Santiago Pulido Ruiz
Daniel Felipe Barrera Arias.
Universidad del Tolima
Ciencia Política
A finales del año anterior el Covid-19 apenas representaba
una tenue amenaza para el gigante asiático y la comunidad internacional, poco a
poco, cual espectro omnipresente, fue arropando el grueso de la población
mundial. Contagiando de manera símil al patrón de extensión del desarrollo de
la globalización y de interconexión de los mercados mundiales. En días recientes
se han confirmado miles de muertes, entre ellas, el deceso de hombres de
negocios, sujetos globalizados, como Lorenzo Sanz, expresidente del Real
Madrid.
Este hecho, lejos de evidenciar la capacidad democratizadora
del virus, como ha circulado en los principales medios de comunicación del
mundo, devela el atributo social por excelencia del Covid-19: es un virus
primer mundista, es el virus de la metrópoli, de la gran ciudad con los límites
y alcances que tiene el proyecto urbanístico de la modernidad en el mundo.
La lectura propuesta desde esta redacción entiende la
expansión del Covid-19 como resultado de la globalización, siendo la primera
gran pandemia con posibilidades objetivas de escalar a un contagio mundial
masivo. Por tanto, las medidas para evitar y contrarrestar su propagación
necesitan de la cooperación popular global y no de pequeñas acciones
individuales que salvaguarden el gran capital.
Sobre la pandemia se han popularizado dos lecturas que se
podría hacer en tiempos de auto-exilio doméstico: una optimista, desarrollada
por Slavoj Zizek, quien, fiel a su interpretación cinéfila, ha utilizado la
metáfora del golpe al corazón de Kill
Bill para argüir que estamos en un momento de clivaje, ruptura epocal y,
agregaríamos, del fin de un ciclo. La crisis pone de manifiesto las agudas y
siempre existentes contradicciones del capitalismo, que es difícil negar que
hoy se hacen más evidentes. Desde Zizek, se propondría la destrucción de la médula
espinal del capitalismo mundial, la tiranía del mercado y el abrazo a una
sociedad comunista.
La segunda lectura vendría de parte de G. Agamben, quien
ha revestido, según nuestra apreciación, de pesimismo su análisis sobre la
crisis social sanitaria, reforzando la exégesis del control de los cuerpos, ya discernida
por el francés M. Foucault. La apuesta interpretativa de Agamben consiste en
considerar que el Covid-19 es potencialmente un dispositivo para el gobierno de
los cuerpos y la Biopolítica: el racionamiento alimentario, cierre de
fronteras, exacerbados nacionalismos harían parte de la agenda del control y
del biopoder en un juego sin tensiones que ha sido construido previamente. En
términos de Agamben, el Estado de excepción se convierte en la norma desde la
cual opera el capitalismo militarizado y chapucero, los resultados solo podrían
ser un máximo constreñimiento a los sujetos mediante los dispositivos
gubernamentales y administrativos del Estado. Las recientes impresiones de
Byung-Chul Han respecto al Covid-19 en el diario El País han ido en dirección complementaria a Agamben: siendo un
teórico de la derrota y la desmovilización, Han no encuentra un lugar político estratégico
de enunciación desde el cual se vislumbre una salida creadora ante la crisis,
su horizonte es desesperanzador.
El nihilismo derrotista de Han asume en lo teórico una
actitud desmoralizante, su explicación de cómo funciona el poder y el dominio
va en esa dirección. Para Han, nada escapa al orden constituido, porque el
sistema de dominio, aún en crisis social, es un todo esencial y su preservación
es, antes que represiva, seductora; de esa forma, elimina en el sujeto
subyugado la posibilidad de ser consciente de dicha sumisión, por eso insiste
en que el goce por la mercantilización de la totalidad de la vida es el
principio básico del capitalismo tardío, desplazando cualquier otra opción de
organización de la vida social, política y económica. De esa manera, ante una
posible alternativa a la crisis, Han prefiere la incertidumbre: al situar al sujeto
como un explotador de sí y por esa vía negar el registro antagónico de la
política, solo sabrá ofrecer salidas en falso.
En ese sentido, habría que enróstrales
a los neoliberales y a la globalización que, en tiempos de crisis del capital y
crisis del proceso de circulación mercantil, el Estado es su máximo aliado, de
ahí que la idea de disolverlo poco les suene. Paradójico. Simultáneamente,
haciendo frente crítico a las lecturas esquemáticas y fetichistas sobre el Estado,
hoy los términos de la insurgencia popular y la rebeldía ciudadanía se traducen
en la exigencia por el serio y sensato control del timonel del aparataje
estatal: enunciación de medidas suficientes, efectivas y diligentes, en otros
términos, reclamar estatalidad, entendida como despliegue institucional, se
demanda la expansión del Estado más allá de su núcleo burocrático-militar. Si
se quiere y permite, repensar la biopolítica popular desde su contenido
vinculante con el colectivo y el bienestar común.
