Geraldine Navarro Díaz.
Universidad
del Tolima.
Ciencia
Política.
La reconstrucción de la memoria y el
propósito de hacer un balance sobre los pasos de las mujeres en el continente
latinoamericano tiene como fundamento la reflexión crítica sobre los marcos
institucionales a los que estamos sujetas, y también, a la visibilización de
los hechos de violencia sistemática, que siendo transversales en este proceso,
moldean bruscamente nuestro devenir. En este espacio daré una lectura y
reflexión sobre el plano latinoamericano con el fin de evocar una discusión
sobre las luchas reivindicativas y teóricas que hay alrededor del feminismo
decolonial y cómo estos cuestionamientos tienen un impacto en la participación
política, además del impulso que puede tomar este movimiento para dar soporte a
las mujeres de nuestra América Latina.
Para empezar, la crítica que se realiza desde Pateman (1983)
a la democracia y su fundamento político permite llamar la atención sobre las
condiciones formales y materiales del tipo de sociedad en la que nos desenvolvemos,
pues dentro de esta no hemos sido bienvenidas en calidad de iguales, y a pesar
de las reformas jurídicas que dicen respaldar a las mujeres, se “pasa por alto
la existencia de creencias muy difundidas y tenazmente defendidas, así como de
las prácticas sociales que les dan expresión y que contradicen esa situación
civil formal (más o menos) igualitaria de las mujeres” (Pateman, 1983, pág. 4) . Lo que en este
contexto nos permitiría afirmar que las desigualdades sociales sí repercuten en
la igualdad política, y que hemos de fijarnos en los relatos alternos en cuanto
amplían la posibilidad de tener conciencia sobre los procesos que se han venido
gestando gracias a la intensidad de la participación.
Con base a esto, resulta necesario problematizar la
indiferencia hacia las violencias que se perpetúan desde el Estado y el
patriarcado hacia las mujeres, este es el impulso que nos puede llevar a la
investigación académica, pues esa “indiferencia se halla tanto al nivel de la
vida cotidiana como al nivel de teorizar la opresión y la liberación” (Lugones,
2014, pág. 57) .
Siendo mi intención leer esta indiferencia desde la matriz de la opresión, es
pertinente poner sobre la mesa a las relaciones de poder en cuanto estructuran
por un lado las relaciones de dominación y entrevén el vínculo con la
colonialidad por otro. Ahora, es necesario comprender los rasgos históricamente
dados de la organización del género en el sistema moderno/colonial de género (Lugones, 2014) para poder notar el
carácter diferencial del género no sólo en términos raciales sino desde las
desigualdades sociales.
A renglón seguido, este condicionamiento de género y raza en
Latinoamérica hace entrever que, al menos en el capitalismo global, “la
división del trabajo se halla completamente racializada así como
geográficamente diferenciada” (Lugones, 2014, pág. 60) , pero que además, existe
un espacio conceptual para la clasificación de la población en miras a la
dominación por cuenta de una hegemonía eurocentrada (Quijano, 2014) . Cuando esto toca a la mujer, en
particular a las intelectuales, se podrán decir tres cosas: a) al menos para el
continente latinoamericano existe una incapacidad para reconocer y estudiar en
sentido estricto cómo las democracias y los sistemas políticos contemporáneos
han dejado de lado los estudios de género (Pateman, 1983) , también b) que el embalaje marxista no
condensa dentro de su línea las desigualdades materiales articuladas a las
desigualdades en términos de género (Pateman, 1983) , y por último c) aunque exista una
promulgación de derechos, leyes o formalidades institucionales, no significa
que se dé un efectivo goce de ellos (Pateman, 1983) .
En un marco de violencia, discriminación e invisibilización,
luchar por la clase y la raza para luego reivindicarnos como mujeres puede hacernos
ver cómo ese frente estatal democrático e interventor “intenta entregar con una
mano lo que ya ha retirado con la otra, se esfuerza en ofrecer antídotos, bajo
la forma de derechos, para contener la acción del veneno que ya inoculó” (Segato,
2014, pág. 75) .
Así que, no basta con crear herramientas formales como –para el caso
colombiano– la Ley 1257 del 2008[1]
o la llamada Ley de Cuotas[2],
para hacer un llamado a la participación política femenina y para solventar
nuestro confinamiento al espacio doméstico, que termina siendo –además de
privado– una de las causas de la violencia y la limitación que tenemos para participar
en la esfera pública (Wills, 2005) .
