Damián Pachón Soto[1].
Universidad Industrial de Santander.
La
famosa carta de Marx a su padre Heinrich, escrita en Berlín el 10 de noviembre
de 1837 es un documento fundamental para entender el tránsito de Marx desde el
derecho a la filosofía, y para comprender también la evolución y el rumbo que a
partir de allí tomará su pensamiento.
Para
la época, especialmente, en su examen titulado “Reflexiones de un joven para
elegir profesión” de 1835, nuestro futuro filósofo ya había evidenciado parte
de su formación, en especial, su vinculación con la tradición humanista europea
y con la filosofía clásica alemana y el problema del determinismo y las
posibilidades de la libertad. Igualmente, había dado muestras de sus valores,
entre ellos, la apuesta por el bien común y la función social de la profesión,
a saber: “trabajar de la mejor manera por la humanidad”[2].
Pues bien, la carta al padre confirmará, con más detalle, los intereses, los
trabajos, las lecturas, los escritos y hasta las traducciones que realizó Marx
en esa época, así como el inicio de sus relaciones con el idealismo y Hegel.
La
carta inicia con cierto pathos:
anuncia o, mejor, expone una metamorfosis, la cual es considerada bellamente
como “un canto de cisne”, es decir, la muerte o la conclusión de algo, más
específicamente, en este caso, de una etapa vital. Pero, igualmente, toda
metamorfosis es un tránsito, un paso
en una nueva dirección. Esta nueva
dirección es descrita por Marx, que aún guarda sus estribillos de poeta, como
una “obertura de un gran y nuevo poema que busca Forma en colores todavía
borrosos o espléndidos”[3].
Unas
líneas de la primera página permiten entrever el tinte hegeliano de la
concepción marxista de la historia, postura que Marx abandonara posteriormente.
Esto es notorio cuando afirma que la historia universal es, como su propia
vida, “obra del espíritu”: “en general considero la vida, como la expresión de
un actuar espiritual que germina y toma forma en todas las direcciones, en el
saber, el arte y la vida privada”[4].
Marx menciona esto, justamente, porque en ciertos momentos la historia universal necesita
auto-comprenderse, verse como autodespliegue, lo mismo sucede con la vida
individual en ciertos dinteles de la existencia. La impronta hegeliana consiste
en ver la historia como “espíritu objetivo”, la cual requiere ser apropiada
para superar la enajenación en que se nos aparece, se nos presenta. Lo mismo
tenemos que hacer con la vida humana: verla como un despliegue, traducirla y
convertirla en autoconciencia, para que no se nos aparezca ajena, extraña; meramente
externa.
Marx
menciona en la carta lo que ha sido su periplo vital en el último año, a saber,
su estancia en la Universidad de Berlín. Recordemos que Marx había estado antes
en la Universidad de Bonn. En realidad, a Marx le gustaba Bonn y de hecho se
tomó muy en serio sus noches “regadas de alcohol y de los desmanes que en aquellos
tiempos se permitían a los estudiantes, al fin y al cabo hijos de clases
acomodados”[5],
sin embargo, era a su padre a quien no le gustaba ese ambiente. Por eso ingresa
en la de Berlín el 22 de octubre de 1836, es decir, un año y unos días antes de
escribir la carta.
Para
el momento ya estaba comprometido con Jenny Von Westphalen, por eso esta época
es la de un Marx enamorado, que sintió que su estado espiritual debía
expresarse por medio de la lírica, razón por la cual le llegó a escribir tres
tomos de poesía a Jenny. Sin embargo, había ido a estudiar jurisprudencia y
“sentía el impulso” de emprender tales estudios junto a los de filosofía. Marx
recuerda en el famoso Prologo de La contribución de la crítica de la economía
política, de 1859, esta época, al decir: “mis estudios personales han sido
los de Jurisprudencia a la que, sin embargo, sólo me dedique como disciplina
secundaria, al lado de la Filosofía y la Historia”[6].
