Paula Vanessa Bedoya Guayara
Universidad Nacional-Sede Medellín
Ciencia Política
pvbedoyag@unal.edu.co



En muchas partes de Latinoamérica se ve este problema de condiciones materiales paupérrimas que imposibilita la concreción de un verdadero reconocimiento. En Colombia es particularmente notorio, porque al ser un Estado históricamente azotado por la violencia, desde su consolidación como Estado independiente, a comienzos del siglo XIX, hasta la actualidad, y a pesar de ser un Estado social de derecho con un marco jurídico definido, su sociedad civil ha tendido a normalizar la situación de conflicto y a asentar su valor individual, y como país, con base en la misma.

El tema del reconocimiento ha adquirido una importancia notable durante los últimos años; los fenómenos a nivel mundial, como las dos guerras mundiales, la bomba de Hiroshima y Nagasaki, la oleada de migraciones, entre otros eventos, ha centrado la discusión en la importancia el papel del otro dentro de la consolidación de mi vida como sujeto. Es así, como el presente trabajo pretende exponer, en principio, la importancia que tiene el Reconocimiento para la buena consecución de las sociedades modernas y posteriores y, así mismo, la importancia que tiene el concepto del menosprecio dentro de las mismas, como motor primario de los conflictos sociales; como desencadenador de luchas morales, de las reivindicaciones, ya sea sociales y/o jurídicas, de los colectivos. Así, con lo anterior dejará presente la relevancia que tiene la confirmación de sí en los otros. El reconocimiento se ha traslapado de las esferas personales para ser un problema de dominio público, un asunto que compete a todos los miembros de la comunidad política.

Para fines de sustentación teórica, se hará uso de la teoría de Axel Honneth, quien inserta el debate de una “lucha por el reconocimiento” (y así nombra el texto del que se va a usar para los fines argumentativos presentes) en donde expone que detrás de todo conflicto social se esconde una lucha moral, que no es más que una lucha por el reconocimiento. Mediante ella se pretende reivindicar la imagen de sí que tienen los sujetos que hacen parte de las colectividades en conflicto, que en principio se unen por una identidad compartida que se ha visto menospreciada.

Honneth habla de tres esferas individuales básicas del reconocimiento que son las que median para lograr una buena autorrelación práctica, es decir, una integridad moral. - el amor, el derecho y la solidaridad-. Es menester dar un esbozo sobre esto para vislumbrar el verdadero problema del presente trabajo, que es mostrar la dificultad que tiene la teoría del reconocimiento en la perspectiva de Honneth cuando se contrasta con el contexto Latinoamericano, al ser lugares en donde se vienen presentando desde siempre patrones institucionalizados de conducta, normalización de acciones que deberían ser desencadenantes de una conciencia del menosprecio dentro de los colectivos, pero que son pasados por alto y, por ende, no se ha podido avanzar con tanta rapidez a una lucha por el reconocimiento.


Para intentar dar razón de lo anterior, se tomará el caso específico de Colombia, y de los colectivos compuestos por las víctimas del conflicto armado y la comunidad Raizal, se analizará dentro de sus condiciones histórico-materiales para dilucidar si esta puede ser la causa de la falta de conciencia alrededor de los mismos, y así tratar de aclarar por qué estos no se han sentido lo suficientemente menospreciados para llegar a exigir un reconocimiento de facto, y así poder ver la importancia que tiene el discurso narrativo, el relato político dentro de las interpretaciones que hacen los miembros de la sociedad sobre su realidad efectiva.

Para empezar, no está de más recordar que la importancia de las tres esferas de reconocimiento intersubjetivo radica en que su vulneración puede ser causal primaria de la formación de una lucha social, de ahí que “los cambios sociales normativamente orientados son impulsados por las luchas moralmente motivadas de grupos sociales, el intento colectivo de proporcionar la implantación de formas ampliadas de reconocimiento recíproco institucional y cultural” (Honneth, 1992, p.115). La primera esfera de reconocimiento es la del amor, “por relaciones amorosas deben entenderse aquí todas las relaciones primarias, en la medida en que, a ejemplo de las relaciones eróticas entre dos, las amistades o las relaciones padres-hijos estriban en fuertes lazos afectivos.” (Honneth, 1992, p.118). En ella se potencia la autonomía de los individuos, germina la autorrelación práctica de la confianza en sí mismo, puesto que “en su culminación los sujetos recíprocamente se confirman en su naturaleza necesitada y se reconocen como entes de necesidad; en la experiencia recíproca de atención amorosa los dos sujetos se saben unificados, porque en su necesidad son dependientes del otro ocasional.” (Honneth, 1992, p.118) y al estar presente la conciencia de necesidad mutua, el individuo se siente valorado, y en la disposición de trazar un límite sobre su autodeterminación individual, en concordancia con la relación simbiótica que se ha formado, hay un equilibrio precario entre autonomía y conexión.

