Santiago Pulido Ruiz
Universidad del Tolima
Ciencia Política
spulidor@ut.edu.co 


Qhipnayra uñtasis sarnaqapxañani[1]
AFORISMO AYMARA



Si el olvido tiene un uso político, en la medida que había permitido crear una verdad oficialista, rígida, autoritaria y excluyente, la rememoración será el arma de resistencia. 


Pensar la relación entre memoria, política y paz transicional apunta a una apertura y redefinición del horizonte de sentido del símbolo de la guerra en Colombia. Me gustaría entender la memoria, en ese orden, como la emergencia del sentido común que posibilita el aparecimiento público del conocimiento social: la entrada en escena de narrativas y expresiones multi-culturales que permite relatar el conflicto en su amplia forma discursiva y que resulta siendo, al día de hoy, un sentipensar, una práctica cotidiana del habla que produce sujetos políticos y genera una reinvención de lo social a partir del reencuentro con el pasado formulado desde los procesos de identificación lingüística.

El propósito que he trazado en el presente artículo es el caracterizar la construcción de memoria en el pos-acuerdo como una iniciativa de relato subalterno que surge del compromiso inter-sectorial por redificar una imagen del conflicto desde los territorios, fortaleciendo los espacios de socialización y deliberación en una búsqueda aunada por la verdad, la reparación y la no-repetición, que pasa también por ser un ejercicio de identidad móvil y pluriversal. Dicho propósito nace a partir del cuestionamiento sobre la filosofía de la historia y el lugar de la memoria en ella.

En primer lugar, resulta pertinente aclarar que este escrito es producto de un ejercicio de reflexividad teórica sobre la filosofía de la historia y el lugar de la memoria en la política, si bien busca aproximar los estudios críticos a la construcción de memoria histórica en el pos-acuerdo, no es de mi interés aterrizarlo a un estudio de caso concreto. 
  
Inicio considerando que la memoria tiene una imagen del pasado irreductiblemente singular. Es relevante cuestionarse la funcionalidad de la memoria dentro de la Historia y si existe una antinomia irresoluble entre ellas. En su texto El Pasado. Instrucciones de Uso[2], Enzo Traverso considera que el historiador, en tanto productor científico, capta el relato en la Historia como una etapa precisa del proceso de su objeto de estudio, mientras para  el testigo dicho relato resulta siendo un acontecimiento crucial. Esta disociación inicial comprende una tarea primordial en materia política de construcción de memoria histórica: “inscribir la singularidad de la memoria a un contexto histórico global. Si puede haber una singularidad absoluta de la memoria, la Historia será siempre relativa”. (Traverso, 2007) citando a (Chaumont, 1994:87)

En ese orden de ideas, la memoria ocupa en la Historia un sustrato subjetivo. Es clave volver a Hegel para esclarecer dicha consideración. Hegel entendía la Historia en cuanto a hechos (re gestae) y relatos históricos (historia rerum gestarum) (1965, pág. 193).

“El ayer es un auténtico ayer, un definitivo pasado que no se repetirá jamás. Basta que haya sido para que el mañana se diferencie de él y lo supere, se libere de él. La historia es libertarse de la repetición y del aburrimiento. La historia es lo divertido” (Gasset, 1972)

Creo la historia de la violencia pasa por ese “libertarse de la repetición” que presuponía Hegel. Para el caso del pos-acuerdo es una superación de la violencia mediante formas creativas de resistencia, mediante la remembranza lingüística, a través de la empatía y la reconstrucción del tejido social.

“La memoria acompaña el desarrollo de la Historia como una suerte protectora, porque constituye su <<fundamento interior>>, y las dos encuentran su acoplamiento en el Estado, donde la Historia escrita <<la prosa de la Historia>> (1965, págs. 193-194) refleja, como un espejo, la racionalidad intrínseca”. (Traverso, 2007)

Sin caer en el retraimiento identitario y autonomista de anular la interlocución con el Estado, tenemos reparos a la observancia de Hegel: no creemos que los pueblos sin Estado no tengan Historia; los estudios críticos aciertan al reflexionar que este tipo de presunciones que, si bien reconoce el lugar subjetivo de la memoria, resultan siendo una prerrogativa occidental y un dispositivo colonial de dominación.

