sociales y
en el control-corrección de fallas del sistema mercado, especialmente, de
salarios y precios. También jugó un papel estratégico en la ampliación de los
sistemas públicos de salud, educación y vivienda. En gran medida, estas orientaciones
en política económica y social fueron definidas desde la CEPAL, la cual
proponía una política de fortalecimiento del mercado interno y ampliación del
proceso sustitutivo de importaciones
Experiencias
como la de Getulio Vargas en Brasil (1951-1954), Juan Domingo Perón en
Argentina (1946-1955) y Lázaro Cárdenas en México (1934-1940) permiten
comprender la forma cómo el Estado populista impulsó una estrategia de
desarrollo afianzada en la industrialización y en políticas de redistribución,
pero que, al mismo tiempo, tenían un efecto democratizante y movilizador sobre
las capas populares urbanas. Puede decirse, entonces, que el Estado populista
fue un campo de articulación estratégica entre fracciones modernizadoras de la
burguesía industrial y la naciente clase obrera
No
obstante, para Hernández, Chumaceiro & Ripoll
Con
este proceso de descomposición estructural (consecuencia de los flujos
económicos internacionales), se da paso a formas de estatalidad de tipo
clientelar, paternalista y acomodaticias de las élites de poder
Ahora
bien, aunque la perspectiva teórica de Hernández, Chumaceiro & Ripoll
En los siguientes apartados se revisará, precisamente, cómo interactúan estos tres procesos, es decir, cuáles son los elementos distintivos del Estado populista en tanto estrategia especifica de acumulación de capital, en tanto mecanismo de democratización social y en tanto construcción del “pueblo” como actor político estratégico. La interrelación de estos tres ejes analíticos permite comprender distintas aristas de la estatalidad populista como también permite diferenciarlo de otras configuraciones relativamente cercanas (por ejemplo, del Estado desarrollista e industrializador).
2. El Estado populista: una especifica estrategia de acumulación
de capital
Desde el punto de vista del estructuralismo, el Estado
populista puede ser entendido como una especifica estrategia de acumulación de
capital
La corriente estructuralista de Vilas
“Esa industrialización
representó una política de acuerdos, entre los más diversos sectores, cuyo
problema esencial consistía en hacer compatibles las necesidades de formación
de un tipo de economía, que contemplara tanto la creación de una base económica
de sustentación de los nuevos grupos (que pasaron a compartir el poder en la
fase de transición), pero que también ofreciera oportunidades de inserción
económico-social a los grupos populares”
La industrialización capitalista (por la vía del
modelo ISI) requería, inevitablemente, de la creación de mecanismos de
corrección del mercado. Tanto Vilas
Para el estructuralismo cepalino, los mecanismos de
industrialización tendían a procesos de convergencia: mejores salarios
garantizaban una mayor productividad, lo que al tiempo representaba un estímulo
para otros sectores productivos y para mantener una política salarial
progresiva. Una especie de ciclo virtuoso en la que el Capital y el Trabajo salían
con ventajas acumuladas. Alrededor de esta ventaja compartida los Estados
populistas lograron construir un pacto fundamental entre la clase
obrera-popular y la burguesía industrial. En pocas palabras, los mecanismos de
convergencia del proceso industrializador constituían el sostén del pacto
Capital – Trabajo y la piedra angular de la experiencia populista.
Junto a estos mecanismos de convergencia, los Estados
populistas desempeñaron un papel significativo en la creación de condiciones
óptimas para la formación y ampliación del capital: allí los procesos de
nacionalización de los principales sectores económicos (sobre todo, de recursos
minero-energéticos), así como la inversión masiva en infraestructura se
convirtieron en medidas estratégicas
De igual manera, bajo los Estados populistas
latinoamericanos (en un intento de crear Estados de bienestar) se asumió
parcialmente la responsabilidad de la reproducción ampliada de la fuerza de
trabajo. Es decir, existió un intento por cubrir aspectos básicos de la
reproducción social, garantizando, de esa forma, los procesos incipientes de
urbanización, modernización, proletarización e industrialización capitalista.
Por supuesto, estos esfuerzos estuvieron acompañados por medidas correctoras
del mercado y fortalecedoras de las bases materiales de acumulación de capital
Para Vilas
3. La democratización social y la construcción de
hegemonía en el Estado populista
Los enfoques o análisis estructuralistas sobre el
populismo han llamado la atención, fundamentalmente, en las especificidades
económicas de este proceso, vinculándolo a la expansión del desarrollo
capitalista. Sin embargo, para comprender la complejidad y la especificidad de este
tipo de configuración estatal es necesario observar cómo el proceso de
apalancamiento de la industria capitalista y de corporativismo estatal se
articuló con procesos de democratización social y la construcción de proyectos
institucionales hegemónicos.