La idea anterior pretende mostrar al Estado como el campo
político en disputa: el capital aboga por intervención estatal para salvar la dinámica de la
acumulación y reproducción y, de otro lado, los trabajadores, jóvenes, mujeres,
etc., abogan por una intervención estatal que recupere lo público como único
mecanismo para afrontar la crisis.
Por otro lado, el tránsito del
Covid-19 de emergencia sanitaria
a crisis social ha puesto en evidencia los puntos de inflexión de la crisis del
capitalismo tardío, y han sido, precisamente, las medidas de aislamiento y
confinamiento las que aparecen como condición de posibilidad para pensar lo
humano. La salida forzosa de la normalidad condujo a la reflexión sobre las
posibilidades y alternativas existentes ante la crisis: reconstituir un
horizonte de futuro común que permita hablar de un nuevo modo de organización
de la vida social, política y económica. La disyuntiva que surge está referida
en términos de posibilidad de
transformación social - posibilidad de rentabilidad. Ante dicha disyuntiva la
comunidad política tendrá que medir pulso por el cambio radical, agudizar el
antagonismo y canalizarlo en trasformaciones estructurales y en un existir
distinto.
A renglón seguido, proponemos una lectura desde la nostalgia de la esperanza o, como
diría Antonio Gramsci, desde el
optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón. Por un lado, aunque
creemos que las contradicciones del capital se han ido desnudando con mayor
celeridad, ejemplo de ello es la reducción de emisión de gases que están
viviendo las grandes ciudades, revelando que esta crisis debe permitirnos un
nuevo relacionamiento con el ambiente, no basta con respuestas insuficientes sobre
el cuidado y preservación de la naturaleza y el desarrollo sostenible, es
necesario modificar radicalmente nuestro senti-habitar urbano. Siguiendo a
Harvey: reclamar nuestro derecho a la ciudad. Vale la pena señalar que estas
radicales trasformaciones del metabolismo social no se pueden dar en el marco
del proyecto liberal, moderno e ilustrado o capitalismo con rostro humano. Detener
la marcha indetenible del tren de la modernidad que Nietzsche presagió, nos
debe abocar a volver a situar la revolución desde un horizonte anti-capitalista.
Por otro lado, las advertencias de Agamben han venido tomando relevancia y
han tenido cierto repunte respecto a la interpretación de la crisis como
momento constitutivo del cambio, léase Zizek y su metáfora de golpe al corazón. Agamben propone un análisis
del miedo como dispositivo de dominación neoliberal, lo cual nos parece
especialmente problemático, pues, el Covid-19, si bien podría servir a la
caracterización del francés, políticamente debe asumirse como asunto de salud pública.
El estado de excepción aquí resulta ser una necesidad vital para garantizar la
vida y no solo un dispositivo de control para que, luego de la pandemia, todo siga igual, como insinúa nuestro autor. La situación actual ha evidenciado el carácter
incierto del futuro. El pesimismo de Agamben, visto de esta manera, es
desmovilizador, pues a priori nos propone que el manejo de la crisis no es sino
una muestra más del poderío del dispositivo gubernamental neoliberal.
Aquí es clave pensar la política para no desviar ni malversar nuestra
lectura. Es necesario que la iniciativa estatal asuma medidas e instancias de confinamiento
por preservación de la existencia, es una política, fundamentalmente, de vida.
A este punto cabe agregar que la Sociedad Civil, y es una postura política que
trata de esbozar este texto, no debe asumir estas prerrogativas de manera
pasiva, o como forma de desmovilización ante las convulsiones populares que se
venían presentando previo a la emergencia sanitaria. En el caso de Colombia, la masacre de 23 reclusos de la cárcel la
modelo, es un pésimo indicio sobre la forma como un gobierno autoritario puede
aprovechar la excepcionalidad para cometer graves violaciones a los derechos
humanos.
Las instancias logradas de politización en momentos convulsos
se deben ahora asumir desde la reflexividad doméstica, desde la cooperación
comunitaria por los más vulnerables, articulación que de paso lleve a
cuestionar el sistema general de desigualdades e injusticias: el tiempo de
sociabilidad es tiempo de reflexividad y práctica transformadora. Tejer redes
de solidaridad ante el individualismo práctico y metodológico, el narcicismo del espíritu capitalista, asumir de manera
crítica y propositiva el desenvolvimiento de la política ante este momento
histórico de crisis. Construir nuevos horizontes de sentido y acción colectiva,
que redefinan otras coordenadas de futuro posible nos permitirá no cabalgar ni
apalancar la crisis del capitalismo. Aferrarnos a interpretaciones
catastrofistas como la de Agamben no permitiría entender el desarrollo de las
democracias capitalistas en tiempos de normalidad, de auge, prosperidad y
legitimidad social por parte del proyecto hegemónico del capital. Este último
no siempre echa mano del Estado de excepción, lo que no quiere decir que no sea
violento por definición.
Así, creemos que estamos en un momento crucial donde
podría, eventualmente, darse un nuevo espíritu de época, donde los cimientos y
preceptos de la modernidad-capitalista están titubeando. Vemos dos situaciones:
i) un escenario de cuestionamiento radical de los clásicos postulados del
neoliberalismo y, en general, del capitalismo: el libre mercado y su automática
regulación. ii) ante problemas colectivos (Covid-19) soluciones individuales
(consumo y aislamiento).
