Edwin Andrés Martínez Casas.
Universidad del Tolima.

Fotografía: Juan Cuenca. 

Desde diversos espacios tanto en el campo intelectual y académico como en distintos círculos políticos, se viene advirtiendo acerca de la crisis de la democracia como uno de los signos de nuestro tiempo. Para varios analistas y formadores de opinión, el ascenso al poder de Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Boris Jhonson en Reino Unido, como representantes de un “populismo de derecha”, que se sumarían a los denominados “populismos de izquierda”, tendríamos algunas de las principales manifestaciones de esta crisis. Y si a ello agregamos lo sucedido con el Brexit, así como el auge de las fake news, la “posverdad” y el “exceso de democracia” que ha significado el acceso masivo a redes sociales y mecanismos alternativos de comunicación e información, tendríamos entonces una explosiva combinación de factores que, según el pensamiento liberal, están socavando los valores democráticos, asumidos al mismo tiempo como valores liberales.

La tesis que pretendo desarrollar en este texto parte de la idea-fuerza según la cual lo que está en crisis es la democracia liberal-representativa, en el marco de una doble crisis del neoliberalismo, o mejor, del capitalismo realmente existente; a su vez esta expresa los límites de lo que puede ofrecer el liberalismo respecto al despliegue y profundización de la democracia, al ligar la existencia de los principios liberales con la libertad de mercado. El punto de partida es asumir al neoliberalismo y su crisis en una doble acepción: a) El neoliberalismo como técnica de gobierno se enfrenta al hecho de que el ejercicio hegemónico es cada vez más difícil[1]; b) El neoliberalismo como patrón de acumulación y reproducción del capital, y su crisis derivada de la agudización de  las desigualdades (entre países y al interior de cada país), que resultan en el caldo de cultivo para los conflictos sociales de la actualidad.

El pensamiento liberal no logra captar la relación entre estas dos dimensiones del neoliberalismo y por ello sus explicaciones insatisfactorias sobre el auge del populismo y el autoritarismo, sin ligarlo a los rasgos económicos del neoliberalismo.

Así, la democracia liberal sufre ataques-fisuras por dos flancos:

          a)    Por la derecha, proyectos autoritarios que mezclan religión y política, se han fortalecido usando los instrumentos y espacios electorales de la democracia liberal, para restringir libertades y desarrollar proyectos claramente antidemocráticos. Capas medias con vulnerabilidad económica encuentran en la religión el refugio frente a sus dificultades económicas y la explicación a la crisis como crisis moral. De allí que esos proyectos sirvan como caja de resonancia de principios conservadores, como su posición contra el aborto o contra la unión homoparental.

      b)   Por la izquierda, gentes del común se han apropiado del discurso liberal de la participación y han creado, o mejor, han recuperado espacios y prácticas democráticas más allá de lo estatal-institucional. En la calle se han vuelto a reunir y esto ha empezado a quebrar el elemento central de la victoria cultural-hegemónica del neoliberalismo: el individualismo y la dispersión están dando paso a la solidaridad y la cooperación.

Pero el pensamiento liberal, frente a esta disyuntiva que se le impone por estar rodeado de estos dos frentes de lucha política, resulta por acción u omisión apoyando o permitiendo el avance de los proyectos más hacia la derecha, para evitar o debilitar las críticas radicales al capitalismo realmente existente. Renuncian a la defensa de las libertades con tal de asegurar la defensa del estatus-quo y el régimen propietario. Esto es lo que se encuentra en el fondo de la crisis del proyecto social-demócrata, especialmente en Europa, donde los partidos reformistas tuvieron gran auge entre la década del 60 y el ochenta, pero posteriormente y casi al unísono se dedicaron a administrar las reformas neoliberales.

Lo anterior está ligado estrechamente al “pecado original” del pensamiento político liberal: la separación de las esferas de la política y la economía. Los liberales consideran los hechos de la vida económica como externos a la política. Explotación y dominación son dos ámbitos separados, independientes. Para el pensamiento liberal, el correlato esencial-natural de la democracia es el capitalismo. Con ello, en el fondo están confesando que el modelo de democracia que defienden es el que resulta funcional a una economía de grandes propietarios.

