Por: Santiago García Cabrera

El presente artículo tiene por objetivo servir como texto de introducción al marxismo para todas aquellas personas que estén interesadas. No pretende profundizar en cada uno de los temas expuestos, sino solamente presentarlos de forma esquemática para que se puedan comprender con mayor facilidad las ideas fundamentales del marxismo. De manera provisional, podemos responder la pregunta del título así: es el pensamiento político y científico inspirado en la obra de Karl Marx y Friedrich Engels. Entonces, ¿Cuáles son las ideas fundamentales que se necesita defender para ser marxista? Siguiendo la esquematización propuesta por el marxista chileno Carlos Pérez Soto, diremos que son tres: 1) la crítica radical del capitalismo, 2) la teoría de la lucha de clases y 3) la concepción no utópica del comunismo.

Crítica radical del capitalismo 

La crítica que hace el marxismo del capitalismo es una crítica radical. Radical en el sentido de que critica de raíz cualquier manifestación del sistema capitalista, sin importar sus manifestaciones nacionales, funcionales o cuantitativas. Es decir, el marxismo no critica al capital extranjero para defender el nacional; no critica el capital financiero para defender el productivo; no critica a los grandes capitales para defender a los pequeños. El marxismo halla la raíz común de todas estas manifestaciones del capitalismo y la somete a la crítica, para a partir de ahí criticar sus distintas ramificaciones. Esta es una diferencia fundamental del marxismo con otros tipos de crítica al capitalismo, fundamentalmente las pequeñoburguesas.

¿Y cuál es esa raíz común? El marxismo, en primer lugar, denuncia que el capitalismo es un modo de producción basado en la explotación. ¿Y qué es la explotación?: es la relación social en la que un grupo se apropia de los productos del trabajo de otro; sucede cuando un grupo se apropia del excedente económico producido socialmente; quienes se quedan con el excedente, son los explotadores, y quienes lo producen son los explotados. La crítica a los sistemas económicos basados en la explotación es una crítica que comparte el marxismo con muchas teorías burguesas, especialmente aquellas que acompañaron a la burguesía en su lucha revolucionaria contra la aristocracia terrateniente en Europa. Estas teorías burguesas criticaron el feudalismo y el esclavismo como modos de producción basados en la explotación. Contemporáneamente, las teorías burguesas se encargaron de denunciar a los socialismos burocráticos como sistemas basados en la explotación. Sin embargo, estas teorías tienen el obstáculo epistemológico de ver la explotación capitalista. El marxismo contiene una teoría que busca demostrar el carácter explotador del capitalismo.

Los defensores del capitalismo dicen que éste no está basado en la explotación, porque en este sistema se les paga a los trabajadores un salario, que –según estas teorías– es el precio justo por el trabajo realizado. A su vez, cuando se les pregunta por el origen de la ganancia, dicen que ésta se genera en el mercado, en el intercambio: nuestros empresarios son unos genios de los negocios que saben vender caro y comprar barato, y en esta diferencia radicaría el origen de la ganancia. Sin embargo, esta teoría no explica por qué la burguesía es cada vez más rica, ni explica el crecimiento económico que se ve en las sociedades capitalistas. Es decir: si los capitalistas obtienen sus ganancias en el intercambio, esto significa que en el capitalismo solamente habría una redistribución de valor, y se lo apropiarían los capitalistas que más capacidad de engaño tuvieran. Pero en el capitalismo no vemos solamente redistribución de valor, sino también producción de valor, que percibimos como crecimiento económico en las estadísticas que brindan las diferentes instituciones burguesas. Entonces el origen de la ganancia no puede estar en el intercambio; tiene que estar en la producción.

