Pietro Vallone

La primera gran contradicción de la humanidad y los individuos, es constatar que existe  una gran distancia entre lo que vivimos y lo que quisiéramos vivir; y desde ese momento nos dedicados a cambiarla y eliminarla. En eso consiste, a mi modo de ver, el objetivo del pensamiento radical; el pensamiento y la acción que se ocupa de eliminar esa contradicción fundamental. 

Existen tres maneras de enfrentar esta objeción y resolverlas: La primera es una actitud conservadora, tratando de salvar lo salvable y añadir las reformas que se crean indispensables para lograrlo, esta no es una posición radical, pues mantiene intacto el origen y las raíces de la contradicción, en todo caso solo sería capaz de suavizarla para algunos, pero no para todos; la segunda es una posición reactiva regresiva, fundamentalista, que trata de ver en el pasado y no en el futuro una sociedad perfecta y lograda; propone establecer un regreso a sus fundamentos iniciales, asumiendo que ese pasado fue mejor, como les ocurre a la mayoría de los fundamentalismos religiosos, esta no es una solución radical; La tercera posición, es de quienes proponen cambiar todo desde las raíces y crear una utopía posible para un futuro factible, con lo que se resolvería la misma contradicción; esta es la posición radical y el pensamiento que la genera es un pensamiento radical. 

Hemos comprendido la historia como un devenir sin guion, pero no sin dialéctica, que es el área del conocimiento que trata explica el movimiento. Tenga un destino finalista o no, la historia se mueve, cambia, y el tiempo es el fuego de Heráclito que trasforma todo. En esa necesidad de explicar el pasado para comprender el presente e imaginar el futuro, en prevención de nuestra existencia, quisiéramos entender nuestras posibilidades de transformar el presente para tener el futuro que quisiéramos, superando la noción de destino obligante, como nos informaban en los antiguos oráculos las decisiones de los dioses, pero no de nuestra voluntad. La noción de la planificación, prevención, toma de decisiones y visión de futuro de nuestras vidas y comunidades, nace de esta idea; como así mismo toda la perspectiva utópica de sociedades más justas, Shangri-la, utopías socialistas y paraísos perdidos, que pueden ser nuevamente realidades recuperadas, o nuevas existencias de sociedades más felices y libres. Esa teoría y práctica de poder sobre el destino azaroso que el tiempo realiza, que es el centro del deseo de transformar la historia sin dejarla al azar de un resultado que no nos interesa, la entendemos como la existencia radical. En ese sentido todos los seres humanos creemos tenemos un pensamiento radical, pero en los resultados podemos comprobar que existe una radicalidad que trasforma la realidad más eficientemente que otra, y hasta una supuesta radicalidad que no transforma nada.

La radicalidad tiene una dimensión teórica y práctica, como la filosofía.  Históricamente a veces la filosofía o la ideología no se quedan en la imaginación o en los escritos, pasa a ser una práctica social, sobre todo la que emana de la propia sociedad como consecuencia cultural y justificación del sistema. Pero hay otra que, generada por la fuerza utópica de superar la realidad y contradicciones existentes, trata de subvertir el orden aceptado en procura de cambiar la realidad, como imposición no originada en el modo de producción y relaciones sociales existentes, con un fracaso estruendoso. Podemos encontrar en la historia algunos ejemplos de poner en práctica una filosofía específica, el ejemplo más evidente son las sociedades de castas, donde la religión fortalece y resguarda el orden social existente; o la experiencia de Platón de instaurar su teoría política, facilitado por dos tiranos (Dionisio y Dionisio II), con los mismos resultados catastróficos que pusieron en peligro su vida. También modernamente se ha corroborado ese resultado en el destino de las comunas anarquista en occidente, que han terminado todas en fracaso, y de cuanto movimiento nuevo de organización social imaginado, sin sustento en la sociedad realmente existente (falansterio, Kibutz, hippies, comunas diabólicas, misticismo oriental, etc), no desaparecerán nuevos intentos, pues no desaparece la intención que los genera.

La historia nos enseñó que una teoría política no puede superponerse a la práctica social real sin encontrar la clave que permite la inserción sin conflicto. De hecho todas las religiones y filosofía pretendieron cambiar el mundo, pero no fueron sus principios los que lo lograron, sino la implacable necesidad histórica que emana de sus posibilidades de realización existentes en la estructura social. Al tener que entender e identificar cómo esa realidad sobredeterminada funciona en el devenir; y cuáles son sus condiciones y determinaciones —en última instancia— que logran modificarla. 