El historiador Joseph Fontana, en “Capitalismo y democracia: cómo empezó este engaño”, muestra que, contra quienes justifican las actuales y crecientes desigualdades como fruto de un proceso económico-político inevitable, existieron al inicio del periodo moderno proyectos alternativos: “Contra esos proyectos republicanos alternativos se impuso desde el poder una alianza entre un capitalismo de matriz burguesa consagrador de la propiedad y la desigualdad y un sistema político asegurador del orden y el control social, gracias a una ilusión de libertad democrática”. La defensa de la propiedad es el objetivo fundamental de la democracia liberal-representativa; por ello, el régimen está dispuesto a renunciar a las libertades si ello sirve para defender el régimen de propiedad. La necesidad de usar la figura de los estados de excepción es latente y expresa este hecho. En los momentos de crisis, de grandes protestas callejeras, los estados de excepción, formalmente decretados o implantados de facto, se ponen a la orden del día. La excepcionalidad se vuelve la norma si de lo que se trata es de defender el régimen de propiedad.

Fontana, así como Ranciere (2012), coinciden en señalar que la democracia representativa no se creó como mecanismo para resolver las dificultades prácticas derivadas de la creciente ciudadanía, sino como una forma de elitizar la política y convertirla en una democracia de propietarios. Ese modelo es, precisamente, el que acusa una profunda crisis, pues en diversas partes del mundo, las gentes del común exigen una democratización de la democracia, una radicalización de los espacios democráticos, una redefinición de la representación política que ofrece el liberalismo. Es la democracia liberal y sus límites la que está en crisis, no la democracia en general, no el ideal democrático. Por el contrario, el ideal democrático está sufriendo una subversión popular-ciudadana que la puede llevar a una etapa posliberal.

En el itinerario intelectual liberal, autores como Huntington, cuando hablan de la “crisis de la democracia”, la caracterizan como el “aumento irrefrenable de demandas que presionan a los gobiernos, debilitan la autoridad y vuelven a individuos y grupos reacios a la disciplina y a los sacrificios requeridos por el interés común” (Ranciere, p. 17). Pero ¿Acaso esta rebeldía, este uso de la imaginación política para crear nuevas demandas, para apropiarse de la política, para ejercer la potentia, no es el fundamento mismo de la democracia? ¿de un estilo de vida democrático? ¿de una actitud democrática hacia la vida en comunidad? Al parecer, para intelectuales como Huntington la única democracia buena es la que puede reprimir la “catástrofe” de la civilización democrática. En el fondo, le temen al “exceso de actitud democrática”.

Así las cosas, lo que provoca la crisis de las democracias liberales es la intensidad misma que ha adquirido la vida democrática extrainstitucional en los últimos años, como respuesta a las crecientes desigualdades de todo tipo que provoca el régimen económico neoliberal y sus dispositivos gubernamentales. Esa vida democrática se identifica, en el imaginario del pensamiento liberal, con el principio anárquico de la existencia del poder del pueblo, con la contestación militante en las calles, que desafía los dos principios del “buen gobierno”: la autoridad de los poderes públicos y el saber de los expertos (Ranciere).

Esos dos elementos son los que los distintos sectores populares vienen poniendo en cuestión. De un lado, el saber de los expertos sirvió para posicionar a una tecnoburocracia que está al servicio del patrón de reproducción del capital bajo el neoliberalismo y que actúa como el cemento ideológico de los dispositivos gubernamentales y del sentido común hegemónico. Al sustraer muchos asuntos de índole político-económico y erigirlos como temas de técnicos, de expertos, desideologizados, se sustrajo de la vida democrática un gran número de decisiones que afectan la calidad de vida de millones, pero que a su vez esos millones quedan ausentes de la discusión. Esto es lo que las gentes del común, trabajadores, mujeres, jóvenes, quieren recuperar con su contestación militante en las calles. Al decir de Ranciere, esta tecnoburocratización de la democracia, expresada en un régimen consensual, es la manifestación del desigual reparto de lo sensible, de la exclusión permanente de los sin parte.