“La historia nace de la memoria, después se libera poniendo el pasado a distancia, considerándolo, según la expresión de Oakeshott, como <<un pasado en sí>> (Traverso, 2007)

En ese sentido, la institucionalización de la memoria en Historia, para el caso del Centro Nacional de Memoria Histórica (en adelante, CNMH), se define a partir de un objetivo estratégico: la esfera pública de la memoria:

“Consolidar el papel de la memoria como derecho en la institucionalidad y la sociedad y como patrimonio público, propiciando las garantías y condiciones para que las diversas manifestaciones de la sociedad realicen ejercicios de memoria histórica, en reconocimiento a la pluralidad de memorias del conflicto armado”. (Centro Nacional de Memoria Histórica , 2014)

En ese sentido, la apuesta del CNMH, si bien hay que diferenciarla de anteriores intentos de interpretación del conflicto, por ejemplo, con el antecedente de Justicia y Paz, no se distancia de la observancia y la hermenéutica institucional y oficialista, pese a que en términos de producción académica reconozca la pluralidad de memorias.

Otro de los ejes estratégicos para el CNMH son las bases de fundamentación de la paz:

“Condiciones para la construcción de la paz: Aportar a la dignificación de las víctimas, el esclarecimiento de los hechos de violencia ocurridos y la convivencia del país, a través de la reparación simbólica de las víctimas y la implementación de mecanismos no judiciales de contribución a la verdad de la población desmovilizada y otros actores”. (Centro Nacional de Memoria Histórica , 2014)

El CNMH y todo el andamiaje institucional del proceso de paz inscriben y promueven un paradigma de justicia alternativo al sistema punitivo tradicional. Propone pensar la memoria en tanto juicio por la verdad construida; más que jurídico, es un ejercicio político con implicaciones públicas. Se trata de forjar identidad a través del reencuentro con el pasado, redefiniendo qué y quiénes somos como sociedad. Si el olvido tiene un uso político, en la medida que había permitido crear una verdad oficialista, rígida, autoritaria y excluyente, la rememoración será el arma de resistencia, una resistencia que no se reduce al poder, sino que pretende crear nuevos marcos de referencia y de acción.

La experiencia internacional de resolución de conflictos ha evidenciado que los procesos de memoria pueden resultar siendo, fácilmente, una reificación del pasado utilizado como dispositivo de turismo de la memoria, como objetos de consumo, como lo advirtiera Enzo Traverso (2007). Por lo que proponemos una hermenéutica política de la memoria, reconociendo que es en el marco de la guerra y el conflicto donde se desgarra el universo social y mental de los vencidos. No se trata entonces de pensar una historia articuladora de experiencias furtivas y efímeras, como definiera Baudelaire la modernidad, en una superación indiferente del pasado. Se trata de reparar un universo fracturado, una dislocación trágica vivenciada en la cotidianidad y que es la herencia de las siguientes generaciones.

Considero, siguiendo a Mauricio Beuchot (2016), que la hermenéutica sería el campo antagónico y de disputa por el reconocimiento, el plano de la lucha dialéctica entre narrativas, y la búsqueda enfrentada por el reconocimiento entre autor y lector. Si se produce tal lucha, redificar el símbolo subalterno es ante todo una intención primaria y una disputa política por principio: interpretar el conflicto colocando el texto en su contexto popular. En primer término, la hermenéutica logra hacerse del lado del campo popular, pero nuestra pretensión no se agota exclusivamente en esa dimensión interpretativa, la atraviesa y le da contenido político de lucha real.

