Daniela Carrasco Orellana
Estudiante de doctorado en Estudios Rurales
El Colegio de Michoacán, México.





Si para la mayoría de los países latinoamericanos la aparición en escena del COVID-19 ha sido inesperada, abrupta y calamitosa, me arriesgo a decir que para los chilenos lo fue aún más. Esto lo señalo considerando el escenario político-social que se estaba gestando en los últimos meses, en aquella larga y angosta franja de tierra, donde el “estallido social” del 18 de octubre del año pasado no dejo indiferente a nadie. El ambiente de esos meses fue sumamente tenso. Se decretó Estado de excepción; se llevó a los militares a la calle; se restringió la libertad de tránsito y reunión; se reprimieron y encarcelaron a miles de manifestantes; otros cientos fueron torturados e incluso mutilados por la represión de carabineros, a través de actos reiterados y sistemáticos de violación de DD.HH.[1] que ocurrían a vista y paciencia de las autoridades.

Esos meses fueron históricos. Desde el retorno a la democracia, en 1989, no se había desarrollado una movilización de carácter tan sostenido y multitudinario que cuestionase el meollo del “modelo chileno” el cual se basa en una versión radical del neoliberalismo donde, por ejemplo, priman “las soluciones privadas para problemas públicos” y donde el más perjudicado es el ciudadano común y corriente que está desprotegido de derechos sociales en cuestiones como educación, salud, pensiones, servicios. Modelo que, desde el escrutinio extranjero, ha sido vitoreado durante décadas como exitoso, estable y ejemplar respecto de sus vecinos latinoamericanos. Pero nada más abyecto que el supuesto milagro chileno, que sostiene sus pretensiones a través de la más irrisoria explotación y desigualdad. Ambas, impuestas a sangre y fuego por un régimen militar y mantenidas por una “democracia” que vela por el status quo de unos pocos.

Es, en ese momento de álgidas protestas, manifestaciones, cuestionamientos, represión y la promesa de un futuro plebiscito constituyente, que se oyen los rumores del coronavirus en el país. Si bien el gobierno de turno no esperaba esta pandemia, tampoco le cayó mal la contingencia que puso en una suerte de stand by el estallido social, desviando la atención hacía una artificial e hipócrita petición de “unidad ante la crisis” desde el ejecutivo.

Bajo esta coyuntura de desenlace incierto es que propongo revisar algunas frases utilizadas por el gobierno de Sebastián Piñera durante estos meses de pandemia. Retomando elementos de la pragmática para el análisis del lenguaje me centraré en eufemismos utilizados en entrevistas o conferencias de prensa, los cuales no sólo son usados como una forma de suavizar las palabras y el discurso, sino para -derechamente- encubrir y maquillar la realidad de desigualdad e injusticia en la que vive gran parte de las y los chilenos desde hace décadas.

Los eufemismos en las crisis


El uso del lenguaje también es político y, ciertamente, los discursos políticos se valen de una serie de metáforas, retórica y formas de cortesía en la que se busca convencer a la ciudadanía. En ese sentido, el lenguaje político se caracteriza en muchos casos por el oscurantismo de sus enunciados que terminan incurriendo en un discurso ambiguo y difícil entender para la audiencia. Esto cobra relevancia si comprendemos que, como señala Austin, “se hacen cosas con palabras”,[2] es decir, los actos enunciativos no se desarrollan en abstracto, sino que dentro de un contexto son interpretados y remiten a un efecto en el receptor -lo que el autor llamó acto perlocutivo-.

En tiempos de crisis los discursos políticos se sirven especialmente de expresiones ambiguas y polisémicas en pro de evitar el uso de ciertas palabras por la carga social y/o psicológica de éstas. Es común que líderes y mandatarios utilicen conceptos como “reajuste o desvinculación laboral” para evitar decir despedidos, o “externalización de servicios públicos” por privatización. Y así la lista puede ser muy larga. En ese tenor, debemos preguntarnos si el uso de conceptos como reformas, reajuste u otros son sólo formas de cortesía y atenuación o corresponden, más bien, a convenciones para maquillar y evadir situaciones de crisis social, política y económica que vivimos a través de lo “políticamente correcto”.

Desde el análisis pragmático de los actos de habla, la proscripción de ciertas palabras corresponde a una interdicción lingüística, concepto que se puede definir como el impedimento psicológico (interno) o social (externo) que implica el uso de una palabra por su connotación negativa, lo que lleva a evadir la palabra o a nombrar de forma indirecta aquello que se está imposibilitado de decir. No es una imposibilidad de orden lingüístico, sino psicológica y social ya que se encuadra dentro de las normas de una determinada sociedad, por ello pueden variar a lo largo del tiempo y del lugar. En ese sentido, el uso de la lengua implica un uso consciente, pero también inconsciente de ella: elegimos ciertas palabras, construcciones sintácticas y estrategias discursivas de acuerdo a nuestras propias preferencias, pero también considerando a nuestros interlocutores y al contexto. Es decir, lo que decimos o escribimos no está mediado únicamente por nuestro criterio, sino también “por restricciones impuestas por terceros, ya sean instituciones oficiales, grupos sociales o personas particulares”,[3] lo que nos lleva a adecuar el habla.

Uno de los mecanismos utilizados para evadir la interdicción lingüística es el eufemismo, el cual correspondería, en primera instancia, a aquellas palabras que son utilizadas como atenuadoras de la interdicción lingüística. El eufemismo obraría como una medida de cortesía enmarcada, como ya mencioné, dentro de lo políticamente correcto. Sin embargo, y coincidiendo con Nuria Barranco, el eufemismo del discurso político tendría otra connotación: éste sería utilizado como instrumento desinformativo para manipular y falsear la realidad.[4]

Los discursos de Piñera y Cía. están llenos de eufemismos y repeticiones que los más conservadores señalan como desacertadas, mientras otros las catalogan como dementes o maniacas. Aunque nos resulten francamente irrisorias sus palabras, hay en ellas la intencionalidad de instalar una realidad, de imponer un discurso de “verdad”. Así ha sucedido desde el estallido social del 18 de octubre (18-O). Como botón de muestra recurriré algunas de las frases polémicas de estas semanas para entender el uso del eufemismo por parte del gobierno. Uno de los personajes más controversiales de la actual escena pública chilena es el ministro de salud, el médico Jaime Mañalich, quien señaló el 21 de marzo que la primera persona muerta por el actual coronavirus era “postrada, en la que se optó por un manejo compasivo”. Pero, ¿qué debemos entender como manejo compasivo? Para la población que no está familiarizada con conceptos médicos la interpretación fue muy amplia. En redes sociales el debate se abrió a espectros como su vinculación a una especie de eutanasia o que a la mujer simplemente se le dejó morir. Interpretaciones iban y venían dentro de la angustia creciente de la población por la pandemia.

Otra de las frases insignes del ministro -y que se viralizó mundialmente-, fue señalar que dentro de las estadísticas de casos recuperados por coronavirus se contabilizan (como recuperados) a “las personas que han cumplido 14 días desde el diagnóstico o que desgraciadamente han fallecido”.[5] Un salto cuántico entre vida y muerte difícil de procesar para simples mortales. Quiero recalcar que esta frase no fue una equivocación de parte del ministro, ya que él mismo afirma que organismos internacionales recomendaron la categoría. Más bien, es un asiduo intento de bajar el perfil de las muertes relacionadas a la pandemia y que devienen del manejo de la crisis de parte del gobierno. Por ello, la insistencia en que los muertos se cuentan como “recuperados” ya que “no son una fuente de contagio”, desviando la atención sobre los decesos mismos.



Otra de las cuestionables frases del ministro apunta al manejo de la pandemia desde los establecimientos de salud. En uno de sus informes diarios sobre la situación del país, el médico señaló que la pandemia “ha producido una merma en los recursos humanos para la salud”,[6] esto para referirse a que más de 200 funcionarios se encuentran contagiados con COVID-19 y varios de ellos graves. No deja de llamar la atención el uso del concepto “merma”, que es la disminución o reducción de la cantidad de una cosa. En ese sentido, el ministro minusvalora a los trabajadores al tratarlos como recursos y a su contagio como merma, aplicando así conceptos económicos a trabajadores de la salud que hoy se enfrentan a esta crisis sin insumos para protegerse, con los servicios colapsados y con extenuantes jornadas de trabajo. Nuevamente se recurre a restar importancia a la situación, esquivando así las críticas al manejo de la pandemia y, por ende, de sus responsabilidades políticas.

El presidente chileno, Sebastián Piñera, tampoco ha estado exento de frases polémicas durante estas semanas. En medio de la contingencia se impulsó, desde el ejecutivo, el indulto a presos que estuviesen sentenciados por delitos menores como una medida para descongestionar de las cárceles del país y disminuir brotes infecciones en los centros penitenciarios. Dentro de este proyecto de ley el oficialismo trató de incluir a ex militares sentenciados por violaciones de DD.HH. Recordemos que durante los 17 años de dictadura se contabilizaron miles de detenidos desaparecidos y presos políticos que fueron torturados, violados y vejados por el gobierno militar. No debemos olvidar que la derecha chilena nunca ha escondido el apoyo y simpatía por el régimen pinochetista, por lo que han recurrido a esta contingencia para nuevamente intentar indultar a criminales de lesa humanidad. En ese marco, Piñera dio una entrevista defendiendo el indulto de estos presos, expresando;

“Es un proyecto humanitario que busca permitir que aquellas personas que están con enfermedades terminales, que están al borde de la muerte, que hayan cometido delitos comunes o de derechos humanos, puedan terminar sus días en sus hogares, junto a sus seres queridos (...) el derecho a la muerte digna es parte de los valores del cristianismo”

Como podemos leer, Piñera se abstiene de utilizar el concepto de presos -término correcto o neutral (ortofemismo)- sustituyéndolo por el de “personas con enfermedades terminales”, que en este caso funciona como eufemismo al pretender atenuar el concepto de preso o sentenciado por DD.HH. Por otra parte, Piñera apela a un proyecto “humanitario” para quienes cometieron crímenes de lesa humanidad y que además han prestado nula cooperación para resolver casos o encontrar los cuerpos de los detenidos desaparecidos. Así, se ampara en nociones como “muerte digna” y “valores cristianos” (¡en un estado laico!) para atenuar el contexto de los sentenciados e influir en la opinión de la audiencia. Dato no menor en este contexto es que aquellos criminales, aun en su condición de sentenciados, siguen recibiendo privilegios como pensiones vitalicias o una cárcel especial (Punta Peuco)[7] que posee condiciones de lujo comparadas con el hacinamiento de las cárceles comunes en el resto del país.




Como he tratado de mostrar en los párrafos anteriores, es esa falta de especificidad y ambigüedad que hace recurrente el uso del eufemismo en el discurso político, ya que “ofrece al hablante la oportunidad de no responsabilizarse del efecto negativo de sus consideraciones expresivas; seguro del desagrado propio o sospechándolo en el oyente, el eufemismo le permite poner tierra de por medio entre él mismo y sus comentarios”.[8] El eufemismo opera como un mecanismo cognitivo, que permite al emisor -en este caso a Mañalich y Piñera- controlar la información en por lo menos dos sentidos. Primero, influyendo en la interpretación que pueda hacer el receptor; y, en segundo término, que lo dicho sea tan obscuro que la interpretación quede en manos del receptor, deslindándose de las responsabilidades de sus dichos.

El lenguaje acá no sólo opera para comunicar, sino para imponer una realidad. Desde octubre del año pasado la impronta de los discursos desde el oficialismo se ha inscrito en un juego de manipulación y persuasión como estrategia discursiva. Por ejemplo, en las conferencias de Piñera se ha vuelto recurrente afirmar que “estamos en guerra frente a un enemigo poderoso, implacable”. Frase convertida casi en muletilla para referirse al COVID-19, a la delincuencia, pero también a los manifestantes que meses atrás colmaban las calles alrededor de hoy nombrada Plaza Dignidad (ex plaza Italia). Detrás de frases como aquellas no sólo hay un lenguaje políticamente correcto o una expresión metafórica, sino una descarada manera de eludir responsabilidades políticas frente a la crisis. Recordemos que el estallido social cuestionó las bases del modelo chileno y la creación de riqueza de las clases pudientes, por lo que el gobierno de Piñera se enfocó más en crear un discurso de odio hacia los manifestantes, catalogándolos de terroristas, delincuentes, grupos organizados de anarquistas, entre otros tantos adjetivos, justificando las respuestas represivas a las marchas más allá de una salida democrática que buscase escuchar las demandas de la población.

Ellos no están dispuestos a perder un ápice de sus privilegios. Así lo muestran sus dichos y hechos. Por ello eufemismo se ha tornado en el mecanismo predilecto para sus juegos de comunicación, ya que no sólo sirve para reemplazar una palabra interdicta, sino que la realidad misma está en interdicción. Ellos obliteran la realidad con sus palabras ambiguas. Es ahí, en esas penumbras discursivas, que podemos entrever que la dictadura sigue latente en la altanería de sus palabras, en el recurrir sin miramientos a la represión por parte de carabineros (policía chilena) o en la defensa a ultranza de una constitución con enclaves dictatoriales.
En ese balance de crisis social y sanitaria es que puedo señalar que el eufemismo más utilizado no ha sido crisis, problema o crecimiento negativo. Ha sido democracia. Palabra manoseada por los gobiernos postdictadura, en la que nos hacen creer que las pérdidas de esta crisis la debemos pagar todos, cuando sabemos que los más afectados siempre serán los trabajadores, las clases más vulnerables, los inmigrantes, las mujeres o los adultos mayores. Con el descaro y la soberbia del patrón de fundo frente a las protestas por el alza del pasaje que ya rondaba 1 dólar, llaman a la población a levantarse más temprano para ir a trabajar y así pagar menos. O frente al aumento del costo de los productos básicos, el exministro de economía llamó a los “románticos” a comprar flores porque éstas han caído en un 3,6%. Ante la demanda de consultas vinculantes en las distintas comunas del país, la respuesta fue sacar a los militares a las calles, activar protocolos para la persecución de líderes sindicales, estudiantes secundarios y universitarios y a la población. O cómo olvidar cuando en el intento de acusación constitucional (impeachment) contra Piñera por su responsabilidad en la violación sistemática de DD.HH., éste se defendió diciendo que era su derecho terminar su mandato por ser elegido “democráticamente”. Además, el oficialismo añadió que aquella acusación constituía un verdadero “golpe de estado”, cuando en realidad una acusación contra el gobierno es una medida legal reconocida aún en una constitución tan obsoleta como la chilena. Pero, además, la frase está cargada de desmemoria e hipocresía, ya que olvidan con rapidez que ellos mismos bombardearon el Palacio de la Moneda para destituir a Salvador Allende en 1973. Por ello la negativa a cambiar la actual constitución que fue forjada en dictadura y que ampara legalmente sus negocios en concesiones, sus monopolios, la acumulación de patrimonio y privilegios. Así, la democracia se ha convertido en una palabra vapuleada a ultranza de sus intereses, para proteger sus negocios y escondernos lo evidente: que la dictadura sigue latente en Chile y que lo que ahora llaman democracia es solo un recurso más para dejar lo más importante intacto.




[1] De acuerdo al Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) en Chile, entre el 18 de octubre de 2019 y el 13 de marzo de 2020 el INDH contabilizó 3838 personas heridas, de las cuales 460 presentan daño ocular, 1234 han sido víctimas de tortura u otros daños crueles, humanos y/o degradantes, entre otros datos. Instituto Nacional de Derechos Humanos, «INDH denuncia que golpizas, disparos, desnudamientos y tocaciones son principales hechos que motivan acciones legales en crisis social», Instituto Nacional de Derechos Humanos, 19 de marzo de 2020, https://www.indh.cl/indh-entrega-nuevo-reporte-de-cifras-a-cuatro-meses-de-iniciada-la-crisis-social/.
[2] John L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras: palabras y acciones, ed. J. O. Ursom, 5. reimpr, Paidós Studio 22 (Barcelona: Paidós, 1998).
[3] José Portolés, La censura de la palabra: estudio de pragmática y análisis del discurso (Valencia: Universitat de València, 2016), 29.
[4]  Nuria Barranco Flores, «El eufemismo léxico del discurso político y sus efectos cognitivos», Logos 27, n.o 1 (2017): 15-30.
[5] José Luis Saavedra, «Chile genera polémica por contabilizar fallecidos por COVID-19 como recuperados», Sputnik, 14 de abril de 2020, https://mundo.sputniknews.com/america-latina/202004141091105343-chile-genera-polemica-por-contabilizar-fallecidos-por-covid-19-como-recuperados/.
[6] Fernanda Villalobos, «Mañalich asegura que pandemia “ha producido una merma en los recursos humanos para la salud”», Emol, 14 de abril de 2020, https://www.emol.com/noticias/Nacional/2020/04/14/983030/Manalich-merma-recursos-humanos.html.
[7] La cárcel de Punta Peuco fue inaugurada en 1995 bajo el gobierno de Eduardo Frei, para el cumplimiento de sentencia de condenados por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura de Pinochet. La administración mantenimiento de esta cárcel ha sido ampliamente criticada por los privilegios que supone para los cerca de 112 sentenciados. En ella cuentan con acceso a computadoras, televisores de 42 pulgadas, áreas verdes, canchas de tenis, habitaciones con baño privado y a servicios de salud. El principal problema es que en el resto de cárceles en el país se viven condiciones de hacinamiento, maltratos y vulneraciones hacia los reos que propician, por ejemplo, la propagación de un brote de COVID-19.
[8] Alfredo I. Álvarez Menéndez, Hablar en español: la cortesía verbal, la pronunciación estándar del español, las formas de expresión oral, Biblioteca práctica del idioma español (Oviedo: Ediciones Nobel, 2005), 21.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente