Sara Quiroga Vargas
Ciencia Política.
Universidad del Tolima.

Ilustración: Valeria Giraldo Lizcano.


Me había preguntado hace tiempo por qué la toma de conciencia de las mujeres colombianas y su formación como grupo o colectivo no era tan fuerte como en otros países latinoamericanos, donde surgen amplios debates políticos de carácter social, en los cuales las mujeres se destacan como actoras políticas en resistencia contra las formas de opresión, dominación y explotación de las que han sido y son objeto por parte de las secuelas encarnadas del seno del patriarcado. De unos cuantos años para acá, los movimientos feministas en Latinoamérica han logrado aglomerar a varios fragmentos de la población, especialmente mujeres que comparten identidades y experiencias que trastocan a todas.

En el marco de la experiencia vivida en el “8M”, desde una perspectiva local, es evidente la fuerza de movilización y articulación que han logrado convocar las organizaciones y movimientos feministas latinoamericanos, quienes han visibilizado la situación de explotación de las mujeres en el ámbito del trabajo, la reproducción social, el trabajo reproductivo y la lucha en contra de la violencia machista y la desigualdad de género. Recientemente, en Chile, Uruguay, Argentina y México estas acciones han obedecido a los propósitos de la cuarta ola del feminismo latinoamericano; Marlise Matos y Clarisse Paradis inscriben estas acciones dentro del proceso de democratización del sur global y sugieren pensar esta situación a partir de la noción de gobernabilidad democrática.

Esta última hace referencia a la manera como el sistema y el régimen político construye los consensos y los acuerdos necesarios para formular y gestionar políticas públicas, es decir, cómo se produce la mediación y la agregación de las demandas e intereses de los movimientos sociales a través de la acción política. De esta manera, resulta un hecho de primera magnitud introducir las nuevas y resurgidas identidades al contexto de las decisiones públicas, por ende, el feminismo en la actualidad, visualizándolo como movimiento social, desea una presencia protagónica para que las demandas no solo sean escuchadas, sino que también integren el escenario político-normativo de la democracia de un gobierno.

En Latinoamérica, los movimientos feministas han logrado incluir algunas de sus exigencias de las agendas de gobierno, condicionando un importante cambio en los Estados reducidos por las reformas estructurales. Tal es el caso de la creación de la “agenda mujer” en Chile.

Ahora bien, teniendo en cuenta las generalidades de los feminismos latinoamericanos, es posible sumergirnos en el singular caso colombiano, desde donde me permito preguntar: ¿Por qué las acciones colectivas empleadas por los movimientos feministas no tienen mayor impacto social a la hora de integrar sus exigencias políticas y visibilizar las formas de opresión, dominación y explotación patriarcal ante la sociedad civil y el Estado?  En esta búsqueda personal, me he visto envuelta en la necesidad de reunir en este documento lo que considero como coyunturas de los feminismos en Colombia. De esta manera, es posible desplegar cuatro grandes arterias que presentan aproximaciones a este interrogante. Por cuestiones meramente de organización, la presentación del contenido fue enumerada sin jerarquización alguna.

Haré referencia, en primer lugar, al hecho de que no había reivindicaciones claras, específicamente posteriores al avance sufragista. En Colombia, se calcula que entre 1970 y 1980 se inicia el movimiento feminista, motivado por los cambios sociales ligados a la modernidad: transformación de las costumbres, acceso de las mujeres a la educación media y superior, empleo digno, participación política y el control de su sexualidad (Puyuna, 2007).

No obstante, mujeres colombianas se veían envueltas en dinámicas particulares, debido a sus variadas tradiciones. Esto ocasionó la fuerte formación de identidades dispersas, así como lo dicen Castellanos y Accorsi: se trataba de un grupo que admite posiciones feministas variadas, sin una ideología única, sino enfoques y concepciones del feminismo altamente heterogéneas como también se cita en Londoño (2002).  Por tanto, para ese momento, las acciones feministas eran muy dispersas y no se lograba comprender y menos reunir todas las reivindicaciones en una demanda general y hegemónica.

Cabe resaltar que una de las características de las corrientes feministas en Colombia tiene que ver con las formas de organización de los movimientos, ya que estos son más de accionar; una de las críticas que se le hacen a la teoría feminista pos-estructural de Judith Butler, se refiere a que dicho feminismo post-estructuralista establece la idea de un sujeto por fuera de las relaciones de poder, capaz de subvertir las relaciones de género desde un accionar político y autónomo de lo social. Reflexión que no aplica para el caso colombiano, ya que las corrientes feministas han tendido más como movimientos activistas prácticos y combativos, que luchan con las acciones (no solo con las ideas) por las personas cuyos derechos han sido vulnerados.  Así, el feminismo colombiano tuvo sus inicios por la conciencia popular femenina de una identidad colectiva y, ulteriormente, ha sido un proceso del devenir epistémico y metodológico de estas mismas construcciones de identidad.