Esta primera fase de reconocimiento, al estar basada en la conexión emocional, la simpatía, la necesidad, no se puede universalizar, es decir, no se puede exigir de manera imperativa como sí lo serán las esferas del derecho y la solidaridad.


La segunda esfera del reconocimiento es la del derecho. “Con la forma de reconocimiento del derecho siempre se designa la específica constitución de las relaciones de derecho modernas cuya pretensión se extiende, por principio, a todos los hombres en tanto que seres libres e iguales.” (Honneth, 1992, p. 133) en ella se dan relaciones de reconocimiento sobre la base de la racionalidad, los individuos se autocomprenden como parte de un marco jurídico que los ampara en su situación de sujetos de derecho y, así,

“los sujetos de derecho se reconocen, porque obedecen a la misma ley, recíprocamente como personas que pueden decidir racionalmente acerca de normas morales en su autonomía individual.” (Honneth, 1992, p.135); en ese sentido, deviene la autorrelación práctica del autorrespeto, como sujeto moralmente responsable dentro de la sociedad, se siembra el respeto a sí mismo ya que merece el respeto de los demás. En esta esfera aplica el imperativo categórico del respeto en cuanto persona como fin en sí mismo, de allí que sea un tipo de reconocimiento universalista y con posibilidad de exigirse a todos.

La tercera y última esfera del reconocimiento es la de la solidaridad. “Para poder conseguir una ininterrumpida autorrelación, los sujetos humanos necesitan, más allá de la experiencia de la dedicación afectiva y del reconocimiento jurídico, una valoración social que les permite referirse positivamente a sus cualidades y facultades concretas.” 

(Honneth, 1992, p.148) En esta esfera el reconocimiento no se da en un sentido tan universalista como el reconocimiento jurídico, en tanto que persona como fin en sí mismo, sino que se da en cuanto a las realizaciones individuales; es más en el sentido de cómo el individuo participa en la construcción del horizonte de valores intersubjetivamente compartidos de una sociedad determinada, a través del rumbo que le da a su vida, y por ello se ve como un ser valioso e indispensable para la comunidad. De allí que surja la autoestima como forma de autorrelación práctica, como sentimiento del propio valor ante la experiencia positiva del sentirse valioso por el otro. Esta esfera, al igual que el reconocimiento jurídico, se puede exigir por los sujetos, en cuanto socialmente valiosos para participar de la construcción de valores de la comunidad socio-política que habitan.

Cuando se imposibilita la confirmación de la autocomprensión de los sujetos, cuando se sienten menospreciados jurídica y socialmente, se van a ver en la necesidad de organizarse en colectivos que compartan su nivel de menosprecio para exigir la ampliación del marco jurídico y/o la ampliación del horizonte de valoración social, y es allí en donde el aparato estatal y la sociedad en general van a ser los encargados de suplir las demandas de estos grupos que se sienten moralmente marginados. El gran problema es que para cumplir los requisitos mínimos de estas tres esferas de reconocimiento y lograr que los sujetos lleguen a desenvolverse alrededor de las tres formas de autorrelación práctica de una forma satisfactoria, llegando la obtención de una integridad moral, se deben de garantizar ciertas condiciones básicas. El reconocimiento implica relaciones intersubjetivas de reciprocidad y de simetría, en ese sentido, los sujetos deben desenvolverse materialmente en condiciones básicas de dignidad, a nivel económico, en cuanto acceso a servicios primarios, para que se pueda mover dentro del espectro de la reciprocidad y la simetría.

También, resulta indispensable que los sujetos se autocomprendan como seres con valor, como poseedores de dignidad y merecedores de respeto; si su autocomprensión no es concordante con la realidad, tanto como si se subvalora, como si se dota de características que no son propias de su ser - lo que puede darse dentro del campo de la valoración social- el sujeto no va a sentirse menospreciado cuando las condiciones reales dictan que sí debería, o su percepción subjetiva de menosprecio no va a estar fundamentada dentro de los parámetros de la realidad.

En muchas partes de Latinoamérica se ve este problema de condiciones materiales paupérrimas que imposibilita la concreción de un verdadero reconocimiento. En Colombia es particularmente notorio, porque al ser un Estado históricamente azotado por la violencia, desde su consolidación como Estado independiente, a comienzos del siglo XIX, hasta la actualidad, y a pesar de ser un Estado social de derecho con un marco jurídico definido, su sociedad civil ha tendido a normalizar la situación de conflicto y a asentar su valor individual, y como país, con base en la misma.

