Edwin Andrés Martinez Casas.
Profesor Catedrático.
Programa de Ciencia Política.
Universidad del Tolima. 

Recientemente, se ha suscitado un interesante debate sobre el significado político –tanto en el corto, como en el mediano y largo plazo- de la actual crisis social derivada de la pandemia del COVID-19. Especialmente, ha tomado fuerza la construcción de hipótesis acerca de los posibles escenarios que pueden abrirse cuando la crisis se haya superado y la pandemia haya sido controlada o mitigada. Los planteamientos de Zizek, Han, Nancy, Butler y Agamben han sido quizás los que circulan más profusamente y, de paso, se han convertido en referentes para la discusión, ya sea extendiendo los argumentos presentados por estos autores, o con reflexiones que buscan ubicar sus limitaciones.
En ese marco, el filósofo marxista Atilio Borón ha entrado en la discusión, con su texto titulado “La pandemia y el fin de la era neoliberal”, en el que polemiza fundamentalmente con los textos de Zizek y Han, a propósito de los escenarios políticos futuros. En su exposición, se destacan dos argumentos centrales, que resultan complementarios: de un lado, Borón se pregunta/responde: “¿podrá la pandemia abolir al capitalismo? No, porque al capitalismo no lo derribará ningún virus sino la conciencia, la organización y la voluntad de lucha de los sujetos anticapitalistas”. Esta tesis-premisa implica que la abolición del capitalismo pasa por la existencia de las fuerzas políticas y sociales favorables a su desaparición, como nos lo recuerda Borón, citando a Lenin. De otro lado, el escritor argentino nos advierte que “tengo serias dudas acerca de que el virus en cuestión haya obrado el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también con la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema internacional. Pero la era neoliberal es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar”. Es decir, para Borón, el escenario que se abre es antineoliberal, pero no anticapitalista. Sobre estas dos tesis, su desarrollo y los argumentos que utiliza para distanciarse de Han y Zizek, quiero proponer una lectura crítica.

En primer lugar, huelga señalar mi total acuerdo con la tesis-premisa según la cual el capitalismo requiere unas fuerzas sociales y políticas muy particulares para ser abolido, de modo que no se puede esperar que una variable externa a lo social y político –en este caso un virus- pueda acabar con el capitalismo. Esta idea le sirve a Borón para distanciarse del pesimismo estructural de Han, expresado recientemente en una entrevista para El País de España, en la que el filósofo surcoreano se atreve a vaticinar que luego de la pandemia el capitalismo tendrá aún más pujanza.
Empero, para sumar elementos a su crítica al pesimismo nihilista de Han, Borón recurre a un argumento adicional que me parece especialmente debatible. El argentino nos presenta en su texto que el actual sistema internacional se encuentra mucho más equilibrado y que la tríada Estados Unidos-China-Rusia crea un equilibrio de fuerzas distinto que podría crear las condiciones para una nueva situación política postneoliberal. Para sostener su punto, Borón hace referencia al papel protagónico de China, la debilidad de los Estados Unidos y el fortalecimiento de Rusia. Nos dice Borón: “Difícil que, como dice Han, el capitalismo adquiera renovada pujanza en este tan poco promisorio escenario internacional. Si aquél tuvo la gravitación y penetración global que supo tener fue porque, como decía Samuel P. Huntington, había un “sheriff solitario” que sostenía el orden capitalista mundial con su inapelable primacía económica, militar, política e ideológica. Hoy la primera está en manos de China y el enorme gasto militar de EEUU no puede con un pequeño país como Corea del Norte ni para ganar una guerra contra una de las naciones más pobres del planeta como Afganistán. La ascendencia política de Washington se mantiene prendida con alfileres apenas en su “patio interior””.
Me parece que en este punto, Borón exagera el papel y la influencia de China y Rusia. Por ejemplo, señalar que es China quien tiene la batuta en el plano económico es desconocer un elemento central del capitalismo en su fase actual, en lo que refiere a la dinámica económica mundial: el mundo de la circulación, del comercio mundial y su andamiaje financiero gira en torno al dólar, no al Yuan. Poseer la supremacía monetaria no es un asunto menor, a tal punto que, ante la crisis por el COVID-19 la emisión monetaria de dólares, a cargo de la FED, es irreemplazable si se quieren contrarrestar los efectos económicos de la pandemia. Lejos está China de someter a los Estados Unidos en el plano monetario.
La tesis de la debilidad del imperio no es nueva y Borón no es el primero –ni será el último- en esgrimirla. Ya en los años ochenta, ante el avance japonés, muchos intelectuales de distintas corrientes tocaron las trompetas apocalípticas anunciando que los nipones iban a imponerse como nuevos hegemones planetarios. Ya sabemos cómo terminó esa aventura. Considero que el imperio norteamericano no es tan débil como se sugiere y el argumento a propósito de que tal debilidad tiene como prueba irrefutable que Estados Unidos no ha podido con Corea del Norte (¿Qué significa para Borón que Estados Unidos no haya “podido” con Corea, que no la ha invadido,         que no ha podido derrocar a su líder?) es anodina. Si la fuerza o debilidad del imperio norteamericano se pudiera deducir de ese tipo de situaciones, tendríamos que decir entonces que la supuesta decadencia del impero empezó tras su fracaso en Vietnam o quizás más atrás.
En segundo lugar, la otra tesis de Borón, ubica como flanco de su crítica a Zizek y su desbordado optimismo alrededor de la posibilidad de un “comunismo reinventado”, como consecuencia de la crisis derivada del COVID-19. Aquí, Borón corrige el exceso de optimismo de Zizek, señalando que lo que se abre camino es el cuestionamiento del neoliberalismo, con su crítica a la privatización de los servicios de salud y de seguridad social, que se han hecho evidentes en la actual crisis. Borón nos dice, a propósito de las posibilidades de ese comunismo reinventado que: “Es posible y deseable, sin dudas. Pero, como casi todo en la vida social, dependerá del resultado de la lucha de clases”.
Visto en perspectiva, el análisis de Borón parece más equilibrado, realista y sensato que el expuesto por sus interlocutores escogidos, Zizek y Han. Ni tan optimista como para pensar que asistiremos pronto a una nueva versión del comunismo, ni tan pesimista como para esperar que simplemente el neoliberalismo resurja con nuevos bríos.
No obstante, hay algunos elementos en la argumentación de Borón que, a mi juicio, debilitan sus previsiones y, de paso, debilitan los argumentos con los que pretende controvertir a sus contrincantes intelectuales.
Como primer elemento, creo que si Borón hace énfasis en que el componente central del cambio sociopolítico es el estado de las fuerzas políticas y sociales, este requisito aplica no solo para la posibilidad revolucionaria de poner fin al capitalismo, sino también para la eventualidad de desmontar los rasgos generales del capitalismo en su fase neoliberal. Aunque la tesis según la cual el neoliberalismo es un cadáver insepulto resulta sugestiva, no es tan claro que, debido a la crisis social derivada de la pandemia, hayan surgido las fuerzas sociales y políticas suficientes para desmontar al neoliberalismo.
Una cosa es que desde distintos sectores académicos, políticos, intelectuales y de la ciudadanía en general, aboguen por la sanidad pública y el fortalecimiento de los sistemas de seguridad social, para poder confrontar la actual crisis de salud pública, y otra cosa es que esto ya se haya traducido o se pueda traducir en una fuerza social y política lo suficientemente organizada, centralizada y con expresión política coherente. Por supuesto, la actual situación es más favorable a que pueda suceder esta transformación en la correlación de fuerzas; pero como el mismo Borón nos lo recuerda, eso depende de la lucha política y no simplemente de nuestros deseos. La lucha por el cambio de modelo, así sea sin una perspectiva anticapitalista, requiere las mismas condiciones generales en materia de correlación de fuerzas para que dicho cambio se lleva a cabo. Si no se acepta esto, Borón estaría insinuando, en la práctica, que al capitalismo no lo puede derribar un virus, pero al neoliberalismo sí. Con ello, el escritor argentino estaría debilitando su propia premisa.
Un segundo elemento crítico, se puede desarrollar a partir de considerar que la argumentación de Borón, pareciera hacerle concesiones a cierto etapismo a la hora de comprender la cuestión del cambio social. ¿O acaso no se puede pensar en una situación en la que la correlación de fuerzas permita, inicialmente, desmontar las bases del neoliberalismo, pero que a su vez incube condiciones para transformaciones con perspectiva anticapitalista, es decir, sin detenerse en una simple reforma dentro del capitalismo? Para defender su argumento a favor del papel de la acción consciente en el cambio social, Borón no necesita separar/dislocar la lucha contra el neoliberalismo de la lucha contra el capitalismo, por el contrario, debería reconocer la imbricación de esta dinámica. La acción colectiva consciente puede o no tener límites, pero estos no se pueden definir a priori, analíticamente, sino que son impuestos en la realidad concreta, realidad que para la situación actual está abierta a cualquier posibilidad, de modo que no se puede descartar ningún escenario.
Sobre este punto, es importante recordar que, en el pensamiento revolucionario-anticapitalista de Marx, el devenir no tiene un carácter teleológico; la existencia Humana no tiene ningún propósito preestablecido y lo que hacen los seres humanos no responde a un plan externo a su praxis. De modo que en Marx el futuro es abierto; nada garantiza el triunfo de los oprimidos y explotados, pero tampoco está asegurada la derrota a priori; eso es apenas una posibilidad que depende no de un destino ineluctable, sino precisamente de la praxis, de la lucha. Esto aplica tanto para una lucha anticapitalista, como para aquella que tenga un horizonte estratégico más acotado, como el fin del neoliberalismo.
Precisamente, la potencia del pensamiento revolucionario que proviene de la tradición marxista, reside en considerar la historia como un escenario abierto, porque, de lo contrario, Marx sería un teólogo más que, a diferencia del paraíso celestial, nos ofrece la promesa del comunismo terrenal. Esta concepción de la historia abierta parte de la consideración de que la principal fuerza productiva es la fuerza de trabajo, de modo que la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción no es una ley mecánica que inexorablemente se va a cumplir, sino que depende de lo que los seres humanos puedan hacer en las circunstancias que no controlan. Por eso precisamente es que en Marx el futuro es abierto, un haz de posibilidades. Insistir en la relación mecánica-teleológica es dejar a un lado la lucha de clases, cuyo resultado indeterminado es precisamente el que condiciona la posibilidad de la revolución o de un cambio social más restringido.
Sobre este punto de los escenarios futuros que se abren como consecuencia de la pandemia, me parece particularmente lúcido el aporte de Rosa Luxemburgo y su consigna –de hondo calado político y metodológico- "socialismo o barbarie" en el Folleto de Junius de 1915. En esta consigna luxemburguista, se observa la superación del dilema que se deriva de considerar el fatalismo de las "leyes de la historia" y el voluntarismo histórico, como lo ha señalado correctamente Lukács.
Así, en Luxemburgo el análisis de Marx no es una profecía, sino una teoría social que explica las condiciones de posibilidad -mas no de inevitabilidad- del socialismo. De modo que la consigna socialismo o barbarie, de estirpe claramente marxista en el sentido de responder al papel que el mismo Marx le da a la historia, a la praxis y a la lucha de clases, indica que no existe una sola dirección de los acontecimientos, un solo sentido de la "evolución" de la historia, sino muchos y que, más importante aún, el papel de los trabajadores organizados no es acelerar o apoyar este proceso -porque no es inevitable- sino decidirlo: "los hombres no hacen arbitrariamente su historia, pero son ellos quienes la hacen". Me parece que este aserto aplica tanto para la posibilidad de que se abra en el horizonte político actual una perspectiva antineoliberal, pero también para la posibilidad de una perspectiva anticapitalista.

Por supuesto, si reconocemos el carácter abierto de la historia, debemos reconocer que también existe la posibilidad de que el neoliberalismo pueda recuperarse de los duros golpes que ha recibido. Aunque Borón se aleja del optimismo comunista zizekiano, se acerca a un optimismo más mesurado, al catalogar al neoliberalismo como un cadáver insepulto que no puede resucitar. No obstante, aunque puede ser un cadáver, recordemos con Marx que el capitalismo puede crear monstruos estilo Frankenstein, tomando partes de distintos cadáveres y darle vida a figuras aún más monstruosas que las existentes. No se trata, entonces, de asumir una postura intermedia entre Zizek y Han, sino de atender a la dialéctica de los acontecimientos para comprender la pluralidad de opciones abiertas en el marco de la actual incertidumbre política.

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