De otro lado, y como correlato de lo anterior, la autoridad está siendo puesta en cuestión. En el marco de lo que puede y- desde el punto de vista funcional debe- ofrecer la democracia liberal-representativa, esos representantes de la autoridad ya no representan a la ciudadanía. El sentido común creado para defender esta ficción se está quebrando. Vemos en la actualidad cómo, alrededor de muchos temas de interés común, entre la ciudadanía existen expertos, personas con criterio en temas económicos, de movilidad, ambientales, etc, de modo que ahora, con el mayor nivel de información y formación política y la repolitización de la vida tanto individual como social, muchas personas que no tienen el rótulo de parlamentarios o representantes populares formales pueden en tiempo real cuestionar a las autoridades y sus decisiones, que en la mayoría de los casos se encuentran en las antípodas de los intereses de las grandes mayorías. Cuando las gentes del común se toman en serio la vida democrática, no como régimen sino como actitud democrática permanente, la democracia liberal-representativa muestra todas sus flaquezas.

Este despertar es la respuesta popular al periodo anterior en que la democracia quedó clausurada y luego fue secuestrada por el consensualismo que aun impera. Recordemos que en América Latina, el neoliberalismo usó como laboratorio social las dictaduras y la crisis de la deuda para imponerse de forma violenta, pero a finales de los 80 el ejercicio hegemónico se transforma hacia una “transición democrática”, como la caracterizó Guillermo O´Donell. Ese modelo de neooligarquización del Estado con coro electoral (Osorio, 2011), se está agotando y se exige una radicalización y democratización de la democracia.

¿Los poderes económicos que se gestaron en los periodos autoritarios y los proyectos económicos que esos poderes reclamaron, perdieron fuerza una vez que comenzaron a operar los procesos políticos de apertura? (Osorio, p. 177). No. Lo que se presentó fue una marcada oligarquización del Estado y un incremento inusitado de la capacidad de injerencia en las decisiones políticas por parte de grupos económicos reducidos. Por ejemplo, en el caso colombiano, el poder del capital extranjero ligado al sector minero energético, así como el poder del capital financiero nacional representado en la figura del grupo Aval o el grupo Bancolombia son expresión de este fenómeno. La fórmula que abarca esta situación es la de la exclusión económica y la inclusión política.

Relacionado con el fenómeno de la oligarquización del Estado, propuesto por Osorio desde la perspectiva de la Nueva Teoría de la Dependencia, Ranciere nos recuerda que Raymond Aron, el teórico de la oposición entre democracia y totalitarismo, reconoce que “no se puede concebir un régimen que en algún sentido no sea oligárquico” (Aron, 2017). Así, las formas constitucionales y las prácticas de los gobiernos oligárquicos pueden ser llamados más o menos democráticos. En suma, la oligarquización dentro de las denominadas democracias liberales no es un asunto de pureza o exclusión, sino un asunto de grado.

Para Ranciere, no vivimos en democracias, pero tampoco vivimos en campos de concentración, como aseguran autores como Byung Chul-Han, que nos ven a todos sometidos a la ley de excepción del gobierno biopolítico. Esta caracterización derrotista del filósofo surcoreano, no logra ubicar la potencia radical-democrática que se desprende de la toma de las calles por parte de multitudes. En la lectura de Ranciere, por el contrario, vivimos en estados de derecho oligárquicos, donde las libertades democráticas que se tienen, más que ser resultado de una concesión, son consecuencia de la lucha popular. Son una conquista democrática, conquista que se presenta en la medida en que los sectores excluidos muestran su capacidad de agencia, creando intervalos-brechas en el orden establecido y logran avanzar hacia procesos de emancipación y subjetivación política (Quintana, 2020) .

