El
año pasado, entre los meses de Abril y Julio, Colombia asistió a una inédita
oleada de protestas, no solo en las principales ciudades del país, sino también
en los pequeños municipios y en el sector rural. La indignación ciudadana se
tomó las calles, luego del intento del gobierno Duque por aprobar una reforma
tributaria que cargaba sobre los hombros de la clase trabajadora y las capas
medias, el peso de la crisis económica derivada de la pandemia. A pesar de
la fuerte represión que vivieron quienes participaron de las protestas,
especialmente los y las jóvenes, la desesperación ante la situación económica y
social que dibujaba un escenario de desempleo, hambre, pobreza y falta de
oportunidades educativas, no disminuyó el entusiasmo huelguístico y, de esta
forma, terminó de debilitarse la poca legitimidad y gobernabilidad que le
quedaba al gobierno.
En
gran medida, el reciente triunfo de la fórmula Petro-Francia en las pasadas
elecciones, es el resultado del desgaste político de las élites que han gobernado
al país durante buena parte de la historia republicana. Pero si ampliamos un
poco más el arco histórico para comprender cómo se llegó a este triunfo de las
fuerzas alternativas o progresistas, debemos reconocer que, luego de 30 años de
las denominadas “reformas estructurales”, término eufemístico con el que se
pretende normalmente edulcorar la ofensiva del capital contra el trabajo en el
marco del nuevo patrón de reproducción del capital, el neoliberalismo, lo
sucedido el año pasado es la coronación de un conjunto de contradicciones que
se venían acumulando y desplegando de tiempo atrás y que, con la pandemia, han
sido evidentes más claramente y para un conjunto más amplio de sectores
sociales, lo cual condujo a que las consecuencias de estas contradicciones
resultaran insostenibles e insoportables.
En
especial, el rasgo más elocuente de los intereses de clase que representa el
neoliberalismo como expresión del capitalismo realmente existente en Colombia,
es el de la desigualdad y la exclusión. Desigualdad referida al aberrante
índice de concentración del ingreso, uno de los más altos del mundo, que nos
recuerda abrumadoramente que los frutos del crecimiento económico se quedan en
muy pocas manos y nos conducen a pensar que la experiencia de vivir en Colombia
es muy distinta para alguien radicado en la capital del país, quien ha logrado
acceder a educación superior, llega a su casa y encuentra agua potable, entre
otros mínimos materiales para tener una vida digna, frente a lo que
cotidianamente vive un joven de Quibdó, de Uribia en La Guajira o lo que padece
una mujer en algún municipio del Putumayo.
Porque
sí, es importante recordar que en pleno siglo XXI el 40% de
la población colombiana no tiene agua potable, el 60% de
los jóvenes que termina el bachillerato no accede a la educación superior,
el 50% de las familias colombianas no tienen vivienda
propia, 87 niños y niñas menores de cinco años por
cada 10.000 habitantes sufren de desnutrición aguda
–principalmente en Vichada- y por cada 100 hombres en situación
de pobreza hay 118 mujeres que padecen esta situación.
Este
panorama desolador de profunda exclusión y desigualdad, contrasta con el
paraíso que normalmente dibujan los libros de texto de economía colombiana,
escritos por reputados economistas, muchos de los cuales han ostentado
importantes cargos en la estructura del Estado –hasta el convicto Andrés Felipe
Arias, célebre por haber entregado subsidios del programa Agro Ingreso Seguro a
familias ricas, tiene su propio manual de Economía Colombiana-; así, varios de
ellos, han sido directamente responsables del estado actual de cosas; en la
práctica, sus manuales, además de ser un intento por defender un modelo
económico en el cual creen con la fé que solo tienen los ayatolas del
capitalismo, también es un mecanismo para autoexculparse del desastre que ellos
mismos han ayudado a incubar.
