Comité editorial, Militancia y Sociedad.



Las recientes movilizaciones en Colombia en contra del atropello y la barbarie policial, han puesto en evidencia la brutalidad de las acciones de la fuerza pública; violando derechos humanos y masacrando a los civiles a diestra y siniestra, pero también han logrado vislumbrar la tenacidad y la creatividad de las resistencias por parte del movimiento popular. En ese sentido, nos proponemos reflexionar sobre la transformación del Comando de Acción Inmediata (CAI) “La Gaitana” en un centro cultural y biblioteca comunal y de las implicaciones políticas, sociales y estéticas para el movimiento social.

El proyecto capitalista, en su fase neoliberal -a todas luces autoritario- está erigido sobre la des-historización de las luchas, los símbolos y referentes colectivos movilizatorios. Este necesita cortocircuitar el lazo político-social entre la memoria y los sujetos colectivos para asimismo negar los acumulados históricos (lecciones, errores, tareas pendientes) del movimiento social. Ello es una tarea imprescindible de las elites para erigirse como clase gobernante. En ese orden de ideas, la idea del fin de la historia de F.  Fukuyama recobra sentido: el neoliberalismo rampante busca incesantemente destruir el pasado y fraguar un nuevo comienzo, un inicio violento, despolitizador, mercantilizable y apologista del orden vigente.

Dibujar el proyecto del presente y del futuro por parte del neoliberalismo se da siempre en la tachadura y borradura del pasado.

Pero, ¿qué tiene que ver la memoria con los hechos ocurridos en el CAI la Gaitana? Veamos: La noticia que se viralizo rápidamente la mañana del 11 de septiembre del presente año, levanto caracha en los sectores más conservadores de la sociedad colombiana, que veía con estupor como los sujetos que habían destruido e incinerado el CAI la noche anterior, eran los mismos que en la mañana lo habían levantado de sus ruinas para convertido en “el centro cultural Julieth Ramírez”, nombre en honor a la joven estudiante asesinada a manos de la fuerza pública pocos días antes. Las frases: “primero la vida”, “un centro de reclusión convertido y tortura convertido en uno de creación y cultural”, eran solo algunas de las frases que adornaban el antiguo CAI, junto a unos grafitis y pinturas que hacen parte del floklore popular.

De lo que se trata es de resignificar los espacios, de poder forjar una nueva relación con el ambiente urbano y cotidiano, es fraguar un senti-habitar plural, democrático y sintiente para la ciudadanía, en detrimento de lo que el antiguo CAI representaba: la violencia y la arbitrariedad.  No olvidemos que el ensañamiento en contra de los CAI en algunas ciudades del país no es casual, pero tampoco son parte de una estrategia de algún movimiento, son producto de la cólera, la impunidad y la indignación contra una institución sumergida en la doctrina del enemigo interno, que percibe a la ciudadanía como un enemigo potencial. Sería un error desconocer que desde hace algún tiempo los CAI se han convertido en un tenebroso lugar; manchado por las sistemáticas violaciones a mujeres y por hacer parte de redes de delincuencia y el microtráfico. Hace mucho tiempo que los ciudadanos no perciben a la policía como una institución que brinda protección, todo lo contrario, la presencia de un CAI produce una arquitectura hostil y agreste para la comunidad.

La relación entre el espacio y los sujetos, hace parte de una dialéctica urbana, donde los sujetos transfieren cualidades, sensaciones y emociones a los espacios, y a su vez, constituyen la experiencia del sujeto al anidar y recorrer determinadas especialidades. En otras palabras, una relación co-constituyente de entre habitantes-hábitat, por eso decimos que el espacio nunca es ingenuo, ni pasivo, sino que este se encuentra atravesado por relaciones de poder, nos interpela e interactúa activamente; de hecho, logra modificar nuestra concepción y los usos del espacio público, por eso, la disputa del espacio es clave; quién y para qué puede utilizarse el espacio.

Las resistencias creativas por parte de los habitantes del sector de la Gaitana, constituyen un intento por re-escribir la historia de los lugares desde una estética subalterna y etnografía de las resistencias, en una reapropiación y destrucción creativa: transgrediendo y subvirtiendo las sensibilidades y los afectos del que fueron asignados ciertos sitios por prácticas y discursos inmunitarios, patriarcales e ignominiosos.

Lo anterior no implica simples cambios arquitectónicos o geográficos del lugar, genera algo mucho más profundo, la  embrionaria construcción de lo común; exaltando los valores comunitarios, de afectividades y sensorialidades feministas, solidarias  en torno al cuidado de otros y de sí, la posibilidad germinaría de un ethos común, en un administración de los espacios qué va más allá y más acá del control público y privado, frente a la privación le oponemos la accesibilidad, en otro términos, es hilvanar un tejido  político, corporal y estético desde abajo.

Además de los grafitis, frases, pinturas y libros que conformaban el centro cultural, el rostro de Julieth Ramírez expresaba la posibilidad de construir un nuevo imaginario social sobre una memoria plebeya, a contrapelo del autoritarismo y de la violencia policial. Sin embargo, lo que sucedió después fue tan cruel como su asesinato: la policía decide “desvandalizar” el CAI, y lo primero que hace es cubrir con una pintura de color verde militar los ojos y la boca del mural de  Julieth Ramírez, en un intento por desvanecer y eliminar los referentes colectivos que hoy nos movilizan, el tachón del pasado, y el acto quizás inconsciente o no del policía que mientras tacha con pintura el rostro de Julieth, envía un mensaje violento, patriarcal contra las corporalidades sintientes que resisten.

Pintar y dar apertura el CAI, es el nuevo comienzo del que el neoliberalismo nos tiene acostumbrados; despolitizado, al servicio del polo social dominante, haciéndonos olvidar su pasado sangriento.  Tiene razón Eduardo Galeano al decir; del fuego de la memoria, lo único que quema es el olvido.

Así pues, la tarea no es otra que rememorar en sentido benjaminiano, lejos de creer que la rememoración es un ejercicio sometido a el letargo y la letanía del pasado, entendemos que las luchas del presente, también son producto de las luchas del pasado, evocando su vigencia y actualizando sus lecturas y estrategias. La contra hegemonía tropical y multicolor debe tener la capacidad a través de una memoria subalterna, de concebir nuevos registros corporales, políticos, sensoriales y urbanos emancipadores.

 

 

 

 

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