Por: Santiago Pulido Ruiz.

Antes de lanzar una respuesta definitiva al interrogante del encabezado, el presente artículo pretende sugerir unas líneas de análisis frente a la actual crisis de representatividad y gobernabilidad por la que atraviesa la actual administración municipal de Ibagué. De manera simultánea, intenta interpelar al campo progresista local y su seria intención por impulsar un proceso de revocatoria contra el mandatario conservador. Esta segunda pretensión aspira a construir -de manera escrita y directa- escenarios y encuentros de diálogo y debate político.

Para iniciar, desde su elección, la administración de Hurtado ha tenido constantes retos en materia de gobernabilidad y representatividad. El reducido margen con el que el mandatario logra posicionarse como alcalde de Ibagué configuró uno de los importantes desafíos para el partido de gobierno: ganar la aprobación de la mayoría de la ciudadanía y avanzar y ejecutar, holgadamente, su plan de gobierno.

Como es evidente, no ha tenido siquiera un relativo éxito en ninguno de estos propósitos. Fundamentalmente por dos razones: primero, el proyecto político de Hurtado no representa mayoritariamente a ningún sector social de la ciudad, salvo a los pequeños círculos que alimenta mediante cuotas burocráticas[1], esta situación deja frágil, políticamente, a la administración ante un eventual cuestionamiento generalizado de su gestión, circunstancia que ocurre actualmente; segundo, pese a la poca articulación y siendo minoría en el Concejo Municipal, distintos sectores de la oposición han logrado equilibrar el juego democrático y la independencia de poderes al momento de aprobar proyectos de inversión social. Así las cosas, la redistribución y reconfiguración de prácticas clientelares, como estrategia de gobernabilidad, no ha sido una técnica garante de la estabilidad política de la administración Hurtado (Mucho menos lo ha sido el burdo y malogrado intento por teñir de azul el espacio público como re-identificación de lo social).          

Por otra parte, se suma a la crisis de gobernabilidad y representatividad los permanentes desaciertos en el manejo de la emergencia sanitaria, el desinterés deliberado por consolidar un proyecto de ciudad convenido por las mayorías sociales y políticas, la reconfiguración premeditada de símbolos y elementos de identificación cultural y regional, entre otras decisiones. Lo anterior ha terminado por rodear a la administración conservadora de un descontento social generalizado, que hoy intenta ser traducido y capitalizado por sectores de la oposición en un descontento político de revocatoria. Más adelante volveremos sobre las implicaciones de este intento.

Ahora bien, ante el escenario superficialmente descrito, cabe ser auto-críticos: en la contienda electoral de 2019, los sectores de izquierda y los sectores alternativos no lograron avanzar en la resolución de sus contradicciones políticas y en la tarea de ofrecer un programa con una relativa continuidad de las líneas generales del predecesor mandatario, Guillermo Alfonso Jaramillo. El plan de gobierno de Jaramillo tenía la ventaja de haber ganado apoyo de las mayorías sociales y el buen voto de opinión. De esa manera, había constituido –sin buscarlo- marcos de referencia para la gestión pública y la identificación social. Con frecuencia estos marcos de referencia y sentido han sido ignorados por las distintas fuerzas políticas, lo que los ha llevado a desconocer y subvalorar los arreglos sociales frente a las instituciones municipales. Arreglos incrustados en el imaginario colectivo de la ciudad y que deben ser continuamente refrendados. 

A contrapelo, los sectores alternativos se concentraron en otra tarea: agudizar sus contradicciones, provocando una imposibilidad de articulación y cierre de acuerdos frente a un proyecto común o mínimo de sociedad. Inclusive, la construcción discursiva y programática de los candidatos en 2019 se centró, esencialmente, en diferenciarse y desmarcarse política e ideológicamente unos a los otros, lo cual no es nada reprochable, sin embargo, ninguno ofreció una idea de sociedad al servicio de las mayorías: los programas políticos mencionaban algunos de los problemas estructurales de la ciudad y ciertas propuestas interesantes, no obstante, el costo fue renunciar a un horizonte de cohesión estratégico y marcos de sentido vinculante.

Sin proponérselo, el discurso tecnócrata y automatizado de Hurtado caló en el electorado y, junto a él, el desplazamiento discursivo de los candidatos progresistas que, con ambigüedades y recelos frente a la gran maquinaria clientelar conservadora, se acomodaron a la mediocridad política. En síntesis, se carece hoy de un proyecto riguroso y amplio de sociedad y ciudad. Dicha carencia coincide, también, con la ausencia de acuerdos y arreglos entre voluntades -mayoritariamente progresistas- en un plan de gobierno para futuras contiendas electorales.     

En ese orden de ideas, el campo progresista y alternativo debe reflexionar y anticiparse frente múltiples circunstancias ante un eventual proceso de revocatoria de mandato: 

i. es crucial tener en cuenta que las iniciativas de revocatoria en Colombia han tendido, mayoritariamente, al fracaso. Esta consideración no representa en sí misma un argumento para invalidar el mecanismo de participación, pero sirve para advertir sobre el desafío social que demanda. Si se quiere, constitucionalmente se ha pensado este ejercicio como un proceso real de movilización social y participación, con el fin que no se desvíe hacia fines políticos particulares y represente, principalmente, la voluntad general, por lo tanto, debe asumirse indefectiblemente de este modo; 

ii. En conexión con la consideración previa, es clave preguntarse: ¿cuenta esta iniciativa de revocatoria con un agenciamiento social sólido? Es decir, ¿cuál es la dirección política que se le dará al descontento social generalizado? Lo anterior a razón de que es necesario transformar el descontento social abstracto en fuerza política concreta, sobretodo, movilizar en las urnas, pero también recrear las formas comunitarias de participación, algo de lo que carece la cultura política de la ciudad y también carece en la narrativa progresista local;

iii. ¿En torno a qué ejes se impulsaría dicho proceso de revocatoria? Hasta ahora la iniciativa se articula en negativo, con el objetivo de revocar el mandato que, a juicio nuestro, es aún prematuro al momento de evaluar, sin embargo, ¿cuál es la propuesta en concreto (en positivo) que ofrece el campo progresista ante un eventual vacío de poder por ocasión de la revocatoria? Insistimos, esta es otra debilidad del espectro progresista: no cuenta con un proyecto de sociedad y ciudad en función de las mayorías sociales y en promoción de la democracia; 

iv. De lograrse el proceso de revocatoria y llamar de nuevo a elecciones, ¿estaría dispuesto el nuevo gobierno a administrar el plan de desarrollo de Hurtado? Que por fuerza de ley es de estricto cumplimiento. Dicho de otro modo, de lograrse el cometido revocatorio, ¿el gobierno entrante estaría de acuerdo con continuar administrando las líneas rectoras del Partido Conservador?;

v. ¿Comprende el campo progresista y alternativo el complejo desafío político posterior a una revocatoria? ¿Cómo se prepararía para canalizar el descontento social y el equilibrio de poderes? ¿Cómo redistribuiría el poder institucional con los otros actores políticos involucrados en el proceso de revocatoria? ¿De qué manera quiebra y se distancia de la lógica clientelar para contener la presión social y política?

Lo que tratamos de insinuar e interpelar es lo siguiente: de ser exitosa la revocatoria de mandato, un nuevo gobierno enfrenta varias tensiones. Primero, administrar y culminar satisfactoriamente el plan de gobierno del partido Conservador, aprobado por el Concejo Municipal; segundo, fomentar instancias extra-institucionales que canalicen el descontento social y construyan el imaginario colectivo de integrar a la sociedad en las decisiones político-administrativas, aquí es clave aclarar que el actual plan de gobierno tiene un estrecho margen que permitiría tal pretensión; tercero, tensiones administrativas y burocráticas, en cuanto a la redistribución del poder y los cargos burocráticos y administrativos con anteriores y nuevos funcionarios; cuarto, concertar con las mayorías sociales y políticas una agenda progresista para una futura contienda electoral, que procure redificar una idea de sociedad y ciudad desde la perspectiva de una voluntad popular y alternativa.

Claramente, los tiempos en política terminan por trasponer estas tensiones y objetivos de largo aliento en prioridades y decisiones inmediatas y urgentes. Por lo que resulta pertinente cuestionar: ¿los sectores alternativos están dispuestos a asumir el vértigo y el costo político de una revocatoria sin que exista aún un programa político mínimo que garantice una futura gobernabilidad? ¿No resultaría conveniente, por el contrario, que dicho proceso de revocatoria estuviera encabezado por fragmentos de la Sociedad Civil y que fuesen estos, mediante espacios de politización y sociabilidad política, quienes aportaran elementos de análisis frente a una agenda política progresista, democrática e intersectorial?

En conclusión, es inaplazable pensar la ciudad y sus variadas contradicciones y complejidades antes de llamar a revocatorias. Cerramos esta nota así, generando interrogantes y no respuestas definitivas, porque entendemos la necesidad de crear espacios de arreglos disensuales que construyan ciudadanías politizadas, conscientes de sus problemas locales pero apropiadas de un proyecto colectivo y de una narrativa vinculante. En ese sentido, la invitación es una: reunámonos para pensar y conocer la ciudad, para construir un programa político de mayorías en un sentido progresista, democrático e intersectorial. Interpelemos e interpretemos el deseo de lo popular.

    

 

 

   

 





[1] Aquí sostenemos una diferencia teórica con el edificio conceptual weberiano, en particular, su categoría de racionalidad burocrática. En el caso que analizamos, no hay un distanciamiento entre el profesional tecnócrata y el proyecto político del gobierno. Es decir, en este caso hay un ensamblaje de intereses en común mediante una precisa práctica clientelar que designa dentro del aparato burocrático a fragmentos sociales que coadyuvaron en la elección del candidato.

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