En
estos manuales, es común encontrar una visión idílica de lo que han sido las
transformaciones económicas de los últimos 30 años y
los “grandes logros” en materia de crecimiento económico y progreso social. Por
ejemplo, en el famoso manual de Mauricio Cárdenas, ex
ministro de Hacienda, se toma “un colombiano al azar”, es decir, un colombiano
en promedio, que tiene 28 años en promedio, con 9.3 años
promedio de estudio, que en promedio vive en la ciudad en un apartamento o
casa, que en promedio vive 74 años, que en promedio
vive en pareja pero no está casado, entre otros rasgos.
Y
así, con la escoba del promedio se arrojan debajo de la alfombra de estos
manuales los profundos contrastes de la sociedad colombiana. Por ejemplo,
mientras el 71% de los productores agrícolas viven en
fincas de menos de cinco hectáreas que ocupan el 3% del
área, el 0.2% de productores están en fincas de más de
mil hectáreas y ocupan el 60% del área. Así las cosas
¿para qué engañarse con los promedios?
El
mar de autocomplacencia de los autores de estos manuales, los llevó a
plantearse la siguiente pregunta cuando los tomó por sorpresa el paro nacional
de 2021: si la economía colombiana ha mostrado tanto
dinamismo, si muchos salieron de la pobreza en los últimos treinta años, si la
esperanza de vida en promedio ha aumentado, si el número de años de educación
en promedio ha aumentado, si ahora la mayoría de colombianos tienen celular, en
suma, si las actuales generaciones viven mucho mejor que sus padres o abuelos –
a veces hasta nos recuerdan todas las limitaciones que padecían los seres
humanos en la Edad Media para señalarnos cuánto hemos avanzado gracias a la
economía de mercado-, entonces, si esto es así ¿Por qué salieron a
protestar el año pasado? ¿Cuál es el origen de la inconformidad si todo marcha
muy bien en la línea del progreso nacional?
Pues
bien, Economía Colombiana, una introducción crítica, el
libro que hoy nos presenta nuestro amigo y compañero de luchas Carlos
Duque gracias a la apuesta de la editorial Ibáñez y desarrollado
en el marco de sus estudios de doctorado en Economía en la Universidad
Autónoma Metropolitana en México, va en contravía de lo que los
manuales de economía convencionales nos tienen acostumbrados y en contravía del
paraíso que nos han querido dibujar los economistas al servicio del poder.
Como
un reflejo de la evolución intelectual y política de Carlos, su libro nos
permite hacer un recorrido por los rasgos estructurales de una economía
capitalista dependiente como la colombiana, desarrollando una narrativa muy
rigurosa y empíricamente sustentada, sacando de debajo de la alfombra todo lo
que los defensores del estado de cosas vigente quieren ocultar: el carácter
dependiente de la economía colombiana, el verdadero funcionamiento del mercado
capitalista, la existencia de una sociedad de clases profundamente desigual
–más allá del “colombiano promedio tomado al azar”, y que encuentra como
explicación fundamental la explotación del trabajo y no la “diferencia de
esfuerzos y habilidades”, las dificultades que tienen las mujeres para lograr
las mismas condiciones y oportunidades que los hombres, los retos que implica
el cambio climático, el activo papel del Estado en pleno despliegue del
neoliberalismo –a diferencia de la absurda narrativa según la cual el Estado es
un obstáculo para el verdadero desarrollo capitalista, tan en boga en los
discursos de los libertarios- así como la naturaleza de las crisis capitalistas
y quién paga por ellas.
Para
desarrollar este propósito, Carlos nos propone 7 capítulos
divididos en tres partes, que van desde la macroeconomía del capital, en el que
desarrolla una visión de conjunto no solo de la economía colombiana, haciendo
una interpretación heterodoxa del PIB y los sectores
que lo componen, sino también una visión panorámica de lo que nos va a ofrecer
el conjunto de su obra, pasando por el estudio del mercado laboral colombiano,
en el que realiza importantes reflexiones sobre el mundo del trabajo, la
estructura de clase de la sociedad colombiana y el origen de las ganancias en
el capitalismo, para posteriormente, ofrecernos en la segunda y tercera parte
del libro una articulación entre el Estado, la política económica, el sector
externo y las crisis.
Este
complejo recorrido, realizado con maestría, claridad expositiva y amplio
material empírico que ayuda a clarificar el sentido de las ideas expuestas,
tiene como fundamento teórico un abordaje heterodoxo, alejado, como el mismo
Carlos señala en la introducción al texto, del “paradigma neoclásico y
neoinstitucionalista que domina la mayor parte de los textos sobre economía
colombiana que circulan en el país”. Su apuesta teórica combina el marxismo
heterodoxo moderno, la economía ecológica crítica y la economía feminista de
ruptura, a lo que hay que agregar también el pensamiento económico y social
latinoamericano, desde el estructuralismo hasta la teoría marxista de la
dependencia, corrientes olvidadas –que no proscritas- en las facultades de
economía del país.
Los
alcances –y limitaciones- de esta combinación teórica, para nada arbitraria o
expuesta como simple eclecticismo disparatado, podrán ser establecidos por las
y los lectores del libro, quienes encontrarán una importante caja de
herramientas para la aproximación a la economía colombiana, ya sea en el ámbito
académico de la formación de economistas y demás profesionales de las ciencias
sociales, o para la ciudadanía en general, desde los trabajadores organizados,
hasta el variopinto conjunto de movimientos sociales. La Economía Colombiana de
Carlos permite dialogar con la diversidad de la sociedad colombiana.
Destaco
como elemento central articulador del desarrollo teórico-conceptual y empírico
del libro, la categoría de Metabolismo Social. Carlos nos recuerda que “La
economía interactúa con su entorno natural a partir de flujos de materiales y
energía, de los cuales depende para su continua reproducción. Dicha interacción
se conoce como metabolismo social y está determinada histórica y culturalmente.
Es decir, cambia con el tiempo y con las formas de organización económica”.
Este
es uno de los grandes méritos del libro de Carlos, pues permite compatibilizar
el estudio de las categorías de la economía, la creación del valor, su
distribución y consumo, con la problemática ecológica, de modo que nos entrega
insumos para comprender el alcance del vuelco climático global, que más allá de
los ciclos naturales del planeta, está asociado no a la “acción del hombre”,
como genéricamente se tiende a presentar, sino como consecuencia de la forma
capitalista de organización de la producción y de la vida social.
De
hecho, el balance que nos presenta Carlos en su texto, permite comprender el
pesimismo que nos caracteriza a quienes señalamos que difícilmente la crisis
ecológica actual puede resolverse en el marco de la existencia del capitalismo.
Además, desde el punto de vista del necesario diálogo entre la economía y otras
disciplinas sociales, el texto deja atrás la unilateralidad que caracteriza
buena parte de la bibliografía convencional y explora la interacción con la
sociología, la historia, los estudios ambientales, entre otras ramas del saber
social.
Así
pues, como observarán los lectores, la apuesta de Carlos en el libro es
innovadora y, de cierto modo, arriesgada, dado que intenta hacer un análisis de
la totalidad social concreta colombiana, a partir de diversos referentes
teóricos. Quizá, en nuevas ediciones del libro, que seguramente surgirán como
consecuencia de la profundización de los estudios de Carlos, así como de los
comentarios y balances que el entorno académico y social hará sobre él, se
fortalecerá la conexión entre esta noción de metabolismo social con lo que nos
puede decir la economía feminista de ruptura, dado que el despliegue de la
crisis ecológica y en especial sus consecuencias, se viven de manera
diferenciada dependiendo del género, no solo de la clase.
