Por: Santiago García Cabrera 

Esta entrada es la segunda parte de un artículo que empezamos a presentar el año pasado[1]. Allí hablamos sobre la crítica radical al capitalismo que hace el marxismo; en ésta, el objetivo es exponer la teoría marxista de la lucha de clases.

Teoría de la lucha de clases

Los ideólogos de la burguesía acusan al marxismo de ser una teoría que altera el orden social y que promueve la violencia al “incitar” a la lucha de clases. Así que comprender la teoría marxista de la lucha de clases no solamente tiene una importancia política estratégica, sino también inmediata. 

Para comprender qué es la lucha de clases, primero hay que comprender qué son las clases sociales en estricto sentido marxista. Para el marxismo, las clases sociales son los grupos sociales que se constituyen en torno a la relación social de explotación. ¿Y qué es la explotación?: es una situación en la que un grupo se apropia de los productos del trabajo de otro grupo. Como se vio en la primera parte de este artículo, esta es la primera crítica del marxismo al capitalismo: denuncia que es un sistema basado en la explotación, bajo la forma de extracción de plusvalía. Siendo así las cosas, respecto de la explotación solamente pueden formarse dos grupos: explotados y explotadores. Así que, una vez establecido que existe un sistema basado en la explotación, se concluye que solamente existen dos clases sociales; en el caso del modo de producción capitalista hablamos de la burguesía (explotadores) y el proletariado (explotados).

Es importante notar que esta noción de lo que son las clases sociales difiere de la noción weberiana de “estrato”. En ella, se agrupan individuos según determinadas características empíricas. Por ejemplo, en el sentido común existe la idea de clase social, según la cual existe la clase “alta”, la “baja”, la “media” y sus consiguientes puntos extremos e intermedios. Aquí, el criterio de clasificación sería el nivel de ingreso. Con este tamiz, se configuraría un continuo estadístico entre la persona más pobre y la persona más rica, haciendo una clasificación relativamente arbitraria, según quintiles, deciles o la agrupación porcentual de preferencia para el estadígrafo de turno. En esta noción, el método es la agrupación estadística; en la concepción marxista, el método es la caracterización de las relaciones sociales de producción. Aunque metodológicamente son diferentes, estas nociones no son mutuamente excluyentes, y es útil para el desarrollo del programa de investigación marxista hacer un uso complementario de estas técnicas estadísticas de agrupación.

Para el marxismo, las clases sociales tienen cuatro características: son constituyentes, dicotómicas, estructurantes y antagónicas. Son constituyentes, en dos sentidos: primero, en el sentido de que es la relación social de explotación la que constituye a los grupos que se relacionan allí: explotados y explotadores; por lo tanto, no es que exista primero, por un lado, el grupo de los explotadores o el de los explotados; dicha existencia tiene sentido sólo si la relación de explotación tiene precedencia lógica. Pero si la causa de la existencia de las clases sociales es la explotación, ¿cuál es el origen de la explotación? Desde el materialismo histórico, se puede afirmar que la explotación ha sido una estrategia de supervivencia social en un contexto de excedente económico escaso. Llamamos excedente al producto que permite vivir más allá de las necesidades inmediatas; por ejemplo, en las sociedades de cazadores-recolectores no había excedente, porque los distintos grupos debían conseguir su alimento constantemente y con cierta incertidumbre. 

Podemos afirmar que empieza a haber excedente desde la revolución agrícola del neolítico, pues la domesticación de plantas y animales daba cierta seguridad sobre el alimento; sin embargo, ese excedente económico propio de las sociedades agrícolas era escaso, pues no alcanzaba para todas las personas, por lo que se hacía necesaria la administración de ese excedente escaso. Quien ejerce dicha administración tiene ventaja en el usufructo del producto; por lo que desde los albores de la historia hubo una identificación entre la clase dominante y la administración de la economía. Es así que la explotación ha sido una necesidad histórica originada por la existencia de un excedente escaso.

Continuando con lo anterior, en segundo lugar, las clases sociales son constituyentes, en el sentido de que constituyen a los individuos que hacen parte de ellas. Sería correcto afirmar que las clases sociales (“burguesía”, “proletariado” …) no son agrupaciones de individuos, sino que son funciones sociales que ciertos individuos ejercen. Una persona hace parte del proletariado en la medida de que venda su fuerza de trabajo y produzca plusvalía; pero mientras esa persona está criando a su hijo, no está haciendo parte del proletariado, sino que está ejerciendo su labor de padre. Por supuesto: dicha labor está limitada por su pertenencia a la clase obrera, pero no está ejerciendo su función de clase cuando está siendo padre. Es importante tener esto presente, porque el objetivo de la revolución comunista no es el exterminio físico de los burgueses, sino la eliminación de la función social llamada “burguesía”.