La primera ya había sido problematizada, un antagonismo
entre sectores populares y sectores capitalistas derivado de la contradictoria defensa
de los grandes grupos financieros y bancas por recurrir al Estado para no
ahondar en su crisis y la exigencia popular por un Estado protector y
benefactor de las mayorías. La segunda situación requiere de una especial
revisión teórica y discursiva: la narrativa que se ha gestado desde la llegada
del neoliberalismo ha sido soportada en la lógica de individualismo para solventarse
en sociedad, el racionamiento individual que se esconde detrás de la promesa de
la libertad de consumo y la superación del reino de la escasez, el individualismo
es la forma de existir y habitar la modernidad capitalista.
Así, tres aspectos resultan importantes de abordar para referirnos
a crisis: Mercado-Sociedad-Estado. Para los intelectuales del liberalismo y el
pensamiento contractual las tres categorías son, tanto en la práctica como
conceptualmente, independientes. Una independencia artificial y predeterminada,
volcada a enlazar mercado y sociedad, ubicando al individuo como punto de
partida de la política. El individuo, para el liberalismo, es asocial en
primera instancia, ya luego tiene reconocimiento político en tanto se asocia
para garantizar su existencia. El tipo de contrato tiene apellido en la
sociedad de consumo, el contrato entre propietarios. Es decir, la independencia
Sociedad-Mercado se configura en una misma esfera, en tanto el individuo parte
de su singularidad asocial y es social en la medida que consume y acumula
capital, la mayor expresión de que se entra a la dinámica social subjetivado
desde la razón instrumental y la elección racional. Por otra parte, desde la
teoría social crítica, corrientes como el marxismo han manifestado otra
observancia antropológica: el punto de partida es social/colectivo, no hay un
individuo previo a la sociedad, porque en Marx la ontología es relacional, por
eso Sociedad y Mercado no resultan estrechamente imbricados.
La crítica de Marx y del marxismo al liberalismo es que, para los
liberales, economía y política son esferas independientes, como si estuviéramos
hablando de un individuo con pliegues y no total. Esta separación de las dos
esferas es necesaria en el pensamiento liberal, en tanto permite soportar la
existencia del discurso contradictorio de la igualdad de derechos frente a la
desigualdad en el plano económico, derivada de la posibilidad de tener o no
acceso a la propiedad sobre los medios de producción y por ende la posibilidad
de vivir del trabajo ajeno o propio.
Ahora bien, si algo ha mostrado el
Covid-19 ha sido que para evitar el contagio y preservar nuestra vida es necesario
pensar primero en comunidad; no retener muchos productos o no salir a la calle
para no exponerse resulta ser una forma de anteponer la comunidad: no es
suficiente con que nos cuidemos y tengamos provisiones necesarias para
sobrevivir, es necesario priorizar lo común para no infectarnos a nosotros
mismos. De esta manera, a la exclusión
se le opone la accesibilidad, incluso podríamos preguntarnos ¿acaso no está en
crisis el espíritu capitalista de la época moderna, de la razón instrumental y cuantificable
¿Es su posible ocaso?
Cavilemos, por ejemplo, las personas mayores de 60 años,
por obvias razones son más vulnerables al Covid-19. La bio-democracia,
como apunta Damián Pachón Soto, comienza a ganar protagonismo en la sociedad:
la insensibilidad de los jóvenes desacatando las cuarentenas se explica, entre
otras muchas razones, por su racionalidad y su cálculo instrumental: quiénes
pueden pervivir, cuál es el mecanismo de selección ante qué merece la pena
pervivir, seguimos a Foucault para decir que el precepto cuerpos económicamente rentables y políticamente dóciles sigue
vigente. La edad en el capitalismo se valoriza/desvaloriza y mercantiliza/desmercantiliza,
bajo esa lógica y solo en esta sociedad, ser una persona longeva representa un
proceso de desvalorización e insignificancia política.
Concluimos diciendo que en este contexto de crisis
sanitaria y social junto a la crítica a la economía política se debe privilegiar
la crítica a la economía del cuidado de sí. El yo-colectivo que pensara René
Zavaleta Mercado en la cuestión nacional
debe reinterpretarse a las necesidades globales, para sustraernos positivamente
de los fantasmas de los nacionalismos reaccionarios que se presentan en
situaciones de crisis. Esta concepción antropológica nos ubica más allá del
horizonte de construcción de patria y de los lazos próximos de identificación,
nos lleva a reflexionar desde la teoría social de izquierda a propósito de una
subjetividad social vinculante del destino colectivo.
Desde el aislamiento preventivo y obligatorio instigamos
a imaginar otros mundos posibles, discurrir el postcovid-19 en comunidad. Bien
precisa Jorge Dodero que el momento histórico no será de reconstrucción sino de
reconstitución. Patear la normalidad, porque ha sido la normalidad la que nos
condujo a este momento apocalíptico.
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