Por: Santiago Pulido Ruiz

"La vida es hermosa, los sentidos celebran su fiesta (…) Que las futuras generaciones limpien la vida de todo mal, de toda opresión y violencia, y la disfruten a plenitud”.

-León Trotsky.

En cuestiones de marxismo, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método”

-György Luckács.


Toparse con la historia de El Hombre que Amaba a los Perros y, en general, con la obra literaria de Leonardo Padura representa en todo sentido un asalto a la razón. Mucho se ha escrito sobre el vínculo entre literatura, arte y política, el mismo protagonista detrás de esta historia registró su opinión, junto a André Breton, en el Manifiesto del surrealismo (1924). Una de las presunciones fascinantes que me gustaría destacar, no solo en el arte sino también en la teoría revolucionaria, está asociada a la idea de libertad como herejía. Si efectivamente no hay reglas en el arte, cultivar la escritura (en condiciones de exilio y proscripción), y en sentido amplio la literatura, se convierten en verdaderas revelaciones y herejías contra las más rígidas ortodoxias.

En ese ambiente de literatura hereje y cismática se inscribe de forma general la narrativa de Leonardo Padura. Para iniciar, quisiera sugerir que la trama de esta novela, El Hombre que Amaba a los Perros (2009), constituye un cisma literario en la medida que logra exceder y desbordar los propósitos historiográficos de la novela histórica y propone, por la vía metafórica, una concurrencia siniestra entre los destinos del verdugo y su víctima, un desencanto trágico con la Historia del cual la “víctima” fue también participe. Podríamos decir que en Padura existe una fuerte tensión entre Historia y anécdota: si lo anecdótico es un recurso para el relato novelesco, ¿en qué momento converge la Verdad, la Historia y la memoria singular en un acto de justicia literario? En otras palabras, ¿por qué la historia detrás de Ramón Mercader –conocido como Jacques Monard- y Liev Davídovich -también llamado Trotski- es un bosquejo literario de una revolución sepultada y pervertida por los líderes del poder y por tanto tiempo dueños de la verdad y de la Historia?

Quizá este desdoblamiento de los personajes en la novela no sea casual y dé luces sobre nuestro interrogante. Hay un propósito claro en llamarlo, por ejemplo, Jacques Monard en ciertos momentos del relato y, en otras situaciones, Ramón Mercader. Esto no tiene que ver exclusivamente con la torsión de las características y la narrativa, también permite entender un poco las pretensiones de Leonardo Padura: su novela no busca redimir una verdad verdadera en favor de una víctima histórica. Con el desgarramiento de los personajes, hay también un desgarramiento de la verdad osificada en espera de ser revelada. Finalmente, la verdad sobre la sentencia y el asesinato de un ser humano es completa en razón de la confesión de su asesino.

Por ende, la verdad necesita tanto del relato del impío como de su mártir. Estos personajes, pues, no son piezas de juego de la insoslayable dialéctica de la lucha de clases. La imagen del grito en la oscuridad de Trotski refleja muy bien tal situación: en última instancia, el asesino cuenta con la capacidad suficiente para incidir en los destinos ya escritos y desviar, de esa manera, los cursos de la Historia. Sin embargo, como es conocido, la obstinación y el temor anuló tal autodeterminación, dando lugar a un acto suicida. La muerte, a la cual se vio abocado Mercader, tiene esa capacidad definitiva e irreversible que apenas deja espacio para otros temores.

