Por: Thomas Franco Useche

“El deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el del revolucionario hacer la revolución” Camilo Torres

Ya ha pasado cerca de año y medio desde que la anti-derecha colombiana[1] dió un giro de timón en la política del país en aspectos no menores: el primero, la transformación considerable de la correlación de fuerzas en el Congreso, y segundo, la conquista de la fórmula Gustavo Petro-Francia Márquez de la presidencia.[2]

Estos aspectos implican expectativas y compromisos con el grueso del movimiento social y la sociedad civil, que exigen y apoyan una serie de diferentes cambios en los distintos niveles del panorama político, económico, social y cultural del país. Entre dichas expectativas y compromisos se encuentran un paquete de reformas (reforma tributaria, reforma agraria, reforma pensional, reforma laboral, reforma a la educación superior y reforma a la salud) y los diálogos de paz con grupos insurgentes (entre los que destacan el ELN y la Segunda Marquetalia[3]), grupos paramilitares y bandas criminales.

Siendo los diálogos de paz entre el Gobierno nacional y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) una de las principales apuestas dentro de todo el espectro de la izquierda colombiana, pues tras la firma de los Acuerdos de Paz de La Habana entre las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el Estado colombiano, el ELN se consolidó como la fuerza insurgente más importante del país;[4] sin embargo, aquella apuesta contiene una serie de debates profundos que poco son tenidos en cuenta a la hora de abordar dichos diálogos.

¿Cómo comprender el Gobierno Petro?

Durante comienzos de siglo en toda América Latina y el Caribe se consolidó una oleada de gobiernos de izquierda,[5] experiencias de las cuales emergieron múltiples análisis desde las distintas posiciones teóricas y políticas de izquierda (pero también de derecha) para tratar de comprender este momento histórico del continente; siendo destacados los análisis gramscianos,[6] pues al retomar el arsenal teórico del comunista italiano,[7] se pudo dar mejor desarrollo al ya viejo dilema de la reforma y la revolución.[8]

En medio de estos análisis de raigambre gramsciana, el término de revolución pasiva cobrará gran importancia, ya que este “permite apreciar los límites del antagonismo y su posible extravío en los laberintos de la subalternidad” (Modonesi, 2017, p. 18) de los gobiernos de izquierda, ya que puede “dar cuenta de la tensión -desigual y dialéctica- entre dos tendencias o momentos: restauración y renovación, preservación y transformación o, como señala el propio Gramsci, ‘conservación-innovación’” (Modonesi, 2017,  p. 21). Es decir, la revolución pasiva nos permite acercarnos desde la complejidad a esta experiencia vivida en el continente, pues supera la visión simplista que reduce dichos gobiernos a una experiencia socialdemocráta más; aquella superación se da gracias a la compresión de que “el ‘equilibrio catastrófico’ puede ser resultado de los límites orgánicos insuperables en el seno de la clase dominante, o bien simplemente de razones políticas momentáneas que producen una crisis de la dominación, y no de una maduración o fortalecimiento de las clases subalternas” (Modonesi, 2017, p. 40).

En consecuencia, podemos ampliar nuestra visión sobre las revoluciones pasivas que fueron estos gobiernos, la “revolución pasiva es tanto un proceso como -simultáneamente- un proyecto” (Modonesi, 2017, p. 18); proyecto político del que es heredero la actual segunda oleada de gobiernos de izquierda,[9] como lo es el Gobierno Petro.

Un gobierno que ha reproducido dos errores y límites descritos para el caso de la primera ola progresista por el profesor Massimo Modonesi (2017), estos son: la conducción desde arriba y a contrapelo de las movilizaciones que a partir de la activación antagonista lo llevaron a la presidencia y la continuación de la tradición caudillista que se presenta en forma de cesarismo progresivo; algo que corroboran las opiniones en la más reciente entrevista pública hecha a la vicepresidenta Francia Márquez por Alfredo Molano Jimeno:

Sé que esta entrevista me meterá en problemas con mi propio gobierno, pero es la realidad que yo veo. Y es que la gente quiere ver los resultados del cambio en su territorio y eso no está ocurriendo. Y para mí es doloroso porque no tengo las herramientas para responderle a la gente. (2023)

Sin embargo, no todo está perdido, pues el Gobierno Petro se ha erigido como avanzada en muchos de los aspectos políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales del país y el continente al promover cambios en un sentido antineoliberal y posneoliberal; de modo tal que, como lo afirma García Linera en la entrevista realizada por Oscar Arnulfo Cardozo para la Revista Raya, “Colombia es el ejemplo más prometedor de esta segunda oleada de gobiernos progresistas” (2023). Pero no por ello debemos olvidar que si “las izquierdas, si quieren consolidarse, deben responder a las demandas por las que surgieron y, si quieren en verdad derrotar a las extremas derechas tienen que resolver de manera estructural” (García Linera entrevistado por Ospina Posse, 2023); siendo esencial para ello superar la reducción de lo político al aspecto electoral.

