Daniel Felipe Barrera Arias

dfbarrera@ut.edu.co

“La obra de arte solo tiene valor cuando tiembla de reflejos del futuro”

André Breton

El marxismo intempestivo de Walter Benjamin constituye uno de los capítulos del marxismo marginado y proscrito por la institucionalidad marxista, pero a la vez, uno de los más interesantes e incomprendidos. En este texto pretendo revisar sucintamente las aristas teóricas, políticas y estéticas que trajo consigo la formulación[1] del concepto de “aura”[2], para nosotros este concepto permite reafirmarse dentro de la tradición marxista, eso sí, mediante un materialismo bastante hereje.

Antes de empezar quisiera hacer algunas aclaraciones: primero, no considero que haya en la obra de Benjamin un etapismo temático, es decir, no escindimos el crítico de arte, el ensayista literario -supuestamente burgués- y el marxista mesiánico -de corte proletario-. Todo lo contrario, en la obra de Benjamin conviven estudios sobre el surrealismo, la narración y la literatura de Kafka con un análisis materialista sobre la obra de arte y el papel político del intelectual. El amplio abanico temático obedece a las afugias políticas y personales por las que tuvo que pasar en toda su vida, en especial en la década de los 30’[3], lo que nos confronta a una obra parcelada y fragmentada; sumado a ello, tendríamos que decir: Benjamin es un autor radicalmente heterodoxo y heterodoxamente radical, no solo por los temas sobre los que trabajó, sino también por la forma cómo los desarrolló.

Segundo, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica[4], es un texto bastante incómodo tanto para el marxismo predominante de la época, como para sus colegas de la escuela de Frankfurt. El texto que se publica por primera vez en 1936 por la revista Zeitschrift für Sozialforschung sufre por parte de Horkheimer serias tachaduras y la supresión[5] de nada menos que el prólogo, donde Benjamin elucida la vigente discusión entre la politización del arte del comunismo en contra de la estetización de la política por parte del fascismo. Con el tiempo, las nuevas versiones publicadas del texto y los benjaminianos de izquierda reclaman la versión auténtica. Quizás este texto nos dote de argumentos para comprender la molestia que contrajo las ideas de dicho escrito y su acercamiento a la tradición marxista, sobre todo, la mezcla entre la nostalgia del burgués y la praxis del comunista.

La agonía de lo aurático.

La teoría materialista del arte de Walter Benjamin ofrece un panorama diametralmente distinto para pensar la obra de arte, sus categorías desarrolladas sobre la estética tienen dos propósitos: por un lado, distanciarse de las formas precedentes para pensar la pregunta sobre lo bello[6], es decir, la estética. De allí que Benjamin rompa con categorías como lo sublime en Kant para pensar el arte y se acerque a la noción de aura, categorías que no puedan ser utilizadas por el fascismo, pues no enfatizan en la grandeza que agita a disipar la mesura y sobreponer la exaltación como actitud para vincularse con la obra de arte.

Por otro lado, y en relación con lo anterior, la estética no solo tiene que ver con la pregunta por lo bello, incuba también la transformación de la sensorialidad y de la percepción humana -afectos, deseos y pasiones movilizadoras-, que para el caso de Benjamin deviene de un rememorar como activación política. En ese sentido, disputarse con el fascismo de la época una sensorialidad a través del arte es vital, en palabras de Benjamin, “poner en manifiesto las transformaciones sociales que hallaron expresión en los cambios de sensorialidad” (2018, pág. 201)