Ejemplo de lo anterior es el resultado del plebiscito del año 2016 convocado para aceptar o no el acuerdo de paz con las FARC, guerrilla con la que se tenía un conflicto armado interno de más de 60 años, la sociedad colombiana decidió, con un 50,2 % de votos por el no, rechazar el acuerdo y seguir perpetuando el conflicto.

La votación puso de manifiesto la falta de solidaridad en un país atravesado por la guerra. Los lugares más golpeados, sobre todo los de la costa, optaron por el `si’, pero son municipios que aportaban un número de votos infinitamente menor al de las zonas urbanas o los núcleos rurales más poblados, donde la violencia del conflicto hace tiempo que dejó de golpear. El interior del país optó por rechazar los acuerdos. (Lafuente, 2016)

En este caso, la misma sociedad colombiana, y la incapacidad estatal, le niegan la posibilidad de reivindicación de su valor moral, a un grupo tan importante como las víctimas del conflicto armado, y no es la primera y última vez que este colectivo se ve claramente menospreciado y sin posibilidades de avanzar en el desarrollo de un cambio positivo. También se les ha negado la oportunidad de participar como un actor político relevante dentro de la voluntad racional del Estado: “El Juzgado 16 Administrativo de Bogotá negó por improcedente la tutela instaurada por el senador Barreras, con la cual se pretendía revivir las 16 curules para las víctimas en el Congreso (…), las cuales fueron negadas hace más de un año.” (Collazos, 2019).

La participación de estas colectividades ya ha sido un imperativo dentro de la teoría del reconocimiento de Honneth (1992):

La ampliación acumulativa de las pretensiones individuales de derecho que se nos presentan en las sociedades modernas puede entenderse como un proceso en el que el perímetro de las cualidades generales de una persona moralmente responsable paulatinamente se ha incrementado, ya que bajo la presión de una lucha por el reconocimiento siempre deben pensarse nuevos presupuestos para la participación en la constitución de una voluntad racional. (p.141)

El problema de peso es que muchas de las víctimas del conflicto armado no tienen total conciencia de su situación de víctimas, a ello sumado que las zonas más azotadas por el conflicto armado han sido históricamente abandonadas por el Estado, lo que repercute en un alto nivel de analfabetismo, pobreza y marginación social dentro de las mismas. Esto ha significado una actitud pasiva frente a las presentes condiciones de menosprecio, una normalización que ha significado la perpetuación de las violaciones a la dignidad humana de estos grupos. Tal como lo evidencia Valenzuela:
Entre enero y octubre de 2018, dice la ONU, las comunidades indígenas y afrocolombianas concentraron el 83 % de los casos de confinamiento como consecuencia del conflicto armado. En total, 16.969 personas resultaron afectadas. Del total, 13.324 (el 44 %) fueron desplazadas de sus territorios. El informe hace una precisión importante: en Antioquia y Córdoba existe una situación difícil de desplazamiento y confinamiento de las comunidades indígenas, “pero ha sido difícil cuantificar su afectación”, dicen, por la presencia de grupos armados. (Valenzuela, 2019)

Una situación parecida la vive el colectivo étnico Isleño-Raizal[1] que habita el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que aunque es parte del Estado Colombiano, y ha logrado reivindicarse dentro de la Constitución colombiana como una minoría étnica, se ha visto desde siempre relegado y marginado por la institucionalidad. Ha sido ignorado dentro de la formulación de políticas públicas, que en general han sido centralizadas, y condenado a vivir en condiciones precarias y por fuera de cualquier posibilidad de participación dentro de la esfera pública, por lo menos de manera real, porque de poco ha de servir la obtención de derechos sociales y jurídicos dentro de la formalidad si no son respetados y cumplidos realmente.

Según datos del departamento administrativo nacional de estadística, para los años 2000, “se mostraba un incremento sustancial del porcentaje de población que presentaba necesidades básicas insatisfechas, pasando del 33,31% en 1993 (inferior al nivel nacional, -35,8%) al 40,9% en el 2005, muy por encima del nivel nacional (27,7%)” (Abello, 2006, citado en Mantilla, 2018, P.147). Además, Mantilla (2018) también muestra cómo se pasó de tener un 40% de población con altos niveles de pobreza, a un 55% en 8 años, del 2000 al 2008, lo que viene acompañado con un nivel de educación bajo y, con ello, un nivel de conciencia sobre su marco real de acción jurídico-social, sobre sus alcances en torno a derechos, muy reducido y, nuevamente, devendrá la normalización de claras condiciones de menosprecio que deberían de servir, si hay que ceñirse a la teoría de Honneth, como causa para la lucha moral hacia la reivindicación de un reconocimiento efectivo.