Dicho de otro modo, podemos estar caminando con recelo hacia los ejercicios
normativos que den posibilidades de participación ya que, las mismas
instituciones actúan sobre prejuicios patriarcales que reproducen las formas de
control y dominación.
Dentro de este panorama, podemos responsabilizar a este
modelo de democracia empapado de la naturalización y costumbre de la
inferioridad femenina, por esto, que las discusiones feministas que se dan en
torno a la democracia propongan la ruptura de la barrera que separa lo público
y lo privado, pues lo político abraza todas las esferas, sobre todo la privada,
y que, la radicalización de la democracia vaya de la mano de la articulación de
movimientos feministas para respaldar el enfoque de género[3]
en las instituciones. Así pues, hay una necesidad por incrementar la
participación de las mujeres en aquellas entidades de decisión política –sobre
todo en las que se decide democráticamente– y también, analizar su espacio en
la economía (Díaz, 2014) .
Esta discusión se da alrededor de la noción de “economía del
cuidado” por la posibilidad de observar las formas de organización de la producción
social en cuanto reproducen la desigualdad, es decir, esta situación que aqueja
a toda la región recae de manera especial sobre las mujeres, pues, el trabajo
que se hace en el hogar no ha sido bien reconocido ni remunerado, “porque la
teoría económica ha visto a las familias como escenario para el consumo de las
mercancías adquiridas en el mercado” (Díaz, 2014, pág. 165) . A partir de
allí, será necesario inscribirnos en la
problematización de los espacios laborales femeninos y también desde la teoría
decolonial “visibilizar el rol del trabajo doméstico no remunerado en el
proceso de acumulación capitalista, y las implicancias en términos de
explotación de las mujeres, tanto por parte de los capitalistas como de «los
maridos»” (Rodríguez, 2015, pág. 35) .
Así pues, las relaciones salariales no
se pueden pensar fuera de la división del trabajo o las relaciones históricas
que nos han constituido, por lo que “las categorías como raza, clase, sexo,
sexualidad, entre muchas otras son concebidas como ‘variables dependientes’
porque cada una está inscrita en las otras y es constitutiva de y por las
otras” (Curiel, 2014, pág. 328) . Esto llama a
cuestionarnos cómo nos pensamos las relaciones sociales, culturales, políticas
e incluso económicas, pues lo contrario ha sido pensar desde el individuo para
el individuo y no en colectivo. En otras palabras, “no hay dualidad, hay
binarismo. Mientras en la dualidad la relación es de complementariedad, la
relación binaria es suplementar, un término suplementa –y no complementa– el
otro” (Segato, 2014, pág. 82) . Esto por lo visto
no limita sólo a las mujeres, también enyesa un sistema invisibilizador para lo
que es mal llamado minoría u otredad.
Por este aspecto, se apela a la
interseccionalidad con la pretensión de no definir un solo sujeto político del
feminismo, sino a la convergencia de miles. Por ejemplo, la intersección entre
‘mujer’ y ‘negro’ tiene una ausencia donde debería estar la mujer negra, pues
ni ‘mujer’ ni ‘negro’ la incluyen (Segato, 2014) . Este ejercicio nos enseña los vacíos
existentes en el manejo de categorías, por lo pronto, “una vez que la
interseccionalidad nos muestra lo que se pierde, nos queda por delante la tarea
de reconceptualizar la lógica de la intersección para, de ese modo, evitar la
separabilidad de las categorías dadas y el pensamiento categorial” (Segato,
2014, pág. 61) .
No hay que ignorar entonces, y siguiendo el ejemplo, la trascendencia que
permite la interseccionalidad en cuanto revela lo que no se ve y permite la
articulación y determinación de los movimientos feministas.
Para arribar en el contexto colombiano,
“la inclusión de las mujeres a la comunidad política con derechos plenos en
general fue lenta y no siguió un patrón de evolución predecible” (Wills,
2005, pág. 44) .
El marco institucional democrático que dice sostener a las mujeres logrará su
objetivo cuando vaya de la mano de otras transformaciones que permitan la participación
plena, dejando a un lado la invisibilización de las mujeres que incursionan
desde distintas trayectorias sociales y regionales, abanderando distintas
posturas políticas y militando en causa de las luchas reivindicativas y
teóricas que hay alrededor del Estado, la democracia y el propio feminismo.