Una de las principales características, en ese
sentido, está relacionada con la garantía de elecciones democráticas, con la
reorganización del pacto social y con la ampliación de derechos sociales
fundamentales. Desde este ángulo, los Estados populistas representaron un
proceso de ampliación de los regímenes político-democráticos: fueron proyectos
estatales “que se mantuvieron en el poder mediante elecciones democráticas,
cambio de estatutos legales, transformación de leyes, ampliación de derechos,
incorporación de nuevos sectores a la dinámica económica y estatal, ampliación
de la participación electoral y altos niveles de movilización social”
Según esta perspectiva, es imposible entender las
ampliaciones democráticas del Estado populista sin referirse a los procesos de
convergencia económica del proceso industrializador. Es decir, entre los
mecanismos de expansión capitalista y los mecanismos de democratización existe
una correspondencia. De acuerdo con Soler
“es posible observar una
dicotomización del espacio social en el que, en uno de los polos, se construye
el pueblo como actor colectivo que apela a “los de abajo”, en una oposición
frontal con el régimen existente. La ruptura populista implica que los canales
institucionales existentes para la vehiculización de las demandas sociales
perdieron su eficacia y legitimidad, y que la nueva configuración hegemónica
supuso un cambio de régimen y su reestructuración”
Las masas populares no son, desde este punto de vista,
simples receptores de los reajustes macroeconómicos, sino que se convierten en
actores políticos con autonomía y agencia. El Estado populista se encargó, así,
de extender el horizonte de visibilidad popular y fortalecer las capas medias
Un segundo elemento está relacionado con la naturaleza
de las clases dirigentes: el Estado populista ha sido concebido como un campo
estratégico de articulación entre el movimiento populista y el pueblo. De
acuerdo con Laclau
En tercer lugar, derivado de lo anterior, el Estado
populista es visto como un proyecto de radicalización de la democracia. Sin
proponer un contenido específico sobre las formas de representación democrática,
el Estado populista impulsó mecanismos de articulación de las emergentes
identidades sociales y de sus demandas sociales dispersas en contraposición al
establecimiento oligárquico. Para Laclau & Mouffe
Precisamente, de esta estrategia de contraposición
entre un “nosotros vs ellos” surge el Estado populista como mecanismo de
unificación social. Ante el problema de la heterogeneidad estructural o abigarramiento
social, el populismo propone la construcción política de un orden
representativo plural y democrático y la construcción del pueblo[3].
Según Retamozo
4. El Estado populista y la construcción del “pueblo”
como actor político estratégico
Finalmente, el último rasgo distintivo del Estado
populista en América Latina está relacionado con la construcción del “pueblo”
como actor estratégico. En este punto, es clave llamar la atención en la forma
en que los Estados populistas avanzaron en el reconocimiento de derechos
sociales a los sectores populares y a la emergente clase obrera industrial.
Este proceso se logró mediante canales efectivos de movilización y
participación
Ahora bien, uno
de los mecanismos del Estado populista que activaban los procesos de
movilización tenía que ver con la contradicción “pueblo vs élites”. Esta
tensión creada cumple una función fundamental: de dicha contradicción surge un
principio de identidad de las capas populares y un vector de alianza de capas
populares movilizadas con el nuevo proyecto de Estado
En otras palabras, la construcción de un exterior
constitutivo (élites oligárquicas) y del pueblo es otra forma de blindar el
pacto capital – trabajo (un mecanismo político e ideológico de afianzar el
régimen populista). Esta construcción subjetiva funcionaba como pegamento
ideológico y una de las piedras angulares del Estado populista. Según Laclau
Construir pueblo se convierte en la tarea de toda
política radical. De allí que Laclau afirmara constantemente en sus
conferencias e intervenciones que el populismo es la forma en que se constituye
el pueblo como agente histórico. La construcción del pueblo es siempre
catacrética: “«el pueblo» no constituye una expresión ideológica, sino una
relación real entre agentes sociales. Es una forma de constituir la unidad del
grupo”
Precisamente, en la dicotomización del campo social
(disputa entre las élites y el pueblo), el Estado populista articula al pueblo
a la vida político-institucional como un actor que encarna el sentido de lo
nacional-popular, el sentido de patria y nación
En síntesis, el Estado populista requiere de la
construcción de un esquema de exclusión o un exterior constitutivo (las élites
oligárquicas) para afianzar la articulación estratégica entre clases populares,
clase obrera y burguesía industrial en el Estado
5. Conclusiones:
A lo largo de este artículo se ha tenido el objetivo
de construir un marco de análisis para comprender las configuraciones estatales
populistas de mediados de siglo XX. Para esto, se formularon tres ejes de
análisis (que representan la especificidad del Estado populista): en primer
lugar, los procesos de acumulación e industrialización capitalista; en segundo
lugar, los procesos de democratización social y apertura de los regímenes políticos;
finalmente, la construcción del pueblo como actor políticamente estratégico.