Estas
indicaciones permiten entender un aspecto fundamental, pues Marx estaba
trabajando sobre el Derecho, pero va a descubrir la necesidad de la filosofía. Esto es evidente en la alusión que hace
a la traducción que en la época él hizo de las Pandectas[7],
de sus dos primeros libros, y a la obra jurídica de 300 cuartillas que
escribió, pero que no se ha conservado. En ella, se partía de una Metafísica del derecho hasta arribar a
una Filosofía del derecho.
Lo
que interesa de este episodio, de esta obra escrita por Marx, es lo perturbador que resultaba “la
contraposición entre lo real y lo que debe ser, que es propia del idealismo”[8], y
que él ve como la causa de la división “torpe e incorrecta” entre una
Metafísica del Derecho (principios) y la Filosofía del Derecho (derecho
positivo). Aquí el trasfondo es, pues, Hegel. En primer lugar, porque la
alusión de Marx a la “forma no científica del dogmatismo matemático”, así lo confirma.
Expliquemos este punto: en la matemática “el sujeto merodea alrededor de la
cosa, razona aquí y allá sin que la cosa misma se conforme a sí misma
desplegándose en toda su riqueza y como algo viviente”, lo cual no permitía
“comprender lo verdadero”[9]. Esto
mismo es lo que explica Hegel en la Fenomenología
del espíritu, donde dice: “el movimiento de la demostración matemática no
forma parte de lo que es el objeto, sino que es una operación exterior a la
cosa”[10]. Y
lo verdadero no es externo, sino implica que el sujeto penetre en la
racionalidad del mundo. Por eso, lo verdadero es el automovimiento, el
autodespliegue de la cosa, con sus determinaciones, captado, y aprehendido por
la razón, vertido en el concepto. Es la unidad del pensamiento y el ser. En la
matemática no sucede eso, sólo hay una demostración externa. Por lo demás, en
el caso de la geometría, ésta opera deductivamente:
partiendo de axiomas generales se obtienen axiomas derivados, particulares,
mientras la dialéctica implica las contradicciones, las oposiciones, hasta
ascender a la unidad. Es curioso, pero Marx alude también al ejemplo del
triángulo que pone Hegel en la Fenomenología.
En
Hegel lo real es racional, de tal manera que el hombre es parte de esa
racionalidad inmanente del mundo y sólo debe ganar la autoconsciencia de esa
racionalidad para superar la oposición en que el mundo se le ofrece. Marx
afirmará, como Hegel, que la naturaleza, el Estado, el Derecho, son “expresión
concreta del mundo viviente del pensamiento”, lo que equivale a decir que son
productos de la materialización de la razón en el tiempo.
En
segundo lugar, al aludir a la división que realizó entre “doctrina del Derecho Formal
y Material”, a la separación de Forma y materia (contenido) Marx reconoce otro
desacierto. El error de esa separación consiste, nos dice, en “creer que la una
podría y debería desarrollarse separadamente de la otra”. Y era un error,
porque, como dijo Hegel, “la forma es ella misma el devenir intrínseco del
contenido concreto”[11].
Lo que está haciendo Marx en este apartado de la Carta, es reconocer los errores de su lectura de Hegel. Por eso
dice: “de esta manera llegué a una clasificación de la materia tal y como se
puede proyectar para su clasificación más fácil y superficial; pero el espíritu
del Derecho y su verdad perecieron”[12].
El
resultado de todo esto es que Marx al final se da cuenta de la “falsedad del
todo” y que “sin la filosofía no se podía penetrar en el asunto”[13]. De
tal manera que se da en él un tránsito desde el deseo de estudiar el derecho junto a la filosofía a percatarse
plenamente de la necesidad de la filosofía
y de “arrojarse con buena conciencia una vez más en sus brazos”.
En
estas páginas, Marx nos revela dos cosas más: su inicial pretensión de sistema,
de integrarlo todo, forzando las cosas, dentro de una construcción intelectual;
y, por otro lado, nos indica su método de trabajo que lo va a acompañar toda la
vida: “hacer extractos de todos los libros que leía […] y, al lado de estos,
hacer anotaciones y reflexiones”[14].
Es gracias a este método, como pudimos, posteriormente, acceder a los cuadernos
Spinoza o a los manuscritos tecnológicos de 1851.
