Editorial: La Semilla De La Ira.

Un fantasma recorre Nuestra América: el fantasma de la indignación popular. Cientos de miles de personas, multitudes urbanas, jóvenes, trabajadores, estudiantes, indígenas, organizaciones de mujeres, familias enteras de las capas medias de la población, se han volcado a las calles en diversas latitudes, en un verdadero e inusitado ejercicio de democracia popular, de ruptura de lo establecido, de ira colectiva organizada políticamente, poniendo en cuestión los bastiones de la estrecha institucionalidad oligárquica latinoamericana y su depredador modelo neoliberal, expuestos como caricatura de una democracia liberal.

Así como Nuestra América en el pasado fue un enorme y doloroso laboratorio social para la implantación del neoliberalismo, con su estela de sufrimiento, torturas, exilio, quiebre democrático y crecimiento de las desigualdades y de las contradicciones de la formación social capitalista, también ha sido el espacio sociopolítico por excelencia para interpelar en las calles y con las revueltas populares el avance del neoliberalismo en todo el planeta. El ciclo progresista que empieza a finales de los noventa es resultado, precisamente, de la movilización popular contra los paquetazos de la época.

Luego del declive relativo de los denominados gobiernos progresistas, a expensas de la crisis económica derivada de la caída del precio de los commodities, así como de los propios errores políticos internos que minaron poco a poco sus propias bases sociales, las derechas políticas y económicas empezaron a ganar terreno nuevamente. Las victorias electorales de Macri en Argentina hace cuatro años, -de Bolsonaro y Piñera en Brasil y Chile hace un año, la victoria de Duque en Colombia y el golpe de Estado en Bolivia en el mes de octubre, fueron vistos por muchos analistas como el fin del ciclo progresista y la vuelta natural del “péndulo político” hacia la derecha.

Pero no contaban con la astucia, la inteligencia, la combatividad y la creatividad de las gentes del común. Las derechas no han podido gobernar en paz, no han encontrado ciudadanías adocenadas y pasivas. Por el contrario, se han enfrentado a la ira popular, en un intento por evitar la profundización del modelo económico neoliberal, experto en conculcar derechos laborales, expulsar comunidades enteras de los circuitos económicos, generar informalidad e inestabilidad laboral a sus anchas, acrecentar las odiosas desigualdades socioeconómicas, negar sistemáticamente oportunidades  educativas a los jóvenes.

Y cómo no mencionar, como eje transversal, políticamente novedoso y profundamente progresista y de ruptura radical con lo establecido, el destacado papel de las mujeres, quienes han conectado de forma brillante el carácter antidemocrático de los regímenes políticos latinoamericanos con sus peores rasgos patriarcales, machistas, heteronormativos. Ya lo decía Eric Hobsbawm en su monumental Historia del Siglo XX: la revolución más radical y profunda del siglo fue la revolución de las mujeres. Pues bien, Nuestra América de nuevo se pone a tono con las demandas universales.

Solo en este contexto general de crisis de gobernabilidad y legitimidad del neoliberalismo y del capitalismo realmente existente en Nuestra América, es que podemos comprender que las multitudes de un país históricamente tan conservador y oligárquico como Colombia, en que las organizaciones de trabajadores y en general de los de abajo han sido particularmente débiles, hagan parte en la actualidad de este torrente democrático- popular en las calles, exigiendo echar atrás el paquetazo económico y antisocial del gobierno Duque, abogando por el cumplimiento de los acuerdos con distintos sectores sociales y por la implementación del acuerdo de paz, entre sus exigencias más destacadas.

Teniendo como espejo el heroico pueblo chileno –otrora ejemplo del supuesto éxito del neoliberalismo- multitudes de colombianas y colombianos, destacando mujeres y jóvenes, han salido a las calles de todo el país, desde las grandes ciudades capitales, hasta los pequeños poblados en lugares recónditos, en una serie de jornadas que empezaron el 21N y que se han extendido ya por trece días, algo en sí inédito en la historia política nacional, que tenía como referentes de movilización el famoso paro cívico de 1977.

Lo que empezó como un llamado relativamente débil y aislado por parte de las centrales obreras, terminó convertido en una gran huelga de masas, al estilo de las caracterizadas por la revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo, que desbordó incluso las estructuras de la burocracia sindical y que ha permitido que este levantamiento popular-democrático haya perdurado en el tiempo, más allá de las 24 horas inicialmente convocadas.

Así las cosas, durante trece días, hasta el momento, cacerolazos, marchas, velatones, conciertos, arengas de todo tipo, han hecho parte del paisaje social del país, en una gran fiesta política multicolor, más allá de caudillos y dirigentes.

El gobierno Duque, representando un proyecto político el del Centro Democrático que se encuentra en claro declive y descomposición, ha apelado al atávico expediente, conocido hasta la saciedad por el régimen oligárquico colombiano y sus señores: la represión, estigmatización y criminalización de la protesta social, configurando en la práctica un estado de excepción de hecho, que se ha traducido en una clara política para dispersar a partir de la fuerza las movilizaciones pacíficas, no permitir el ejercicio del derecho a la protesta, amenazar con judicializar a los promotores de las mismas y no reconocer a los marchantes como seres pensantes, autónomos e interlocutores válidos, sino acusarlos de vándalos o instrumentos de conjuras nacionales e internacionales. Esta respuesta, contrario a las pretensiones del gobierno autoritario, han acrecentado la ira y el descontento, máxime luego del asesinato del joven Dilan Cruz a manos de agentes del ESMAD, esa máquina represora y asesina cuyo desmonte se ha incluido en las exigencias del comité de paro.

Así, Nuestra América y Colombia se encuentran convulsas. Enormes fuerzas tectónicas se mueven en la actualidad y le dan una dinámica inesperada al devenir de esta región del mundo. Lo que parecía una natural vuelta del péndulo político hacia la derecha se ha convertido, gracias a la acción del poder constituyente y la soberanía popular, en una gran disputa sociopolítica por el futuro de la región, el porvenir de millones de personas que esperan cambiar los cimientos de la estructura económica y política señorial. Walter Benjamin nos advertía en las Tesis sobre el concepto de Historia que se nos ha concedido, como a cada generación precedente, una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado hace valer una pretensión. Pues bien, las gentes del común en Nuestra América han tomado de forma consciente las riendas de la historia para alcanzar su redención.

Militancia y Sociedad quiere no solo registrar sino participar activamente en este gran momento histórico, contribuyendo con modestos aportes a la comprensión del presente de la región, rescatando las tradiciones del pensamiento crítico-radical latinoamericano y en diálogo con lo mejor del pensamiento universal. Estas páginas estarán abiertas para aquellos que compartan este propósito.



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