La teoría de la plusvalía es una teoría sobre el origen de la ganancia, y dice que éste se halla en la diferencia entre el valor que produce el trabajador y el valor que le es retribuido en forma de salario. Es decir: los trabajadores producen más valor que el que se les paga a fin de mes, lo cual quiere decir que los capitalistas se apropian de los productos del trabajo de la clase obrera; en una palabra, el capitalismo es un sistema basado en la explotación. Pero si esto es así, ¿entonces qué es el salario? El salario no es el precio justo por el trabajo hecho (si fuera así, no habría ganancia), sino que es el precio de una mercancía que se llama fuerza de trabajo. Los capitalistas son compradores de fuerza de trabajo, mientras que la clase obrera es vendedora. ¿Cómo se determinan los precios en general y del salario en especial? La primera determinación de los precios de mercado (es decir, los precios con los que los consumidores compramos las mercancías) son los costos de producción: ningún vendedor de mercancías quiere venderla por debajo de lo que cuesta producirla; alrededor de este costo producción[1] entra a jugar la oferta y la demanda, que hacen gravitar los precios de mercado sobre los costos de producción.

¿Y cómo se determina el salario?: a partir del costo de producción y reproducción de la clase obrera. Es decir, en el salario se contienen los costos de la alimentación, vestuario, transporte, vivienda, salud, educación, formación profesional y algunos bienes durables como celulares y televisores, no solamente para el trabajador, sino para su familia (“reproducción”). Por supuesto, la calidad y extensión en el acceso a estos bienes y servicios es un asunto determinado social e históricamente, pero lo central es que como mínimo, el capitalista necesita que el trabajador tenga la capacidad fisiológica y logística de ir a trabajar al menos lo que dure su contrato de trabajo, y también necesita que su familia subsista para asegurar la continuidad intergeneracional de la clase obrera. A partir de este costo de producción y reproducción, entra a jugar la oferta y la demanda. Para que haya capitalismo es necesario que exista el mercado laboral, lo cual implica que es necesario que exista algún grado de desempleo, porque de otra manera no habría oferta de fuerza de trabajo y, por lo tanto, no habría trabajo asalariado. Y aunque los capitalistas pagan el salario según su valor, así como cuando yo compro una mercancía y luego la uso como quiero, de la misma manera los capitalistas usan la fuerza de trabajo como quieren, en el tiempo estipulado en el contrato laboral. Es así que la función social de los capitalistas consiste en procurar que sus trabajadores produzcan más valor del que se les paga en forma de salario. No es automático que los capitalistas –por ser propietarios privados de los medios de producción– exploten al proletariado –por vivir del trabajo asalariado–: se necesita el elemento activo, su participación en ese proceso de extracción de plusvalía, so pena de caer en la quiebra.

Es así que hay dos grandes mecanismos de extracción de plusvalía: la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa. La extracción de plusvalía por la vía absoluta es lo que en el sentido común comprendemos por explotación: significa aumentar la plusvalía disminuyendo los salarios, aumentando la jornada laboral y la intensidad del trabajo. Y aunque a veces tendemos a pensar que este mecanismo obedece al “capitalismo salvaje” o a economías capitalistas atrasadas, es necesario señalar que la política monetaria orientada a mantener niveles bajos de inflación (es decir, no se busca una alta inflación porque ello haría perder la principal función del dinero: ser medida de valor; pero tampoco se busca una inflación igual a cero) funciona en la mayoría de países capitalistas porque este es un mecanismo de reducción del salario real (es decir, de la capacidad de compra del salario), lo que abarata la fuerza de trabajo. Y esta política permite bajar los salarios sin generar grandes convulsiones sociales, como ocurría en la época donde el patrón-oro y la moneda fuerte obligaba a los capitalistas a bajar los salarios nominales para abaratar la fuerza de trabajo.