La definición de aura como: “la irrepetible aparición de una lejanía, por cercana que esta pueda estar”. Se repite[7] en Pequeña historia de la fotografía (1932), La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936) y Sobre algunos temas en Baudelaire (1939), allí ofrece un primer puntapié sobre las dos principales características de lo aurático: la lejanía y lo irrepetible. Lo irrepetible, la unicidad, la incapacidad de duplicar una obra de arte es, para Benjamin, lo propio del aura, esa aura que escapa a todo intento de mercantilización y por ende de reproducción. Es necesario señalar que la autenticidad encierra “todo lo que, partiendo de su origen puede trasmitirse de ella, desde su duración material hasta su capacidad de testificación histórica” (pág. 199). Por eso el aura es inescindible de la obra de arte. El empobrecimiento de la experiencia que Benjamin vio con Baudelaire se está dando por primera vez en el arte gracias al advenimiento de la modernidad: el consumo del arte por parte de las masas, el desarrollo de la técnica y con ella la masiva reproductibilidad, el arte presencia al desmoronamiento del aura.

En ese orden de ideas, la lejanía es lo contrario a la cercanía, el valor cultual de la obra de arte se encuentra en lo inalcanzable, lo que constituye una cualidad capital en la imagen cultual. En otras palabras, por cercana que pueda estar una obra artística, la percepción espacio-temporal mantiene su distancia o lejanía propia de su concepción ritual-material, la ruptura de la “lejanía” implica una cercanía (obra-espectador) y un vaciamiento del valor ritual y cultual. Ese vaciamiento se presenta como un nuevo contenido o aura comercial, artificial y fetichista, desde allí, las masas se acercan a la obra por medio de su reproductibilidad técnica, perdiendo “el aquí y ahora”. Vale la pena recordar que la obra de arte nace anclada al ritual sagrado y religioso, como objeto de veneración o de culto, lo que ya en sí mismo generaba una distancia abismal con la obra de arte, como reconociendo no solo sus cualidades artísticas, sino también, el halo mágico que la envuelve y que, a pesar de su cercanía material o geográfica, la obra de arte se eleva como una deidad esplendida meta-terrenal. En cambio, en la modernidad ya no hay preocupación por la autenticidad de la obra, sino que se busca y se acerca a la imagen en sí misma, despojada de todo misticismo.

Para Benjamin, existen dos formas de apreciar el arte: el primero como valor cultual y el segundo como valor de exhibición. El valor de culto se da por parte de quien la produce, conservado el aura y con ella su ritual de creación-conservación estética, como mística y tradición. En antípoda encontramos el valor de exhibición, se produce por quien la consume, desligándola de toda función ritual, se excluye de la obra de arte su valor de culto. “El valor único de la auténtica obra artística se funda en el ritual en el que tuvo y original valor útil”. (2018, pág. 202). Pero no solo elimina su culto, también predice el inicio de la decadencia de la estética, ya que, en lo bello aparece el valor cultual como valor del arte.

La liquidación del halo aurático a mano de las nuevas tecnologías –en especial de reproducción audiovisual: fotografía, sonido, grabación, filmación- se da a causa de la reproductibilidad. Lo que Benjamin nos recuerda es que la obra de arte siempre ha sido objeto de las técnicas de reproductibilidad, fenómeno que inició con el grabado, después con la imprenta, seguido por la litografía y por último con la fotografía. Sin embargo, solo hasta el siglo XIX la relación entre la copia y la original se modifica sustancialmente, la copia ya no es simplemente un mal suplente o auxiliar del original, ahora, tiene un rol mucho más protagónico, la técnica ya es en sí misma arte: el fordismo en el arte. Pensemos, por ejemplo, en la fotografía, la pregunta por el original simplemente no tiene sentido, la difusión y el creciente consumo es ahora su principal virtud, no es casual que para Benjamin el ocaso del aura  inicia con la fotografía y finaliza con el  auge del cine, recordemos que para el escritor judío: “ A medida que las prácticas artísticas se emancipan del rezago del ritual, aumentan las ocasiones de exhibición de los productos” (2018, pág. 203).

Así, nuestro filosofo medita sobre las cuestiones “filosóficas que planteaba el auge y la decadencia de la fotografía” (pág. 73). Para Benjamin no existe análisis del arte, sin análisis de las técnicas de reproductibilidad técnica, en el caso de la fotografía: “Lo que decide siempre sobre la fotografía es la relación del fotógrafo con su técnica (pág. 82)”, mejor dicho, las capacidades y cualidades del fotógrafo están íntimamente ligados con el uso y manejo de las técnicas. Para Benjamin, la fotografía y sus herramientas: el zoom, la iluminación y el enfoque logra captar detalles nunca antes vistos, alcanzando mayor profundidad, no obstante, ese cámara que capta hasta al más fino detalle, es incapaz de captar el paisaje humano y afectivo que las imágenes produce, por ejemplo,  se puede fotografía una fábrica, pero en aquella foto no se observan las la cosificación de las relaciones humanas (pág.88).

“La naturaleza de que habla a la cámara es distinta de la que habla a los ojos: distinta sobre todo porque, en lugar de un espacio que el hombre ha elaborado con consciencia, aparece un espacio elaborado inconscientemente. Es corriente, por ejemplo, que alguien se dé cuenta, aunque solo sea a grandes rasgos, de la manera de andar de la gente, pero seguro que no sabe nada de su actitud en esa fracción de segundo que se da en el primer paso.” (2018, pág. 76)

En Pequeña historia de la fotografía Benjamin le interesa cuestionar la tensionante relación entre arte y fotografía y la creciente alienación del sujeto al aparato, que procede acompañada de la pérdida del aura a manos de la técnica, el fotógrafo se enfrenta a una maquinaria sometida a unas leyes que lo constriñen hasta un punto que ni remotamente se asemeja al que se enfrenta el violinista con su instrumento (pág. 82).  Sometido a la técnica, el fotógrafo como artista queda limitado a la realidad, acercar o hacer próximas las obras de arte a las masas, es una forma de superar la unicidad y la irrepartibilidad artística por medio de la reproducción, de forma apariencial la fotografía irrumpe en el reino de la reproductibilidad en masa. lo que encontramos en la obra de Benjamin es una crítica romántica del progreso, un romanticismo no conservador y reaccionario, atando la crítica romántica a un propósito revolucionario y emancipatorio.

No obstante, las dificultades que la fotografía deparó a la estética tradicional fueron un juego comparado con lo que trajo cine. Para el caso del cine, la actuación, la filmación y el actor sufren una transformación sin precedentes, la película queda determinada a un montaje escénico de diversas tomas. La película, a diferencia del teatro, ya no es presentada cronológicamente; con escenas grabadas en tiempos distintos, florece una temporalidad polimorfa y disgregada, al mismo tiempo, el público que antes en el teatro interactuaba, recibía y expresaba un estado de ánimo para el actor, emitiendo un dictamen y participando de la obra indirectamente ahora se evapora,“el público se compenetra con el actor solo en tanto se compenetra con el aparato” (pág. 207). Pero no solo ello, el intérprete de un papel, ya no actúa para un púbico, sino para el mecanismo que graba, el público es el aparato, como menciona Benjamin siguiendo a Pirandello, el actor de cine se siente como en el exilio. Exiliado no solo de la escena, sino de su propia persona (pág.207), el actor ya no es la pieza central de la película, se trata al actor como a un accesorio escogido por sus características.

 La preocupación de Benjamin sobre el cine, también giran en torno a la impresionante capacidad que tiene el cine de conmover y poner en estado de shock[8] o de alarma la conciencia de las masas, las nuevas técnicas cinematográficas son violentamente rápidas, repleta de sensaciones agobiantes y llenas de éxtasis a diferencia del teatro y su sobriedad, no es un secreto que el movimiento fascista alemán usó la imagen, usó el cine para desarrollar su narrativa nacionalista y de imbatibilidad. Es claro que Hitler y los dirigentes nazis hacían esas imponentes paradas militares y eventos de masas, preocupados porque fuesen grabadas de forma muy profesional, como actuando.

Procedo a detenerme un momento en las afirmaciones de Benjamin, quizás, arrastrado por el angustiante momento político que vive Europa, no logró vislumbra la capacidad que tiene el cine por trasgredir la exaltación y la euforia como el espíritu de una época, conectando los sujetos con su historia y de paso politizando a los sectores subalternos con imágenes y sonidos que tejen sensibilidades y percepciones populares.

Para Benjamin el cine debe logra re-centrar la figura del actor, privilegiar la narración, la historia por encima de las grandes técnicas fílmicas, romper con el goce que le produce a las masas, acercarse a una actitud más contemplativa del cine, como una forma de vincularse con la obra de arte de forma más íntima, como hemos venido manifestando, Benjamin reconoce las pontencialidades del cine, su crítica lejos de dogmas no pretender enterrar el cine para resucitar el teatro, ya que

“la representación cinematográfica de la realidad es, para el hombre actual, de una importancia absoluta, puesto que le garantiza aquel aspecto de las cosas reales que se le ofrece -justamente gracias a esa intensa compenetración con los aparatos- despojado de toda aparatosidad, que es lo que está en su derecho a exigirle a la obra de arte” (pág. 212)

Un materialista convicto y confeso[9].

Hasta acá, nos ha interesado revisar las condiciones materiales, sociales y estéticas de la pérdida del aura, desde su conceptualización, las formas en la que se expresa la liquidación del aura en el arte, más exactamente en la fotografía y el cine gracias a la aparición de la reproductibilidad en masa de la obra de arte.  Entrados en este punto, nos concentraremos en revisar los elementos y herramientas que nos provee Benjamin para enfrentar al fascismo en una crítica al fetichismo cultual de la época, de igual manera, comprender porqué el aura como categoría estética le permite a Benjamin coquetear y acentuarse en el marxismo melancólico para elaborar su crítica a la sociedad burguesa desde las bisagras del arte antiguo y el arte moderno.

Benjamin no es un nostálgico del pasado, su crítica no pasa por un rescate a la pureza o de una supuesta esencia del arte, tampoco es un ludista, mucho menos hace referencia a una crítica elitista del arte, -distancia abismal con respecto a sus homólogos de la escuela de Frankfurt-; como una especie de capital cultural al que solo aspira gozar una ínfima minoría, nada más lejano de realidad. La posición militante y combativa de Benjamin como intelectual marxista lo lleva a hacerle frente al fascismo por medio de la politización del arte, conectar una política del arte con sus condiciones históricas y sociales. No existe para nuestro filosofo arte autónomo de sus condiciones sociales. El arte no es posible, sino como huella del mundo que lo hace emergente, de allí, la diferencia que sostenía Benjamin con la corriente I’ art pour I’ art (el arte por el arte) que no es otra cosa que una teología del arte.

La apuesta Benjaminiana busca irremediablemente dos objetivos: 1) minar la apercepción y las emociones que produce el cine; el shock, utilizadas por el fascismo para movilizar afectos inmunitarios, xenofóbicos y chovinistas. Benjamin es plenamente consciente de que el auge del cine ha sido utilizado para crear un sentido común reactivo. La pérdida del aura ha producido una dispersión o disipación de la apreciación, cancelando la actitud contemplativa[10] que ejerce el espectador en la obra de arte. Al fascismo le es útil la excitación, las grandes emociones que altera y moviliza al público, el esplendor del fascismo es en gran medida producto de la agonía del aura, en suma, una estetización de la política, tal como lo ha hecho el futurismo y su apología de la guerra, “Estética futurista della guerra” La velocidad de la cámara, los cambios de tomas, consumo de imágenes y sonidos, las representaciones ilusorias y ambiguas especulaciones modifican la relación del arte con las masas, no es casual que para Benjamin la brecha sensorial y perceptiva que apertura el cine es sucinta de ser analizada con la teoría psicoanalítica freudiana.

 2) En el mismo instante en que el criterio de la autenticidad fracasa en la producción artística, se altera y transforma toda función social del arte. En lugar de su fundamentación del ritual, aparece su fundamentación en una praxis distinta, a saber, en la política (pág. 203), dicho de otra manera, ante él la hondura producida por la ausencia del aura, la fundamentación política de la obra de arte la llena de contenido, es un intento porque el público se enfrente a la obra de arte sin mediación alguna, ni de críticos, ni de curadores, mucho menos de expertos.  Adentrarse y reflejarse en la obra de arte, contornearse de forma intima con la obra, apropiarla, ya que, “por mucho que se haya intentado presentarla a las masas en museos y   exposiciones, no se ha dado camino para que las masas puedan organizar y controlar su percepción” (pág. 206), en síntesis, democratizar el arte es una forma de democratizar la sociedad, la obra de arte y su análisis revela el estado de una sociedad alienada.

La época de la reproductibilidad técnica tarjo consigo la ruptura entre el arte y su fundamento cultual, el aura artificial y productivista es propio del arte fetichista; para Benjamin existe una tensión aura/mercancía en el  seno de la obra de arte, el decaimiento del aura, coliga con el esplendor de la modernidad, por eso la lectura materialista de Benjamin denuncia que el desarrollo de las fuerzas productivas condujo  una forma de alienación; el fetichismo de la mercancía, esta vez en la esfera del arte y de la cultura. La mecanización y el automatismo en los procesos de producción del capital, también se expresa en el arte, la forma por excelencia de alienación en la sociedad burguesa es el fetichismo de la mercancía que logra supeditar las distintas formas de alienación; en el arte y la cultura moderna.

La desaparición del aura es, ante todo, la deshistorización y la despolitización del arte, se consuma en la tradición que hace apología a la autonomía  sobre la que se erige el arte, haciendo abstracción de las condiciones materiales, así como el momento histórico sobre el que se edifica la creación artística, por ejemplo, al ver una pintura o una antigua capilla, el fetichismo que es igual  a la destrucción del aura, tan solo muestra pincelazos, trazos, colores, técnicas, como pieza de consumo turístico, en tanto que valor de cambio; como relaciones mercantiles capitalistas,  ya no  percibidas y analizadas  por las preocupaciones, contexto político, pasiones, deseos y sensibilidades  vitales que motivaron la pieza artística.

De este modo, la desaparición del ritual místico busca omitir su historia, robarle su pasado y sus legados heredados, no olvidemos que para Benjamin, la lucha por construir una sociedad socialista se deriva de un remorar[11] que encuentra en su máxima expresión en las lecciones del pasado. Pero dejemos que el Benjamin lector de El Capital, nos exponga mejor el Estado de la obra de arte en la sociedad de clases;

“Las exposiciones universales transfiguran el valor de cambio de las mercancías; crean un marco en el que el valor de uso remite claramente; inauguran una fantasmagoría en la que el hombre se adentra para distraerse. La industria de la diversión se lo hace más fácil al ponerlo a la altura de la mercancía {..} La entronización de la mercancía y el fulgor de entretenimiento que la envuelve son el tema secreto del arte de Grandville. A él corresponde la escisión entre su elemento utópico y su elemento cínico. Sus alambicamientos en la representación de naturalezas muertas corresponden a lo que Marx llama <<los antojos teológicos>>” (2018, págs. 259-260)

La figura de Baudelaire es clave para la formulación del concepto aura y su relación con el fetiche de la mercancía, sus investigaciones sobre el aura en los trabajos del poeta lo acompañan hasta su muerte. El pensador judío conoce la ciudad en los ojos del poeta francés, quien mejor que nadie ve las grandes trasformaciones arquitectónicas y socio-culturales que se gestan en la París capital del mundo en el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, como nos recuerda Jesús Aguirre, “solo quien ha amado los objetos, quien ha callejeado por calles atestadas de atestados escaparates, pudo idear el concepto de aura” (pág. 333). Deambulando por la ciudad, observando y dejándose conmover por las novedades de la ciudad. El solitario pero ocioso caminante se sorprende al ver las abarrotadas tiendas de objetos, como exposiciones universales, su deseo deseante lo sumerge en una sensación de permanente conmoción que le exige que compre, que consuma y que se identifique con las exigencias pulsionales del consumo, sucumbiendo ante la alienación:  se presenta las relaciones con objetos, como relaciones humanas, y las relaciones con humanas se cosifican.

Benjamin a diferencia de Marx, no llega al concepto de alienación por medio de la crítica al funcionamiento de la sociedad capitalista, se acerca al concepto de aura, como mercantilización de la experiencia estética, a través de la poética Baudelaire, lo que no quiere decir menos radical. Es Baudelaire, el escritor francés quien divisa el otro rostro de la modernidad; la multitud, la pobreza, la miseria evidenciada en el abandonado lecho del Sena y la situación de los obreros incapaces de pagar los altos alquileres que son exiliados en los arrabales de la ciudad. Por medio de la figura del flâneur (paseante), como el habitante de la gran ciudad que recorre con frenesí los bulevares y los grandes almacenes, habido de experiencias, busca dejarse llevar por los instintos de la ciudad, caminando sin dirección en la ciudad ensanchada, dejándose conducir a “las exposiciones universales que son lugares de peregrinación para adorar el fetiche que es la mercancía (pág.259)”.

De este modo, quisiera cerrar este escrito esbozando unas breves conclusiones que nos aporta el texto:

(i) Si bien Benjamin utiliza el termino “aura” desde 1931 en Pequeña historia de la fotografía, es hasta (1936) La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y posteriormente (1939) Sobre algunos temas de Baudelaire, donde el concepto del aura le permite a nuestro filosofo una crítica materialista del arte a través de su proximidad teórica con Baudelaire y Marx, tal como muestran muchas de sus citas, anécdotas y menciones. De forma heterodoxa, Benjamin vincula la categoría del aura y la noción de fetichismo -desconocida y muy poco trabajada para la época- elaborada por Marx en el capítulo primero del libro 1 de El Capital.

El aura ya no solo remite a consideraciones estéticas. su atenta lectura de Baudelaire le habilita a través de su poética ver los rezagos del capital, por tanto, comprender la tensión existente en la obra de arte entre aura/mercancía, solo que, a diferencia de Marx, Benjamin no llega por medio de la crítica al funcionamiento de la sociedad capitalista, sino por medio de las nuevas configuraciones urbanas, arquitectónicas y culturales en la Paris capital del mundo.

En lo que si coinciden Marx y Benjamin es su denuncia a la visión de progreso que privilegia el desarrollo de las fuerzas productivas como reproducción de mercancías y de la obra de arte -esta visión del progreso penetró en el seno de la segunda internacional-, el freno de mano de ambos autores nos permite re-pensar la modernidad no eurocéntrica como un proyecto eventualmente emancipador.

(ii) Me interesó mostrar la manera en que la pérdida del aura y el empobrecimiento de la experiencia estética puede conducir a una despolitización del arte.  Para Benjamin, la pérdida del aura está íntimamente ligada con la ausencia de la unicidad que acompaña la reproductibilidad en masa, cuando la pregunta por el halo aurático – o su original-, ya no tiene sentido, es porque al consumidor le interesa la obra en sí, desprovista de toda historia, ritual. Es decir, la rememoración como fuerza cativa y emancipadora – no como bodega de recuerdos-, por eso, es clave robarle  su valor cultual, deshistorizandola y mercantilizándola como valor de cambio,  y de paso, despolitizándola, pues, sin un retorno a el legado socio-histórico de la obra de arte es imposible imaginar un arte que nos remita a vislumbra un devenir revolucionario, es un avance que retorna.

En ese sentido, la obra de arte no es solo despolitizada, también es escindida de sus cualidades estéticas, no es posible apreciar la obra de arte en su máximo esplendor.  Tener una vinculación estética con el arte solo es factible por medio de una actitud intima “vita contemplativa”, en otros términos, lo bello de la obra de arte se encuentra en existencia como valor cultural e irrepetible, en sentido estricto, la pérdida del aura, produce la hondura de la belleza y de su valor como arte.

Bibliografía

Benjamin, W. (2018). Iluminaciones. Barcelona: Taurus.

 

 

 



[1] Para la elaboración de este texto utilizamos la compilación titulada: Iluminaciones (W. Benjamin 2018, Taurus, Barcelona) donde se reúnen una serie de ensayos, conferencias y conversaciones de Benjamin.

[2] Concentramos nuestra atención en la producción teórica que elabora el filósofo judío en la década de los 30, comenzando por el ensayo: Pequeña historia de la fotografía de 1931, pasando por textos como El autor como productor (1934) y La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936), finalizando con las investigaciones sobre Baudelaire, París, capital del siglo XIX (1935) y uno de sus últimos escritos Sobre algunos temas en Baudelaire (1939).

[3] Con el ascenso del Nacional Socialismo, Benjamin pasó la década de los 30 en exilio, huyendo de la barbarie fascista.

[4] Mencionamos el texto publicado en 1936, porque es donde se dedica con mayor grado de detalle la conceptualización del aura, no obstante textos como Pequeña historia de la fotografía (1931), Autor como reproductor (1934) también existen menciones sobre el aura.

[5] Es conocidas la censura conservadora que ejercieron T. Adorno y M. Horkheimer en el trabajo de Benjamin, la aversión de los fundadores de la escuela de Frankfort y la cercanía de Benjamin con el marxismo y Brecht generó muchos problemas en su relación con el instituto. En muchas ocasiones, Benjamin, llevado por la necesidad financiera, se vio en la obligación de modificar sus documentos. En la correspondencia en los años del exilio francés, Adorno le reprocha a Benjamin “Haberse hecho violencia para pagar al marxismo un tributo que ni a usted ni al marxismo le sienta bien” Iluminaciones, 2018, pág. 337

[6] En una nota de píe de Pagina en el ensayo Sobre Algunos temas en Baudelaire (1939), Benjamin dirá lo siguiente: “Lo bello puede definirse por dos vías: en su relación con la historia y en su relación con la naturaleza. En ambas cobra vigencia la apariencia, lo aporético en lo bello” (pág.446)

[7] Las páginas donde encontramos esta definición respectivamente son: (Benjamin, 2018, págs. 83-201-301)

[8] La influencia de Baudelaire para comprender la noción de Shock es clave, “De eso esta echa la vivencia a la que Baudelaire otorgó al peso de la experiencia. Indicó el precio por el que puede tener la sensación de lo moderno: destrucción del aura en la vivencia del Shock” (Benjamin, pág. 306)

[9] No es un secreto que para la década de los 30, Benjamin en parte gracias a su cercanía con B. Brecht se acerca a la obra de Marx, en las conversaciones con Brecht del 25 de julio 1938, reposa una anécdota entre estos dos autores; “A la caída de la tarde   me encontró Brecht en el jardín leyendo El capital. <<Me parece bien que estudie usted a Marx ahora que tropezamos con él cada vez menos y en especial entre los nuestros>>, me dijo. Le respondí que prefiero los libros famosos cuando ya no están de moda” (pág. 132)

[10] Benjamin recoge de Proust el antagonismo entre vita activa y vita contemplativa, esta última se deprende de la memoria. En el ensayo algunos temas sobre Baudelaire dirán lo siguiente; “Proust no pierde la ocasión de subrayar el antagonismo imperante entre la vita activa y la vita contemplativa que se desprende de la memoria” (Iluminaciones, 2018, pág. 271)

[11] Recordemos que para Benjamin la memoria no es una mera bodega donde se almacena recuerdos y experiencias del inconsciente, es justamente un campo de surgimiento de la activación humana, como potencia y capacidad.

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