Por: Daniel Felipe Barrera.


El marxismo abierto y propósito de Mariátegui sentó las bases para reflexionar sobre el proyecto nacional-popular. Su claridad para pensar la heterogeneidad social de los pueblos latinoamericanos, su diagnóstico de la sociedad peruana que, a su vez, fue una radiografía concienzuda de los problemas que aquejaban a los países de la región, permitió configurar todo un itinerario intelectual ineludible: “no solo pensar la realidad latinoamericana, sino fundamentalmente transformarla”. Desde su eclecticismo marxista, la concreción de una teoría revolucionaria no debía ser “ni calco ni copia, sino creación heroica”[1]. Lejos de rigideces conceptuales y eurocentrismos acartonados, la obra de Mariátegui se aventura a discutir las características de la presencia hibrida del capitalismo en América Latina y las posibilidades de realización de un proyecto socialista.


Nos interesa la figura de Mariátegui por dos virtudes cruciales: i. de un lado, su obra es precursora en discutir temas vedados para la izquierda latinoamericana, es el primer pensador latinoamericano en tomar las categorías fundamentales del marxismo, moldeándolas para pensar las sociedades en transición al capitalismo; ii. de otro lado, la vigencia y originalidad de su pensamiento lo convierte en un referente insoslayable para reflexionar sobre la cultura popular, la articulación de los movimientos sociales y el problema de indio y de la tierra como un factor político y revolucionario. Acá nos proponemos bosquejar la acción política estratégica y la relación con el Estado que se deriva de la teoría política mariateguiana.



Para empezar, es necesario evidenciar que el amauta peruano se alejaba de la noción de marxismo como ciencia social por ser un sistema de pensamiento cerrado y a-histórico, en cambio, utiliza el marxismo como un método de interpretación histórica de la realidad socio-económica. Al distanciarse de visiones teleológicas de la filosofía de la historia, su marxismo se condensa en praxis revolucionaria e historicidad. Esta historicidad radical le va permitir a Mariátegui reflexionar sobre la constitución de identidades políticas y los diversos modos de producción. Según Mariátegui son tres los modos de producción que perviven en Perú: 1) comunismo agrario de indígenas que trabajan como campesinos; 2) feudalismo existente en instituciones semi-esclavistas; 3) capitalismo de enclaves costeros.


En ese orden de ideas, va a ser clave reconocer las herencias coloniales preexistentes en el orden social peruano, pues la pervivencia del proyecto católico-hispánico en el país andino ocasionaba una solapación compleja de diversas estructuras económicas, culturales y políticas, esto es, en una misma formación económico-social conviven diferentes regímenes de acumulación y sus instituciones.


Los procesos tardíos de proletarización, secularización y modernización en el Perú implicaban retos disimiles al movimientos social: con una  parte importante de la población total conformada por indígenas y con un proletariado moderno raquítico, era necesario leer el proyecto socialista en términos indigenistas, de allí que cuando Mariátegui vuelve del exilio[1]  se ocupa del problema político  de la articulación, pero en su caso no lo trata como una articulación de clases, sino de voluntades políticas. El resultado final fue el nacimiento del frente único, con el objetivo de enterrar a las fuerzas hacendarias-terratenientes y hacer del socialismo una opción política posible.


No obstante, su indigenismo no se reduce a una nostalgia reactiva del pasado, su horizonte no es el retorno al imperio inca, en una especie de cruzada anti-moderna. En palabras del propio Amauta:


“No es un indigenismo que, como muchos otros, se resuelve y agota en una inocua apología del Imperio de los Incas y de sus faustos. Los indigenistas revolucionarios, en lugar de un platónico amor al pasado incaico, manifiestan una activa y concreta solidaridad con el indio de hoy. Este indigenismo no sueña con utópicas restauraciones. Siente el pasado como una raíz, pero no como un programa. Su concepción de la historia y de sus fenómenos es realista y moderna.” (Degregori, 1978, pág. 100)[1].


El marxista convicto y profeso, conecta el problema del indio con el problema de la nacionalidad. Mientras las elites buscaban transformar al indio en obrero para incluirlos en su proyecto de nación racista y excluyente, la lectura del periodista peruano entendía que la nacionalidad era ante todo un proyecto político, por ende, la tarea del frente único y progresista era crear un cuerpo nacional y popular capaz de crear una nación moderna, integrada y socialista, es decir, las reivindicaciones de una independencia nacional, están conformadas por el impulso de las masas populares. Precisamente, fue porque Mariátegui entendía que en la nación hay una forma particular de dominación capitalista, pudo llegar a comprender los efectos de la composición orgánica del capital sobre el movimiento social, en especial en sociedades atravesadas por la heterogeneidad socio-estructural.


En esa dirección, el autor de Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana brinda una lectura novedosa para pensar el problema del indio, ya no atado a la cuestión étnica, jurídica o cultural, sino como un asunto eminentemente político.


“Vinculando el problema indígena con el problema de la tierra, es decir, con el problema de las relaciones de producción, Mariátegui encuentra en la estructura agraria peruana las raíces del atraso de la nación y las razones de la exclusión de la vida política y cultural de las masas indígenas. De ahí que indague en la superposición e identificación del problema indio y de la tierra el nudo de una problemática que sólo la revolución socialista puede desatar”  (Aricó, 1980, pág. 40).


Desde esta argumentación, la edificación de un proyecto nacional y popular, además de arrastrar las reformas democrático-burguesas que la burguesía nacional fue incapaz de llevar a cabo, se propone un horizonte originalmente trasformador y socialista, reivindicando los acumulados históricos y sus legados emancipatorios, dejando de pensar las masas campesinas e indígenas como ciudadanos de segunda categoría y logrando de forma definitiva enterrar los restos del orden social colonial.


Sin embargo, la política era para el pensador peruano una actividad creadora, nunca de imitación. Sus contravenciones con el comunismo oficial se dieron en dos planos: en el plano internacional, en el marco de la conferencia comunista Latinoamérica (1929). Allí Mariátegui sostuvo, a diferencia de la directriz comunista para quienes los campesinos eran un sector profundamente reaccionario y conservador, la urgencia por las condiciones históricas y particulares que a travesaba Perú de una alianza entre clase obrera y masas indígenas, esto era, proletarizar al indígena e indigenizar al obrero.


“El realismo de una política revolucionaria, segura y precisa, en la apreciación y utilización de los hechos sobre los cuales toca actuar en estos países, en que la población indígena o negra tiene proporciones y rol importante, puede y debe convertir el factor raza en un factor revolucionario”  (Maríategui, 2006, pág. 43).


En el terreno nacional, Mariátegui sostuvo una acalorada discusión con Víctor Raúl Haya de la Torre, la disputa entre estos dos dirigentes políticos giró en torno al problema de la organización y de la estrategia revolucionaria. Mariátegui siempre renegó de la idea de concebir un partido político como vanguardia o dirigencia intelectual y política del movimiento social, su socialismo se tejía desde abajo. Para él, los partidos no eran elementos exclusivos de la organización. Como dos polos opuestos, Haya de la Torre conformó el denominado partido político Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), a pesar de ser concebido como un partido revolucionario, por su visión etapista del desarrollo del socialismo, terminó colindando con el proyecto modernizador de las elites, tanto así que propuso una colaboración entre burguesías nacionales y sectores progresistas para promover el avance de las fuerzas productivas modernas.


El filósofo peruano estaba convencido que para llegar al socialismo había que pasar irremediablemente por el capitalismo. Distante a esta lectura, Mariátegui creía que las tareas democrático-burguesas pueden estar en consonancia con la aparición en la vida nacional de un movimiento social autónomo constituido por una voluntad colectiva dirigida a la elaboración del socialismo indoamericano.


Debido a lo anterior, la lectura sobre la relación entre Estado y movimientos sociales marca una diferencia respecto a la izquierda convencional, lo suyo no era ni la partidocracia ni la estrategia de la “toma del poder” por una clase social. Por el contrario:


“Mariátegui creía en un proceso de larga duración, enmarcado en fuerzas y contrafuerzas, avances y retrocesos, maduración cultural y preparación ideológica. Ese proceso de larga duración debía ser movilizado a través de un instrumento amplio de organización: el frente único simplificaba en un solo objetivo el horizonte común de los trabajadores”  (Osorio, 2021, pág. 116).


La revolución social, en ese sentido, no era un golpe de mano. Se trataba de un camino procesual, la batalla política es también cultural e ideológica. Mariátegui siempre se preocupó por la disputa cultural, aquel floklore popular era una forma de apropiación histórica de los sectores populares contra las elites, por ejemplo, sus lucidos análisis de la literatura como reflejo de la sociedad, mostraban que la literatura peruana, a pesar de pocas excepciones, es anti-indigenista, profundamente colonial, como un mero pastiche europeo, por no mencionar la ausencia de criollismos. Así, la transformación social en Mariátegui se elabora en términos amplios, político-institucionales, culturales e ideológicos.


El Estado es concebido en la obra mariateguiana, como apunta Aníbal Quijano en su estudio preliminar de Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, como una confluencia sobrepuesta y contradictoria de los legados coloniales y procesos de articulación políticos y culturales propios del orden social moderno.


“El Estado central es la representación de una asociación de intereses de dominación, entre la burguesía capitalista peruana y los terratenientes, ambos subordinados, aunque de distinta manera, a la burguesía imperialista, en la medida en que ese Estado administra y controla una formación social en cuya base son predominantes los intereses de la burguesía imperialista” (Matiátegui, 2007, pág. 24)


Así, al interior del Estado hay una representación contradictoria de diversas facciones del bloque social dominante, entre fuerzas burguesas progresistas y una oligarquía retardataria. Además, el Estado es la condensación del régimen de acumulación, es la síntesis y a la vez expresión de las relaciones sociales de producción, expresión de un Estado formalmente liberal y demo burgués, pero estructuralmente gamonal y hacendatario. Siendo la tarea del bloque nacional-popular resquebrajar la imbricación entre Estado-herencias coloniales en clave proyecto socialista. Por tanto, nuestro pensador peruano sostiene la importancia de la comunidad indígena como arete o punto de partida de una reorganización socialista de la estructura agraria.

(*) El anterior artículo es resultado parcial del proyecto de investigación de pregrado en Ciencia Política (Universidad del Tolima) que adelanta el autor. 

Bibliografía

Aricó, J. (1980). mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano . México: Siglo XXI.

Degregori, C. I. (1978). ndigenismo, clases sociales y problema nacional : la discusión sobre el problema indígena en el Perú. Lima: Centro Latinoamericano de Trabajo social.

Maríategui, J. C. (2006). Ideología y Política. Caracas: Ministerio de Comunicación e Información.

Matiátegui, J. C. (2007). Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.

Osorio, J. D. (2021). El mito en la obra de José Carlos Mariátegui: cultura política peruana y lenguajes políticos (1909-1930). Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. 



[1] Publicado inicialmente en dos partes ("Nacionalismo y Vanguardismo", Mundial, Lima, 27 de noviembre de 1925, y "Nacionalismo y vanguardismo en la literatura y en el arte", Mundial, Lima, 4 de diciembre de 1925)



[1] Junto con César Falcón, Mariátegui viaja con rumbo a Europa gracias a una beca que le fue entregada por el gobierno de Leguía como una forma encubierta de deportación. Durante tres años (1920-1923) la influencia del pensamiento europeo lo consagra como un marxista convicto y confeso. En su estadía en Europa también estudió el pensamiento de G. Sorel, H. Bergson, F. Nietzsche, B. Croce y P. Gobetti, este último es quizás la figura que más influyó en la adhesión de Mariátegui al marxismo.



[1] (Maríategui, 2006, pág. 253) 

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