Daniel Felipe Barrera Arias 

En tiempos de internacionalismos chatos y nacionalismos reaccionarios, se hace necesario un estudio sobre el tratamiento de la nación y de lo popular. Nuestra intervención se propone abordar un análisis en clave nacional-popular del paro nacional. Sostenemos la necesidad de pensar políticamente un proyecto nacional-popular como horizonte de transformación social, y, en esa dirección, indagar en la capacidad explicativa que ofrece lo nacional-popular para reflexionar sobre la coyuntura colombiana.

Estudiar lo nacional popular, como nos recuerda Zavaleta Mercado (2021), implica distanciarse de dos lecturas predominantes: primero, pensar la formación de los Estados nacionales como algo que hubiese concluido hace mucho tiempo, entre estos autores encontramos a Halpering Donghi, J. (1972) Historia contemporánea de América Latina; Kaplan, M. (1976) Formación del Estado Nacional en América Latina. Segundo, creer que en las abigarradas formaciones sociales no existe un proyecto de nación, esto es, tenemos Estado sin nación, el supuesto “vacío estatal”.

Nuestra lectura sostiene, por el contrario -siguiendo a Zavaleta Mercado- que:

“Para nosotros los bolivianos, al menos, la formación del Estado nacional y de la nación misma es algo no concluido en absoluto. El carácter que tendrá la nación o la forma de revelación de la nación en el Estado: he ahí el problema en torno al que se libran todas las luchas político ideológicas” (pág. 337).

Para Zavaleta, la nación es la construcción de un yo-colectivo. Un proyecto nacional popular apuesta por la historización e identificación del sujeto popular, bajo esta lógica, historizar es politizar, es conectar los sujetos con su historia. De ahí que comprender las enraizadas herencias históricas -indígenas, obreras, campesinas- sea un elemento clave para la articulación de sectores sociales. Por tanto, el proyecto nacional nunca es un proyecto acabado, se encuentra en permanente disputa, se recrea permanentemente. En términos de Linera (2013): común-unidad expansiva, que a su vez retoma de Zavaleta la idea de unidad integradora, una articulación contingente, en permanente fluidez político-ideológica y cultural.

En una línea analítica similar, el comunista italiano Antonio Gramsci se propone comprender el problema de la hegemonía como un asunto de alianzas de clase en sociedades en transición al capitalismo maduro. El autor de los Cuadernos de la cárcel escribe en un contexto muy diferente al que viven los países del norte de Europa: crisis estatal, derrota catastrófica del movimiento obrero y composición desequilibrada de la nación. Gramsci encuentra en el problema de mezzogiorno las complejidades para la articulación entre el campesinado del sur y el proletariado del norte, de allí, el pensador italiano saca una lección fundamental: la articulación no sólo se da en términos exclusivos de clases, también exige aglutinar voluntades colectivas nacionales.

Gracias a su contexto, Gramsci es quizás el único autor europeo que reflexiona sobre lo nacional-popular, pero en su caso, además de las connotaciones políticas, le imprime al proyecto nacional-popular matices culturales e ideológicas propias del núcleo del buen sentido común. La idea no es otra que darle contenido cultural y de floklore popular al proyecto nacional-popular, contraponiéndose a los componentes de la nación católica-hispana que imaginan las élites.

Así,  cavilar el programa nacional popular no puede reducirse al problema del imperialismo o del proyecto modernizador, como sí lo hizo buena parte del dependetismo latinoamericano. Se trata de reconocer la articulación de sectores populares, dejar de traducir el conflicto social en términos exclusivos de clase y de reconocer la composición híbrida del capital en América Latina, junto a la heterogeneidad estructural de las naciones latinoamericanas. En ese sentido, el problema de la cuestión nacional se empieza a barajar en términos políticos, pero también metodológicos al ubicar a la nación como ápice investigativo.

“Todo lo cual permite afirmar la presencia en sus análisis de un reconocimiento -no siempre explícito, claro está- de la “autonomía” del campo nacional, desde la cual, y sólo desde la cual, puede pensarse el problema de la revolución social en términos concretos, o, dicho de otro modo, el problema de las posibilidades concretas de conjunción del combate por la emancipación nacional con el proceso de lucha clases” (Aricó, 2010, pág. 132)

En Aricó y en su marxismo heterodoxo, se concibe la potencia nacional como una especie de proceso emancipatorio que puede convivir con un análisis diversificado de los antagonismos sociales (léase de clase, género, raza etc.). Apartándose del marxismo ortodoxo, según el cual las contradicciones nacionales o los momentos nacional-populares terminan por eludir las contradicciones de clase y exacerbando un nacionalismo chauvinista entre los pueblos. A contra vía, la lectura que nos propone Aricó invita a cavilar las conquistas nacional-populares fundamentalmente como un proceso de transformación social, por eso, en los regímenes latinoamericanos se afianza el proyecto nacional-popular en la medida en que la movilización social consigue avances en materia de derechos sociales y libertades democráticas. Las pugnas nacional-populares, son, ante todo, luchas contra el capital.