Así, el fortalecimiento de la oligarquización del Estado, más allá del coro electoral que lo acompaña, ha generado un desencanto con la democracia realmente existente. Pero no es un desencanto con la democracia en general, o con la idea de democracia, sino con el tipo de democracia estrictamente procedimental que ofrece el pensamiento liberal.

Para Osorio, los procesos de apertura política que se presentaron en América Latina desde finales de los ochenta, incluyen menos de lo que su formulación supuso, con lo que se alcanza la adecuación con la economía por la vía de la institucionalización de sistemas políticos que se abren en ciertos espacios, los menos significativos en el plano económico y político, para estrechar su círculo en el campo de las decisiones sustantivas en estos terrenos (p. 181). En ello juega un papel central la sustracción de muchos temas del debate público, revistiéndolos como asuntos de expertos altamente especializados. También, el que las autoridades constitucionales hayan limitado el alcance de algunos instrumentos de participación política, para evitar que la ciudadanía, en consultas populares, pueda debilitar el avance del patrón de acumulación vigente.

De este modo, la democracia ha quedado reducida a su componente procedimental. Recordemos que, de acuerdo a Bobbio, la democracia procedimental es la que mejor compatibiliza con el liberalismo, por el sustento individual que la erige y por la tajante ruptura que establece entre el espacio político-electoral y la economía real (Osorio, p. 182): la democracia así entendida solo sirve para determinar los relevos de personal político, por lo que pedirle que resuelva la desigualdad está fuera de su competencia.

Este tipo de democratización también acepta con naturalidad la conformación de sociedades altamente polarizadas en el plano económico-social real, en tanto asume los principios liberales del triunfo de los más aptos (oda a la meritocracia, condena de la corrupción). Pero al mismo tiempo, cuestiona con dureza las discusiones, propuestas o discursos que fomentan “la polarización” o “el odio de clases”, porque parte de la incuestionabilidad de la economía de mercado y su capacidad para premiar a los mejores y castigar a los incapaces. Al ser asumido como un resultado natural, cualquier cuestionamiento a este resultado es acusado de desestabilizador o polarizador. Así, el neoliberalismo deviene de técnica de gobierno a Estado esencial, natural, ahistórico de la sociedad.

Allí encontramos el fundamento de la paradoja de la democracia liberal realmente existente y la magnitud de su crisis: en los ejercicios electorales parece que se está decidiendo todo. En la práctica, todo está organizado para que no se ponga en cuestión el modelo ni la hegemonía del bloque dominante. Esto se ha logrado sostener –hasta ahora- porque el ejercicio hegemónico ha sido, como señala Osorio, rigurosamente gramsciano. No solo no había sido (la hegemonía) predominantemente coactiva, sino que había tenido la capacidad de ofrecer un proyecto y una dirección que había sido asumida por importantes sectores sociales, como extensas franjas de intelectuales que se adscribieron a la visión procedimental, además del relativo acuerdo en la clase política sobre el carácter intocable de las bases del modelo (p. 183).

No obstante, las protestas recientes, la insurrección ciudadana, variopinta, en las calles, así como el cambio generacional de los actores políticos, han empezado a poner en cuestión este ejercicio hegemónico. Ante esta nueva situación política, el carácter no coactivo ha dado paso a la represión y el autoritarismo. Al tiempo que esto ocurre, el pensamiento liberal y de centro sale en defensa de la “democracia y las instituciones” y contra el avance del “populismo”, la “polarización y “el odio de clases”[2].

De igual forma, existe otra situación paradójica que enfrenta la democracia liberal: la democratización que ofreció el neoliberalismo implicó la ampliación de derechos ciudadanos, en el marco de las luchas identitarias o por la defensa del ambiente. Pero al mismo tiempo se asiste a una gran expropiación de otros derechos que bloquean la posibilidad de la construcción de ciudadanía, como empleos, salarios, seguridad social, educación, al tiempo que se limitan otros, como la capacidad de una mayor y efectiva participación en el control y la incidencia en los asuntos públicos (Osorio).