La plusvalía relativa, en cambio, sí es una concepción más extraña al sentido común: sucede cuando se aumenta la plusvalía incluso con aumentos salariales y reducciones de la jornada laboral. ¿Bajo qué condiciones es esto posible? En la competencia capitalista, los distintos empresarios están inmersos en una guerra de precios, donde se busca reducir al máximo el precio de las mercancías para provocar la quiebra de los competidores y así apropiarse de una mayor porción del mercado. Como veíamos arriba, para reducir los precios de mercado se deben reducir los costos de producción, por lo que en esta guerra la principal arma es la intensificación tecnológica de la producción: en plata blanca, los capitalistas impulsan el cambio tecnológico cuando ven que un obrero y una máquina producen más mercancías en el mismo tiempo que diez obreros sin ninguna máquina. Es así que este capitalista innovador reduce los costos de producción (para empezar, deja de pagar el salario de nueve obreros) y por lo tanto los precios de mercado. Esto genera un aumento extraordinario de las ganancias, lo que a su vez le permite al capitalista un margen de maniobra para aumentar el salario al obrero que sobreviva al reemplazo de las máquinas, e incluso reducir su jornada laboral. Sin embargo, al producir diez veces más que antes, este obrero, a pesar de que le paguen mejor, es más explotado que antes, porque el capitalista se apropia de más productos de su trabajo. Según Rosa Luxemburgo, la plusvalía relativa era la idea más revolucionaria del marxismo, porque sostiene no solamente que los obreros mejor pagados están siendo explotados, sino que los obreros mejor pagos son los más explotados.

Pero aparte de denunciar y demostrar su carácter explotador, la crítica radical del marxismo al capitalismo contiene una teoría endógena de las crisis. Es decir, una teoría de los mecanismos internos del capitalismo que lo llevan a sus crisis sistemáticas y recurrentes. Cuando sucede una crisis económica, los defensores del capitalismo buscan cualquier causa externa que la explique; la explicación más común es que las crisis se originan en una mala política económica de los distintos gobiernos: los liberales dicen que es culpa de una excesiva intervención del Estado en el mercado, y los keynesianos dicen que es culpa de una falta de intervención estatal. Sin embargo, las crisis recurrentes son una de las principales características empíricas del capitalismo, que lo han atravesado durante toda su historia, sin importar el tipo de política económica que hayan estado llevando a cabo los gobiernos: ellas suceden alrededor de cada diez años (cada ocho, diez, doce…). Este carácter sistemático de las crisis hace inverosímil las teorías exógenas, porque, por ejemplo: si el origen de ellas es la mala política económica, ¿entonces cuál es el origen de esta mala política económica?, ¿por qué se dan de manera casi cíclica?, ¿acaso los gobiernos del mundo se coordinan cada ocho, diez o doce años para provocar una crisis económica con sus malas políticas?, ¿en qué momento los gobernantes llegaron a semejante acuerdo y por qué lo han mantenido a lo largo de toda la historia del capitalismo?, ¿acaso a los gobiernos les conviene que haya crisis económica, que a su vez puede generar crisis políticas?, ¿qué sentido tiene todo esto? Muchas preguntas y pocas respuestas, o respuestas que conducirían a teorías de la conspiración, poco científicas.

¿Entonces cuáles son estos mecanismos internos del capitalismo que lo llevan sistemática y recurrentemente a las crisis? La explicación que más usaron Marx y Engels para dar cuenta de este fenómeno, es la sobreproducción de mercancías. Sucede que las permanentes revoluciones tecnológicas del capitalismo hacen que cada vez sea más productivo. Cada vez produce más mercancías por menos tiempo y fuerza de trabajo. El problema que esto contiene para la economía capitalista es que, debido a la competencia, las empresas se ven obligadas a producir lo máximo posible, como si se pudiera producir infinitamente; en cambio, el mercado es finito porque la capacidad de compra de la población es finita. Entonces llega un momento en el que se producen más mercancías de las que el mercado puede absorber, y en ese desajuste muchas empresas van a la quiebra.