En este momento es indispensable, para iluminar la escena argumental, sacar a colación los punto de vista de las dos distintas familias filosóficas que han existido hasta la fecha; nos referimos al idealismo y al materialismo, no se ha encontrado ninguna otra visión que no se pueda encajar en uno de estas dos campos del pensamiento dicotómico y contrario, aunque algunos en la actualidad pueden encontrar semejanzas, solo porque entre ellos hay una relación dialéctica.  La razón del fracaso de Platón y del éxito de la religión, tiene que ver conque el primero es una imposición externa (trascendente) sobre una estructura precedente; mientras que el segundo es la consecuencia de una ideología emanada del propio sistema existente (inmanente). Platón insiste en cambiar la sociedad desde afuera, modificando sus estructura y relaciones sociales de clases o castas, sin cambiar su modo de producción, y eso no calza con una sociedad ya establecida que tiene una relaciones sociales de producción ya definidas. Mientras que la religión nace desde las entrañas del cuerpo social, en la cabeza de sus miembros más importantes, para darle al resto de la comunidad la razón y necesidad de mantener su condición social inamovible, como manera de persistir en su existencia social, y como garantía de la existencia individual.  Esa diferencia es la misma que existe entre la actitud idealista y la materialista. Mientras el idealismo cree que las sociedades realizan sus mejores ideas en la práctica social, y que la educación es la panacea para una sociedad perfecta y feliz que puede mejorar; los materialistas piensan que las sociedades cristalizan o generan las ideas que necesitan para eternizarse y que dichas evoluciones tienen como límite no alterar su propia estructura social. De hecho existen sociedades que en treinta mil años no han variado nada (sociedades sin historia) y otras que se han anclado en una época determinada sin cambiar nada o poco durante casi mil o dos mil años. La evolución y la historia no son realidades obligantes ni hechos naturales biológicos, requieren de condiciones objetivas y materiales para que nazca un proceso histórico evolutivo. Por lo que el cambio social no está garantizado por el hecho de existir la sociedad, eso solo ocurre en la evolución biológica, que es un proceso constante donde se implica el azar (la mutación) y la necesidad de adaptación para sobrevivir (la necesidad). La explicación de este fenómeno evolutivo en la socialización humana, se encuentra en el hecho de la inexistencia de cambio mientras no existan cambios en el modo de producción y sus relaciones sociales. Luego, para los materialistas, existe siempre la posibilidad de una sociedad, en equilibrio de fuerzas y necesidades, que no requiera ninguna evolución adicional y ralentiza su proceso de transformación con cambios gatopardianos.  Por esa razón, el pensamiento radical de los que no van al fondo de los problemas no es tal, al contrario es un pensamiento conservador, superficial y cosmético. 

No es acaso un principio espinosista y materialista la idea de “perseverar en su ser” como la esencia o conatus de la materia, de la sociedad y del individuo.  Con ese argumento algunos intentan explicar el conservadurismo social y el deseo del capitalismo en eternizarse, pero eso es hacer una interpretación de Spinoza desde la derecha, superficial y baladí. Para este filósofo le esencia o conatus incluye también las posibilidades existentes en sus potenciales de desarrollo, que son parte de su esencia. Congelar a la sociedad a no desarrollar esos potenciales no sería perseverar en su ser real, sino paralizar el ser incompleto que se tiene en cada momento histórico, la eternización del esclavo. El desarrollo de los potenciales humanos y sociales es el conatus de la sociedad y del individuo, no es lo que es sino lo que puede ser, somos nuestra historia. Algunos humanista que ya tienen definido la esencia humana, creen en postulados morales inamovibles y en derechos humanos eternos que solo son valores del momento histórico; mientras para otros se realiza con el desarrollo de los potenciales humanos aun dormidos, cambiando la sociedad que impide el nacimiento de la nueva consciencia, la humanidad se define de manera distinta en casa ciclo histórico. En unos las educación clasista y la evolución; en el otro el pensamiento radical y la revolución. Si damos preferencias a las ideas materialistas y a los cambios profundos, necesariamente el radicalismo y el pensamiento radical es de izquierda.

En la izquierda la posición radical está representada fundamentalmente por dos comunidades de pensamiento: los anarquistas y los marxistas, ambas plantean una base materialista en su filosofía; pero, a la larga, podemos comprobar que en el caso anarquista, su razón argumental parte del individuo, mientras que en el marxismo se parte de la sociedad y concibe al individuo como un producto social. Lo que hace una gran diferencia, pues también el liberalismo filosófico parte del individuo y no de la sociedad, lo que daría lugar a interpretar el anarquismo como una deriva del liberalismo filosófico, de hecho su “leitmotiv” fundamenta es la obsesión por la libertad, al  igual que el liberalismo, como así mismo su beligerancia contra el Estado y su incomprensión de que la igualdad y la libertad son dos caras de la misma moneda, donde deben resolverse las dos conjuntamente o no se consigue nada, y no es posible hacerlo sin el desarrollo de las fuerzas productivas. Por esa razón, para algunos intelectuales, los anarquistas pertenecen al campo del liberalismo filosófico, sería la izquierda dentro de la derecha. Si lo consideramos de esa manera, descartando a los no radicales, solo quedaría la filosofía marxista como pensamiento radical y tal vez el pensamiento nihilista-materialista- pansensualista de G. Bataillie, que incluye a sus maestros el Marqués de Sade y F. Nietzsche, en segundo lugar. Filosofo que dedicó su obra a la búsqueda constante, en la contradictoria y oscura mente del Humano contemporáneo, de sus más apasionadas, ocultas y remotas verdades, las más secretas y reprimidas. 

El marxismo es una filosofía de la práctica transformadora, de hecho, “transformar el mundo y no solo interpretarlo” es la bandera de su devenir histórico. Dentro de este campo filosófico existen una historia de su desarrollo: un antes o precedente; una revelación eclosiva en la época de Marx; y un presente en el que estamos, donde el marxismo se ha convertido en un frondoso árbol, que a veces genera algo distinto y desvirtuante de las ideas originales, al negar el materialismo dialectico e histórico  (socialdemocracia y eurocomunismo: Bernstein, Berlinguer, Byung-chul han, etc.); un desarrollo revelador desde las ideas originales y nuevos campos aun sin ampliar ( Gramsci, Lukás, Mariátegui, Sartre, Althusser, Lacan, Tony Negri, etc.); Y un prospecto para el futuro, basado en la idea originada en la economía, por la Ley de “tendencia decreciente de la tasa de plusvalía…” en el desequilibrio esencial de los ciclos del capitalismo, originado por la presión histórica del desarrollo de las fuerzas productivas. El desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicada a los medios de producción (aún no me atrevo a poner nombre de autores, pues está en proceso de desarrollo). Algunos autores llaman  a ese argumento la Ley de la transformación definitiva del capitalismo, “Ley fundamental de la economía moderna”, un factor determinante del cambio del modo de producción, el otro es la lucha de clases. 

Los antecedentes u orígenes del materialismo filosófico en occidente hay que buscarlos en los filósofos presocrático (Heráclito, Pitágoras y Parménides), y en la escuela Jónica que se desarrolló en Mileto, en el siglo VI a.C. en la costa mediterránea de Asia menor, (actual Turquía) (Tales, Anaximandro y Anaxímenes). El inicia de la filosofía griega conoció los desarrollo previos de la filosofía egipcia, medo persa, de la India y China.  En la india, mil años a.C., la doctrina “Lokaiata” predicaba el materialismo, el atomismo y el hedonismo ético, nos ha llegado en detalle expuesto en los tratados filosóficos escritos por sus adversarios idealistas –los vedantistas–; Luego la corriente SamKhya explicaba que el movimiento, el espacio y el tiempo son propiedades inseparables de la materia; lo mismos en China con la escuela de Mozi y Lao-Tse. En la línea de los presocráticos griegos tenemos después a  Demócrito y Epicuro en la visión atomista de la sustancia universal, el primer representando el materialismo mecanicista y el otro el dialéctico (clinamen); en época romana Lucrecio; en el renacimiento Maquiavelo y un poco después el extraordinario Giordano Bruno, saltándonos algunos  intelectuales importantes, llegamos a uno de los filósofos materialistas fundamentales del pensamiento moderno, que lo inicia: Spinoza. En los filósofos de la ilustración destaca Rousseau y unos años después el enorme Hegel, que, aunque claramente idealista era básicamente monista ontológico, en ese sentido su dialéctica influenció igualmente a idealistas y materialistas, pues lo importante es la visión de la sustancia única, da igual que todo sea materia a que todo sea espíritu, si, como pensaba, la materia también es  espíritu.  

Obviando a los hegelianos de izquierda (Strauss y Feuerbach) que realizaron una crítica de la religión y la eclosión marxista (Marx, Engels y Lenin), centraremos el asunto en los aportes de otros filósofos contemporáneos dentro del campo marxista.  

En su tiempo de ruptura radical (Marx), este campo de pensamiento quedó inconcluso, como es obvio para cualquier nueva escuela del pensamiento. Solo llegaron a formularse un sistema de ideas coherentes, muchas de ellas sin completarse, que fue objeto de análisis para una nueva generación de pensadores que buscaba avanzar en su desarrollo. Tal como en el campo científico, donde todas las ideas son hipótesis que necesitan ser desarrolladas y comprobadas.

Realizaremos un análisis muy reducido e injusto, paro dada la brevedad de este artículo, nos conformaremos con definir, según nuestra opinión, sus aportes más significativos. Por supuesto no puede incluir a todos los pensadores, se ha seleccionado los que nos parecen más significativos y probablemente dejaré otros importantes que aún no conozco en detalles.

Gramsci: elaboró con más precisión el concepto de hegemonía y poder capitalista, ideología dominante, su objetivo manipulador y la lucha de clases. Planteó la teoría ampliada sobre la política, el poder y la dominación de clases.

Lukács: fue un profundo sistematizador de algunos aspectos de la teoría clásica, trabajó sobre la Historia y Conciencia de Clases, sobre la irrupción de las clases y su ideología. Expuesto con ideas aún muy hegelianas y con la influencia de Simmel y Weber, de las que luego hizo autocrítica. Determinado por la visión ontológica Hegeliana y las influencias literarias de Ibsen y Strindbergrealiza su enorme Estética, que se prolongó en su Ontología Póstuma. Se le reconoce el intento de crear una ontología marxista ligada al problema de la  praxis humana emancipadora.

Sartre: Dentro del campo existencialista, la filosofía Heideggeriana y Marx, como influencia, los aportes de este filósofo profundizan la situación alienada del individuo condenado a su libertad condicionada y a la posibilidad de su liberación incondicionada. La relación entre universal y particular, el papel de los individuos y la sociedad como productores de su propia determinación y la transformación de esa condición en libertad. El papel de la estructura económica y la superestructura ideológica, el rescate de la praxis.

Mariátegui: “El marxismo en cada país, en cada pueblo”. Es la elaboración, de base marxista, para los pueblos que no han desarrollado aún la plenitud del capitalismo y se quedaron un una fase intermedia, donde necesitan referirse a unas raíces civilizatorias autóctonas que no necesitan perder por el colonialismo ideológico, y sin embargo son necesarias integrar para hacer más rica y completas el rescate de su pasado y la continuidad historia de la conciencia cultural. Previa a la nueva teoría del colonialismo cultural (Dussel), encontramos en el marxismo la más sólida hipótesis de la ideología dominante, que explica perfectamente bien el fenómeno, sus alcances y la necesidad de combatirla con una ideología liberadora. La posición de Mariátegui no necesita de ningún “giro descolonizador” o teología de la liberación de carácter religioso, pues asume ese realidad dentro del concepto de la ideología dominante y la lucha contra su imposición en los pueblos. Evitando de esa manera la orientación etnocéntrica, de carácter romántica y religiosa, de un concepto marxista sobre la superestructura cultural.

Althusser: El legado de este filósofo permitió redescubrir a Marx, no al Marx humanista o hegeliano de sus escritos de juventud, sino al filósofo que se despliega en sus obras de madurez, con recursos intelectuales aun no explorados. Su concepto de corte o ruptura epistemológica, tomado de Gaston Bachelard, que permite identificar al Marx maduro y no al a filosofo hegeliano; cuando Marx asume el análisis crítico de Feuerbach, que le permite superar las influencias de Hegel y del propio Feuerbach, y lo llevó al materialismo histórico. El concepto de contradicción sobredeterminada contra el determinismo mecanicista, injustamente acusado por Popper, entre otros. Propuso la interpretación marxista como argumento antimecanicista, no existe una contradicción simple: fuerzas productivas/relaciones de producción, sino que estas contradicciones están siempre sobredeterminadas por otras múltiples determinaciones, esto permite comprender la complejidad de la sociedad que determina a su vez al individuo. El anti-humanismo del marxismo habla de la indefinición histórica de la esencia humana, de su imposibilidad de ser establecidas definitivamente, y para siempre congeladas en un determinado momento. La identificación de las relaciones estructurantes, el poder de la ciencia y la tecnología en los cambios del modo de producción; la ciencia no es solo ideología, y no pertenece a la superestructura sino a la infraestructura, como uno de los factores determinantes del Modo de Producción, cuyas variaciones, junto a la Lucha de Clases son fundamentales en la historia de dicho Modo. El análisis del concepto de clase social, que Marx un pudo dar, no se realizó totalmente el segundo tomo (el Capital) donde se definiría, como tampoco pudo escribir todos los tomos que había programado. La dinámica fundamental de la sociedad es el desarrollo de sus Fuerzas Productivas, posibilitadas por las variaciones del Modo y las Relaciones Sociales de Producción cambiante, cuya paralización o relentizamiento origina las contradicciones que sufre el sistema.

