Alexander Martínez Rivillas
Profesor de la Universidad del Tolima

El ecosocialismo sigue siendo una teoría y proyecto de “transición” potente, con una presencia fuerte en Latinoamérica y Europa. A pesar de tener cercanías con la ecología marxista o el ecomarxismo, tienen algunas diferencias en el diseño de la “gran transición” y en los enfoques sobre la explicación de las causas de la “crisis civilizatoria”. El ecosocialismo ha tenido su mayor influencia a través de la obra de Michael Löwy, y el ecomarxismo, de amplia difusión en EEUU, mediante los trabajos de Bellamy Foster.

En cualquier caso, las dos escuelas se han enfrentado a un asunto no resuelto, por supuesto: si el “socialismo duro” (el blando es típicamente socialdemócrata) lograra domesticar el capitalismo hasta convertirlo en un simple mecanismo de “producción verde” y distribución justa de la riqueza sin el empleo de plusvalías (trabajo no pagado y trabajo sin ninguna coacción), estaríamos en una situación bastante favorable.

Por otro lado, si aceptamos que los “paleoconservadores” sueñan con un “capitalismo puro y verde”, o sea, un simple hábito extendido de ahorro, de trabajo razonable y de inversión “útil” en tecnologías (con emisiones finales cero), a la manera de Murray Rothbard, haciendo posible el “verdadero capitalismo” sin la férula del Estado, tendríamos otra solución extravagante pero ideal. No obstante, aquellas soluciones ideales se enfrentan al mismo problema: no existe un mundo en el que se pueda dar la matriz de producción y de mercado del ecosocialismo o del capitalismo puro.

Si al problema del “verdadero capitalismo” le agregamos el asunto de los límites reales al crecimiento por presiones ambientales, la solución diseñada estaría en una sin salida de mucho mayor calado. O sea, el “no capitalismo” es solo imaginable en un sentido abstracto o mediocre, y el “capitalismo paleoconservador” solo existiría en la utopía del “individualismo metodológico “de la “austriacos”.

Los cálculos recientes del Banco Mundial sobre el “costo ambiental” en minería y el mismo uso de combustibles fósiles para reemplazar las tecnologías contaminantes, terminan arrojando más dudas que certezas. Claro, el “imperialismo verde” y su “conservacionismo forzado” hoy en pleno debate, no son asuntos menores. Detrás de este imperialismo también se esconden iniciativas sostenidas de depredación ambiental de los Estados más débiles del sistema mundial.

Al menos, durante el siglo XXI es bastante probable que el capitalismo sea más fósil que nunca y, tal vez, los sueños ecosocialistas y los delirios paleoconservadores se empiecen a ver en la realidad cuando los propios límites al crecimiento, los desplazados ambientales, las guerras por el agua, la pobreza global, las hambrunas, las grandes inundaciones, las olas de calor, las enfermedades tropicales, entre otras cosas indecibles, impongan las respectivas transiciones ecológicas y el desarrollo de verdaderas tecnologías “ecoeficientes”. No obstante, como dice Wallace-Wells, ese día del 2100 el planeta será ya “inhóspito”.  

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