Por: Militancia
y Sociedad e Impulso Socialista
Desde el 2018 hemos vivido un rápido escalamiento de la
lucha de clases a nivel mundial, marcado por grandes movilizaciones y
estallidos que han puesto la lucha en la calle como el mecanismo más valioso para
defender los intereses de la clase trabajadora y de los sectores populares.
Simultáneo a este ascenso de la lucha de clases, se agudiza la crisis mundial
capitalista –arrastrada desde la crisis inmobiliaria del 2008- que ha
enardecido la lucha al imponer reformas que afectan, de manera directa, la subsistencia del pueblo
trabajador y que solo favorecen los intereses de la burguesía internacional,
del capital financiero transnacional y de los grandes terratenientes (en el
caso de Colombia y de América Latina) que aumentan su tasa de ganancia a costa
del sacrificio del pueblo. Este ambiente de crisis estructural y multidimensional
puede convertirse, prontamente (según analistas liberales y de la burguesía), en
una recesión económica internacional.
Estas condiciones, de por sí, ya dejan poco margen de
maniobra para cualquier gobierno progresista de la región, pues, en la
práctica, limitan enormemente las posibilidades de avanzar en las reformas
sociales que propone este nuevo giro “a la izquierda” e impone, por el contrario,
como consenso de todas las fuerzas políticas y electorales, el pago de la deuda
externa como compromiso incuestionable de los países del Sur con las economías
centrales. Por encima de cualquier “voluntad política”, estos factores terminan
conformando una política de pequeñas concesiones a las profundas heridas y
fatigas de la clase trabajadora y del campo popular.
En
el caso de Colombia, las movilizaciones del 21 de noviembre de 2019 y del 28 de
abril de 2021 ratificaron este ascenso de la lucha de clases, profundizando la batalla
contra el régimen a un nivel que hace décadas no se veía y frenando -temporalmente- las regresivas reformas neoliberales
del gobierno nacional. Con esto, el pueblo movilizado solo estaba advirtiendo
que la lucha no estaba cerrada y que, al no verse una solución pronta (pues el
panorama nacional es de mayor crecimiento de la pobreza, de la desigualdad y
más “paquetazos” y deudas con entes multilaterales -FMI, BM-) más temprano que
tarde se regresaría a las calles, teniendo como principal estrategia la movilización
sostenida de masas.
Ante
tal advertencia, varios sectores de la izquierda sugirieron una estrategia
pasiva al movimiento: "transformar las energías de la movilización en votos a
las listas y candidatos alternativos". Sin embargo, la política de mayorías no es, de ninguna manera, mecánica o virtual. Olvidaron mencionar, a nuestro juicio,
que el inconformismo de las masas movilizadas estuvo dirigido también a las
instituciones del Estado capitalista y a los mecanismos de
mediación/representación institucional, es decir, el país entró en una profunda
crisis de representatividad que incluía no solo a órganos de representación
estatal (Congreso y Ejecutivo), sino también al sistema de partidos –tanto de
derecha como de izquierda-. De modo tal que transformar la movilización en
votos es un asunto un tanto más complejo. Precisamente, hemos considerado que
un proyecto de transformación nacional mínimamente democrático no solo debe
aspirar a reformar el régimen económico y productivo nacional, sino que debe
transformar radicalmente la naturaleza oligárquica del Estado que siempre ha
funcionado al servicio de “los de siempre”, de la burguesía terrateniente.
Ahora
bien, se debe reconocer también los límites de esos dos estallidos sociales, pues,
finalmente, ninguno de estos dos acontecimientos(21 de noviembre y 28 de abril) lograron constituir una dirección
revolucionaria paralela al Comando Nacional de Paro. En gran medida, el CNP ha jugado el papel de "difusor" gracias a esa mínima estructura organizativa con la que cuentan. No obstante, si estos dos procesos sociales (21N y 28 A) no
lograron victorias más contundentes no fue porque la gente no estuviese
dispuesta a seguir luchando en la calle o que creyera que las elecciones eran
la única y “verdadera” salida. En lo absoluto. Fue "culpa", fundamentalmente, del
papel traidor y conciliador de la dirección del CNP, quienes se sentaban con el
gobierno genocida de Duque a negociar migajas mientras al pueblo lo seguían
reprimiendo y asesinando en los puntos de resistencia y en cada movilización.
Fue el CNP quien de manera oportunista se montó, o mejor, creó escenarios ficticios
de conciliación, negociando a espaldas de las masas movilizadas.
Bajo
ese panorama nos preguntamos: ¿Qué papel jugarán las elecciones de este año en
la lucha de clases en Colombia?, ¿Cuáles son las posibilidades reales de un
próximo gobierno ‘progresista’ o de derecha en el marco de la crisis
capitalista mundial? y la pregunta más importante, ¿alguna de las opciones
electorales llamadas alternativas y sus programas recoge y puede suplir los
intereses y exigencias que han levantado las masas movilizadas? Si no, ¿Qué se
necesita para ello?
Aunque
las respuestas resulten desalentadoras para el grueso de los sectores populares,
es clave actuar en este panorama electoral, más allá que seamos conscientes que
con ello no se aseguran cambios reales y, mucho menos, cambios duraderos para
nuestra clase. El proceso de movilización y lucha en la calle, comenzado desde
el 21 de noviembre, ha dejado un piso de consciencia democrática en el que
grandes capas de los sectores más explotados y oprimidos, en especial, la clase
trabajadora, buscan salidas al hambre producida por la falta de trabajo digno, consecuencia de la precarización y tercerización laboral del capitalismo
neoliberal. Junto a esta exigencia, la clase obrera y el campo popular es
consciente y se ha movilizado también contra el asesinato sistemático a líderes
y lideresas sociales, contra el desplazamiento y despojo paramilitar, contra el
terrorismo Estatal, contra el aumento cada vez mayor de los asesinatos y
violaciones a mujeres y disidencias sexuales, contra el modelo extractivista
determinado por los intereses de la burguesía imperialista que arrasa con
ecosistemas y exporta más del 70% de lo que se produce. Es decir, el Paro
Nacional cuestionó de manera radical el régimen de Estado y de gobierno, por lo
que no será fácil recomponer el sistema político nacional hasta que no haya una
transformación radical de su naturaleza.
Ahora
bien, reconocemos que gran parte de la clase y el pueblo trabajador busca
salidas a estas problemáticas estructurales
en el marco electoral, priorizando, como históricamente ha sucedido, las
figuras políticas, dándoles más importancia que los mismos programas que
levantan las coaliciones. Esto termina por deformar o anular la crítica que se
puede tener con estos acuerdos y coaliciones y deja abierta la puerta a apoyar
al “mal menor”. Por lo tanto, invitamos a participar de la disputa electoral
siendo conscientes de los límites del régimen y de los límites de los programas
políticos de las coaliciones alternativas, especialmente del Pacto Histórico. Veamos esto en detalle.
Debe decirse, abiertamente, que ni la extrema derecha, ni los sectores
de derecha más moderados ni el reformismo más acomodado al régimen (el llamado
centro) representan los intereses del pueblo trabajador. Su programa, como se
ha visto, está subordinado de manera diferenciada a los intereses de la
burguesía y del régimen y no vale la pena detenernos en ellos, simplemente no representan
a la clase obrera ni al pueblo movilizado. Consideramos, por su parte, que el
Pacto Histórico tiene serias limitaciones en su programa, consecuencia de sus
alianzas políticas con sectores tradicionales del régimen y por las figuras que
levanta, pues, mientras abandera en su discurso la lucha popular, su programa
refleja los intereses de un fragmento la burguesía y, no solo los refleja, sino
que les da más peso que a los programas y propuestas de sectores subalternos y
populares como "Soy Porque Somos" o de organizaciones barriales y
juveniles. Otra expresión de esto es que mientras varios sectores en el interior
del Pacto Histórico defienden algunas causas como el derecho legal al aborto, otros sectores
tradicionales y de derecha están en contra de dichas causas.
Lo
anterior nos hace tomar distancia de la estrategia de conciliación de clases a
la que se ha entregado el Pacto Histórico y la gran mayoría de los sectores que
lo componen y dirigen, al intentar conciliar los intereses levantados en las
calles con los intereses de los sectores políticos tradicionales de la
burguesía, estos se verán, tarde que temprano, enredados en contradicciones que únicamente se
resolverán de tres maneras: derechizarse y agachar más la cabeza ante el
programa de la burguesía más democrática, hegemonizar las fuerzas sociales y populares
al interior de la coalición con el fin de combinar la transformación en los
aparatos del Estado con el proceso de autoorganización popular o romper
definitivamente con la actual dirección política que tiene el Pacto Histórico y
llamar a la movilización como única manera de hacer reales las políticas que
promete en su discurso. En cualquier caso, consideramos que dichas
contradicciones dejan viva la necesidad de preparar la lucha en la calle
gobierne quien gobierne, no confiar en ningún gobierno burgués, ni reformista
sino confiar y organizar la fuerza de nuestra clase, que cuando sale de manera
decidida tiene un ímpetu imparable.
Vemos
también con preocupación el caso de la compañera Francia Márquez, quien
representa al sector más a la izquierda dentro de la coalición, pues el programa
que levanta su organización (Soy Porque Somos) no está recogido plenamente en
el programa del Pacto Histórico. Hay que recordar que en la conformación de
listas a Senado y Cámara excluyeron a sus candidato/as de la lista con
posibilidades reales de llegar a ambas cámaras a legislar, de igual forma, la
compañera Francia, para ganar la consulta y participar de las presidenciales, tendrá que disputar con toda la
infraestructura y los aparatos burgueses y reformistas que respaldan a Gustavo
Petro, Alberto Saade, Camilo Romero y Arelis Uriana. Una competencia electoral
que, de lejos, es desigual.
Por
otra parte, al igual que los conocidos casos “out-siders” que se han venido
dando en América Latina, como Bolsonaro en Brasil o Kast en Chile, viene
surgiendo una figura preocupante como Rodolfo Hernández, un empresario que ha
obtenido puestos políticos de baja y mediana importancia, poco conocido en las
esferas políticas y que muestra un “nuevo rostro”, apartado aparentemente del
régimen y con una crítica “profunda” a la corrupción como supuesto problema
principal. Se muestra como alternativo, sin ideología definida, pero con un
discurso sumamente tecnócrata, neoliberal y autoritario, reflejando que es un
candidato de derecha y de la burguesía. Así mismo, hay que denotar la fuerza que
ha tomado incluso dentro de personas que salieron a luchar en los estallidos,
pero que se dejan atraer por la abundante despolitización de los debates. Es
necesario tener en la mira a figuras de este tipo, pues ya han demostrado la fuerza
que pueden llegar a tomar.
Por todo lo anterior, consideramos que el pueblo trabajador debe organizarse de cara no solo a un próximo gobierno, sino, también, de cara a un próximo estallido social, para poder superar las victorias parciales que se han logrado y, así, ver cada vez más cercana una salida real a la actual crisis capitalista. Una salida que no se subordine a los organismos del imperialismo, que redirija el pago de la deuda externa a sanear el hambre, el desempleo, la pobreza, que cuestione las instituciones del Estado y que, así, le dé vuelta a todo en favor de nuestra clase. Independientemente de los resultados de las elecciones legislativas y presidenciales, el movimiento social debe crecer y fortalecerse, debe hacer de una próxima huelga de masas un verdadero acto popular que arrastre a la batalla a las capas más amplías del proletariado.
El levantamiento del pueblo y el episodio
proletario no ha recomenzado aun, pero depende solo del pueblo organizado corregir las desigualdades y transformar, de golpe, el progreso
social.
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