Esta
excitación filosófica se iba dando coetáneamente con traducciones de los
antiguos, tácito y Ovidio, y algunos trabajos literarios, en un absoluto
descuido de su salud, “la naturaleza, el arte y el mundo”, los amigos, hasta
que se cerró el telón: lo que “me era más sagrado cayó hecho añicos y nuevos
dioses tuvieron que ser introducidos. Del idealismo, que yo, dicho sea de paso,
comparaba y alimentaba de ideas kantianas y fichteanas, pasé a considerar el buscar la idea en la realidad misma”[15],
y fue así como, a pesar de haber leído algo de la “melodía grotesca y pétrea”
de la filosofía hegeliana, Marx cayó de lleno en los brazos de su enemigo: Hegel.
En
estos meses, Marx continúa sus estudios de Derecho, estudia a Savigny, “traduce
en parte la Retórica de Aristóteles”, lee El
avance del saber de Francis Bacon, un autor que le va a ser muy grato a
Marx, pues valorará de él la atención que le prestó a las artes mecánicas y sin
duda lo influyó en los estudios de filosofía de la tecnología que Marx
emprendió hacia 1851, tema que ha sido estudiado profundamente por E. Dussel[16]. Es
en esta época donde Marx ingresa en el “Club de Doctores”, sin ser doctor, pues
ese título sólo lo recibirá en 1841, y allí conocerá a Bauer, a Rutemberg y a
los demás hegelianos de Izquierda, empeñados en introducir la razón en todas
las esferas de la realidad, y contra quienes dará batalla posteriormente en La sagrada familia y en La ideología alemana.
La
carta termina con un conjunto de consideraciones en torno a sus posibilidades
laborales, y con muy sentidas palabras para con su padre, manifestándole el
deseo de reunirse pronto con él y con su madre.
Por
último, hay que decir que lo que Marx nos muestra en la Carta es su itinerario intelectual durante ese año, sus lecturas,
traducciones, forcejeos intelectuales, sus intereses, pero muy especialmente,
su llegada a la obra de Hegel, el cual será el ángel contra el cual Marx
batalle durante toda su vida. Por eso tiene razón Rafael Gutiérrez Girardot
cuando sostiene: “La influencia de Hegel sobre Marx fue, pues, no sólo decisiva
en un periodo de su vida, sino esencial y permanente”[17].
Bucaramanga, septiembre 25
de 2018.
[1] Doctor en
Filosofía, Profesor Escuela de Trabajo Social, Universidad Industrial de
Santander. dpachons@uis.edu.co
[2] Citado en Rubén
Jaramillo Vélez, “Presentación”. En: Escritos
de juventud sobre el derecho. Textos 1837-1847. Barcelona, Anthropos, 2008,
p. 7.
[3] Marx, Karl., Carta al padre (Traducción de Rubén
Jaramillo Vélez). En: Ibid., p. 41
[4] Ibíd., p. 42.
[5] Bermudo, José
Manuel. Marx: Del ágora al mercado, Buenos Aires, EMSE EDAAP S.L., 2015, p.
15.
[6] Marx, Karl. Escritos sobre materialismo histórico, Madrid,
Alianza Editorial, 2012, p. 174.
[7] Recopilación del
derecho romano realizada por el emperador Justiniano en el siglo VI de nuestra
era.
[8] Marx, Karl, Carta al padre, Op. Cit., p. 43.
[9] Ibíd.
[10] Hegel, Fenomenología del espíritu, México:
Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 29.
[11] Ibíd., p. 38.
[12] Marx, Karl, Carta al padre, Op. Cit., p. 44.
[13] Ibíd., p. 45
[14] Ibíd., p. 45-46.
[15] Ibíd., p. 46.
[16] Dussel, Enrique, 16 tesis de economía política.
Interpretación filosófica. México, siglo XXI editores, 2014, pp. 335-402.
[17] Gutiérrez,
Rafael. “Marginalia”. En: La identidad
hispanoamericana y otras polémicas (Estudio Introductorio y antología de
Damián Pachón Soto), Bogotá, Universidad Santo Tomás, 2012, p. 182.
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