¿Sigue siendo viable la política del ELN?

Al lado opuesto de la política electoral, que es la táctica actualmente defendida por la mayoría de la izquierda colombiana, se encuentra el ELN; organización que seis décadas después de su fundación[10] sigue apostando por la vía armada para la transformación del status quo en Colombia.[11] De allí que su posición como lo afirma Isabel Torres sea que “mientras no se logre una nueva realidad política es necesario mantener la insurgencia guerrillera” (2018, p. 35).

Este despliegue de la insurgencia encuentra que la “fundamentación de la rebelión está relacionada con la conciencia que construímos sobre cómo son y cómo pueden cambiar las estructuras de injusticia que afronta un pueblo o un conjunto social” (Ruiz Socha, 2018, p. 53-54); y por lo tanto, la violencia “no tiene finalidad y su principio es la justicia. Destruye o revoca el derecho, el fin por excelencia, no lo funda, no lo conserva. Arrasa fronteras, es redentora, letal, pero incruenta” (Múnera, 2014, p. 41),[12] tal y como lo afirma el primer comandante del ELN, Antonio García:

¿Qué significa la rebeldía armada del pueblo colombiano? La rebeldía es no aceptar la intolerancia, no aceptar el poder abusivo; pero además la humildad y la sencillez para caminar con la voz de los pobres, con la voz de los desposeídos. (2023).

No obstante, se debe recordar que “entre los valores de rebelión está la propia idea de finitud. La guerra no puede durar siempre” (Ruíz Socha, 2018, p. 55), en especial cuando en Colombia impidió el avance del proyecto revolucionario, “ni esa continuidad insurgente facilitó que en Colombia se pudieran desarrollar al menos algunos cambios a favor del pueblo cuando así pudieron hacerlo en los demás países latinoamericanos” (Agudelo, Quiroga, Solana, 2018, p. 14).

Situación que ha sido mucho más aguda para el proyecto revolucionario del mismo ELN, pues ha mantenido una política que “lo ha debilitado, permitiendo que la acción del ejército lo aisle y disminuya su incidencia en la política nacional” (González, 1976, p. 225):

el ELN se muestra imposibilitado para desplegar la imaginación necesaria para hacer coherente teórica y prácticamente sus pretensiones programáticas, y jugársela en el escenario político (no sólo militar) en donde se disputa el factor del poder: las masas, aquellas que al decir del marxismo “hacen la historia”. (Hernández, 2003, p. 239-240)

En síntesis, si bien no se debe, y no se puede, minimizar el aporte del ELN a la transformación de la realidad colombiana, en este momento no es la mejor opción, de allí la necesidad de consolidar los diálogos de paz entre esta guerrilla y el Gobierno Nacional; ahora bien, ello no tendría que llevar abandonar por completo las posibilidades de la lucha armada, pues, “la lucha guerrillera sigue siendo pertinente. Pero la política que impulsa el ELN está mandada a recoger” (González, 1976, p. 24-25).

Los diálogos de paz en concreto

Entendiendo las limitaciones de la revolución pasiva del Gobierno progresista de Petro, como de la política militar del ELN, se debe optar por un diálogo entre ambas posiciones, pues como bien lo dictamina García Linera para la Revista Raya “un gobierno de izquierda tiene por vocación ir a las causas estructurales del conflicto armado e intentar resolverlas en la base de la población. Enfocar estas causas con la guerrilla del ELN son en definitiva la ruta a seguir” (2023).

Ahora bien, este diálogo no puede seguir las lógicas de los procesos de paz anteriores, pues “decir que el ELN se desmovilice siguiendo el ejemplo de las FARC puede ser suicida” (Ruíz Socha, 2018, p. 45), en especial si se tiene en cuenta que:

las FARC fueron embelesadas por la apariencia de la ley de su oponente, y recogieron con inusitado entusiasmo la bandera de la falacia jurídica. Compró la lógica de la normativa o el funcionamiento estatal, que es la envoltura y por ende se alimentó de lo que estaba adentro; acogió el contenido axiológico e ideológico que reproduce el orden de dominación. (Ruíz Socha, 2018, p. 48)[13]

Ir en contra de esta lógica implica por una parte que, “el régimen debe dar espacio para hacer el cambio a la vía pacífica” (Ruíz Socha, 2018, p. 55), puesto que “no tiene que ser siempre que la oposición rebelde ceda ahora, y que el régimen prometa que lo hará después. No. La clave está en que sea procesual esa dinámica de obligaciones, y no formal e ilusoria la obligación estatal” (Ruíz Socha, 2018, p. 59); ello, en cuanto “partimos de que las verdaderas negociaciones deben ser donde los objetivos de las partes queden cumplidos o por lo menos lleguen a un punto medio de acuerdos” (Torres, 2018, p. 43).