Asimismo, las clases sociales son dicotómicas, pues dada una relación de explotación, solamente cabe la existencia de dos grupos sociales: explotadores y explotados; no existe un tercero en disputa. Por ejemplo, en las relaciones capitalistas de producción sólo existen dos clases: la burguesía y el proletariado; no existiría ninguna clase media en este caso. Sin embargo, la sociedad moderna se basa en la producción de mercancías, y en ella existen básicamente dos tipos: la producción capitalista y la producción simple de mercancías. En la capitalista, hallamos las dos clases antes mencionadas, mientras que en la producción mercantil simple no existe explotación, pues se trata de un productor privado con una pequeña propiedad que él mismo trabaja, sin contratar trabajo asalariado de forma sistemática; es aquí, en la producción mercantil simple, que encontramos nuestra clase intermedia: la pequeña burguesía. Pero para ello fue necesario salirse de la relación capitalista de producción propiamente dicha, que se basaba en la explotación.

Por otro lado, las clases sociales son estructurantes, porque a partir de ellas se estructura la totalidad de lo social. Mientras exista explotación y, por lo tanto, clases sociales, la sociedad se estructurará en función de dicha relación fundamental. Así, los sistemas de opresión y la dominación política del Estado tienen sentido en una sociedad de clases. Los sistemas de opresión tienen la función de facilitar la explotación, por medio del desconocimiento de parte o la totalidad de la subjetividad humana de determinados grupos. Como ejemplos, en la sociedad moderna tenemos grupos discriminados y oprimidos según su género (patriarcado), orientación sexual (LGBTIfobia), “raza” (racismo), nacionalidad (xenofobia), etc. Estos sistemas de opresión tienen la función de dividir a la clase obrera, con el fin de facilitar su explotación (por ejemplo, al discriminar a las negritudes, en promedio se les paga menos salario, lo que empuja el salario medio del conjunto de la clase obrera hacia abajo) y la dominación (pues al interior de la clase obrera emergen “enemigos” dentro de sus propias filas, que en este caso serían los grupos racializados, las mujeres, la comunidad LGBTI, los extranjeros, etc.; ello obstaculiza que la clase obrera apunte contra su verdadero enemigo: la burguesía).

No obstante, en la sociedad moderna existe una tensión, a propósito de los sistemas de opresión: por un lado, es una sociedad basada en la igualdad de derechos, misma derivada del intercambio equivalencial de mercancías; y, por otro lado, es claro que todo sistema de opresión es una vulneración a esta igualdad jurídica. Sin embargo, sin la división provocada dentro de la clase obrera que generan estos sistemas de opresión, sería mucho más difícil sostener la dominación de clase de la burguesía. Esta tensión explica dos cosas: en primer lugar, por qué se han logrado avances contra los sistemas de opresión en los países capitalistas; y, en segundo lugar, se clarifican los límites de estas luchas en el marco capitalista. Aunque no se puedan abolir dichos sistemas bajo el capitalismo, es necesario apoyar estas luchas, pues en el fondo son luchas contra la división de la clase obrera.

En el mismo sentido, el Estado tiene la función de proteger –en última instancia, por las armas– las relaciones de explotación existentes. Dado que todo Estado está en función de proteger a la clase dominante, para el marxismo todo Estado es una dictadura de clase. Dictadura es cuando todo el poder público está en manos de una persona, una junta militar, un partido o una clase. En la sociedad moderna, dado que la clase dominante es la burguesía, hablamos de Estado burgués (o dictadura capitalista). ¿Qué caracteriza al Estado burgués?: la defensa del derecho a la propiedad privada. Los ideólogos de la burguesía justifican la propiedad privada en virtud de que ésta sería producto del trabajo propio[2]; sin embargo, la propiedad privada de los capitalistas es usada para explotar trabajo ajeno: al señalar esta contradicción, estamos haciendo una crítica interna a la institución de la propiedad privada.

Si usamos esta característica como criterio, podemos afirmar que la gran mayoría de los Estados del mundo son dictaduras capitalistas, aunque tengan un régimen político democrático (democrático-burgués, por supuesto). Decir esto es contraintuitivo, porque el marxismo estaría afirmando aquí que países como Suiza son dictaduras. Sin embargo, la clave de esta afirmación es la siguiente: que, aunque se elijan distintos gobiernos por medio de votaciones periódicas, el desconocimiento de la voluntad popular se hará palpable apenas una opción revolucionaria tenga posibilidades de ganar por esta vía. El caso paradigmático de esta tesis es lo sucedido con el gobierno de Salvador Allende en Chile: se eligió un socialista por vía electoral, y la burguesía chilena decidió que se había acabado la democracia. Es en este sentido profundo que se habla de dictadura de la burguesía para todo Estado burgués: que, en últimas, el ejército de todos estos Estados no le pertenece “al pueblo”, sino a la clase dominante. El fenómeno fascista del periodo entreguerras también halla en esta tesis su explicación fundamental.