Y como el hecho de que el mercado no pueda absorber lo producido se vive con que muchas personas en la sociedad tengan poca o nula capacidad de compra, la teoría de la “burguesía ilustrada”[2] –el keynesianismo– propone que se aumente esta capacidad de compra mejorando los salarios y con políticas de pleno empleo. Sin embargo, justamente a esto tiende el capitalismo en su fase de auge en el ciclo económico. Mientras la economía experimenta crecimiento económico y los negocios van bien, los capitalistas están ávidos de invertir y con la inversión disminuye el desempleo; y al disminuir el desempleo, baja la oferta de fuerza de trabajo y por lo tanto su precio sube: los salarios tienden a mejorar cuando hay crecimiento económico. Pero como los salarios y las ganancias tienen una relación inversamente proporcional, este aumento de salarios cada vez amenaza más las ganancias; y cuando la tasa de ganancia disminuye (es decir, cuando baja la relación entre el capital invertido y las ganancias finales), la inversión también disminuye; y al bajar la inversión, vuelve el desempleo y el ciclo vuelve a iniciar. Este es el mecanismo de la “estrangulación de ganancias”, que ha investigado la teoría marxista contemporánea. Ambos mecanismos (el de la sobreproducción y el del estrangulamiento) ocurren paralelamente durante el ciclo económico: entre más inversión, más empleo; entre más empleo, más producción; entre más empleo, menos ganancias.

Durante las crisis económicas hay una sorprendente destrucción de la capacidad productiva: no es solamente la quiebra de las empresas y la pérdida del empleo de centenares de miles y hasta millones de trabajadores, sino que es también la destrucción física de los bienes. En su desespero por vender las mercancías, a muchos capitalistas les toca vender sus productos por debajo de su costo de producción; y como última estrategia desesperada, recurren a la destrucción del producto para generar una escasez artificial y así poder recuperar los precios que funcionan en tiempos “normales”. Y esta es la principal diferencia de las crisis económicas del capitalismo con la de los modos de producción precapitalistas: mientras que antes del capitalismo las economías entraban en crisis porque había alguna mala cosecha, o porque una guerra produjo tal devastación que no hubo capacidad productiva para sostener a toda una población, en el capitalismo primero ocurren las crisis económicas y luego sucede la destrucción de las fuerzas productivas. Esta explicación no debe llevar al equívoco que el marxismo niegue la presencia de factores externos en las crisis del capitalismo (por ejemplo, aunque antes de la pandemia existían signos de debilidad económica, no se puede explicar la profundidad de la crisis económica sin mencionar la política sanitaria del aislamiento social para enfrentar la pandemia).

Sin embargo, ninguna crisis del capitalismo es una crisis final: el sistema no se va a acabar por inercia económica. Así como existe un mecanismo interno que lleva al capitalismo a las crisis, de la misma manera existe un mecanismo interno que hace resurgir al capitalismo después de las crisis. Sucede que con la quiebra de empresas y el aumento del desempleo que ello conlleva, disminuye el precio de la fuerza de trabajo, y cuando los salarios están lo suficientemente abajo, a los capitalistas nuevamente se les hace atractivo invertir. O sea que el capitalismo sale de las crisis aumentando la explotación. Esta teoría endógena de las crisis nos señala que para mejorar de manera permanente las condiciones de vida de la mayoría de la población, no es suficiente con una estrategia reformista que se limite a dar luchas por mejoras salariales; este carácter endógeno de las crisis explica por qué Marx decía que las luchas por reivindicaciones salariales eran una guerra de guerrillas: si se mantenían en este terreno, solamente se obtendrían victorias esporádicas, pero como Sísifo, estaríamos obligados permanentemente a dar la misma lucha. Por lo tanto, se hace necesario plantear una estrategia revolucionaria que tenga como objetivo el derrocamiento del capitalismo y no solamente su reforma.

Así, hemos explicado la primera gran idea del marxismo: su crítica radical del capitalismo. A esta crítica Marx le dedicó la mayor parte de su obra y de su vida. Tiene el mérito de tener categorías capaces de criticar incluso el mejor capitalismo posible, a diferencia de otras teorías críticas que solamente tienen la capacidad de criticar al capitalismo “salvaje”, proponiendo, entonces, un capitalismo “más humano”. Pero esta no es la única gran idea que defiende el marxismo: en la próxima parte, explicaremos la teoría marxista de la lucha de clases.


[1] Advertimos que hay otra categoría: la de los precios de producción, que es la suma de los costos de producción y la tasa media de ganancia. Decidimos omitir la explicación de este fenómeno, porque la formación de la tasa media de ganancia tiene una complejidad que excede los propósitos de este artículo divulgativo.

[2] Keynes se percibía como un representante de la burguesía ilustrada

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente