Edwin Andrés Martínez Casas[1]


El libro Historia de la Gubernamentalidad, Tomo II, escrito por el profesor Santiago Castro Gómez, en el que se da continuidad a un proyecto intelectual de largo aliento que empezó con el primer tomo de esta misma obra, y cuyo propósito central es hacer un recorrido crítico por la obra de Michel Foucault, desde el estudio de las técnicas de gobierno de otros y sus especificidades en el neoliberalismo (Tomo I), hasta el análisis de las técnicas de sí, es decir, el gobierno de sí mismo, y cómo este se fue confeccionando desde la el mundo antiguo.

Así, el propósito del segundo tomo se hace explícito: “el volumen II se ocupará de analizar la “estética de la existencia”. Para ello estudiaremos los últimos cinco cursos dictados por Foucault en el Collège de France, entre 1980 y 1984, en los que el filósofo propone una ampliación de la categoría “gobierno” hacia las técnicas de sí desarrolladas en el mundo griego, romano y cristiano” (Castro-Gómez, 2016, pág. 14).

Para llevar a cabo este propósito, el profesor Santiago Castro-Gómez muestra en primer lugar la importancia de los dos giros intelectuales que realiza Foucault en los años setenta y ochenta: de un lado, el paso del modelo bélico del poder, típico de los escritos de la década anterior en que el Estado deviene como aparato de soberanía “total y absoluta”, al modelo de gobierno, en el que reconoce que las formas de poder se trasladan fuera del Estado, vaciando de contenido la idea de soberanía absoluta de este aparato. De otro lado, el cambio de énfasis de sus investigaciones, cuando estudia el mundo antiguo ya no desde las técnicas de gobierno de algún aparato, sino el estudio de las técnicas de autogobierno de la conducta, en especial entre los siglos V antes de Cristo y V después de Cristo. Todo el estudio se desarrolla en cinco capítulos y el epílogo, del cual nos ocuparemos especialmente.

En el capítulo 1, El Último Foucault, el profesor Castro-Gómez, da cuenta del porqué el viaje hacia el mundo antiguo por parte del filósofo francés, quien busca comprender de qué manera se va constituyendo el entramado de las técnicas de , de cómo el sujeto aprende a autogobernarse, a regularse, a construirse, ya sea siguiendo los cánones de la moral establecida en la época o construyendo toda una estética de la existencia, en que el sujeto se rebela parcialmente frente al comportamiento normalizado.

En La Singularidad del Cristianismo (capítulo 2), estudia fundamentalmente el contenido y alcance del curso Del Gobierno de los Vivos, dictado por Foucault en el College de France en 1980, en el que se presenta la relación básica entre el sujeto y la verdad, la importancia de la confesión en el cristianismo y de cómo decir la verdad sobre sí mismo puede ser el punto de partida para la construcción de una estética de la existencia.

Dado que el estudio del profesor Castro-Gómez avanza como el cangrejo, el capítulo 3, titulado Sexualidad y Verdad, “estudia el curso Subjetividad y verdad (1981), en el que Foucault desplaza su interés hacia el periodo inmediatamente anterior a la expansión del cristianismo, los siglos I-III d.C., para buscar allí las claves de la moral sexual monogámica retomada por los Padres de la iglesia” (Castro-Gómez, 2016, pág. 17).

Finalmente, los capítulos 4 (Las Artes Filosóficas de Vivir) y 5 (Estética de la Existencia), avanzan en el análisis del cuidado de sí a partir de la hermenéutica del sujeto así como de las tecnologías políticas del yo, como mecanismo de lucha contra el poder estatal. En suma, la apuesta de Foucault, según el profesor Castro-Gómez es una liberación respecto a la opresión de lo estatal por la vía de la constitución de un sujeto muy particular, no determinado por lo que ocurra en el terreno de la sociedad civil, sino dedicado a construirse y moldearse por fuera de esta esfera. Para castro-Gómez, esta apuesta política foucaultiana, de corte individual –lo cual implica una enorme paradoja si se tiene en cuenta que el horizonte de lo político está relacionado fundamentalmente con la acción colectiva- tiene como supuesto central la desconfianza del filósofo francés respecto al Estado y sus aparatos, pues este por definición ejerce como mecanismo opresor de la creatividad y libertad del individuo. 