De la misma manera, incluso un asunto en apariencia alejado de la lucha de clases como lo es la cultura, está atravesado por ella, pues las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante. Si las ideas dominantes de una época no fueran las ideas de la clase dominante, habría una revolución y cambiaría la clase social dominante. Podríamos decir que las relaciones simbólicas de la sociedad –donde se encuentra la ideología– son el primer filtro de seguridad de las relaciones de clase existentes. De ahí la necesidad para el bando revolucionario de dar una lucha ideológica: sólo hay una revolución allá donde el pueblo la quiere; y si las ideas más difundidas y aceptadas son aquellas favorables al régimen, entonces cualquier revolución es imposible.

Por último, las clases sociales son antagónicas. No es sólo que dada una relación de explotación haya únicamente dos clases, sino que estas clases están enfrentadas entre sí. El conflicto mínimo es la lucha por el excedente: quien gana esta lucha es la clase dominante; así, la clase dominada lucha por que el producto necesario (después del cual está el producto excedente) ocupe una mayor parte del producto total. En la sociedad moderna, este conflicto mínimo se vive a través de las luchas por mejoras salariales. Sin embargo, este conflicto basal es el fundamento de conflictos de mayor escala, como lo son las huelgas generales o incluso las guerras civiles. Incluso más: el simple hecho de que exista un mercado laboral, implica la exclusión de millones de personas del empleo, lo que empuja a muchas de esas personas o a la indigencia o al crimen. Para el marxismo, es imposible la existencia de clases sin lucha, porque ellas mismas son producto de una lucha (la lucha por el excedente); además, esta lucha de clases es el fundamento de todas las guerras: tanto de las guerras civiles como de las guerras internacionales, pues éstas son llevadas a cabo por Estados, que son producto de las sociedades de clase.

Los ideólogos de la burguesía durante su época revolucionaria eran muy conscientes del carácter antagónico del conflicto de clases; por ello, propusieron una teoría del Estado, donde el Estado sería el ámbito en el que tal conflicto encontraría mediación: el Estado sería neutral. Sabían que tal conflicto no tiene resolución en la misma sociedad civil. Sin embargo, la teoría marxista del Estado afirma que el Estado no sólo no es neutral en la lucha de clases, sino que el Estado es una dictadura de clase, porque está en función de proteger la dominación de la clase dominante. Si esto es así, ¿en qué ámbito se podría negociar el conflicto de clase? Para el marxismo, la respuesta es clara: no existe ámbito donde se pueda conciliar el conflicto de clase

Si esto es así, significa que la solución del conflicto es su consumación, no su negociación. Dicho de manera escueta: si aceptamos que la lucha de clases es el conflicto fundamental de la humanidad, podemos afirmar que el problema fundamental de la historia sólo se puede resolver a las patadas. Entre menos fundamental sea el conflicto, más podemos resolverlo por medio del diálogo; entre más nos acerquemos al conflicto fundamental, menos podremos negociarlo.

Es por esta vía que llegamos a una de las ideas principales del marxismo: que la violencia es la partera de la historia. En esta metáfora, la violencia no es ni la madre gestante, ni la criatura naciente; es la partera, quien ayuda al nacimiento, pero no hace parte de él. La historia de la humanidad ha sido la historia de las luchas de clases, y ha sido a través de las revoluciones como ha avanzado. Sin embargo, esta aceptación de la necesidad de la violencia revolucionaria obliga al marxismo a hacer una reflexión teórica sobre qué criterios debe usar para considerar legítimo un ejercicio de la violencia. Tradicionalmente, el marxismo tuvo una discusión con la corriente blanquista, porque ésta consideraba que la revolución se podía dar si un pequeño grupo armado y bien organizado daba un golpe de Estado; ante esta posición, el marxismo siempre sostuvo que no era la violencia de una vanguardia la que iba a traer la revolución social, sino que era la violencia de masas (es decir, la violencia de la clase en su conjunto) la que daría el triunfo revolucionario. 

Por ello, el marxismo siempre defendió la necesidad de la educación política y la edificación de la consciencia de clase a través de las luchas, para que la revolución fuera un acto de clase y no un acto de un grupo aislado. La máxima según la cual “la liberación de los trabajadores será obra de ellos mismos” encuentra su explicación en esta idea. Por lo tanto, desde el marxismo se puede hablar de violencia revolucionaria cuando es violencia de masas, no cuando es violencia vanguardista.

En conclusión, los marxistas no incitamos ninguna guerra, porque ya estamos en guerra: una guerra histórica llamada lucha de clases, y nuestro objetivo no es prolongarla, sino acabarla. Solamente se le puede dar fin a la lucha de clases aboliendo la explotación y la sociedad de clases por medio de la violencia revolucionaria: tal es el horizonte estratégico del movimiento comunista.


[2] El caso paradigmático es John Locke en su Segundo tratado sobre el gobierno civil.

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