En segundo lugar, el pensamiento marxista no llegó a tener mayor acogida en Colombia por el conservadurismo latente que sostuvo el sistema de dominación por largos periodos en el país. Es clave resaltar que la emergencia de los movimientos feministas en América Latina responde al contexto de dictaduras y regímenes militares que aparecían como reacción ante las tentativas de empoderamientos de las alternativas democráticas sociales. Ana María Ferreira habla del feminismo en relación con el marxismo, afirmando que:

 “Las ideas fundacionales del feminismo contemporáneo empezaron a surgir y difundirse en América Latina al mismo tiempo que surgieron las grandes dictaduras en el continente, durante los años setenta del siglo pasado. Las mujeres que empezaron a participar públicamente en la política lo hicieron desde una izquierda revolucionaria –crítica de las dictaduras derechistas y objeto de su represión violenta–, muchas veces abiertamente marxista. Estas mujeres no luchaban solo por sus derechos. Lo hacían también por los derechos de toda la sociedad”.

Lo que intento señalar es que, el feminismo marxista percibía a las mujeres como sujetos del sincretismo de una opresión que impactaba sobre sus cuerpos y sus subjetividades, crítica que hace visible la forma diferenciada en que el capitalismo explota y oprime a las mujeres. La situación era que los tejidos sociales que se habían construido basados en las luchas por la liberación femenina fueron silenciados o se les ponían trabas como reacción ante tentativas de ser tachados de movimientos “comunistas”, en oposición al orden que imponía al Estado y la burguesía. En tal contexto, estos movimientos feministas no solo desafiaban al patriarcado y su modelo de dominación estatal militarista, sino que denunciaban, junto con otras corrientes de la oposición, la opresión y la explotación económica y política, tal es el caso de los movimientos feministas en Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Argentina.

Si bien en Colombia no se vivió una dictadura a diferencia de otros países de América Latina, los movimientos feministas también redujeron su accionar público y más bien fue un accionar clandestino. Aunque Colombia no era ajena al desarrollo político y social internacional consecuente a la aparición del marxismo, su realidad era diferente, el país se vinculaba a tensiones internas que desataron la época de la violencia colombiana. Estos sucesos redujeron el accionar de los movimientos feministas que se habían consolidado previamente, muchos de estos grupos de mujeres evitaron el calificativo de feministas, además, como dice Doris Lamus Canavate: los movimientos feministas marxistas debían enfrentar la descalificación que la izquierda masculina hacía de sus luchas, sin darse por aludida en cuanto al cuestionamiento a sus prácticas patriarcales, discriminatorias y excluyentes (2009).

En tercer lugar, referente a la articulación ineficaz de los movimientos feministas, es de precisar que además de luchar por unas reivindicaciones sociales también debían luchar contra la dimensión cultural y simbólica del sistema patriarcal -al que todos pertenecemos y somos herederos materiales-, un sistema que no permite reconocer a la mujer como actora colectiva de lo político y social, esto debido a una tradición arraigada a la función social del individuo -asignado a su género-, por tanto, el  papel de la mujer se desarrolla en el enfoque de lo privado, en el  hogar, puertas adentro de la sociedad política.

Los estudios feministas han logrado desestabilizar las dicotomías construidas por el racionalismo cartesiano que llega a Colombia con la modernización. Este pensamiento eurocéntrico presenta lo privado como lo personal, lo íntimo y lo subjetivo, lo cual es un verdadero obstáculo para el movimiento feminista que se compone por mujeres -en su mayoría-, ya que la mujer por tradición cultural se releva de la acción colectiva que es de carácter público. La idea cartesiana de lo privado, en una sociedad de tradiciones culturales patriarcales como la colombiana, es paralela a la idea de poner un velo sobre los ojos de las mujeres, que no les permite ver sus incomodidades frente al sistema de dominación patriarcal.
Si las mujeres no pueden accionar como movimiento en los espacios públicos, los espacios públicos serán masculinizados, algo que veo como una zancadilla empírica para el desarrollo de la praxis feminista. M. Magdalena Valdivieso (2007) dice que:

 “el feminismo ha criticado la composición masculina de los espacios de producción de conocimiento…y no se trata solo de la presencia de mujeres que suele ser numerosa, con excepción de los espacios de dirección, sino de que las prácticas que en ellos se desarrollan están identificadas con las tradiciones patriarcales”

Esto no quiere decir que no existan movimientos feministas en Colombia, lo que quiero decir es que la cultura patriarcal en la que nos vemos envueltas, no permite que veamos y reconozcamos algunas formas de opresión, por eso, es vital que el feminismo también sea una herramienta que permita quitar el velo de lo privado y se radicalice esta doble lucha para que, especialmente las mujeres, se organicen y politicen sus exigencias y reivindicaciones en los espacios públicos, algo que se da en Colombia a nivel  parvo con miras a un absoluto. Esta última iniciativa de los movimientos en Colombia logra romper parcialmente con la diada del papel de la mujer en lo privado-publico, dándole nuevas significaciones a sus roles en la sociedad; uno de estos es la mujer como actora política en colectividad.

