Daniel Felipe Barrera Arias

Desde hace un tiempo, la escritura como ejercicio creativo y de resistencia se ha convertido en nuestra última trinchera, sin que ello, haya implicado un abandono de la política en las calles, más bien, se trataba de canalizar la indignación a través del ejercicio de la escritura. Pues bien, este breve fragmento responde a aquella inquietud vital. El día 1 de mayo a eso de las 10.20 p.m nos enteramos por redes sociales que un joven llamado Santiago Murillo había sido asesinado por la Policía nacional en el marco de las movilizaciones en contra de la reforma tributaria en la ciudad de Ibagué (Colombia) y en lo único que pude pensar, además del desgarrador llanto de la madre que me estremeció como si fuera el llanto de mi propia madre, era en la democracia y el Estado, algo que para la elaboración de mi tesis ha ocupado buena de mi tiempo de estudio.

Así, la obra Miguel Abensour, sin pretender ser un recetario, podría situarse como un derrotero teórico-político para reflexionar sobre el horizonte político que se nos avecina tanto en Colombia como en América Latina. Acá nos interesa pensar las posibilidades de emancipación de la “verdadera democracia” -siguiendo a Marx- o “democracia insurgente”, por ello, es clave rastrear; ¿por qué es posible pensar la esencia de lo político y la democracia bajo el horizonte contra estado?

De la mano de Marx, Abensour (2012) nota que fue Hegel el autor que creó una falsa filiación entre Estado-política; para el filósofo francés, “está claro que la lucha contra la identificación de la política con el Estado a la cual procede el hegelianismo de manera que el Estado englobe toda la política” (pág. 40). Esa herencia hegeliana, fue la que mucho tiempo después las corrientes de la sociología funcionalista van a retomar para pensar el Estado como proceso y la política como funciones dentro de un artefacto que debe funcionar. De ahí, que las preocupaciones de Abensour giren en torno a la búsqueda de la autonomía de la política: la esencia de lo político y las reflexiones de la democracia por fuera del Estado, como excedencia de la arena institucional.

No obstante, para el filósofo francés, la recuperación de la autonomía política no pasa por; “una disolución de lo político en lo social” (1997, pág. 96), esto sería, reducir el problema de la política a sociologismos, que terminan por comprimir lo político al ámbito de la sociedad civil. Renunciar a la autonomía del campo político es grave error, más aún, la sociedad civil ha quedado relegada aspectos económicos como conjunto de necesidades. `Para Abensour; “Es con Hegel, lector atento de los economistas ingleses, que el concepto de sociedad civil sufre un desplazamiento significativo de lo político a lo económico, incluso conservando el carácter político” (pág. 38). Es decir, se ha hecho una clase privada, en ese sentido, “repolitizar la sociedad civil es entonces descubrir la posibilidad de una comunidad política externa a el Estado y contra él”. (pág. 40)

Detengámonos a revisar la inversión marxiana que recupera Abensour; mientras Hegel tiende a creer que la universalidad se realiza en el Estado, como concreción máxima frente a una sociedad civil particularizada e incapaz de encarnar la universalidad, Marx va a concebir el Estado como la forma alienada de la sociedad civil, un Estado preso de los intereses de particulares, por tanto y contra el estatismo hegeliano, es el ámbito de lo social donde los particulares viran a la universalidad; siguiendo pero también desmarcándose de la lectura de Marx, nuestro filósofo francés dirá que la contradicción ya no es, entre Estado contra Sociedad civil, sino, Estado contra lo político, pues en lo político florece el núcleo central de la democracia, el demos total, el pueblo, y su realización solo depende de su constante enfrentamiento contra el Estado.

Bajó esa lógica, el Estado es la afirmación de la unidad, sobre lo múltiple que se presenta como una totalidad orgánica de cierre de lo social, que unifica, ordena y estabiliza desde la dominación. En palabras de Godoy (2014), “El Estado se constituye de espaldas a el “vinculo humano” del “encuentro con el otro” dejando abierta la posibilidad para su constitución {..} de la figura del Uno y de su unidad autocentrada, homogénea y totalizante” (pág. 118). El Estado tiene una vocación constitutiva, por ello, busca subsumir todas las esferas de la vida social a su unidad, en otras palabras, es una estructura de dominación1 que también estructura la dominación. En esa misma dirección, Quintana (2020) dirá, “el Estado es una forma organizativa, unificadora e integradora <susceptible de ocupar el lugar de la acción del pueblo, para acabar oponiéndose a él>” (pág. 335). Imponiendo su fuerza centrípeta sobre las sinergias centrifugas

Frente a esta pretensión de aprehensión por parte del Estado, lo político y la democracia aparecen como un espacio de disrupción, con una especie de vocación antiéstatica por parte de la democracia, por tanto, para Abensour (2012), “la democracia no es un régimen político, sino que en primer lugar es una acción, una forma de acción política” (pág. 43). Como acción permanente la democracia reafirma “la fluidez de la actividad instituyente” (1997, pág. 90), muestra su movilidad, plasticidad para no dejarse petrificar por la lógica estatal. Junto a la democracia, lo político que antes se encontraba atado al Estado, ahora se libera de él y se funde con el sujeto real que es el demos, de allí, que para Abensour la búsqueda por la verdadera democracia y la esencia de lo político coinciden, esto es, que la democracia alcanza su verdad en tanto se acerca al demos, como fuerza activa y autoconstitución permanente. Así lo dirá Abensour (1997)

la verdadera democracia, regida por el principio de la autofundación continua, no es pensada como la realización definitiva, sino como una unidad haciéndose y rehaciéndose permanentemente contra el surgimiento siempre amenazante de la heteronomía; en síntesis: arrastrada en el movimiento de la infinitud de la voluntad” (pág. 87).

En ese movimiento de dislocación, que no se termina de cuajar, aparece el poder. Un poder que se revela como plural, polimorfo, (des)organizador de una unidad homogénea, como una actitud de alteridad frente a la totalidad, habilitando una democracia de la no-dominación y de la destotalización. De igual manera, la influencia lefortiana le permite Abensour pensar el “lugar del poder” como un espacio vacío, que se llena con una imagen del pueblo, pero de un pueblo indeterminado, ese lugar del poder nunca se llena por completo ni se cierra, no obedece a representantes, sino a voluntades comunes (2009, pág. 109). Por esa razón, el poder se expresa como manifestación de la pluralidad humana, mostrando que la política cuando es auténtica, cuando está viva se mueve bajo el “todos uno”, es básicamente un poder indomesticable que pone en evidencia que, la acción política solo se hace emancipatoria si logra situar el conflicto en exterioridad al Estado (2012, pág. 41).

No obstante, se ha convertido en una crítica tanto recurrente como facilista acusar a M. Abensour de concebir una noción democracia que reniega y se distancia de cualquier forma de institucionalidad, mostrando la hostilidad irreconciliable entre las sinergias sociales constituyente-constituidas. Nada más alejado de la realidad. En sus palabras; la democracia insurgente, lejos de ser por principio hostil a cualquier institucionalidad, “es selectiva {..} distingue entre instituciones que favorecen la acción política del pueblo y las que no lo favorecen” (2012, pág. 45).

La figura del contra Estado en la propuesta político-filosófica de Abensour es clave, pues se revela, siguiendo a Godoy (2014), como un espacio de enfrentamiento, de conflicto agonístico, pero también de rearticulación, que busca una primacía del demos total por sobre el Estado, así, “la desaparición del Estado político únicamente en el sentido de una forma de organizadora y de una esfera separada” (1997, pág. 91). No se trata de una extinción total de la forma Estado, “sino que desaparece en tanto forma organizadora” (pág. 92), esa merma de la capacidad administrativa del Estado para tramitar asuntos comunes produce un efecto de des-formalización del Estado, habilitando el fortalecimiento del vínculo político, ese vínculo se presenta como lazo humano que irrumpe para brindar la posibilidad de alcanzar una identidad -en tanto pueblo- y una autodeterminación.

Lo anterior es posible gracias a una visión de la democracia que excede los marcos institucionales, los desborda y los sobresignifica como excedencia de la política. precisamente lo político, en tanto demos, es la condición de posibilidad para que la democracia se erija contra el Estado, para forjar una institución democrática de lo social y la realización de la democracia insurgente.