Lacan: Contra la idea de que Lacan no es marxista sino freudiano, hay que afirmar que es freudiano y marxista, a su modo y con su propia visión de Freud y Marx, que no corresponde realmente a los originales, sino a parte de sus aportes intelectuales. Sin Marx y Freud mucho de los conceptos y argumentos de Lacan quedan sin sentido. “Notemos que los aportes que Lacan atribuye a Marx están en la base misma de la teoría Lacaniana. ¿Que nos quedaría de Lacan sin el objeto a, sin el síntoma, sin el estructuralismo y sin la falta de metalenguaje de la que infiere el inconsciente? Sin  esos elementos claves, sencillamente se nos derrumbaría todo el edificio teórico lacaniano.”(David Pavon-cuellar)

T. Negri: Es la respuesta a la caída del muro de Berlín y a la desintegración de la URSS, evento cataclísmico solo para los que nunca profundizaron en su posición ideológica de izquierda, y de la misma manera superficial que la asumieron, la modificaron. En este filósofo la visión globalizadora sustituye a la clásica interacción entre naciones que sustente el análisis clásico hasta Lenin. Hay que indicar los anticipos del propio Marx sobre la dinámica globalizadora del capitalismo tratando de optimizar la ganancia. En la acción globalizante del capitalismo, el espacio de las naciones ya no representa un poder sustentador y continente de la clase dominante, sino que la propia clase dominante se articula globalmente sustituyendo a los poderes facticos de cada nación y Estado. Antes eran el poder en la sombra, ahora son el poder globalizado a la luz del día, la hegemonía mundial del capital concentrado, donde las grandes corporaciones y los poderes supranacionales son los que ordenan el mundo, transformando de esa manera el globo republicano en un “Imperio” del capital. En realidad siempre fue de esa manera, solo que la concentración del capital antes de la globalización era muy modesta comparándola con la actual, y hoy en día es un poder tan inmenso que está reclamando salir de las sombras, en que siempre se ocultó, para posicionarse directamente en el poder global. La consecuencia es la globalización también de las clases sociales, tanto en las clases dominantes como en las explotadas; por esa razón, en el capitalismo globalizado, el “proletariado” debe cambiar de nombre y llamarse “multitud”. Lenin definió el imperialismo como la etapa que marca el paso del capitalismo de libre competencia a capitalismo monopolista, donde los grandes monopolios organizan y estructuran la economía. Otro aspecto de la aportación de este filósofo es su espinosismo militante, que le permitió entroncar al marxismo con Spinoza; sus precedentes materialistas y una traducción de sus categorías fundamentales en términos marxistas. 

En este último punto, analizamos lo que podemos llamar la Ley fundamental que generará la economía del futuro: “La tendencia decreciente de la tasa de plusvalía, cuando se invierte más en capital constante (maquinarias e insumos) que en capital variable (mano de obra)”, en su doble aspecto de la tendencia cíclicas a crisis permanentes largas (ondas de Kondrátiev), o crisis cíclicas más cortas que identifico Marx en sus estudios del ciclo económico.

Bajo la perspectiva de la economía política clásica, expresada en la "Ley de Say", el equilibrio debería ser el  estado natural de la economía.  Esta Ley de la economía clásica nunca ha tenido un momento histórico en que la demanda y la oferta estén en equilibrio perfecto; la experiencia histórica la contradice permanentemente, y Marx demostró que la tendencia a optimizar la ganancia es el origen tanto de los excesos de producción (crisis de sobreproducción) como los de la crisis de déficit de producción; que son el desequilibrio permanente con que se realiza  la economía capitalista. 

El aire es el producto natural más indispensable para la vida y es gratis, gracias a existir inagotablemente, no hay una demanda insatisfecha de aire y tampoco un costo de producción del mismo; eso por ahora, pues puede pasar en el futuro que no exista ese bien tan abundantemente como ahora. 