 

La impugnación y la configuración de un relato de nación.

Antes de seguir, es necesario decir que nos concentramos en la nación porque allí florece una forma singular de condensación de la dominación capitalista y de las sinergias transformadoras.  Tanto Zavaleta como Gramsci, piensan la nación como un proceso de condensación histórica: herencias culturales, identidades y agencias. Distanciado de cualquier esencialismo y sociologismos nacional, la narrativa nacional-popular se eleva como configuración eminentemente política, a la luz de este argumento, no acudimos al supuesto “vacío nacional”, la ausencia de unos valores y símbolos compartidos que garanticen el “ser-colombiano”. Todo lo contrario, en las últimas décadas hemos venido asistiendo a la configuración de la nación oligárquica, racista, patriarcal y xenófoba, así como a una estructura económica neo-oligárquica en asocio con el gran capital trasnacional.

Desde esta perspectiva, sólo la dislocación de la nación oligárquica es la condición de posibilidad del surgimiento de la nación popular, es decir, la impugnación de la narrativa nacional por parte de los sectores populares se convierte en el centro de disputa del conflicto social. Es la tensión entre una nación para los de abajo o para los mega ricos, así pues, en la nación define la lógica y la forma que toma el despliegue estatal, qué es asunto del Estado y qué no lo es.

Para el caso colombiano y el ciclo de movilización[1] que vivió Colombia durante casi 3 meses, y que se denominó Paro nacional.  Fue un momento disruptivo sin precedentes, lo que inició como un rotundo rechazo a la reforma tributaria (reforma que no tenía otra intención más que recargar la crisis sobre los sectores populares), se transformó en un punto de no retorno.  En palabras de Zavaleta (2009), un momento constitutivo: un momento donde adquiere concreción e imbricación un programa de vida social o de un orden social que va a funcionar como horizonte de gravedad y dentro del cual se van a mover los hechos durante un tiempo más o menos prolongado. Desde nuestra lectura, el diagnóstico y los debates que se dieron durante el paro nacional serán los temas políticos neurálgicos en las próximas elecciones, pero no sólo al interior del establecimiento, también por fuera de él.

En las calles atiborradas de manifestantes se hizo evidente la formación de una conciencia nacional: miles de personas en todo el país coreando el himno y vistiendo la camiseta de la selección nacional mostraban que la nación reaccionaria y elitista estaba siendo retada. El cuestionamiento al monopolio valorativo y la crisis de legitimación de las elites y la fuerza pública está íntimamente asociada a una generalizada crisis ética y moral.

El pasado 20 de julio del 2021 (día en que las elites se jactan de su patriotismo, reivindicando su ser nacional por medio de desfiles militares, mostrando su poderío armamentístico, así como alardeando de la masculinidad hegemónica que hace gala de los cuerpos heteronormados) tuvieron que conformarse con ubicarse al margen del sentir nacional-popular. Un sentir nacional desde abajo, mostrando la diversidad cultural compleja y conflictiva propia de sociedades multisocietales. En el fondo era un reclamo generalizado de la sociedad colombiana por una re-estructuración del andamiaje nacional profundamente oligarquizado en el que aún perviven rasgos coloniales.

Pero el proyecto nacional-popular siempre es arrastrado por un sector del movimiento social, que se define en la contingencia política, nunca a priori. Zavaleta para estudiar la revolución de 1952 y la conformación del proyecto nacional-popular lo hace por medio de la centralidad proletaria, esto es, un sujeto colectivo que propone un horizonte amplio y universalista. En Colombia, el sujeto que encontramos arrastrado y sosteniendo las bases de un incipiente proyecto nacional-popular son los sectores que han quedado al margen de la nación, como ciudadanos de segunda categoría. Podríamos dividirlos en 3 sectores: 1) sector de los cuidados: mujeres racializadas e inmigrantes; 2) jóvenes no-universitario que terminan conformando las primeras líneas; 3) habitantes de calle, trabajadores informales e indígenas.

Precisamente estos, los sectores más perjudicados en la lógica de un capitalismo neoliberal y transnacional, son los que viene rechazando la globalización gran empresarial, que se agudiza ante la crisis de la reproducción social del capital durante la pandemia: condiciones de difícil acceso a la universidad pública producto de la privatización y estancamiento social. Todos comparten la sensación de ausencia de certezas en la cotidianidad de sus vidas. Acá hay una idea clave para pensar el proyecto nacional-popular. Los cambios o variaciones en la fisionomía del capital tienen impactos en la articulación de un bloque nacional-popular, pensemos, por ejemplo, en el impacto de los procesos tardíos de proletarización o de abigarramiento de nuestra matriz productiva, que termina otorgándole un papel central a los movimientos campesinos sobre el proletario moderno.