Consideramos que la integración de estos tres componentes (variables
explicativas del Estado populista) puede ser, eventualmente, un marco de
interpretación relacional y procesual sobre el populismo.
En el caso de la primera dimensión, se subrayó la
manera en que el Estado populista representó, históricamente, una estrategia
especifica de acumulación de capital. Allí se articularon los procesos de
industrialización sustitutiva de importaciones con políticas de redistribución
del ingreso, expansión de sistemas de seguridad social y medidas de
institucionalización de aparatos sindicales. La comprensión estructuralista
sobre el populismo, a pesar de su tendencia economicista, permite historizar el
fenómeno de estudio.
Sin embargo, el análisis económico no es suficiente
para comprender en su complejidad al Estado populista latinoamericano. Es
necesario, en todo caso, explorar sus rasgos distintivos a nivel político. En
ese punto, se entendió el Estado populista como un mecanismo de democratización
social. Allí se desarrolló la idea de que el populismo no solo impulsó procesos
de autoorganización de los trabajadores (en torno a aparatos sindicales
institucionalizados), sino que, además, estas formas estuvieron acompañadas por
medidas de democratización de los regímenes democráticos en la región.
La democratización social del Estado populista tiene
que ver, en ese sentido, con un proceso de inclusión de las masas populares al
Estado. Siguiendo a Cardoso & Faletto
Finalmente, se desarrolló la idea de que el populismo
tuvo entre sus principales características la construcción del “pueblo” como
actor estratégico de la vida política nacional. Para esto, fue indispensable
que los Estados populistas hicieran parte activa en la construcción de esquemas
de exclusión: allí, el pueblo, en articulación con el movimiento populista
dirigente, es la fiel representación de los intereses nacional-populares o
patrióticos.
Dicho esto, puede decirse que las tres perspectivas
son, desde el punto de vista investigativo, complementarias. En el caso de la
dimensión económica, es útil para pensar de manera sincrónica el populismo, es
decir, sirve para historizar y situar la irrupción populista en América Latina,
para explicar cuáles son las condiciones económicas e históricas en las cuales
emerge dicha estatalidad.
Sin embargo, tanto los procesos de democratización social y representación popular pueden ser pensados como claves analíticas diacrónicas en tanto permiten comprender cuál es el despliegue político y social de tales experiencias sin estar sujetas, necesariamente, a procesos históricos. Este esquema de comprensión global e integral puede ayudarnos, eventualmente, a entender la historia de conformación de nuestros Estados latinoamericanos y los escenarios inéditos de emergencia del populismo.
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[1] A nuestro
juicio, la articulación de estos tres ejes analíticos permite comprender la
complejidad y la especificidad de las formaciones estatales populistas. Sin
embargo, esta tipología está abierta a la inclusión de otras claves o
herramientas conceptuales asociadas al populismo. Por el momento, se parte de
un principio de integración de distintas perspectivas teóricas (aparentemente
contradictorias) para comprender las condiciones históricas de emergencia y los
factores de continuidad y discontinuidad del Estado populista.
[2] Una de las
principales críticas a esta perspectiva tiene que ver con su marcada tendencia
al economicismo. Según Vilas
[3] Uno de las
críticas a esta perspectiva del populismo está relacionada con su lógica del
lenguaje: al intentar ir más allá del marco histórico del estructuralismo, el
populismo laclausiano intentó construir una teoría del populismo, en ella, el
giro lingüístico es determinante, pues, las configuraciones discursivas serán
el mecanismo articulador de demandas dispersas y el mecanismo de construcción
del pueblo. Desde luego, esta perspectiva tiende a deshistorizar las
experiencias populistas realmente existentes, al igual que reducen la política
a un juego del lenguaje y la disputa de intereses a marcos discursivos.
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