Por: Santiago Pulido Ruiz
A finales del
mes de septiembre, la Comisión Primera del Senado aprobó, en primer debate, la
reforma política e institucional que propone el gobierno de Gustavo Petro y
Francia Márquez. Desde el Ministerio del Interior y la presidencia del Congreso
se sostiene que la reforma ayudaría a combatir el clientelismo electoral,
además, garantizaría la paridad de género en las representaciones legislativas,
en los órganos de control administrativo y en las Juntas de Administración
Local.
Sin duda, se
trata de una apuesta importante en la transformación de las estructuras de
representación política. Sin embargo, la naturaleza del proyecto deja abierta
algunas inquietudes: ¿Cuáles son los alcances reales de la reforma? ¿Qué
cambios traerá en términos de democratización del régimen político? ¿De qué
forma se garantiza la participación e incidencia de pequeños grupos u
organizaciones políticas en la esfera electoral e institucional? A
continuación, se abordan -de forma muy general- el contenido de la reforma y
algunos comentarios a propósito de la transformación del régimen político y
electoral.
i. Contenido de la reforma:
La Reforma
Política, en cabeza del Ministro del Interior, Alfonso Prada, propone cambios
en múltiples direcciones y niveles: los cambios irían desde las condiciones de
selección de candidato/as por parte de partidos políticos hasta las condiciones
para ocupar cargos de elección popular y ministerios, pasando, también, por la
financiación de campañas electorales. Es decir, esta reforma busca, en teoría,
atacar las redes de clientelismo del sistema político-electoral colombiano,
fortalecer el sistema de partidos y equilibrar, a largo plazo, las inequidades
y desigualdades de género en las representaciones político-institucionales.
Entre las
principales propuestas se destacan: i. La obligación a partidos y
movimientos políticos de presentar listas cerradas y con paridad de género en
elecciones legislativas y comicios regionales; ii. La
financiación de campañas vendría, mayoritariamente, del Estado; iii.
Flexibilidad en el cambio de militancia política: se permitiría a figuras de
elección popular cambiar de partido político sin renunciar a su curul ni
incurrir en doble militancia; iv. Se implementaría, durante dos
periodos constitucionales, el voto obligatorio (medida que se retiró en segundo debate); v. Se permitiría
a cualquier congresista la posibilidad de integrar el gabinete ministerial con
previa renuncia; vi. Se limitaría (a cuatro periodos) la
reelección en corporaciones públicas de elección popular (Congreso, Asambleas
Departamentales, Consejos Distritales y Municipales y Juntas de Administración
Local); vii. Se reduciría la edad mínima (a 25 años) para asumir
cargos legislativos
Estas siete
transformaciones, asegura el gobierno nacional, fortalecerían el sistema partidista, darían mayor consistencia a la identidad política e ideológica y transformarían la cultura democrática del país. Además, permitiría
avanzar, por primera vez, en la eliminación de las inequidades y desigualdades
de género en los puestos de representación política nacional, subnacional y
local.
Desde luego, es un avance
que el Gobierno Nacional plantee una reforma con posibles impactos en los
procesos y prácticas de representación local. A diferencia de anteriores
reformas, esta no se reduce, simplemente, a los puestos de representación
nacional o a modificar el procedimiento legislativo, sino que incluye comicios regionales y elecciones locales (en el caso
de las JAL). Sin embargo, una iniciativa de este tipo (progresista) no solo debe impactar las formas de representación de la vida local,
debe reconocer, además, la autonomía de los procesos de autoorganización social
y comunitaria.
En todo caso,
la reforma -que se presentó como Acto Legislativo- alcanzó la aprobación en
segundo debate de la Comisión Primera del Senado. Ahora requiere, para
completar la primera fase, dos debates en Comisión Primera y en Plenaria de
Cámara de Representantes. De lograr mayoría simple en estos dos escenarios, la
reforma pasaría a segunda vuelta. Allí requiere de mayoría absoluta en los 4
debates restantes.
ii.
¿Hacia la democratización
del régimen político?
Tras la
aprobación en segundo debate de la reforma, se ha generado una
discusión en torno a los alcances de la propuesta. Por parte de sectores de
izquierda, se ha rechazado, parcialmente, puntos de la reforma (especialmente
la obligación de lista cerrada) argumentando que, en la práctica, limita la
participación de liderazgos sociales emergentes y pequeños grupos
políticos.
Al respecto,
hay que aclarar que esta Reforma tiene un sentido estratégico. No pretende avanzar
en la gran reforma democratizadora del régimen político. Las medidas buscan,
simplemente, construir un ambiente institucional favorable al progresismo: la
flexibilidad en el régimen de incompatibilidades (posibilidad de que un
congresista pueda cambiar de partido político o saltar del Congreso al gabinete
ministerial), la obligación de presentar listas cerradas en elecciones
nacionales y regionales son medidas que benefician, en buena medida, al
proyecto político del gobierno.
Por ejemplo,
en el marco de la aprobación de reformas más estructurales (Reforma Agraria,
Tributaria o Salud), al gobierno Petro le conviene tener dentro de sus
ministros a figuras con amplio apoyo popular (un congresista de coalición) o
con margen de negociación con sectores estratégicos (un congresista de partidos
independientes o de bancada de gobierno). De cara a las elecciones regionales, el
Pacto Histórico requiere, nuevamente, una estrategia uniforme (lista cerrada) que
les permita crecer electoralmente. Es decir, es una reforma política que, de
cierto modo, tiene un pie en la próxima coyuntura política y electoral.
Sin embargo,
más allá de su sentido estratégico, debe decirse que se trata de una reforma
con grandes límites. El proyecto no aclara, por ejemplo, cuáles serán los mecanismos de
democracia al interior de partidos o coalición de partidos para la selección de
candidato/as. En ese contexto, las “pequeñas” organizaciones y liderazgos
emergentes sí pueden ser desplazados del escenario político-electoral o, por lo
menos, de las posibilidades reales para llegar a puestos de representación
política.
De hecho,
este tipo de iniciativas puede generar que los pequeños grupos políticos
terminen aislados del escenario electoral o que tiendan a quedar subsumidos
dentro de grandes o medianas estructuras partidistas. Tampoco queda claro si
habrá una reforma a la estructura institucional-electoral del país y al Consejo
Nacional Electoral.
De todos modos,
es una apuesta legítima por parte del Gobierno Nacional y, como tal, la izquierda debe acompañarla. No obstante, los
movimientos populares y los sectores sociales organizados deben comprender los
enormes límites de esta propuesta que no afectará, en sentido estricto, el
régimen político ni la estructura de participación electoral. Es más, esta
reforma intenta dar una salida institucional a la crisis del sistema de
partidos que venía ocurriendo hace unos años y que encontró su punto de
inflexión con las movilizaciones del año 2021.
Es posible,
bajo un escenario de ese tipo, que las contradicciones sociales, antes que resolverse,
crezcan y se agudicen. En ese sentido, es tarea de los movimientos
populares impulsar, en el largo plazo, una propuesta de reforma tanto del
régimen político como del sistema electoral colombiano. Las formas de
autoorganización popular y los mecanismos de democracia social representan, en
un escenario futuro, insumos importantes de cara a un nuevo proceso instituyente.
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