En cuarto lugar, las políticas públicas: su relevancia y escaso desarrollo. En Colombia el movimiento de mujeres se apropió de las herramientas del derecho internacional, como una manera de enmarcar sus demandas alrededor del conflicto armado como particularidad de la realidad colombiana. Con la implementación de este lenguaje jurídico los movimientos feministas y de mujeres pueden cifrar sus análisis en palabras dotadas de autoridad en todos los ámbitos, planteando así una discusión en el lenguaje institucional que permite entablar un diálogo con el Estado.

Si bien al principio del articulo hice énfasis en la pretensión principal de la cuarta ola del feminismo (“acciones que hacen parte de los procesos de democratización en el sur global, a partir de la noción de gobernabilidad democrática”), en Colombia se desarrolla esta pretensión con la implementación de políticas públicas de mujer y género.

Nancy Fraser, dice que “(…) los públicos son construidos por actores que se mueven desde distintos escenarios confrontando discursos desde distintos marcos de sentido. El proceso de la política pública consta de diferentes fases, las cuales pueden ir cambiando de acuerdo a la emergencia de nuevas pautas que condicionen la realidad social” (1989).

En ese sentido, Fraser (1989) propone estudiar las demandas de las mujeres como productos de disputas más que las necesidades formuladas en las políticas, disputas que traerían consigo el enfrentamiento de interpretaciones discursivas que muchas veces llevan a despolitizar las necesidades.

Es importante poner de manifiesto que uno de los intereses de las mujeres ciudadanas organizadas es concentrar la necesidad de desarrollar instrumentos de gestión de lo público en ámbitos de la acción pública, la relación Estado-ciudadano está referida a la constitución de mecanismos e instituciones que permitan una articulación que actúe en la dirección de construir una ciudadanía democrática, que incluya las demandas de las mujeres, tales como el acceso oportuno a mecanismos de protección, seguridad, participación, bienes y servicios.
Si bien es cierto que la población en general desconoce las políticas públicas de mujer y género, no creo que su desarrollo y reconocimiento sea de interés   para el Estado, lo digo porque hay un débil trabajo institucional en lo que corresponde a la socialización de las políticas. Fraser expone que las políticas de género deben ser entendidas como el reflejo de múltiples intereses de diversos actores inmersos en ellas.

Así, la institucionalización de políticas de género se basa en una política de interpretación de las necesidades por parte del Estado, un Estado que aún no prioriza las “conquistas legales” en palabras de Evelina Dagnino, ni los alcances de los movimientos feministas y de mujeres en sus intentos por democratizar a la mujer colombiana.

Como última consideración quiero resaltar que las cuatro arterias expuestas permiten identificar algunas de las dificultades de los feminismos en Colombia, sin embargo, la realidad de Colombia se caracteriza por distintas dinámicas determinadas por la geografía, los sucesos históricos y la cultura de tan variados territorios que comprende la nación. Esto último permite dar cuenta de la existencia de muchas más características de lo que se concibe como dificultades para el avance de los feminismos, así que no niego todas las distintas formas de feminismos basados en la raza, la etnia, la clase, la sexualidad, la discapacidad, etc. y el hegemónico por supuesto. Preciso que me centré en lo que considero como lo fundamental y general de los feminismos colombianos en torno a proyectos políticos desde resistencia de movimientos.


Bibliografía 

·         Matos, M., & Paradis, C. (2013). Los feminismos latinoamericanos y su compleja relación con el Estado: debates actuales.
·         Puyana, Y., & Arango, L. (2007). Género, mujeres y saberes en América Latina entre el movimiento social, la academia y el Estado.
·         Londoño, M. C. (2002). Movimientos de mujeres, feminismo y proyecto
Político en Cali. En G. Castellanos y S. Accorsi (Comps.), Género y
Sexualidad en Colombia y en Brasil (pp. 127-172). Cali: La Manzana
De la Discordia, Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad,
Universidad del Valle.

·         Ferreira, A. Una relación con gran potencial MARXISMO Y FEMINISMO EN LATINOAMÉRICA. Revista comando. Recuperado de https://www.goethe.de/ins/co/es/kul/fok/hum/21249327.html
·         Lamus Canavate, D. (2009). Localización geohistórica de los feminismos latinoamericanos. Polis. Revista Latinoamericana, (24).
·         Ide, M. M. V. (2007). Críticas desde el feminismo y el género a los patrones de conocimiento dominantes. Revista venezolana de estudios de la mujer, 12(28), 185-202.
·         Fraser, N. (1989). Unruly practices: Power, discourse, and gender in contemporary social theory. U of Minnesota Press.

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