Y por otra parte, “recuperar el sentido profundo de la palabra ‘paz’” (Agudelo, Quiroga, Solana, 2018, p. 17),[14] pues si bien con el posicionamiento de la paz total hemos avanzado en la lucha contra la idea de la oligarquía de “paz Mc’Donalds” (Ruíz Socha, 2018, p. 55),[15] hemos de “asumir que gran parte del campo democrático, progresista e incluso de izquierda parece haber caído en la trampa: hablar de paz se volvió lugar común con independencia de las realidades de ‘no-paz’ que nos circundan pero pretenden que no veamos” (Agudelo, Quiroga, Solana, 2018, p.17-18).

Siendo central para ello, alejarnos de la idea de que “es mejor una paz imperfecta que una guerra perfecta” (Avella, 2018, p. 69), ya que si bien no se trata de la revolución por decreto, tantas décadas de lucha, como mínimo deben terminar en la refutación del orden vigente, y no su convalidación moral (Ruíz Socha, 2018):

En un país como Colombia, que lleva más de 50 años sumergido en un conflicto social y armado, el cual comprende múltiples características políticas y militares, la terminación del conflicto no se puede reducir al silenciamiento de los fusiles y el desarme de la insurgencia. Para que se lleve a cabo la construcción de paz con equidad y justicia, se hacen necesarias transformaciones básicas urgente, que resuelvan los problemas sociales y políticos que dieron origen al conflicto colombiano (Torres, 2018, p. 35-36)

No obstante, para ello debe mantenerse presente que el rol activo por parte del grueso del movimiento social y la sociedad civil es lo único que puede apoyar y blindar la mejor concreción de estos diálogos, pues como lo sostiene el guerrillero del ELN, Mauricio Iguarán, para Lanzas y Letras, la “participación de la sociedad es la que garantiza la continuidad, y también garantiza que lo que diga la gente se convierta en política de Estado, que la paz sea política de Estado, que las transformaciones se vuelvan políticas de Estado” (2024); en especial, cuando “la presión popular sobre las élites y su régimen para lograr la democratización del país no es aún suficiente” (Torres, 2018, p. 38).

Una presión que debe manifestarse de todas las formas posibles, en especial la movilización, ya que “fueron los movimientos populares los que abrieron nuevos horizontes a la política y a las relaciones sociales, instalando otros temas en la agenda política” (Modonesi, 2017, p. 130). Porque si bien, esto puede parecer riesgoso para el momento político colombiano, “las luchas populares a contapelo de los gobiernos protagonistas tienen un enorme valor simbólico, político y estratégico en la medida que son experiencias que se acumulan y pueden potenciarse dando vida a una nueva etapa marcada por el protagonismo popular” (Modonesi, 2017, p. 109).[16]

Dado que, sólo si somos capaz de “mostrar diariamente los dientes al enemigo, respirar en la nuca, optar por la desobediencia civil, acorralarlo, y no depositar solo la esperanza en las urnas que tan bien maneja la politiquería burguesa” (Aznárez, 2018, p.170), podremos construir el “‘ejercicio pleno de la democracia’ que evoca Aricó y sin el cual no hay revolución en el sentido integral de la palabra: transformaciones objetivas impulsadas y acompañadas por transformaciones subjetivas” (Modonesi, 2017, p. 103).

O dicho de otro modo:

Estas maltrechas esperanzas tendrían que juntarse en un respaldo a una paz integral, que presione para hacer efectivos los Acuerdos de La Habana, fortalezca los diálogos del Gobierno con el ELN como una oportunidad histórica para poner fin de manera definitiva al conflicto armado interno, y articule las diferentes expresiones y procesos de resistencia orientados a la construcción de una nueva Colombia. (Montoro Carmona, 2018, p. 153)

Bibliografía

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Avella, A. (2018). «Es mejor una paz imperfecta que una guerra perfecta». En V. Agudelo, S. Quiroga y P. Solana (Comps.). Final abierto. 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010-2018) (pp. 69-77). La fogata.

Aznárez, C. (2018). «Apostaron con bastante éxito a una simple rendición de la insurgencia». En V. Agudelo, S. Quiroga y P. Solana (Comps.). Final abierto. 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010-2018) (pp. 167-174). La fogata.

Beltrán, M. A. (2018). «El ELN viene ocupando el lugar insurgente de las FARC». En V. Agudelo, S. Quiroga y P. Solana (Comps.). Final abierto. 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010-2018) (pp. 143-153). La fogata.

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Cardozo, O. A. (5 de marzo de 2023). “Colombia es el ejemplo más prometedor de esta segunda oleada de gobiernos progresistas”: Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia. Revista Raya. https://revistaraya.com/entrevista-alvaro-garcia-linera-colombia-es-el-ejemplo-mas-prometedor-de-esta-segunda-oleada-de-gobiernos-progresistas.html.

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Villamizar, D. (2020). Las guerrillas en Colombia. Una historia desde los orígenes hasta los confines. Debate.


[1] No podría hablarse de una izquierda, pues este bloque cuya mayoría está conformada por la izquierda de todas sus vertientes (menos la izquierda armada), también cuenta con tendencias oportunistas y vacilantes respecto a sus posicionamientos políticos, ideológicos y éticos, los cuales simplemente se basan en la oposición a la derecha hegemónica del país; por ejemplo, Partido Alianza Democrática Amplia (ADA), Partido La Fuerza de la Paz (FDP), Partido Esperanza Democrática (ED), Partido Independientes (IND), Partido Todos Somos Colombia (TSC) y Movimientos Verdes por El Cambio (VxC).

[2] Se habla de política en los términos de Chantal Mouffe (1999) para diferenciar a las formas y mecanismos mediante las cuales se establece un orden en condiciones conflictivas, de las relaciones entre las existencias humanas y que se expresa en la diversidad de las relaciones sociales: “distinguir entre ‘lo político’, ligado a la dimensión de antagonismo y de hostilidad que existe en las relaciones humanas, antagonismo que se manifiesta como diversidad de las relaciones sociales, y ‘la política’, que apunta a establecer un orden, a organizar la coexistencia humana en condiciones que son siempre conflictivas, pues están atravesadas por ‘lo político’” (p.14). Así, no se reduce el panorama político a lo institucional y estatal, aun cuando se reconoce la importancia de este aspecto.

[3] La importancia de los diálogos de paz con estos dos grupos es vital, para la muestra, los diálogos de paz regionales propuestas entre estas dos insurgencias en el departamento de Nariño: Disidencia de la Segunda Marquetalia y un frente del ELN anuncian alianza en Nariño de Redacción Colombia +20 en El Espectador.

[4] Para ampliar esta cuestión, ver la entrevista El ELN viene ocupando el lugar insurgente de las FARC realizada al profesor Miguel Ángel Beltrán en el libro Final abierto. 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010-2018).

[5] Vale la pena aclarar que Colombia fue un caso particular para el contexto latinoamericano y caribeño, pues no sólo fue de los pocos países que no estuvo presidido por un gobierno de izquierdas, sino que además, a contracorriente, fue este un período donde la extrema derecha colombiana se afianzó estatal y paraestatalmente.

[6] Entre los análisis más importantes se encuentra la bibliografía de: la profesora argentina Maristella Svampa, Álvaro García Linera que fuese en ese entonces el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, el catedrático mexicano Massimo Modonesi, el ecuatoriano Francisco Hidalgo Flor y el maestro colombiano Miguel Ángel Herrera Zgaih.

[7] Entre el marco conceptual desarrollado por Antonio Gramsci y retomado por dichos análisis están las nociones de hegemonía, subalternidad, revolución pasiva, guerra de posiciones, bloque histórico, crisis orgánica, espontaneidad, filosofía de la praxis, ideología o voluntad colectiva.

[8] Esta discusión tiene su origen en el texto Reforma o revolución de Rosa Luxemburgo, allí la comunista polaca afirmará que “la reforma social y la revolución social forman un todo inseparable, por cuanto, según su opinión, el camino ha de ser la lucha por la reforma, y la revolución social, el fin” (2015, p. 28). Ahora bien, habrá tres grandes momentos donde dicho debate fue álgido para el movimiento revolucionario: el primero, en el que participa la misma Rosa, es decir, los inicios del siglo anterior; el segundo, que se da con el surgimiento de la Nueva Izquierda entre las décadas del 60 y el 70. Y por último, el gestado a finales del siglo XX e inicios de este con la lucha contra el neoliberalismo (Ouviña, 2019).

