Por: Juan Esteban Avila Saavedra.


El 14 de agosto de 2021 será recordado como el día en que los talibán clamaron victoria en Afganistán. La huida del presidente Ashraf Ghani al extranjero, y la posterior toma insurgente al palacio de gobierno situado en Kabul, terminó por consumar una victoria en donde bastaron muy pocos días para su consolidación, dejando así en ridículo la estimación de inteligencia estadounidense que preveía una victoria Talibán en una buena cantidad de meses.

Tras la decisión de retirada de las tropas de ocupación estadounidenses y aliadas en el mes de mayo, quienes llevaban 20 años en el país en el marco de lo oficialmente se ha llamado guerra contra el terrorismo y las drogas, el movimiento islamista habría comenzado una ofensiva sin precedentes. Si bien desde el gobierno de los Estados Unidos se evita hacer la comparación con lo ocurrido con el fin de la Guerra de Vietnam en 1975, tanto Estados Unidos como sus aliados han tenido que verse en la obligación de evacuar sus embajadas, todo ello ante la inminente amenaza de la puesta en marcha de un gobierno Talibán. El mismo monstruo que en décadas pasadas financiaron en su lucha anticomunista, hoy los está sacando del país en el que nunca pudieron tener control.

Los desaciertos geopolíticos de los Estados Unidos nuevamente están siendo develados. Su ya desgastada lucha contra las drogas y el terrorismo terminó por afectar las ya accidentadas dinámicas de vida de más de 38 millones de personas que habitan el país de Asia central. Tras la retirada de las tropas de ocupación, “ni Afganistán es ahora más democrático, ni su población civil está mejor y tampoco el mundo es un lugar más seguro ante una amenaza del extremismo islamista”, afirma el profesor Víctor de Currea-Lugo, experto en el tema.

Y es que la manera en cómo se desplegaba el ya derrocado Estado afgano no era muy propia de un régimen robusto con una considerable presencia de sus instituciones en los territorios, el Estado afgano nunca tuvo monopolio de la violencia, ni mucho menos de la justicia en sus territorios. En sus mejores años, sus presencias diferenciadas solo le permitían tener control completo de Kabul, la capital del país, mientras que, en la periferia, el control ejercido por los llamados “señores de la guerra”, entendidos como líderes locales responsables de la cadena productiva del cultivo del opio y su tráfico, reguladores de la vida social y dueños de grandes ejércitos, se convertían en actores que interlocutaban directamente con el gobierno central, dando cuenta del carácter criminal y corrupto del régimen.

En el ámbito internacional, si bien no es exclusiva responsabilidad del gobierno Biden, este sí significa su primer gran fracaso. En su primer año de mandato, tendrá que asumir las consecuencias de las malogradas negociaciones de paz iniciadas un año atrás, y el ridículo de su oficina de inteligencia, quienes no esperaban que los talibán lograsen hacerse de una manera tan rápida del territorio.

La situación actual también demuestra la incapacidad de la ONU y sus intentos por garantizar una salida democrática al conflicto. Además, la situación en materia de los derechos humanos resulta desalentadora: tan solo entre el 6 y 9 de agosto, UNICEF reportó que al menos 27 niños muertos y 136 heridos1, ellos en medio de la escalada de violencia, también, la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) documentó 5183 víctimas civiles entre enero y junio, registrando, en comparación con el mismo periodo del año pasado un aumento del 47 % en el número de civiles asesinados y heridos en incidentes violentos en todo el país durante el primer semestre del año.2

Claramente la toma del poder por parte de los talibán no puede resultar motivo de alegría para los movimientos progresistas internacionales. Si algo han demostrado los grupos islamistas radicales es su extrema crueldad en sus acciones: su despiadado control sobre la vida cotidiana, y sus ridículas restricciones contra las mujeres, limitarán aún más la tarea de las organizaciones de asistencia humanitaria, que hoy por hoy no cuentan con las garantías mínimas para su funcionamiento.

Evidentemente, ni a corto ni a mediano plazo esta situación parece no tener solución. Provisionalmente, lo mínimo que se espera por parte de la comunidad internacional es que sus naciones sin problema alguno acojan a las personas que buscan refugio, que la OTAN, la ONU, Estados Unidos y las demás potencias involucradas aprendan de sus experiencias de ocupación fallidas, para así mismo prevenir la existencia de este tipo de conflictos.


1https://www.unicef.org/press-releases/least-27-children-killed-and-136-injured-past-72-hours-violence-escalates

2https://www.hispantv.com/noticias/afganistan/496356/civiles-muertos-guerra

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