La conciencia sobre los pasos que damos
y la reconstrucción de la memoria por las que fueron silenciadas e
invisibilizadas, debe mover nuestras fibras para seguir trabajando por la
politización de espacios, por romper con el confinamiento doméstico desde
colectivas y movimientos que encausen a las mujeres a la reivindicación, con la
pretensión de contrarrestar, formular y establecer elementos que entrevean las
formas de dominación pero también que ayuden a tumbarlas. Este campo toca de
igual forma a las discusiones sobre género que pretenden romper con ese
binarismo, tengamos en cuenta que para los años noventa en América Latina y el
Caribe llegan aportes de la corriente postestructuralista “con su propuesta de
deconstrucción de las identidades, vista como entidades no esenciales, sino
como producto de relaciones históricas” (Curiel, 2014, pág. 330) . Asimismo, se
trastoca la lucha por no instrumentalizar el terreno de las denuncias, ya que,
la impunidad “se encuentra vinculada a la privatización del espacio doméstico,
como espacio residual, no incluido en la esfera de las cuestiones mayores” (Segato,
2014, pág. 82) ,
o de interés público.
Los lugares en los que experimentamos y
nos enunciamos dan pie para pensar que lo que vivimos puede ser una
consecuencia de la modernidad pues agudiza, teniendo en cuenta las palabras de
Segato (2014) , el proceso de
modernización que respalda el machismo y la colonización permanente, es decir,
de reproducción de las relaciones de dominación y explotación sobre las mujeres
negras, indígenas, mestizas y blancas. Terminando, me acicatean las condiciones
de posibilidad que labramos para reivindicarnos en Latinoamérica, más
específicamente en Colombia, y en palabras de Ochy Curiel, me permito
preguntarnos “¿cuál es el feminismo que queremos impulsar, vivir, experimentar,
como propuesta transformadora y radical en países postcoloniales como los
nuestros, que surja desde nuestras experiencias, que nos permita cuestionarlas
y a la vez modificarlas y cambiar este mundo por otro que no sea patriarcal, ni
racista, ni heterosexista, ni clasista?” (Curiel, 2014, pág. 325) .
Bibliografía
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En Y. E. Miñoso (edit), D. Gómez Correal (edit), & K. Ochoa Muñoz (edit),
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en Abya Yala (págs. 325-334). Popayán: Universidad del Cauca.
Hoyos, C., & Benjumea, A. (2016). Las medidas de protección a
mujeres víctimas de violencia: Análisis de la ley 1257 de 2008 y
recomendaciones para su efectividad. Centro Regional de Derechos Humanos y
Justicia de Género, 1-16.
Lugones, M. (2014). Colonialidad y Género. En Y. E. Miñoso (edit), D.
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Pateman, C. (1983). Feminismo y Democracia. Cambridge University
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Pública, F. (18 de 07 de 2020). https://www.funcionpublica.gov.co/.
Obtenido de https://www.funcionpublica.gov.co/:
https://www.funcionpublica.gov.co/eva/gestornormativo/norma.php?i=5367
Quijano, A. (2014). Colonialidad del poder y clasificación social. En S.
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una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. (págs.
285-327). Bogotá: Siglo del Hombre.
Rodríguez, C. (2015). Economía feminista y economía del cuidado. Aportes
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(edit), D. Gómez Correal (edit), & K. Ochoa Muñoz (edit), Tejiendo de
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(págs. 75-90). Popayán: Universidad del Cauca.
Wills, M. E. (2005). Cincuenta años del sufragio femenino en Colombia
1954: por la conquista del voto. 2004: por la ampliación de la ciudadanía de
las mujeres. Análisis Político, 39-57.
[1]
“Por la cual se dictan normas de sensibilización, prevención y sanción de
formas de violencia y discriminación contra las mujeres y sus decretos
reglamentarios” (Hoyos & Benjumea, 2016, pág. 3) .
[2]
Ley 581 de 2000: Por la cual se reglamenta la adecuada y efectiva participación
de la mujer en los niveles decisorios de las diferentes ramas y órganos del
poder público (Pública, 2020) .
[3]
Esto, y como el vaivén nos ha demostrado, se ha materializado en el plano
jurídico, sin embargo, la falta de voluntad política que comprende a las
instituciones deja inamovible este tipo de iniciativas.
Interesante planteamiento, con un final que permite pensar sobre cómo lograr que se sumen fuerzas, desde las diferencias, pero tocando realidades comunes que requieren con urgencia un cambio de perspectiva, de sensibilidad, de compromisos efectivos, tanto políticos como pedagógicos, socioculturales e incluso espirituales?, ¿Cuál es el "lugar de encuentro" de loa diversos grupos alternativos, no alineados (ni alienados) frente a lo que requiere la ciudad y la región?
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