Han sido los procesos sociales y políticos como la descolonización y las transiciones, las que han acentuado una democratización de la Historia y una memoria que se emancipa exclusivamente del texto. Esta reificación de la memoria debe traducirse en términos de disputa del subalterno por ser sujeto de la historia, por la atención de la Historia a las pequeñas voces. 

Volviendo a la primera intención, considero que esta base documental histórica del CNMH puede ser potencialmente una política de la interpretación de la nación en disputa, entendiendo el conflicto armado desde sus generalidades económicas y políticas hasta su práctica social singular, en especial, desde su manifestación en la comunidad del habla. La hermenéutica plebeya y subalterna sobre el conflicto nos permite, siguiendo a Heidegger, sustentar una Ontología Fundamental de la interpretación, donde comprender es un modo preciso de existencia, un interpretar existenciario. Con ello quiero decir que los azares de la memoria se juegan en los recuerdo del hacer, en el habitar reflexivo como pensara Heidegger. “La integralidad de la experiencia del habitar sería una de las (ambiciosas) metas de [esta] visualización”. (Cusicanqui, 2015)

En ese orden de ideas, desde la cordillera andina, las enseñanzas de Silvia Rivera Cusicanqui resultan dicientes y resonantes. Significando la cosmogonía indígena aymara, el presente se transita sobre el pasado: el futuro es ciego, está sobre nuestras espaldas; no hay nostalgia ni resignación ante lo perdido, porque el pasado se encuentra vivo y se recupera. Pues bien, los procesos de encuentro con el pasado y la verdad son una responsabilidad colectiva ante el silenciamiento e invisibilización histórica por parte de las elites en ejercicio de gobierno. Es un recomenzar miope desde la selectividad, a fin de reinterpretar desde un lugar preciso de enunciación: el de los vencidos.

Enzo Traverso nos indica que, con la crisis de los metarrelatos, la figura de la memoria contempla ya no vencidos sino víctimas. La memoria de los testigos ya no importa a la mayoría, en una época del humanitarismo donde ya no hay vencidos sino víctimas (Traverso, 2007). Al respecto, creo que es importante sostener un registro antagónico, en términos de vencidos y vencedores, y no entre víctimas y victimarios, porque en nuestro contexto nacional de conflicto, muchos de los victimarios fueron previamente víctimas.    

“La memoria es eminentemente subjetiva. Queda anclada en los hechos que hemos presenciado, de los que hemos sido testigos, es decir actores, y a las impresiones que han dejado en nuestro espíritu. La memoria es cualitativa, singular, está preocupada por las comparaciones, por la contextualización, por las generalizaciones”. (Traverso, 2007)

¿Tendrá la memoria un lugar apropiado como práctica descolonizadora? Silvia Rivera Cusicanqui señala en su texto Sociología de la imagen que:

“la descolonización sólo puede realizarse en la práctica. Se trataría empero de una práctica reflexiva y comunicativa fundada en el deseo de recuperar una memoria y una corporalidad propias. Resulta de ello entonces que tal memoria no sería solamente acción sino también ideación, imaginación y pensamiento (amuyt'aña). Siguiendo este razonamiento, el amuyt'aña, en tanto gesto colectivo, permitiría una reactualización/reinvención de la memoria colectiva en ciertos espacios/tiempos del ciclo histórico en que se ve venir un cambio o conmoción de la sociedad. Varias veces me he referido a que estas ideas se nutren del aforismo aymara qhip nayr uñtasis sarnaqapxañani·o•”. (Cusicanqui, 2015)

Si caminamos sobre la memoria como práctica del habla y como gesto colectivo, también resulta ser una “construcción, siempre filtrada por conocimientos adquiridos con posterioridad, por la reflexión que sigue al suceso, por otras experiencias que se superponen a la originaria y modifican el recuerdo”. (Traverso, 2007)

Es este enfoque crítico el que pretendo aproximar al estudio del pos-conflicto, en especial al tratamiento sobre la memoria, dimensionarla en términos de imaginarios colectivos: el pos-acuerdo quiero entenderlo, entonces, como el prólogo y posibilidad de emergencia de nuevas subjetividades políticas. Viabilizaría, sin que en principio se haya propuesto ello, el cuestionamiento al proyecto de nación oligárquica que han pincelado las elites, develando poderes asimétricos y constituyendo una imagen plebeya contra-hegemónica. No es casual que este trastrocamiento del sentido común esté acompañado por la contención irascible del régimen a través del asesinato sistemático a líderes sociales. Requiere, así, de analizar y articular el testimonio de los actores del pasado, vincular el relato oral, rescatar las formas de representación del conflicto.

A este primer punto, quisiera agregar una de las más bellas y profundas reflexiones de Walter Benjamín en sus tesis sobre el concepto de Historia, que nos permite esbozar una lectura sobre la imagen del recuerdo:

“Uno de los rasgos más sorprendentes del alma humana, junto a tanto egoísmo en el detalle, es que el presente, en general, carece de codicia en cuanto a su futuro.” Esta reflexión de Lotze induce a pensar que nuestra imagen de la felicidad está íntegramente marcada por el tiempo al que nos ha relegado hoy el curso de nuestra propia existencia (…) En otras palabras, la imagen de la felicidad es inseparable de la imagen de la liberación. Ocurre lo mismo con la imagen del pasado que la Historia hace suya. El pasado trae consigo un índice secreto que lo remite a la redención”. (Löwy, 2002)

Nos parece crucial entender esta forma de redención sobre la cual pensó Walter Benjamín la Historia: la felicidad implica una redención del propio pasado, la consecución de lo que habría podido ser y no fue. Es un reparo, anota Michael Löwy (2002), del abandono y desolación del pasado. Redención es realización y reparación según la imagen de cada sujeto y generación. Vendría a ser, en ese orden, una reparación colectiva en el terreno de la Historia, un rememorar transformador de las víctimas del pasado. 

Continua Benjamín afirmando:

“Existe un acuerdo tácito entre las generaciones pasadas y la nuestra. Nos han aguardado en la tierra. Se nos concedió, como a cada generación precedente, una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado hace valer una pretensión. Es justo no ignorar esa pretensión”. (Löwy, 2002)

Siguiendo a Benjamín, esta redención, a la cual nosotros abocamos como memoria subalterna, debe traducirse en una emancipación de los oprimidos. La redención mesiánica y revolucionaria es una designación de las voces pasadas que aún generan ecos y resonancias en la conciencia por la transformación social. Son los asombros que retornan, tal como lo expresaba el poema Desolación de Emilio Bobadilla: “¡Qué son sino recuerdos que lloran entre escombros, soledad en que brota la triste margarita, desfile fantasmático de trágicos asombros!”. (Fernández, 2019) citando a (Bobadilla, 1918)

Así, articulando este último concepto de redención, que tiene una impresión con sellos teológicos, al ejercicio de construcción de memoria histórica, podremos afirmar que se erige la contingencia de forjar una narrativa propia, una sutil posibilidad, la cual resulta necesario saber apropiar. Este apropiarse no es una observancia contemplativa, es un compromiso de transformación que se desarrolla en el presente. Volver sobre la historia, Benjamín nos ayudaría a pensar el intento de memoria subalterna, puesto que la cualidad teológica redentora que asigna a la rememoración nos da el derecho de reescribir el pasado. “Nos aguardaban en la tierra” para salvar del olvido a los vencidos, pero también para continuar y, de ser posible, consumar su combate emancipatorio”. (Löwy, 2002)

Los estudios sobre el conflicto nos hablan de unos órdenes locales que hoy se encuentran en transición y que están advirtiendo la reducción del monopolio de la vida política que presupone el Estado, esta reducción también en tanto monopolio de la verdad. La Sociedad Civil ha venido reclamando que esos intersticios y reductos han logrado sentar las bases de una política instituyente; son procesos populares de construcción desde abajo que apuestan, según apunta Luciana Cadahia, por institucionalizar los afectos y afectar las instituciones.