También,
vale la pena preguntarse hasta dónde es posible crear la conexión entre estas
distintas vertientes teóricas con la teoría económica de Marx y su médula, la
teoría del valor-trabajo, dado que la economía ecológica y la economía
feminista de ruptura no hace explícita necesariamente su adscripción a una
concepción del valor como la de Marx. En todo caso, y pensando preliminarmente,
quizá algunas ideas provenientes de la economía ecológica puedan servir para
profundizar –que no para resolver- la vieja discusión –aún abierta- sobre la
distinción entre el trabajo productivo y el trabajo improductivo.
Mención
aparte merece una reflexión acerca de hasta qué punto el libro que nos presenta
hoy Carlos, en el que muestra las características del funcionamiento de la
economía colombiana como una economía capitalista, nos permite concatenar este
funcionamiento que responde a leyes, con la dinámica política cuya lógica está
dominada por la contingencia. Es decir, ¿esta economía política y su
metabolismo social, determinan totalmente la acción colectiva? ¿al escudriñar
en las leyes de funcionamiento del capitalismo realmente existente en Colombia,
se define la determinación en última instancia de la economía sobre la política,
o se nos sugiere simplemente un marco, un contexto, en el que los actores
sociales tienen una capacidad relativa de agencia?
Por
supuesto, el texto de Carlos tiene un enfoque predominantemente de economía
política y no tiene como propósito realizar un balance de los rasgos políticos
de la sociedad colombiana ni establecer las posibilidades de alguna opción
política en particular. Pero el texto sí está situado política e
ideológicamente, como el mismo Carlos nos lo recuerda en su introducción, al decir
que “el libro no asume una defensa a priori de las instituciones económicas y
políticas fundamentales en Colombia y otros países: ni de los mercados, ni del
sistema de empresa privada, ni del ordenamiento jurídico liberal. Tampoco se
ofrece una defensa soterrada o implícita de las élites económicas y políticas
que han dominado al país. Al contrario, a lo largo del libro hacemos explícitas
nuestras críticas a dichas instituciones y grupos sociales, develando sus
intereses materiales, contradicciones y límites históricos.”
Además,
en los capítulos 6 y 7, donde aborda
el asunto de la acumulación de capital en Colombia y las ondas largas y las
crisis, el autor nos brinda unas sugestivas ideas que pueden servir de insumo
para el debate sobre la influencia de los ciclos económicos sobre los ciclos de
la política, los cambios en la correlación de fuerzas, las contradicciones al
interior del bloque social dominante y los alcances y limitaciones de la
movilización social. Así mismo, el texto permite alimentar el debate –también
en el marco de la discusión sobre la relación entre economía y política- sobre
la naturaleza del Estado capitalista, quizá matizando la idea de que este es
solo la junta administradora de los intereses del capital, para reconocer, con
Poulantzas y otros autores que aportaron elementos a la teoría marxista de la
política, que dentro y por el Estado hay lucha de clases, en suma, que el
Estado es un campo en disputa en América Latina y Colombia.
Contra
el economicismo y reduccionismo de clase típico del marxismo ortodoxo, pero
también contra el relativismo y la idea de contingencia extrema que ofrece la
teoría posmoderna más radical, tan en boga en estos días, para abordar la
interacción entre economía y política el propio Marx nos aporta una salida en
el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “Los hombres hacen
su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias
elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se
encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La
tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el
cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a
transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas
épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su
auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de
guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje
prestado, representar la nueva escena de la historia universal.”
Para
finalizar, solo me resta decir que, en este novedoso libro, Carlos Duque
utiliza el arma de la crítica, para criticar al mediocre capitalismo realmente
existente en Colombia y, al mismo tiempo, realiza la crítica de las armas, al
desnudar la ideología y los intereses de clase que se esconden detrás de los
manuales convencionales de economía colombiana y sus epígonos. Bienvenido
sea Economía Colombiana una introducción crítica y
bienvenidos sean los debates que este importante texto alimentará en la
academia y en los movimientos sociales.
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