Geraldine Navarro Díaz
Universidad del Tolima
Estudiante de Ciencia Política
Las prácticas colectivas y
auto-organizadas son procesos que modifican de forma resiliente y adaptativa el
entorno político, a partir de allí, se procura el empoderamiento de la
población rural y el desarrollo de una crítica sobre el espacio en el que se
encuentran las comunidades. En este caso, la Asociación de Mujeres de Rionegro
(desde ahora ASMUR) y Asohermosas en el corregimiento de San José de las
Hermosas en Chaparral, Tolima, demuestran que la formación de identidad y las
nuevas formas de relacionamiento son claves para crear una nueva
institucionalidad que considere al conflicto como una fuerza creadora para
dinámicas pedagógicas y estratégicas.
El papel de la institucionalidad
durante el conflicto armado colombiano, por ejemplo, cumplía sus funciones
haciendo esfuerzos por mejorar las condiciones de la población. Es necesario
comprender cómo se desenvolvió el andamiaje formal del Estado para con la
población en la primera década de este siglo para poder distinguir la erosión
de la institucionalidad y el incremento de las acciones bélicas en el país.
Este lapso de tiempo “se enmarca en el choque
entre los ideales de ciudadanía plural e incluyente que propone la flamante
Constitución de 1991 y la aplicación de políticas neoliberales junto con la
degradación del conflicto armado” (Archila) . Pues, las formas de
acción y desenvolvimiento entre la población y las instituciones están inmersas
en los debates que pretenden dar luces al ordenamiento social, político y
económico.
Para Villegas (2010) , la debilidad
institucional propició escenarios para el clientelismo, la captura del Estado y
la necesidad de fortalecer toda la estructura político-administrativa del país.
Las instituciones, que se desempeñan cultural, política y socialmente “dependen
sustancialmente de la intencionalidad de los hombres que las dirigen” (Ríos,
1970, pág. 254) ,
por esto, el sectarismo es una de las causas fundamentales de la crisis
institucional, pues, permea de corrupción el andamiaje formal y administrativo de
las entidades que tienen como objetivo garantizar los derechos civiles y
políticos del país.
Ahora bien, hay que darle cabida a la
adecuación de las legitimidades que surgen, pues visibilizan el problema
estructural y funcional del Estado y niegan que, la naturaleza misma de las
instituciones es definida por un escenario donde la población fortalece el
diálogo entre todos los actores. Dicho esto, “la institucionalidad debe
entenderse no tanto como la capacidad o aptitud institucional, sino más bien
como el conjunto orgánico de las instituciones que es necesario reconocer y
regular para la vida de la nación” (Ríos, 1970, pág. 257) . La adaptación de
las instituciones a las necesidades y al contexto colombiano es vital para
preservar la identidad cultural e histórica de país y, las implicaciones más
profundas se encuentran en la construcción de mecanismos que se diseñan para su
creación y mantenimiento.
Así las cosas, la población rural en el
departamento del Tolima ha estado condicionada por las problemáticas de índole
político, económico y social, debido a que, la interacción y el diálogo con las
instituciones es escasa y mal fundamentada. Pensar una nueva institucionalidad,
al menos para el sector rural colombiano, es vital por el impacto del conflicto
armado y las dinámicas neoliberales.
Los modelos pensados en el contexto
mundial que han impactado la realidad rural colombiana suponen que,
“sobre la institucionalidad reposa la
responsabilidad de la definición, la regulación, la (re)orientación tanto de
las políticas públicas como del conjunto de normas y de leyes que afectan las
dinámicas sociales, políticas y económicas en las cuales están inmersos los
distintos actores que forman parte de un Estado o de un territorio” (Ropero, 2016, pág. 3) .
Sin embargo, no se debe desconocer que
la fractura de la relación Estado-población se ha dado por un conflicto armado
con raíces de luchas agrarias y problemas del narcotráfico.
La historia de este conflicto ubicado
en la vereda de Rionegro ha estado caracterizada por el desplazamiento
poblacional y la fragilidad estatal, pues, a pesar del posconflicto, “el
Estado, entendido como la democracia constitucional y las múltiples agencias
conformadas para asistir a las víctimas del conflicto armado y garantizar sus
derechos constitucionales, siempre llega tarde” (2019, pág. 22) . Se asevera entonces
que, la problemática más grande de la institucionalidad es la falta de
comprensión sobre los lugares y las personas que conforman el Estado, también,
la construcción de confianza y la cohesión. Si bien es cierto que zonas rurales han contado con la
presencia de entidades del Estado como alcaldías, concejos municipales,
personerías y juzgados, no quiere decir que su existencia garantice el
cumplimiento de las funciones que están en el marco de la Constitución y la ley
colombiana. La población afectada inconscientemente plantea procesos de
convergencia para solventar sus necesidades, ya que, aunque se manifiesta la
presencia de la estatalidad y la fuerza pública “las personas desplazadas deben
reconstruir sus vidas ellas solas, apoyándose en redes de solidaridad, afecto e
intercambio de favores y lealtades con poderes armados que gobiernan a la
sombra del Estado” (2019, pág. 33).