No es casual, a nuestro entender, que la discusión política e intelectual sobre la nación se haya reactivado en momentos de pérdida de legitimidad del proyecto neoliberal y sus implicaciones en la creciente internacionalización de las economías nacionales: el crecimiento de las IDE, la injerencia de las entidades financieras internacionales sobre la economía nacional, el aumento de la política extractivista, junto al auge del capital extranjero en sectores neurálgicos de las economías nacionales. Al mismo tiempo se produce en el terreno de las ciencias sociales una vasta bibliografía sobre la globalización: Ulrich Beck; (2008); Z. Bauman (1988) y Toni Negri; (2000). Todos ellos compartían una sensación común respecto a la pérdida de la centralidad política por parte del Estado y de la necesidad de exiliarse del terreno estatal para pensar la acción político-estratégica.

Los sectores sociales marginados recién mencionados han fungido como polo aglutinante, logrando sentar un andamiaje político-conceptual para pensar un proyecto nacional-popular, esto es posible gracias a su capacidad forjar una voluntad colectiva nacional, trazando un proyecto democrático como autodeterminación de las masas. Cuando hacemos referencia al momento constitutivo, siguiendo a Zavaleta (2009), tenemos que hablar de dos procesos, “el momento económico de la formación nacional y su momento cultural” (pág. 363). Lo que en términos gramscianos se denomina el paso del momento económico-corporativo al momento universalista.

Para el caso colombiano, esto se hizo evidente posterior a la salida del proyecto de ley de la reforma tributaria del congreso de la república, producto de la movilización social. La ciudadanía no dejó de protestar en las calles, el descontento social no se redujo a simples demandas particulares, demandaban la construcción de una nueva forma Estado y de la configuración de una nación en clave de las mayorías sociales.

Los diversos sectores sociales movilizados en Colombia, contrario a lo que se menciona desde las izquierdas vanguardistas, razonan, producen conocimiento social[2] situado, no son marionetas movidas por la inevitabilidad histórica, reflexionan sobre la coyuntura. Las sociedades se mueven y producen conocimiento, teorizan en la práctica sobre la comunidad nacional, crean nuevas formas de asociatividad. Me refiero, por ejemplo, a las distintas asambleas populares departamentales y nacionales que se crearon en el marco del paro nacional. Poniendo en evidencia el deseo generalizado de modificar la estructura de poder y responder a la crisis de los órganos de representación democrática. Cuando hablamos de conocimiento y conceptualización social nos referimos también a hechos como la organización endógena del movimiento social.  

El Paro Nacional evidenció el profundo atraso político de las centrales obreras para leer la coyuntura, sus demandas y sus agencias. Sus formas organizativas estuvieron muy lejos de comprender el momento político por el que atravesábamos. El contraste generacional se hizo notable, la apertura a nuevas formas de movilización, convocatoria y de militancia hace parte de las lecciones políticas y los acumulados históricos del movimiento social.

El paro nacional representó también un esfuerzo social por redificar condiciones intelectuales de posibilidad para la transformación nacional: los desplazamientos teóricos son en sí mismos desplazamientos en el terreno político. El movimiento nacional-popular aporta saberes, lecciones y modulaciones para pensar la subversión de relaciones de dominación, la constitución de sujetos populares, su capacidad de articulación de sectores diversos en el proceso constituyente de nación. Engendrando investigación y práctica teórica al indagar sobre las sinergias sociales y su articulación más allá de la lógica del capital.

Bibliografía

Aricó, J. (2010). Marx y América Latina. Buenos Aires: FCE.

Linera, G. Á. (2013). Democracia Estado Nación. La Paz-Bolivia.: Vicepresidencia del Estado Plurinacional.

Zavaleta, R. M. (2009). La autodeterinación de las masas. Bogotá: CLACSO.

Zavaleta, R. M. (2021). Horizonte de Visibilidad. Barcelona: Traficantes de sueños y Sylone editorial.

 

 

 



[1] Rehusamos a utilizar el término ya muy difundido de estallido social, a nuestro entender, este término concibe el proceso movilizatorio como un acontecimiento a-histórico. Nosotros, por el contrario, a pesar de que reconocemos el carácter inédito del paro nacional por sus alcances y su perdurabilidad, lo pensamos como un acumulado histórico; de agudización de las contradicciones políticas y económicas del régimen neoliberal, y no como un hecho acontecimental que parte la historia en dos.

[2] Término utilizado por René Zavaleta en su texto: (La autodeterinación de las masas, 2009)

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