EL capitalismo, en la búsqueda insaciable de plusvalía, en un mercado en expansión permanente y aumento de nuevos territorios de expansión, apela al incremento de la productividad para realizarla, invirtiendo más en máquinas y equipos que en mano de obra, cuando eso se generaliza a todo el aparato productivo, se constata que aunque ganan más, por economía de escala, la utilidad o tasa de plusvalía se contrae. Se realiza el objetivo de incrementar la ganancia pero no el de optimizar los precios, pues a mayor abundancia los precios bajan y tienden a cero, como le pasa al aire. Porque las maquinas, a la larga, no producen la plusvalía que general el trabajo humano, siendo esa expansión una de las causas de la concentración de capital en cada vez menos manos. Aparece de esa manera la evidencia de que no se puede llevar a todas las personas a una vida realmente humana, sin sacrificar la tasa de plusvalía del propietario, lo que demuestra la inviabilidad del capitalismo para realizar la felicidad del género humano. El capitalismo necesita de un porcentaje permanente de pobreza social para optimizar la ganancia. 

El modo de producción capitalista nace en el siglo XVI como capitalismo mercantil, se transforma a fines del siglo XVIII en capitalismo industrial y se extiende desde finales del siglo XIX y XX en adelante como capitalismo financiero bajo la forma de colonialismo e imperialismo, para convertirse más adelante en globalización del capital y dominio monopolista de las empresas multinacionales. En términos de los medios de producción presenta: la época mecánica, la época digital y vamos hacia la época cibernética,  robótica e inteligencia artificial. 

El capitalismo ha variado en su historia su modo de producción, pero no ha dejado de ser capitalismo, pues no se ha tocado la esencia que lo define: la concentración ilimitada de la propiedad privada o la acumulación ilimitada de riquezas individual.

Sin embargo, hay algunos cambios inevitables, en este periodo histórico, que afectarán esa evolución por transformarse irreversiblemente su Modo de Producción. La dinámica fundamental de esos cambios está montada sobre la imposibilidad de evitar el desarrollo de las Fuerzas Productivas, a menos que una catástrofe masiva, una guerra de destrucción total o una dictadura de la clase dominante global, lo evite. El desarrollo de las Fuerzas Productivas es tan inevitable como el desarrollo de la ciencia y la tecnología, hoy en día podemos decir que es la misma cosa si le sumamos la lucha de clases.

Ese nuevo Modo de producción: cibernético, robótico e inteligencia artificial, será el  Ãºltimo implementado por el capitalismo y el primero de la era de transición socialista al comunismo. Como lo analizamos antes, el desarrollo de las fuerzas productivas, la elevación de la productividad y una producción suficiente para todos, no puede realizarse sin la eliminación casi completa de la mano de obra en las unidades productivas, su sustitución robótica, la administración cibernética de la producción y la sociedad, con un cambio revolucionario radical en las relaciones de producción, con sus consecuencias evidentes en la superestructura ideológica de la sociedad. Se podría criticar el productivismo inherente a esta visión, pero como demostró las tesis de Malthus, los recursos también pueden variar por el desarrollo científico, tecnológico y la planificación.

Lo que implicará esos cambios históricos será brutal: eliminación de las clases sociales, de la contradicción entre capital y trabajo, entre trabajo manual e intelectual, entre centro y                                 periferia, sustitución de la ideología dominante de clases, realización de la democracia participativa gracias a una tecnología que permitirá el voto y opinión permanente en todas las decisiones importantes, sustitución de la justicia del capital por la del bien común. Se eliminarán muchas profesiones de carácter inhumano y surgirán otras de formación intelectual, tiempo libre para la formación de los potenciales individuales: el humano universal en lugar del especialista fragmentado, etc. Muchos pensarán que será un nuevo totalitarismo y seguramente aparecerán, en ese futuro, organizaciones de guerrillas fundamentalistas, que harán la guerra para regresar al pasado de la contradicción y la oligarquía de la exclusividad del poder; pero lo logrado será un “totalitarismo” de la libertad y de la razón del bien común, como el viejo ideal de la revolución francesa, que aún nos deben: libertad, igualdad y fraternidad, no el “totalitarismo” de una minoría que en nombre del capital establezca su enfermedad en el mundo. 

El manifiesto comunista: 

“Cada sociedad histórica, se encuentre en la etapa que se encuentre, es un producto de su propio Modo de Producción, sus Relaciones Sociales de Producción y el nivel de desarrollo de sus Fuerzas Productivas, a los que corresponden distintos niveles de desarrollo moral, intelectual, cultural, político, jurídico y científico” (El manifiesto…)

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