De esta manera, la memoria es un hecho democrático y de democratización ante el aciago del olvido. Los trabajos adelantados por parte del CNMH son dicientes a la hora de promover una política de asunción del dolor a fin de crear una verdad construida: vínculos de historias pensados desde su forma plebeya y positiva, lograda desde la interacción de experiencias.  Una práctica discursiva que empodera, desde la dignidad y el ethos popular, a los pueblos que rivalizan la legitimidad del control sobre los cuerpos y los diálogos.

La memoria es el terreno abonado desde las luchas, es territorio en disputa ante el proyecto cultural (y aculturador) sobre el cual las elites habían logrado imponer su narrativa. Con el enfoque territorial que supuso la paz, se han aunado esfuerzos por la apropiación regional del relato de la guerra. Una reinterpretación que (trans) valoriza los estragos del hostigamiento. Hilar relatos mediante una hermenéutica ética y política, pues la forma de enunciación es una manera de articulación y un espacio de formación de sujetos que integran la base de diálogos constituyentes. Un lugar común de construcción y destrucción creativa del lastre de la guerra que nos invita a pensar la vida como centro de la política.

Quisiera permitirme finalizar con una expresión corta del diálogo de Thorpe en La memoria de Shakespeare de Jorge Luis Borges:

“-La memoria ya ha entrado en su conciencia, pero hoy hay que descubrirla. Surgirá en los sueños, en la vigilia, al volver las hojas de un libro o al doblar la esquina. No se impaciente usted, no invente recuerdos. El azar puede favorecerlo o demorarlo, según su misterioso modo. A medida que yo vaya olvidando, usted recordará. No le prometo un plazo”. (Borges, 1998)

Para los insensatos, quienes persisten en la posibilidad de observar astros desde el ojo de una horquilla.




Bibliografía


Beuchot, M. (2016). Hechos e interpretaciones. Hacia una hermenéutica analógica. . Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
Borges, J. L. (1998). La memoria de Shakespeare . Barcelona: Alianza Editorial, S.A.
Centro Nacional de Memoria Histórica . (28 de Enero de 2014). Centro Nacional de Memoria Histórica . Obtenido de Centro Nacional de Memoria Histórica : http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/somos-cnmh/que-es-el-centro-nacional-de-memoria-historica
Cusicanqui, S. R. (2015). Sociología de la imagen. Miradas Ch´ixi desde la historia andina. . Buenos Aires: Tinta Limón .
Chaumont, J.-M. (1994). <<Connaisance ou reconnaissance? Les enjeux du débat sur la singularité de la Shoah>>, Le Déba, 82:87.
Fernández, D. G. (11 de 10 de 2019). Entre el amor a la educación y el miedo a la guerra. Entre Líneas, 7-10. Obtenido de Biblioteca Virtual Universal .
Gasset, J. O. (1972). El Espectador Tomo VII y VIII. Madrid : Revista de Occidente, S.A.
Hegel, G. W. (1965). La raison dans I´histoire. Introduction á la philosophie de l´histoire. . Paris: Editions 10/18.
Löwy, M. (2002). Walter Benjamín: Aviso de incendio. Una lectura de las tesis "Sobre el concepto de historia" . Buenos Aires : Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A.
Traverso, E. (2007). EL PASADO. INSTRUCCIONES DE USO. Historia, memoria, política. . Barcelona : Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, S.A. .








[1] "Mirando atrás y adelante (al futuro·pasado) podemos caminar en el presente·futuro"
[2] Enzo Traverso. EL PASADO. INSTRUCCIONES DE USO. Historia, memoria, política. Traducción de Almudena González Cuenca. Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, S.A. Barcelona. (2007).

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