En el caso de las luchas identitarias, destacándose la lucha de las mujeres y la población LGBTI, el neoliberalismo ofreció una ampliación de derechos en el marco de la dispersión y separación, favoreciendo una lucha-guetto. No obstante, los avances en derechos individuales quedaron sometidos al vaivén de la falta de oportunidades laborales y educativas. Por ello, estas expresiones identitarias han dejado atrás la dispersión y separación y se han unido a un torrente más amplio de luchas democráticas callejeras, junto a trabajadores, líderes ambientales, profesionales precarizados, etc. Sin renunciar a sus conquistas, sin renunciar a sus luchas identitarias, han logrado encontrar puntos en común ligados a la lucha contra el patrón de acumulación neoliberal, contra la precarización, el asesinato de líderes sociales, la explotación desmedida de los recursos naturales, el avance del autoritarismo político, etc.

¿Cuál es el sentido político e histórico de las revueltas recientes? La calle se ha convertido en el espacio por excelencia para el ejercicio de una política de los cuerpos y con los cuerpos (Butler, 2017), una performatividad corporal-material y simbólica, que interpela lo establecido creando formas de emancipación política al interior del régimen de reparto de lo sensible (Quintana, 2020). Esta performatividad se ha expresado, por citar algunos ejemplos, en Las Tesis y su canto radical “Un violador en tu camino”, en el simbolismo de las gentes del común que se organizan en “la primera línea”, creando escenarios de resistencia y protección ciudadana por fuera de las autoridades establecidas como la policía, así como en los cacerolazos, en el rebautizo de plazas y lugares comunes (de la Plaza Italia a la Plaza de la Dignidad en Chile), en la creatividad desplegada en los cánticos satíricos y consignas en que las multitudes se burlan de la superficialidad, la liviandad y la mediocridad de los gobernantes, al mismo tiempo que denuncian con vehemencia la brutal represión a la que han sido sometidos.

Por eso la preocupación de centristas liberales, de los teóricos de la democracia caricaturizada como consenso universal. En última instancia, les molesta la democracia cuando las gentes del común se la toman en serio para intentar cambiar el destino supuestamente natural al que estarían ineluctablemente condenados. Les produce terror bíblico que los de abajo rediman a sus muertos y busquen su propia redención. Estamos viviendo tiempos de cuestionamiento del ejercicio hegemónico de las clases dominantes. Los de abajo quieren tomar la historia por su cuenta.

Referencias
·         Aron, Raymond. Democracia y Totalitarismo. Barcelona, página indómita, 2017.
·         Butler, Judith. Cuerpos Aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Bogotá, Paidós Básica/Planeta, 2017
·         Fontana, Joseph. Capitalismo y Democracia, 1756-1848. Cómo empezó este engaño. Bogotá, Planeta, 2019.
·         Osorio, Jaime. El Estado en el centro de la Mundialización. La sociedad civil y el asunto del poder. México, Fondo de Cultura Económica/Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xohimilco, 2011.
·         Quintana, Laura. Política de los Cuerpos. Emancipaciones desde y más allá de Jacques Ranciere. Bogotá, Herder, 2020.
·         Ranciere, Jacques. El Odio a la Democracia. Buenos Aires, Amorrortu, 2012.



[1]  En Estados Unidos, la sociedad que es denominada recurrentemente como la más avanzada del planeta, desde 1920 la población carcelaria se mantuvo constante, pero a partir de 1970 hasta hoy, se ha cuadruplicado, llegando a 2.3 millones, principalmente pobres y afroamericanos. El ejercicio hegemónico cada vez más tiene que apelar a la coerción, persecución, encarcelamiento, para afrontar la creciente conflictividad social que amenaza con socavar la estabilidad del régimen político.
[2] En el caso de Colombia, esta irrupción ciudadana en las calles ha sido propiciada por la nueva situación política que se abre tras el acuerdo de paz y que ha permitido elevar la lucha de clases a un nuevo nivel.


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