Uno supone que debería ser fácil oponerse a la violencia y, de esa manera, resumir la posición frente al tema. Pero vemos que, cuando se debate públicamente, la violencia es un poco más que endeble. Esto ha generado distintas disputas sobre lo que es y no violento. A tal punto de establecer una lucha pública y política por la semántica. Partimos de la idea, según la cual, la violencia contra las mujeres ha tenido la protección de la conciencia patriarcal que, históricamente, ha avalado el poder y la dominación del hombre, además, ha procurado asegurarle dicho monopolio. Esto se ha ido afianzado a través de la negación de todas las formas y expresiones de violencia ejercidas de hombres hacia mujeres.
Por tal razón, miles de mujeres en todo el mundo se organizan y salen a las calles para visibilizar las múltiples formas de violencias que las condenan por el hecho de ser mujeres. Esta acción política, que se lleva a cabo cada 25 de noviembre desde 1991, es una clara confrontación y demanda de transformación del que sería un sistema cultural que aguarda la dominación del hombre y justifica y legitima la violencia estructural y directa. La cuestión es tan compleja que implica comprender la articulación e imbricación de toda una serie de violencias que irían desde la violencia simbólica, que construye los cuerpos culturalmente tensionándolos, hasta la violencia física que amenaza la integridad de las mujeres y que concluye con sus vidas.
Según la Fundación Feminicidios, Colombia, en lo que va del 2021, ha registrado 200 feminicidios, 30 más que el año anterior. Lo anterior muestra que las formas de violencia van en incremento, ¿esto a qué se debe y qué pasa con aquellas formas de violencia ejercidas contra las mujeres que, con frecuencia, son estructurales y sistémicas? A menudo, estas violencias escapan de ser nombradas como tal. Muchas de las violencias que diariamente sufren las mujeres y NO son determinadas como violencia física, terminan siendo naturalizadas y se siguen perpetuando socialmente, es el caso de la violencia psicológica, la patrimonial-económica, la violencia obstétrica, laboral e incluso el acoso y hostigamiento.
¿Qué se puede hacer para exponer y superar este sistema que acobija la violencia contra la mujer?
Si bien la meta aún se percibe lejana, ya que estamos hablando de un cambio de raíz del sistema cultural, es valioso que empecemos por la comprensión de los cuerpos de una manera interrelacionada con todos los aspectos sociales y económicos y generemos conciencia de las diferencias y necesidad de igualdad entre estas. Esta idea de igualdad debe estar vinculada, precisamente, con la eliminación de todo tipo de violencias que colocan en condición de desigualdad a las mujeres.
En suma, no debemos descontextualizar ni separar analítica ni políticamente la constitución del género con el que se identifiquen los sujetos con su agencia en la sociedad, claramente sin sesgos heteronormativos y muy alejados de este signo patriarcal. La propuesta es deconstruir lo que entendemos por violencia para eliminar todas sus formas de expresión y alcanzar el proyecto realizable de igualdad -una vida libre de violencias para las mujeres-.
Es así que recalcamos que, cada 25N, las mujeres -independientemente de su posición en el movimiento, si están colectivizadas, son políticas o cuidadoras, obreras, académicas o analfabetas etc- salimos a las calles con el propósito de visibilizar en manada sorora la constante problematización que vivimos y manifestar esa necesidad de subvertir los modos de vida y ampliar nuestra capacidad de decisión y autonomía sobre nuestra vida.
Por eso, proponemos una serie de elementos para la creación de agendas políticas para construir juntas y colectivamente un cambio de paradigma en la acción. El camino a seguir es hacia adelante, luchando en todos los espacios por la reivindicación de los derechos que tenemos y la vindicación de los que aún nos faltan.
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