[9] Al respecto Álvaro García Linera recientemente expuso en una entrevista por Tamara Ospina Posse que “América Latina —y ahora el mundo, porque América Latina se adelantó a lo que luego sucedió en todos lados—, vivió una oleada progresista intensa y profunda, pero que no logró consolidarse, seguida por una contraoleada regresiva conservadora y luego por una nueva oleada progresista. Posiblemente, todavía veamos durante los siguientes 5 o 10 años estas oleadas y contraoleadas de victorias cortas y de derrotas cortas, de hegemonías cortas, hasta que el mundo redefina el nuevo modelo de acumulación y de legitimación que le devolverá al mundo y a América Latina un ciclo de estabilidad por los siguientes 30 años. En tanto no suceda eso, estaremos asistiendo a esta vorágine propia del tiempo liminal. Y, como decía, uno asiste a oleadas progresistas, a su agotamiento, a contrarreformas conservadoras que también fracasan, a una nueva oleada progresista… Y cada contrarreforma y cada oleada progresista es distinta a la otra. Milei es distinto a Macri, aunque recoge a parte de él. Alberto Fernández, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador son distintos a los referentes de la primera oleada, aunque recogen parte de su herencia. Y creo que seguiremos asistiendo a una tercera oleada y a una tercera contraoleada hasta que en algún momento el orden del mundo se defina, porque esta inestabilidad y esta angustia no pueden ser perpetuas” (2023).

[10] El ELN tiene su origen en la Brigada Pro Liberación José Antonio Galán y verá su primera aparición pública el 7 de enero de 1965 con la toma del municipio de Simacota, Santander; para profundizar en la historia del ELN, y las guerrillas colombianas en general, ver el libro Las guerrillas en Colombia. Una historia desde los orígenes hasta los confines de Darío Villamizar.

[11] Mientras en todo el continente se desmontaron mediante la vía jurídica o la vía militar las  distintas organizaciones guerrilleras, en Colombia se ha mantenido el ciclo guerrillero comenzado en la década del sesenta: “lo que está detrás de esa des-sintonía es la pervivencia de la lucha guerrillera en Colombia: ni la pudieron derrotar cuando sí lo hicieron con los demás movimientos revolucionarios en el continente” (Agudelo, Quiroga, Solana, 2018, p. 14)

[12] Sobre los debates sobre la violencia revolucionaria son centrales los textos Los condenados de la tierra y Para una crítica de la violencia y otros ensayos de Frantz Fanon y Walter Benjamín, respectivamente.

[13] Al respecto, la valoración que hace el ELN sobre el proceso de paz con las FARC puede resumirse en la siguiente afirmación de Isabel Torres como vocera oficial de este grupo insurgente, “en este caso podemos decir que el Gobierno con las FARC logró el objetivo principal, desarmar la insurgencia, mientras los objetivos de las FARC no se ven reflejados en la misma proporción” (2018, p. 43).

[14] En la actual realidad colombiana la paz se ha tornado “polivalente” debido a los múltiples intereses que hay detrás de la misma, sin embargo, como lo explica Mauricio Iguarán, es vital empezar a debatir sus implicaciones y consecuencias en concreto,  “lo que pasa es que la paz ha sido malinterpretada, en la medida en que la miran a través de sus propios intereses. Para el empresario, la paz es que los obreros no protesten. Pero para el indígena, la paz es que no les jodan la vida en su territorio. La paz para el trabajador es que no lo despidan, que tenga su vivienda. Lo que quiero decir es que la paz tiene distintas connotaciones políticas, sociales y económicas. No es una palabra abstracta. Tampoco queremos la paz de los sepulcros” (2024).

[15] El 4 de noviembre de 2022 el Congreso de la República decretó la Ley 2272 de 2022, la cuál permitió definir la política de paz como una política de Estado, además de adicionar, modificar y prorrogar disposiciones contenidas en la normativa anterior.

[16] Para ilustrar la necesidad de la participación del movimiento social y la sociedad civil, puede servir el balance realizado por las FARC en su momento sobre su propio proceso: “¿Si nos faltó más fuerza a las FARC y a la izquierda colombiana? pues, indiscutiblemente lo que se logró en el acuerdo correspondía a la correlación de fuerzas. Si las condiciones del movimiento social hubieran sido otras, seguramente el resultado del acuerdo sería otro. La izquierda en general, toda la izquierda y todos los sectores sociales, no abrazaron el proceso” (Sandino, 2018, p. 24-25).

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