Abocado frente al
dilema entre democracia y autoritarismo, el movimiento social y popular colombiano
se suma al ciclo y emergencia de protestas sociales en América Latina. Las
expresiones de resistencia popular se han tendido con fuerza a lo largo de la
región: en Chile, con el movimiento por la reforma constitucional; en Ecuador,
con la resistencia indÃgena y popular por la derogación del decreto que
eliminaba el subsidio a los combustibles; en Bolivia, con la movilización de
miles de indÃgenas y campesino/as resistiendo la encrucijada del golpismo de
Añez contra el gobierno del MAS y; recientemente, en Perú, con la prolongada
acción de los manifestantes ante la crisis polÃtica derivada de la destitución de
MartÃn Vizcarra por “incapacidad moral” y quien es acusado de recibir coimas
por contratos en obras públicas. Dichas expresiones han mostrado el malestar
común con la forma de organización polÃtica y económica del neoliberalismo en
nuestros paÃses: por un lado, con la extenuación de los regÃmenes polÃticos y
su carácter eminentemente representativo y, por otra parte, con la desigualdad
social y económica estructural que ha agudizado las contradicciones y
conflictos entre clases sociales.
En ese orden de
ideas, este ciclo regional de protestas sociales ha mostrado, asÃ, una serie de
elementos comunes para el caso de América Latina: i. una exigencia común por una transición polÃtica y la necesidad
histórica de transformar y renovar los regÃmenes polÃticos nacionales; ii. Las salidas constituyentes como
renovación del pacto social y el uso del derecho como apropiación plebeya a
favor de las mayorÃas sociales; iii. La configuración de un mapa polÃtico regional
favorable a la acción social colectiva y las posibilidades de construcción de
un horizonte estratégico pluricultural.
Es necesario,
pues, entender el marco de la acción social colectiva en Colombia inserto en la
lógica de movilizaciones y protestas a nivel de América Latina. De tal forma,
la tensión entre lo polÃtico y lo social ha reconfigurado y redefinido la
correlación de fuerzas a la hora de determinar las agendas nacionales, evidenciando
que, en algunas ocasiones, el movimiento social logra hacerse del agenciamiento
polÃtico nacional y crear fisuras en el establecimiento polÃtico. Podremos
afirmar, entonces, que estas expresiones de indignación y organización popular
han develado la apertura siempre relativa del Estado: con las manifestaciones
en Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú hemos identificado las dos caras
continuas del Estado, una al servicio de los privilegios y la reproducción del
polo dominante y otra cara, apenas visible, como fuga de lo instituido y
potencialmente en función de la democratización social y de un programa a favor
de lo/as excluido/as.
Desde este espacio
de redacción y construcción regional de Minga, consideramos que el reciente
ciclo de luchas sociales en América Latina ha descubierto el Estado como eje de
articulación de lo Nacional-Popular. En ese sentido, la construcción de
cualquier proceso regional y nacional, por muy local y autónomo que en
principio parezca, se debe fraguar haciendo lectura de las tensiones,
contradicciones, lÃmites y alcances de los proyectos emancipadores en América
Latina. Esto es, hacer un diagnóstico crÃtico de los logros y fracasos de las
recientes acciones sociales colectivas en la región latinoamericana.
Siendo fieles a
esta pretensión, como Coordinadora Regional de Luchas Sociales del Tolima hemos
adelantado una serie de encuentros entre colectivos y organizaciones sociales
con el propósito de definir una ruta metodológica para la Minga Regional 23, 24
y 25 de noviembre. En estos espacios de encuentro y deliberación hemos coincidido
que, ante el reciente incremento de las movilizaciones sociales, han emergido desafÃos
polÃticos y teóricos para pensar la protesta social desde otros horizontes
estratégicos y otras categorÃas lógicas. Los análisis de la movilización en
Colombia muestran, en primer lugar, la dislocación y fractura entre el conjunto
del movimiento social y las direcciones sindicales, sin decir con ello que son
sectores e identidades homogéneas. Esta dislocación que responde a expectativas
y apuestas polÃticas, también resulta ser un sÃntoma de la necesidad de renovación
teórica. En términos prácticos, estamos hoy arrojados ante un escenario de
contradicciones polÃtico-estratégicas y teórico-conceptuales.
En segundo lugar,
además de la interpretación de estas fracturas en el núcleo social demandante, hoy
resulta urgente realizar un balance y caracterización del talante del régimen
polÃtico en Colombia, observando e interpretando las contradicciones y desplazamientos
entre las fuerzas del bloque polÃtico dominante y las estrategias utilizadas para
conservar el poder y control de las instituciones. Algunas consideraciones
ligeras frente a esta situación reflejan que el gobierno de Iván Duque, como
representante del proyecto polÃtico oligárquico-terrateniente del uribismo, ha
gobernado sobre la base de la interrupción del juego de poderes y
resguardándose en las modificaciones institucionales que habrÃa configurado el
gobierno 2002-2010. La estrategia polÃtica de Duque sigue siendo, en ese
sentido, el recorte a los avances del Estado Social de Derecho, en un marcado intento
por supeditar el resto de instituciones bajo el control del ejecutivo.
Como Coordinadora
Regional alzamos nuestra voz y nuestras letras contra la continuidad del
autoritarismo uribista por parte del gobierno Duque, quien -como fórmula
partidista- ha puesto en estado de amenaza la vida, la paz y la democracia. A
guisa de ejemplo, un riesgo hoy inminente es la reactivación del conflicto
armado por parte de estructuras disidentes del proceso de paz y el beneplácito
del gobierno ante la avanzada y asedio a los territorios por parte de Bacrim en
articulación con grupos paramilitares y narcotráfico. De hecho, la arremetida
del partido de gobierno en contra de la polÃtica de paz deja clara dicha
intención: para el bloque en el poder ha sido un objetivo estratégico trasladar
el asunto del conflicto de lo exclusivamente polÃtico al plano de lo social,
involucrando a la población y a las instituciones del Estado en una guerra
contra un enemigo interno. Ahora la ciudadanÃa organizada y manifestante hace
las veces de enemigo del Estado.
En ese sentido, la
narrativa del establecimiento ha procurado salvaguardar su posición en el
aparataje estatal por medio de la estigmatización e invalidación polÃtica, que
es, ante todo, una incapacidad del Estado por institucionalizar los conflictos
sociales. Por parte del gobierno se ha fabricado un vÃnculo automático entre
procesos sociales de movilización y grupos armados. Esta es ya una conocida
estrategia de los gobiernos de derecha en Colombia para mancillar y regular la
protesta social, sin embargo, usada al extremo -como es el caso de la táctica del
gobierno Duque- desnuda los lÃmites y debilidades del proyecto polÃtico en
ejercicio de gobierno. Asà las cosas, en la actualidad el uribismo detenta el
poder estatal e institucional pero no cuenta, a diferencia de sus anteriores
periodos de gobierno, con el respaldo popular y mucho menos tiene un movimiento
de masas que acompañe su gestión y consolide un sentido común hegemónico.
De igual forma, el
uribismo como proyecto polÃtico ha tejido una relación contradictoria y
compleja con la democracia que hoy le juega en contra. Una columna de opinión
del profesor Francisco Gutiérrez SanÃn asevera: “en el 2006, el movimiento
enfrentaba la siguiente dualidad. Le encantaban las elecciones, pues el
caudillo las ganaba sin excepción (las ganaba para él, y también para otros).
Pero aceptaba a regañadientes o rechazaba la separación de poderes, la
alternación en el poder y la prensa libre. Además, se reservaba el derecho de
legitimar al menos algunos homicidios, una de sus constantes programáticas”
Esa dualidad
coloca al uribismo con un pie en el vacÃo autoritario e inclusive dictatorial.
Oscilan, de este modo, entre las formalidades democráticas e institucionales,
mientras su otro punto de equilibrio -el horizonte histórico autoritario- ha
quedado al desnudo. Continúa SanÃn afirmando que dicho proyecto, en efecto, se
ha venido debilitando y fracturando: “El uribismo ya no es un movimiento de
mayorÃas. Sufre de un gran desprestigio. Las grandes ciudades no aceptan ni sus
exigencias, ni sus amenazas, ni sus brutalidades. El cambio tecnológico ha
puesto al descubierto prácticas de vieja data del Estado colombiano, que el
uribismo reforzó de manera brutal con polÃticas que causaron grandes
distorsiones en diversas agencias estatales”.
Ante dicho
escenario, es necesario y urgente recuperar la democracia desde su contenido
subalterno y plebeyo. Este proceso de organización popular ha tratado de
comprender el reto polÃtico de sumar mayorÃas y la exigencia social de traducir
la fuerza social demandante en fuerza polÃtica instituyente. Como Coordinadora
de Luchas Sociales somos conscientes del desafÃo que implica acercar lo social
y lo polÃtico, toda vez que las formas clásicas de representatividad han
entrado en crisis y ya no hacen parte esencial de las apuestas de los programas
de las organizaciones y movimientos sociales.
Por lo tanto, la
articulación del campo progresista debe barajar otras opciones y estrategias.
También debe reconocer y reflexionar, entre otras cosas, frente a la dimensión
cultural y simbólica de los actores y sujetos polÃticos del movimiento, lo cual
pasa por interpretar las múltiples contradicciones en el reconocimiento de
identidades demandantes. Todo lo anterior conlleva a redefinir el sentido de la
conflictividad social con los actores realmente existentes y movilizados,
descifrando el carácter y propósito de la movilización social desde ángulos no
reductibles a cualquier tipo de determinismo.
En conclusión, la
Minga Regional del Tolima espera avanzar en esta tarea: reunir experiencias de
organización territorial en una plataforma común de luchas sociales, compartir
entre procesos y condensar estas voces organizadas en un programa regional
democrático. Hoy enfrentamos desafÃos históricos y definitivos, es momento de
pensar y construir en común un destino colectivo y nacional, que blinde la
democracia y otorgue voz a los sin-parte. Es posible un nuevo reparto de lo
sensible y es permitido asaltar los cielos.
¡Por la Vida, la Paz, el Territorio y la Democracia: todxs a la Minga Regional del Tolima!
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