Con el nefasto alcance y la debilidad del Estado, los
habitantes que no tienen su respuesta contribuirán complejizando la situación abriendo
el espacio a órdenes institucionales paralelos en función de la violencia y,
cuando de otro resultado se trata, se ve “una transformación radical de las dinámicas de
la guerra a través de la emergencia de la autoridad civil basada en el cuidado
que surge de las comunidades campesinas y pobres” (Ripoll, 2019, pág. 130) .
Así las cosas, los impulsos de auto-gestión
y resolución de problemáticas dentro de las comunidades, dependen enteramente
de ellas, ya que, “no hay instituciones estatales adecuadas y sostenibles,
reflejo de la estructura social (infraestructura social, capital social y
política)” (2017, pág. 217) . En efecto, se debe
trabajar por subsanar las fallas de la función pública para con la población,
pues son los esfuerzos de las comunidades rurales por hacer política en una
descentralización tajante que cierra las puertas del progreso y la adecuación
para sus propias actividades económicas.
Las décadas a las que hacemos referencia,
como se dijo previamente, han estado marcadas por el “aumento de la brecha
social propiciada por la implantación del neoliberalismo, a lo que se une una
crisis humanitaria desatada por el escalamiento del conflicto armado” (Archila, pág. 350) . Los arreglos
institucionales y su gestión social están, por su parte, inmersos en un
problema de representación de intereses, pues las decisiones no se focalizan en
los terrenos necesarios para producir mejoras en las condiciones materiales de
los individuos.
Como los modelos de optimización que llegan
a las comunidades rurales necesitan una redefinición que cause un verdadero
impacto y como los medios o herramientas que se utilizan no son los suficientes
para suplir la demanda de derechos y servicios, deben aparecer lógicas
resilientes de resistencia y participación de las comunidades rurales ante las
formas de relación con un Estado ineficaz fundado en condiciones estructurales
paupérrimas y también, para evitar que grupos armados ilegales se inmiscuyan
directamente en las dinámicas locales.
Para todo el territorio nacional, se hace necesaria una hoja de ruta para poder solventar las problemáticas de la
población que nazca de la misma para dinamizar la reconstrucción del tejido
social, la participación y la formación política, enfrentándose así a la
exclusión y la injusticia. De esta forma, las estrategias que se planteen abren
camino para fortalecer el tejido de los lazos entre el Estado y la población.
Podemos hacer alusión a estas dos
asociaciones en el corregimiento de San José de las Hermosas de Chaparral,
pues, como trabajo colectivo, “pensar en comunidad, (…), no es una mera
actividad filantrópica, o un simple disfrute de los lazos sociales, sino el
fundamento del poder” (2019, pág. 111) . Este grupo de
personas que reaccionó ante las dificultades del conflicto armado terminó en una
lucha por contrarrestar la inequidad y precariedad estatal, buscando respuestas
ante una autoridad que, en la mayoría de los casos no se inmutó ante los
desequilibrios y dificultades de la población.
Mientras la rehabilitación
institucional y su presencia en las periferias se queden cortas, hablaremos de
una nueva institucionalidad, donde la comunidad tiene la responsabilidad de
fortalecer el aparato estatal y las relaciones locales. Partimos de un proceso
de autogestión sin vínculos clientelares o del conflicto, apoyados sobre la
preocupación del bienestar del prójimo, la capacidad de cohesión y el
fortalecimiento de la vida colectiva y política.
El papel de los movimientos y
asociaciones es vital para la transformación de las relaciones desigualitarias
económicas y de género, pues, al desplegar estrategias de acción colectiva
permiten la visibilización de las problemáticas que aquejan a las comunidades.
En este caso ASMUR se ha destacado por su contribución en procesos de inclusión
social y como respuesta a las problemáticas que dejó el conflicto armado en
Chaparral, pretendiendo liderar la representación de las mujeres y diseñar
proyectos productivos con la agricultura y la apicultura y así, contribuir con
el mejoramiento de la calidad de vida de las personas vinculadas. Este espacio
de trabajo y encuentro femenino en sus quince años de trabajo logró asociar a
treinta personas en el corregimiento y plantearse doce proyectos productivos,
beneficiando a las familias y su economía.
Esta forma de participación es un
proceso que fortalece la toma de decisiones, aunando las fuerzas para
fortalecer el diseño, la ejecución y la evaluación de los mismos proyectos que
se plantean desde las comunidades. Las 28 veredas que se encuentran en el
corregimiento de San José de las Hermosas tienen representación comunal y las
recoge una fuerza comunitaria llamada Asohermosas, creada en el año 2003 bajo
el auspicio de la empresa Generadora Unión, que tenía licencia para la
construcción de la Hidroeléctrica llevada por Isagen. Posteriormente, se
constituyó como una asociación campesina comunitaria con autonomía frente a la
empresa, sirviendo para la capacitación y organización de nuevos liderazgos con
el fin de fortalecer la participación local.
