Hoy, 28 de junio, se conmemora en Ibagué el mes del orgullo gay, como se le conoce a junio por servir de recordatorio de los sucesos de Stonewall, gesta ya lejana que poco a poco ha sido vestida de color blanco, virilizada y desprovista de contenido de clase subalterna, para ser reemplazada por un producto más incorporado a la lógica del capital en el neoliberalismo. El siguiente artículo nos invita a pensar una ética que contemple otros modos de vida, del placer y el deseo. Imaginar la política y la disidencia más allá de la lucha por la igualdad de derechos y la “tolerancia social” impuesta por los poderes establecidos.

Por: Edwin Andrés Martínez Casas.

En el camino para construir una nueva sexualidad, libre de la dicotomía heterosexual/homosexual, resulta de vital importancia preguntarse por la nueva constitución del sujeto y entender la liberación sexual como acto político. Ello implica crear una nueva ética y en especial una nueva estética de la existencia, que sea transgresora de los parámetros que han establecido la sexualidad como problema moral. De alguna manera, esta tarea pasa por retomar el cuidado de sí de los griegos, aunque sin los vicios de machismo y exclusión de este periodo. En la ética sexual griega nadie estaba obligado a comportarse sexualmente de una forma u otra; no estaba escrito en ningún código que tal o cual práctica sexual fuese errónea, pecaminosa o poco virtuosa. Simplemente, se esperaba que el ciudadano de la polis fuese lo suficientemente sabio para cuidar de sí mismo.

Obsérvese que la sexualidad como problema moral no existe propiamente en este tipo de sociedad y este es precisamente uno de los rasgos que debe rescatarse de ella. El otro rasgo tiene que ver con el ejercicio de “la mayoría de edad kantiana” para el caso del disfrute de la sexualidad y de los placeres. La extirpación de las prácticas homosexuales del conjunto de las prácticas sexuales socialmente aprobadas son una manifestación de minoría de edad, en que el individuo no es capaz de experimentar nuevas sensaciones y placeres, todo con el objetivo de encajar en los parámetros socioeróticos establecidos.

En suma, el sujeto deja de pensar por sí mismo y de pensarse como sujeto de deseo y placer y permite que una regla externa le defina qué es lo que debe sentir, a cuáles impulsos debe responder y cuáles deseos o curiosidades debe eliminar, no solo de sus deseos sino de su estructura moral como sujeto. Pero esa técnica de dominio no se queda solo como regla que se impone desde fuera. De hecho, el discurso heteronormativo logra crear un dispositivo, una “técnica de sí”, que hace que el individuo efectúe por sí mismo un conjunto de operaciones que permiten extirpar cualquier deseo o experiencia de placer que no sea acorde con la moral sexual establecida. El ser humano ha sido obligado a reconocerse como objeto de deseo, pero de ciertos tipos de deseo, dejando por fuera varias facetas del mismo. De allí la importancia de construirse como un sujeto nuevo, como un ser masculino nuevo, a partir de una nueva ética y de una nueva estética.

Hay un combate por la verdad sexual, entendida como el conjunto de procedimientos regulados por la producción simbólica, la ley, la repartición, la puesta en circulación y el funcionamiento de los enunciados; está ligada circularmente a sistemas de saber que la producen, la sostienen y la prorrogan. Escribir una verdad a contrapelo de la hegemónica, es tarea central colectiva e individual para romper con la dicotomía heterosexual/homosexual y promover la liberación sexual.

Es en este sentido que Foucault rescata la noción griega de estética de la existencia para ofrecer los horizontes de las resistencias, para dilucidar los límites que pueden llegar a tener los movimientos de liberación sexual o LGBTI, cuando esta liberación se entiende solo en el plano de los avances en materia de “igualdad de derechos”, y la construcción de una política de “identidad” que alimente la consolidación del Guetto homosexual en oposición al guetto heterosexual, fortaleciendo así la falsa dicotomía y obstaculizando la creación de una nueva y única sexualidad, pues ello esconde una problemática más compleja: la de la construcción de un sujeto sexual diferente:

El punto fundamental que señala el autor (Foucault) en relación con los movimientos sexuales y la ética es que durante mucho tiempo se han imaginado que el rigor de los códigos sexuales les era indispensable a las sociedades llamadas “capitalistas”. Ahora bien, la suspensión de los códigos y la dislocación de las prohibiciones se han hecho sin duda con más facilidad de lo que se había creído, por ejemplo, la igualdad de derechos y el matrimonio entre parejas del mismo sexo están siendo aceptados en cada vez más países, pero el problema de una ética entendida como forma que uno debe dar a su conducta y a su vida sigue vigente. En consecuencia, “uno se engañaría cuando creyese que toda la moral estaba en las prohibiciones y que la suspensión de estas resolvía por sí la cuestión de la ética”. (Montoya, 2012, pág. 56.)

El horizonte propuesto por Foucault es más amplio que el de la igualdad de derechos. Los problemas o ejes que propone Foucault son: i) el problema de la libertad y la identidad; ii) el problema del placer y los límites autoimpuestos a él; iii) el problema de la amistad. A partir de Foucault los estudios de género y queer han considerado que no pueden existir cambios reales, transcendentales, sin la construcción de nuevos tipos de sujetos. Pero esta transformación no se circunscribe al campo del pensamiento, sino especialmente al campo de la práctica, de la experiencia real y concreta. Han afirmado que es necesario abrir espacios individuales para la experimentación del placer, la transformación de uno mismo y la búsqueda sin temores de otras identidades, pues de lo contrario los avances normativos se quedarán como letra muerta. “Esto se podría definir como la investigación de una estética de la existencia focalizada a estilizar la libertad, la identidad y los placeres” (Montoya, 2012).