Quiero considerar que estos cuestionamientos iniciales, aunque superficiales, conllevan a una pregunta más general y radical frente al proyecto emancipatorio del socialismo. Interroga Padura en uno de los diálogos de Liev Davídovich:

Vencidos por las evidencias, la clase obrera había mostrado con la experiencia rusa su incapacidad para gobernarse a sí misma … Y aquella posibilidad lo colocaba frente al meollo terrible de la cuestión: ¿era el marxismo apenas una <<ideología>> más, una forma de falsa conciencia que llevaba a las clases oprimidas y a sus partidos a creer que luchaban por sus propios fines cuando en realidad estaban beneficiando los intereses de una nueva clase gobernante?” (Padura, 2009)

Si la libertad continúa siendo una herejía, la historia política de Liev Davídovich -Trotski en el relato de Ramón Mercader- representa una apuesta vital de ello: antes que declinar ante la idea del marxismo como una forma más de la falsa conciencia o la revolución socialista como una necesidad histórica y un futuro inminente, Liev Davídovich comprendió en exilio y proscripción que el futuro social está siempre abierto a transformaciones, que la cualidad de una revolución no reside en su fe ciega en el progreso, sino, por el contrario, en su carácter de permanencia, redefinición y negación de sí.

No es por lo tanto una propuesta diaria de revolución, es una revolución del sentido existencial, una posibilidad siempre abierta al cuestionamiento radical de lo existente. De esta forma, una paradoja encierra la historia de vida de Liev Davídovich: precisamente él, quien organizó el ejército rojo y ayudó a constituir el régimen de soviets, fue luego perseguido, hostigado y asesinado, por sus notas en exilio, bajo la orden de Stalin. El régimen socialista, al que Trotski hasta sus últimos días de vida defendió como Estado y conquista de los obreros y proletarios, a pesar de Stalin, solapó las más críticas plumas y el mínimo de libertades sociales.

En todo caso, estos elementos críticos renacen constantemente en la novela de Padura. Justamente, a partir del envilecimiento del sueño colectivo hacia el socialismo, Padura reescribe la historia de una revolución a través de la conjunción siniestra y el relato personal de aquel hombre que amaba a los perros. Aquí nuevamente abruma la tensión entre Historia y anécdota, las decisiones de la Historia pueden meterse por las ventanas de unas vidas y devastarlas desde dentro. Aunque en sentido estricto se trata de una novela, no por ello es menos agobiante la presencia de la carga histórica en sus páginas. Ciertamente, la reactualización acrítica del contenido histórico podría, eventualmente, desviar y arrojar el relato novelesco al vacío de los anacronismos y obstinaciones nostálgicas.

Si aceptaba la idea de que, finalmente, en la reconstrucción histórica existía tal riesgo, era pertinente cuestionarme: ¿qué tenía en particular la novela de Padura que permitía conjurar los fantasmas de la nostalgia y el desagravio? Además, ¿qué hace que la producción literaria de nuestro autor sea el reflejo de una existencia intelectual libre y crítica frente a la historia contemporánea de las revoluciones? Entre otras cosas, estaría relacionado con su honestidad humana, intelectual y literaria. Aunque resulte una obviedad, cada vez que estamos ante un texto volvemos a descubrir que la Historia disciplinar no explica, por sí sola, las realidades histórico-sociales. En este caso, la verdad requería de una actitud hereje del escriba y del juego literario de la ficción. En respuesta a nuestra pregunta, esta novela necesitaba de la cualidad ética y política de Padura para luego ser revalidada en forma de relato. 

Por ello considero que la literatura se convierte en una revelación y afrenta, con frecuencia olvidada, contra la ortodoxia. Tal afrenta tiene que ver principalmente con el espíritu siempre impugnador del escritor: la producción literaria llega a ser el reflejo de una existencia intelectual y hereje en tanto se privilegia la crítica como método de comprensión. Solo la conexión entre la obra y vida de Padura devela su grandeza intelectual y literaria, siempre crítica y existencial, frente a lo humano y la libertad en los socialismos realmente existentes (tanto en la isla de Cuba como en la experiencia soviética).

En nuestro autor existe una interesante reafirmación entre verdad e historia, no debemos olvidar que toda verdad está justificada en un contenido material y un hecho verificable. Todo esto termina por encerrar la verdad en círculo mágico: el drama y la narrativa se ajusta al sentido de lo históricamente comprobable, configurando entre ellas una tensión productiva. He ahí justamente la virtud de Leonardo Padura, su herejía literaria no está tanto en el valor de rescatar y posicionar ciegamente el relato de los vencidos y de la revolución traicionada, por el contrario, su virtud está, como se dijo, en la defensa y compromiso entre verdad e historia, reconstruyéndolos mutuamente.

Como él asegura, su trabajo se ubica en el filo de la especulación entre lo verificable y ficticio y, por lo tanto, organizado de acuerdo con las libertades y exigencias de la ficción. En el intercambio entre perspectivas históricas, filosóficas y literarias se delinea su novela, encadenando la narrativa a las historias y sus destinos mediante la metáfora de la compasión y la lealtad.

Precisamente, el interés de (entre)cruzar notas de política y literatura en esta novela surge a partir del uso característico de la metáfora en Padura. Mientras desgajaba los párrafos de la historia del hombre que amaba a los perros, arremetía siempre la inquietud por esa articulación de historias y relatos que permitía al escritor poner las últimas letras al laberinto disperso de la vida y obra de un asesino. En él, Leonardo Padura, había una capacidad narrativa admirable: el nexo trágico entre narrador, asesino y victimario estaba atravesado, de manera discontinua y no lineal, por la metáfora de la perversión, la compasión y la lealtad. Los galgos rusos, también Borzoi, terminarían conectando estas actitudes humanas al relato de la sentencia del líder del ejército rojo y la confesión de su asesino.

La figura del Borzoi, en especial la predilección del matón profesional por su fidelidad, no sería, en ese sentido, un recurso literario arbitrario. Es, quizá, otra forma de contar la crisis ética del proyecto soviético de nueva sociedad: independientemente del desdoblamiento y las pieles desgarradas que asumiera el asesino, aquellos galgos rusos le reencontraban siempre con los recuerdos de su nobleza transformadora y consciencia juvenil, a lo mejor abnegada, pero finalmente incorruptible.

El Borzoi representa, en el asesino, tensiones esencialmente antropológicas entre una lucha resignada y finalmente autentica o un lugar de gloria ruinmente fabricado. Así las cosas, el uso de la metáfora de un hombre que amaba a los perros no habla precisamente de un hombre, sino de destinos trágicos y lagunas históricas. “¿No existían acaso verdades, hechos reales sobre los cuales apoyar la trascendente decisión de un joven revolucionario, desencantado al extremo de sacrificarse y cometer un crimen para librar al proletariado del influjo de un traidor?” (Padura, 2009). El desenlace no podría ser otro: la sentencia de Trotski, a favor de la perversión del poder y la Historia, no solo representaría el olvido y renuncia de lo político en Mercader, también encadenaría la fecha de muerte del victimario a la de su víctima.

¿Está condenado todo relato sobre la revolución rusa a narrar la historia de una revolución traicionada? A mí juicio, Padura exorciza tal supuesto. Quisiera finalizar, por lo tanto, insistiendo de nuevo en una idea: reescribir la historia de una revolución no pasa tan solo por un balance historiográfico de los desencantos de futuros prometidos y los excesos autoritarios del poder. Ante dicho propósito, la literatura ha sido un recurso, también refugio, flexible entre Verdad e Historia. Entrecruzando el destino de Trotski al de su asesino, Padura complejiza y cuestiona la reconstrucción de la historia por parte de los vencidos. Hay en la literatura “algo elusivo, una pretensión de búsqueda que de pronto se interrumpía cuando se perfilaba al precipicio, una falta de decisión final de atravesar el fuego entrevisto y tocar las partes dolorosas de la realidad” (Padura, 2009).

Esta bella novela deja el peso de muerto de las ortodoxias a las conciencias abnegadas. Nos sugiere, por el contrario, un ejercicio literario que cultive y refrende el propósito más elevado del pensamiento revolucionario: negarse a sí mismo.

Por siempre recomendada.

Bibliografía

Padura, L. (2009). El Hombre que Amaba a los Perros. Barcelona, España: Tusquets Editores S.A.






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