Las dificultades a las que se
enfrentaron los habitantes de la zona, como la captura y amenaza de los líderes,
creó la necesidad de movilización y la formalización de un espacio llamado
Observatorio de Derechos Humanos y la Mesa de Transparencia, donde la presencia
de distintos actores institucionales era útil para la recolección de insumos y
dar soluciones al respecto. Dicho esto, la intención de las asociaciones o
movimientos que se forman en las veredas no es la de desvincularse a la
institucionalidad, más bien, fortalecerla, pues, tienen claro que para su
movimiento deben tener un ente que agilice y transporte sus peticiones para
generar cambios institucionales.
Una de las necesidades implícitas en la
formación de asociaciones y formulación de proyectos es que, ha de existir una
convergencia entre la ideología y la participación, en aras
de dibujar esta nueva institucionalidad en razón de la inclusión, el
conocimiento como insumo para el orden social y la reivindicación del papel de
las comunidades. De esta forma, los actores sociales como ASMUR y Asohermosas
construyen democracia, pues por vías pacíficas y legales ponen en tela de
juicio temas económicos, políticas públicas y problemáticas relacionadas a los
derechos humanos, ampliando así su marco de acción.
Los ideales y planteamientos que son
bien reconocidos, donde se pueden representar las élites o grupos formados políticamente
pueden ser un insumo para la concreción de los objetivos de comunidades rurales
y minorías, sin embargo, la insuficiente representación da paso para hablar de
“un sistema de creencias que no está formulado o elaborado conscientemente pero
que cimienta o conforma la base de las acciones sociales y políticas de un
grupo determinado de individuos” (Hobsbawm, 2018, pág. 169) . Estos, son sistemas
de acciones que trascienden el espectro institucional y al campo de la
formalidad, ya que, si hablamos desde la ideología recogemos todos los sistemas
de ideas que existen sobre la población y el Estado en lo que concierne a las
acciones sociopolíticas.
Si ubicamos el recorrido y acción de
ambas asociaciones, que nacieron con el proyecto de la hidroeléctrica de Isagen
y se autonomizaron posteriormente gracias a la participación de la comunidad,
notamos que, a pesar de no tener presencia administrativa en la
institucionalidad tiene un carácter cultural enfocado al apoyo social,
proponiendo actividades socioculturales. Este tipo de asociaciones “operan en
la práctica como prestadoras de servicios y gestoras de diversos recursos en
salud, formación y empleo, al asumir la producción y provisión de recursos y
bienes propios” (Sánchez-Muros & Jiménez, 2013, pág. 236) . Las mujeres de la
asociación, en este caso, se han encargado de canalizar grandes proyectos y
aportar soluciones desde nuevas ópticas.
El buen funcionamiento de las
intervenciones y los proyectos están ligados a la consideración del contexto
local, pues, cualquier “programa funciona mejor si desde su diseño y
formulación se ha contado con la participación de las personas que están
directamente involucradas para la toma de decisiones importantes” (Torres,
2008, pág. 117) .
Las mismas comunidades y asociaciones en estos casos se encargan de otorgar un
rol activo en la planificación y en la influencia pública, ya que, revalorizar
culturalmente lo rural desde el plano comunal hasta el institucional es tarea
vital para el país.
El
trabajo que ha realizado ASMUR y Asohermosas evidencia, por un lado, el poder
como una red de resistencia y autonomía, y por otro, que las transformaciones
que se resaltan de la relación Estado-comunidad se debe al encuentro en la
agitación para manifestar las problemáticas y los proyectos. Las formas de
relacionamiento y el orden social que se instauraron iniciando la década han
dado pie para investigar la configuración y los lineamientos que ha seguido la
comunidad en el corregimiento de San José de las Hermosas, las bases sobre las
que se apoyaron las mujeres de la asociación y la forma en que reivindicaron su
papel en el corregimiento.
El
papel de la investigación y la pedagogía es fortalecer el débil aparato
institucional sin desligarse de la suma de realidades por las que pasan las
comunidades. Las periferias del país están sujetas a la utilidad de estos
actores, pues, se fortalece la estructura social, se crea un proceso de crítica
y autocrítica y, las propuestas elaboradas erosionan el sistema político
convencional al que estuvieron ligadas en el conflicto armado y al modelo
neoliberal que les ha impedido diversificar sus actividades productivas.
Por
esto, el funcionamiento de ASMUR y Asohermosas, que han empeñado gran parte de
sus proyectos para mejorar las condiciones materiales de vida de la comunidad,
con base a proyectos económicos, políticos y de inclusión de género, arregla un
espacio para el moldeamiento y construcción de identidad formando una
institucionalidad nueva que canalice los planes integrales de desarrollo en la
puesta en marcha de modelos de organización y gestión.
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