Entonces, es notable que estos colectivos en Colombia, tanto de víctimas, como la étnica raizal, y muchos otros más, no encajan dentro de la propuesta teórica de Honneth, puesto que su interpretación sobre la realidad se ha visto mediada por sus condiciones materiales de carencia; también se puede inferir la influencia de un relato político de normalización asentado a lo largo de la historia, que los ha llevado a adoptar una posición, aunque resiliente, de aceptación ante un panorama de menosprecio. Con lo anterior no se busca disminuir la lucha social, y moral, que se ha presentado por parte de otros colectivos como los estudiantes, los trabajadores, las organizaciones campesinas, el colectivo LGBTI, porque en ellos se puede denotar un mayor grado de conciencia, una autocomprensión clara producto relaciones intersubjetivas más simétrica y recíprocas con el resto de la sociedad.

Así que, hasta este punto hay un dilema crucial que podría ser una de las causas del estancamiento a nivel jurídico y social de países como Colombia, puesto que sus colectivos no han sido del todo conscientes de su margen de acción política y se adoptan a una narrativa histórica obsoleta porque sus condiciones reales los han llevado a tal punto; pero al mismo tiempo, esa inconciencia y falta de acción, de sentimiento real de menosprecio es la que ha impedido la ampliación del marco jurídico y el horizonte de valoración social y, con ello, que sus condiciones puedan mejorar notablemente.

Con lo anterior no se quiere insinuar que no hay esperanza alguna de cambio para países como Colombia, es innegable que Latinoamérica ha ido despertando poco a poco, que los colectivos, tanto los tradicionales como los que emergen han ido adquiriendo un mayor nivel de autoconciencia y están alzando sus reivindicaciones a través de luchas morales, solicitando su papel efectivo dentro del marco estatal. Así que se está viviendo el momento preciso para pensar y repensar el caso Latinoamericano.

Para finalizar, no se puede dudar que la teoría trata de hacer su mayor esfuerzo por dar una interpretación de la realidad, y muchas veces una posible solución a conflictos, pero no se puede olvidar que es sólo una mirada, por más objetiva que quiera ser, que no alcanza a abarcar la inmensidad de factores que permean los dilemas sociales. La teoría del reconocimiento de Honneth ha servido lúcidamente para dar una explicación de las dinámicas sociales que se desataron a lo largo de Europa, como la revolución francesa, y el actual panorama de la posmodernidad y pos-convencionalismos. Pero Latinoamérica está permeada por un contexto bastante especial, producto de las épocas coloniales y demás factores, tanto internos, como externos, propios de la zona, así que, por lo menos en el caso de los colectivos colombianos aquí estudiados, la teoría desencaja con la realidad; lo que puede ser una oportunidad para no tratar de adoptar teorías de afuera, como muchas veces se ha querido intentar, sino repensar sobre los contextos latinoamericanos, tomar las bases esenciales de la teoría del reconocimiento, que datan desde Hegel, pasando por Habermas, Fichte, Mead, Honneth, etc. y aportar una teoría del reconocimiento renovada sobre los contextos políticos que nos interpelan en la cotidianidad, para lograr así que los sujetos se autocomprendan, y se confirmen en los otros, como seres moralmente responsables, y valiosos en tanto parte de la voluntad racional de la sociedad, así como portadores de caracteres diferenciadores que ayudan a la consecución de los objetivos socialmente establecidos de su comunidad política.


Bibliografía:
Collazos, M. (13 de junio, 2019). Niegan tutela con la que se pretendía revivir curules para víctimas. La FM. Recuperado de: https://www.lafm.com.co/politica/niegan-tutela-con-la-que-se-pretendia-revivir-curules-para-victimas
Honneth, A. (1992). La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los conflictos sociales. Frankfurt: Suhrkamp verlag.
 Lafuente, J. (4 de octubre, 2016). Colombia dice ‘no’ al acuerdo de paz con las FARC. El País. Recuperado de: https://elpais.com/internacional/2016/10/02/colombia/1475420001_242063.html
Mantilla, S. (2018). La relaciones regionales y transfronterizas de Colombia en el Caribe en el siglo XXI: del conflicto soberanista a la integración sociocultural. Conflicto Amazónico, 9 (2), 135-162
Valenzuela, S. (14 de enero, 2019). Las cifras de la ONU lo demuestran: la violencia se desbordó en 2018. Pacifista. Recuperado de: https://pacifista.tv/notas/onu-colombia-conflicto-2019-ivan-duque-desplazamiento/




[1] La comunidad raizal es una etnia indígena situada en Colombia, construida luego de un largo proceso histórico, de orígenes tanto británico-africanos.

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