Por: Jaime Ortega *

Hasta hace poco más de una década el nombre de René Zavaleta se encontraba reservado para quienes en épocas anteriores habían convivido con él. Un firme recuerdo de un dedicado profesor boliviano que había cruzado una geografía diversa –Bolivia, Chile, Inglaterra, México– que, con su enseñanza, había marcado el derrotero de las ciencias sociales y del marxismo de la región. Fue la coyuntura política, que colocó a Bolivia, “el corazón de América”, en la discusión de las izquierdas, lo que posibilitó el reencuentro con su obra teórica. El tiempo político latinoamericano que se movió en sus cimientes a comienzos del siglo XXI habilitó una vuelta, renovada y muy original de la obra de su obra. Luis Tapia abrió fuego con su monumental La producción del conocimiento local, un ejercicio de reflexión de largo aliento. Siguieron las antologías auspiciadas por CLACSO, Siglo del Hombre y Siglo XXI. La paceña editorial Plural revivió el póstumo Lo nacional-popular y, posteriormente, de la mano de Mauricio Souza, aparecieron las ansiadas obras completas, que si bien fueron enclaustradas por las dificultades del mercado del libro, pronto se popularizaron en formatos digitales. El cuadro se cierra con la antología producida en España y la traducción al inglés de Lo nacional-popular en Bolivia.

La coyuntura política y el ejercicio de lectura no fue uniforme. Conforme avanzó el conflicto socio-político y la experiencia del gobierno popular de desplegó, pronto fueron demarcándose cambios, énfasis y disputas. Sin intención de omitir a nadie, podríamos hablar de una lectura inicial conformada por los trabajos de Tapia, Álvaro García Linera, Raúl Prada, Raquel Gutiérrez –el grupo “comuna”– que convivió con la producción de quienes desde México insistían en su valía, tales como Hugo Zemmelamn, Lucio Oliver, Elvira Concheiro, Norma de los Ríos, Luciano Concheiro, entre otros. A partir de ahí el vendaval desató producciones muy diversas por la geografía latinoamericana. En Bolivia Mauricio Gil, Marcelo Delgadillo, en Argentina Diego Giller, Hernán Ouviña, Marcelo Starcenbaun, Katherine Salamanca, en Colombia Luciana Cadahia y Santiago Castro-Gómez, en Chile Fabián Cabaluz, Tomás Torres, Felipe Lagos, por mencionar solo a algunos.  No todo fue celebración, dos experimentados y antagonistas como H.C.F Mancilla y Hugo Rodas produjeron también trabajos críticos. La fundación de la Cátedra Latinoamericana en el CIDES-UMSA y el nombramiento de la biblioteca de FLACSO-México certificaron el reconocimiento de su figura, una cierta institucionalización. Zavaleta era un marxista relativamente bien visto por instituciones y academias, cosa menor, si consideramos que en realidad su obra fue trabajada en una clave de buscar dotar de coordenadas a una región que se crispaba en avances y retrocesos.

Desde José Carlos Mariátegui pocos han sido los integrantes del campo marxista que han recibido tal adhesión y celebración. Habría que colocarlo junto José Aricó, Aníbal Quijano y Bolívar Echeverría. La perspectiva de Zavaleta, por distintos motivos, resulta pertinente en el ocaso de las herencias del siglo XX y en la necesidad de replantear permanentemente, el marxismo del XXI. ¿Pero qué podemos sugerir como ejercicio de lectura? Hay, por supuesto, lecturas cronológicas, otras temáticas, hay quienes escarbamos para buscar genealogías, puentes.

La madurez de Zavaleta, tan clara en Lo nacional-popular en Bolivia, expresa el paso por el nacionalismo revolucionario, la crítica de las vertientes ultra izquierdistas y la concepción clara del comunismo como horizonte histórico inacabado, amén del reconocimiento de la especificidad de la región. Conviviendo con la teoría de la dependencia, en su vertiente marxista, no soltó el boliviano nunca la insistencia en tensar la crítica de la economía política –el modo de producción, la formación social, la formas aparenciales– con la crítica de la intervención política –Lenin, Gramsci, Weber–, matizando con ello el argumento dependentistas en sus distinta variantes. Este lugar lo suple la noción de excedente, con la que evalúa hipótesis diversas en su relación con las formas de transformar la operación de lo social: la disponibilidad. ¿Sólo aquellas sociedades donde se capta el excedente hay posibilidad de una autodeterminación? Entonces esa situación moderna de la igualdad solo sería posible en donde hay privilegio en el mercado mundial. ¿Qué tendría que hacer América Latina? Reconoce ahí que no es tanto por una inserción privilegiada en el entramado mercantil global, en dado caso, la posibilidad estaría en un uso distinto del excedente. En la conciencia de que ese excedente puede faltar o estar ausente en determinados momentos. Esta situación de fragilidad es lo que le habilita pensar la otra vía: la de la disponibilidad.

Con esta perspectiva –presente en las páginas a lo largo de sus trabajos pos-1973– se abre paso al privilegio de la acción política. El concepto de disponibilidad integra la pedagogía de las militancias, la certeza de la práctica como momento de decisión y configuración del sentido estratégico, asó como la cultura como modelo de transformación de las visiones del mundo, dicho con Gramsci-Zavaleta: “la reforma intelectual y moral”. La transformación de las mentalidades no es un asunto ideológico, sino práctico. Esta modificación, dice, puede ir por la vía de las grandes catástrofes, o por la vía de las movilización autodeterminativa.

En Lo nacional-popular en Bolivia, esta perspectiva se amalgama sobre la idea de la fundación conservadora de América y su asignación de extracción de materias primas, por sobre la de la “reforma intelectual”. Es el concepto de ecuación-social la que nos permite leer al Zavaleta integral, el que piensa el todo y la parte. Horizonte de totalidad porque no prescinde de la inserción al mercado mundial, la disputa por el excedente como leitmotiv del conflicto, división y jerarquía de poderes; pero recarga su interpretación sobre los elementos moldeables: la política en su temporalidad, la acumulación teórica y cultural de las clases, la disposición de los dominantes y sus limitaciones. Entre la lógica del lugar –o de la nación– y la lógica del mundo –el capital global–, siempre triunfa la primera, dice. Y ello no como un culto al momento específico, a la coyuntura o la indeterminación, sino como un reconocimiento de que en esa escala es donde las sociedades pueden influir directamente.

Ello no obsta para reconocer que la “lógica del lugar” tenga su propia dinámica atravesada por la cultura, la historia, la memoria y las persistencias de experiencias pasadas. Sociedad abigarrada es el concepto, popularizado más allá de fronteras, para reivindicar esa complejidad que alcanza lo más profundo: modos de producir, relaciones sociales, temporalidades, convivencias arcaicas y modernas.

Una teoría del Estado para la región tiene que pararse sobre esas ambivalencias, irrupciones de lo no calculado. La teoría del Estado, dice, es al final la historia de cada Estado. Porque más allá de su pretendida universalidad, las formas del dominio moderno son una construcción puntual, específica, simbólica, choque-convivencia de temporalidades cuya densidad es un reto por descifrar.

La obra de Zavaleta recoge lo mejor de una tradición latinoamericana, al tiempo que la coloca en diálogo con la universalidad que el marxismo pretende. No está de más en señalar, siempre, que esa es la tarea permanente de la teoría.

           

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