¿De qué se trata esta estética de la existencia? Es un espacio en el que el sujeto es capaz de constituirse a sí mismo y construye una filosofía del arte de vivir, pues estos ámbitos resultan propicios para hacer de las prácticas no configuradas normativamente los puntos de resistencia frente a las relaciones de poder dominantes. El discurso dominante sobre la sexualidad que incluye solamente las prácticas sexuales heterosexuales aparece como discurso moral que sirve para evaluar si los seres humanos, en tanto seres sexuales y sujetos de placer y deseo, son buenos o malos.

Construir una nueva filosofía del arte de vivir implica entonces romper desde el punto de vista ético y desde el punto de vista práctico con este discurso. Así, la resistencia contra el machismo y la homofobia pasan por esta creación-acción liberadora, que como se observa, va más allá del avance en materia de derechos como el matrimonio o la adopción, pues implica más que esta “igualdad jurídica”, la aceptación y autoaceptación como sujetos de deseo y placer que incluye el deseo y el placer homosexual, potencial y efectivo. Esto no se resuelve con ningún avance jurídico, sino con nuevas prácticas sociales e individuales de construcción de nuevos sujetos y nuevas masculinidades.

Este es el sentido que Foucault le da a la filosofía como experiencia vital, en la misma dirección de Nietzsche: “la filosofía es el movimiento por el que, no sin esfuerzos y tanteos y sueños e ilusiones, nos desprendemos de lo que está adaptado como verdadero y buscamos otras reglas de juego; la modificación de los valores recibidos y todo el trabajo que se hace para pensar de otra manera, para hacer algo otro, para llegar a ser otra cosa que lo que se es” (Foucault, 1999, pág. 223). En suma, filosofar es el arte de la autotransformación, el arte de la autosuperación ética. Romper con la ética que limita los placeres es el primer paso de esta autosuperación en sentido Niezscheano.

Lo anterior supone que el sujeto no es originario, sino que tiene una génesis, una historia, una formación. La formación sexual en el guetto heterosexual no es originaria ni hace parte de la esencia de ningún ser humano. Esta tiene o tuvo una génesis, una historia, unas condiciones de reproducción social e individual. En un contexto histórico en que la moral sexual indica que la heterosexualidad es la norma, el sujeto se construye como heterosexual y luego internaliza los placeres y deseos concomitantes a esta construcción; esta internalización resulta fundamental para que esta norma sexual dominante aparezca a los ojos del sujeto como “naturaleza humana”, como algo obvio, frente a lo cual un comportamiento por fuera de esta construcción debe ser asumido como antinatural, antiético, antisocial. Por ello, “necesitamos una conciencia histórica de nuestra propia circunstancia si queremos comprender cómo hemos quedado atrapados en nuestra propia historia” (Foucault, El sujeto y el Poder, 2001, pág. 243).

Los conflictos que sufre el sujeto que llega a sentir otro tipo de deseos por fuera de la norma, se somatizan como culpa moral, como transgresión insoportable, como potencial delito moral social y por ello intentan ser extirpados del pensamiento y, por supuesto, de la práctica del deseo. En este punto, juega papel destacado el discurso machista y homofóbico, entendido como dique que canaliza y frena cualquier impulso erótico o de deseo no heteronormativo. Así, sensaciones no heteronormativas, como reconocer la belleza de otro cuerpo masculino, desear o admirar ciertos rasgos del cuerpo de otro sujeto del mismo sexo, experimentar sexualmente de forma concreta o simplemente la sensación de placer y satisfacción con la compañía de alguien del mismo sexo, son cauterizadas rápidamente con el fin de evitar preguntarse por sí mismo y por la sexualidad más allá de la construcción impuesta externamente y autoimpuesta en el proceso de conformación “naturalizada” de la heterosexualidad.

La lucha por una emancipación sexual implica recordar que la historia sirve para mostrar que lo que es no ha sido siempre así. Ello aplica no solo para los grandes acontecimientos colectivos, sino también para la historia misma de nosotros como sujetos de deseo y placer. La historia de nuestra sexualidad sirve para recordar que lo que es no siempre ha sido así ni siempre debe ser así. Si estamos dispuestos a aceptar esto, podremos empezar el camino de nuestra construcción como nuevos sujetos sexuales y crear una nueva masculinidad y una nueva sexualidad que rompa y supere el parámetro moral de la sexualidad fundada en los fundamentos heteronormativos. Más allá de la lucha por la igualdad de derechos y la “tolerancia social” que reafirma la dicotomía impuesta por los poderes establecidos, debemos preocuparnos por encontrar una ética que contemple otros estilos de vida para nosotros mismos. Redescubrir las formas de deseo y placer que nos han sido extirpadas e incorporarlas al conjunto de nuestros placeres, para reelaborarnos como sujetos de deseo y crear nuestra nueva masculinidad. A eso espero invitar con estas reflexiones.

Referencias

- Foucault, M. (1999). Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, volumen III. México: Siglo XXI.

- Foucault, M. (2001). El sujeto y el Poder. Buenos Aires: Nueva Visión.

- Montoya, R. D. (2012). Ética Sexual y estética de la existencia en la Antigua Grecia. Reflexiones sobre la Homosexualidad desde Foucault. Bogotá: universidad del Rosario.


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