En ese orden de ideas, la figura del contra en el proyecto político abensouriano es clave, ya que, por un lado, le permite tomar distancia de la democracia conflictual; por concebir el conflicto al interior y bajo las coordenadas del Estado, por otro lado, desmarcarse de aquellos proyectos que pretende abolir el Estado, como si fuera tan solo una institución tangible y concreta en la sociedad, dando por hecho la existencia de una clara línea divisoria entre Estado/sociedad. Por eso, lo contra de la democracia en Abensour brinda un espacio de mediación y articulación que permita someter las instituciones a la soberanía del demos: disputarse las instituciones, y a la vez, ir siempre contra el cierre de lo social, situar el conflicto más allá de sus anillos, transgrediéndolo de forma que lo afecte y lo desborde como exceso de política.

Lo anterior es posible gracias a una visión de la democracia que excede los marcos institucionales, los desborda y los sobresignifica, pero no los elude. precisamente lo político, en tanto demos, es la condición de posibilidad para que la democracia se erija contra el Estado, para forjar una institución democrática de lo social y la realización de la democracia insurgente

En síntesis, la acción político estratégica que se deriva de la teoría política Abensouriana invitaría a diluir el Estado por medio del vínculo político, no es casual la reivindicación del pensador francés a la Comuna de París, ya que esta sublevación, no pretendió tomarse el Estado, sino desmonopolizar al Estado de la dirigencia de asuntos comunes, construir un vínculo político-administrativo en la sociedad, que permitió quitarle la capacidad de agencia al Estado; la desarticulación de la forma Estado, implica más política del demos, nunca menos. La constitución no deviene en imposición, sino en construcción colectiva; hacer del derecho un instrumento de la resistencia y no de la dominación sin que ello implique remplazar la máquina estatal por una nueva a la vieja fórmula contra-Estado.

Para finalizar, veamos con mayor detenimiento las diferentes lecturas sobre el Estado y el cambio social presentes en la Comuna de París. La tradición jacobinista que pretende tomar el Estado, ocuparlo y someterlo a la dirección de la nueva clase en gobierno; gobernando con la vieja máquina estatal. Pues precisamente en Francia, como creía Marx, existía el proyecto político más acabado y completo posible de la superestructura política, de Estado y de gobierno burgués, allí, las libertades formales propias del orden burgués no permitirían cuestionar el privilegio gubernamental, mucho menos, la democracia directa, como una cualificación de la democracia representativa que muestra los límites de la democracia delegativa.

A contravía de esta lectura, la tradición comunalista defiende que; “no puede limitarse “simplemente a tomar posesión de la máquina de Estado, tal y cómo está, y servirse de ella para sus propios fines”, sino que deben imperativamente destruirla totalmente, para ubicar en su lugar algo radicalmente distinto y diverso” (2019, págs. 26-27)

La república proletaria, como llego a nombrarla Marx, presenta aunque efímeramente, la primera forma de autogobierno popular, “El quiebre del monopolio del mandar y ejercer el poder” (pág. 21), de lo que se trata es de resquebrajar las delimitaciones entre lo político y lo social; “al reunificar nuevamente poder político y poder social por la vía de disolver y reabsorber las funciones del primero por el segundo” (pág. 30).

La constitución comunal, la disolución del parlamento y de los magistrados; revocados por ciudadanos elegibles, que son funcionarios de la comuna y pagados con un sueldo equivalente a un obrero. La Comuna y la democracia directa giraba en torno a la asamblea popular como instancia central de la toma de decisiones (legislativas, judiciales, ejecutivas) dejando sin legitimidad y capacidad la separación de poderes, propia de las democracias burguesas, es la redefinición de lo que se entiende por representación en la democracia burgués, del ejercicio político anclado al ámbito de lo social, por eso también es la transformación del armazón institucional y la esencia de lo político.

(*) Algunas reflexiones aquí presentadas fueron retomadas del proyecto de investigación de pregrado en Ciencia Política (Universidad del Tolima) que adelanta el autor. 

Bibliografía.

Abensour, M. (1997). La democracia contra el Estado. Buenos Aires: Colihue.

Abensour, M. (2012). Democracia insurgente e institución. Enrahonar, Quaderns de filosofía, 31-48.

Aguirre, C. A. (2019). Lecciones de Teoría crítica. Bogotá: desde abajo.

Godoy, J. P. (2014). El <contra> en la reflexión de Miguel Abensour , o sobre la posibilidad de articular un pensamiento de resistencia. Santiago de Chile: Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Departamentos de filosofía y escuela postgrados.

Quintana, L. (2020). Política de los Cuerpos; Emancipación desde y más allá de Jacques Rancière. Barcelona: Herder.

1 Término aludido por L. Quintana (2020, pág. 335)


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