Así, la liberación del individuo no solo debe darse respecto al Estado y sus formas de gobierno, sino respecto a los mecanismos de individualización que se encuentran vinculados al Estado. Construir una estética de la existencia estaría entonces en el camino de esta doble liberación: “Para Foucault, gobernarse a sí mismo significa, en primer lugar, desligarse del modo en que el estado ha gobernado desde el siglo XVIII la conducta de los individuos” (Castro-Gómez, 2016, pág. 28), pues “una de las claves (si no “la” clave) para escapar del gobierno de la subjetividad promovido por el Estado es la estetización de la propia vida “ (Castro-Gómez, 2016, pág. 34)

Entonces, en Foucault encontramos una noción de poder y de constitución de los sujetos pero sin política. O mejor, una invitación a replegar la lucha política en el estrecho terreno de la subjetividad, lo cual implica renunciar a la disputa por el Estado y conformarse con hacer una abstracción individual respecto al mundo social para dedicarse a transformarse solo a sí mismo. En su balance crítico sobre la teoría política de Foucault, el profesor Castro-Gómez sentencia que refugiarse en la construcción individual de una “estética de la existencia”, desligada completamente del terreno de la sociedad civil, no conduce a nada distinto que al inmovilismo político. (Castro-Gómez, 2016). En suma, es una invitación a la resignación individual y a la fragmentación y atomización de las luchas políticas.

Esto es especialmente importante dado que, en la actualidad, con el auge de los nuevos movimientos sociales, pareciera estimularse la acotación de las luchas políticas de mujeres, afros, población lgbti u otros sectores marginados o especialmente oprimidos, a las reivindicaciones que potencian su especificidad pero que renuncian a una lucha política con objetivos más universales. Así, a los ojos de la perspectiva foucaultiana, la apuesta política de estos grupos debería circunscribirse a construir una subjetividad transgresora de lo existente, pero renunciando a la conquista del aparato estatal y sus instituciones, a pesar de que desde estas esferas también es posible avanzar en la construcción y ampliación de derechos y garantías que permitan superar dicha opresión.

Abstraerse del mundo social como única alternativa para la construcción genuina de una subjetividad liberada de toda forma de poder y gobierno, es la original pero desafortunada propuesta del filósofo francés. A la crítica de esta particular concepción de la política, se concentra el profesor Santiago Castro-Gómez en el epílogo de su libro, lo cual implica para él una ruptura de gran envergadura respecto al horizonte teórico e intelectual que ha cultivado durante muchos años.

En el epílogo de Historia de la Gubernamentalidad, Castro-Gómez muestra cómo para Foucault, a pesar de que el control sobre los cuerpos y sobre la vida ya no solo se ejerce desde el Estado y la sociedad civil, sino que ahora la microfísica del poder se ha logrado trasladar a la subjetividad, aún existe la posibilidad de “disputar” esta subjetividad pues aún es posible encontrar allí una pequeña dosis de antagonismo, una diminuta grieta en el poder: “Nuestro filósofo está convencido de que los efectos desastrosos que las tecnologías de gobierno han obrado sobre la subjetividad, pueden ser neutralizados a través de intervenciones de subjetividad misma y el remedio que receta en sus últimos cinco cursos lleva un nombre concreto: la estética de la existencia” (Castro-Gómez, 2016, pág. 405).

El siguiente fragmento, sintetiza la lucha estratégica que nos propone el filósofo francés:

¿Cuál es la estrategia de lucha propuesta? Para nuestro filósofo, tan solo existe una salida: la emancipación de la subjetividad. El problema fundamental de las luchas políticas contemporáneas no es cómo combatir la desigualdad en todos sus niveles, o cómo ampliar el espectro de libertades sociales y políticas hacia grupos tradicionalmente excluidos, sino uno mucho más modesto: como desgobernar la subjetividad… para Foucault, el espacio propio de la política no es el de los intereses colectivos, sino el de la relación del sujeto con su entorno más próximo. En su visión subjetivista de la libertad y la política, nunca se pregunta por asuntos que atañen al bien común tales como la desigualdad, la pobreza, los derechos sociales, la justicia, la educación, la salud, el medio ambiente, la gestión de las finanzas públicas… Porque está convencido de que en ese nivel comunitario y supraindividual las relaciones de poder son “molares”, tienden a solidificarse y a convertirse en relaciones de dominación. Foucault se limita a identificar la justicia con el castigo, la pobreza con la biopolítica, la educación con el disciplinamiento, y la salud pública con la medicalización. De ahí su tesis de que una política de oposición en esos ámbitos resulta imposible (Castro-Gómez, 2016, pág. 416)
No obstante, el profesor Castro-Gómez es pesimista respecto al diagnóstico propuesto por Foucault, así como respecto al remedio que propone. En primer lugar, porque la desconfianza del francés respecto al Estado se basa en una concepción en la que no reconoce, o mejor, hace abstracción, de las luchas sociales que dieron origen al Estado así como de los intereses o actores en juego. Así pues, hace caso omiso de las condiciones políticas que permiten el surgimiento del Estado, por lo cual renuncia a verlo como un campo en disputa y se conforma con describirlo de manera nominal como aparato de opresión de la individualidad: “al proclamar la eficacia técnica como único criterio que legitima la práctica gubernamental, nuestro filósofo despolitiza el Estado y lo presenta como una fría maquinaria instrumental. Al explicar el Estado únicamente con base a las técnicas que hacen posible su funcionamiento, Foucault ignora que la política no es solo tecnología política y que el Estado, más que un ente monolítico, es un escenario estratégico de lucha” (Castro-Gómez, 2016, págs. 406,407).

Y más adelante, afirma: “Foucault piensa que la denominación de la subjetividad tiene que ver hoy día exclusivamente con dispositivos de gobierno sobre las conductas, sin reparar que estos mecanismos coexisten y están ligados a formas “soberanas” de dominación, como el trabajo infantil, las maquilas, la violencia sobre las mujeres y la esclavitud racista” (Castro-Gómez, 2016, pág. 412). Desde el Estado se recrean, regulan y fomentan estas técnicas políticas y se les da un carácter universal que precisamente permite comprender su alcance actual. El Estado sigue organizando la dominación, incluyendo las formas microfísicas del poder y todas las demás tecnologías políticas de gobierno sobre las conductas. Si partimos de esta consideración, la renuncia a la disputa política por el Estado y las instituciones es un grave error: es una renuncia a la lucha por una transformación estructural de los mecanismos de dominación y de la centralidad de su organización desde el aparato estatal.

Así las cosas, la consecuencia más importante y, al mismo tiempo, más desafortunada de la apuesta intelectual foucaultiana es la despolitización que en última instancia le hace el juego al sostenimiento de las estructuras de poder que oprimen al individuo y que resultan funcionales a la lógica neoliberal actual. Por ello, acertadamente el profesor Castro-Gómez reclama que esta concepción, de corte autonomista o purista, renuncia a la transformación política de las instituciones, dejándole el campo libre a los poderes establecidos, y se conforma con una lucha “simbólica”, marginal, desconectada del ámbito de la sociedad civil: “Me pregunto si esta actitud no es en realidad un intento conservador de mantener la pureza de los principios, en lugar de ponerlos a prueba en el escenario del antagonismo democrático”… “el autonomista prefiere “mantener la posición” y seguir perdiendo” (Castro-Gómez, 2016, pág. 409). De allí deriva una sentencia lapidaria: “Aquí se opera una primera manifestación del “efecto Foucault” en la política: una despolitización de las luchas por la emancipación que se presenta, paradójicamente, bajo una máscara emancipadora” (Castro-Gómez, 2016, pág. 409).

Este itinerario intelectual foucaultiano, desde su diagnóstico hasta su propuesta de superación, está imbuido por el espíritu de mayo del 68, del que el filósofo francés no pudo escapar. El contexto histórico-social que rodea a Foucault influye más de lo que él mismo estuviera dispuesto a admitir. Para ello, recurre a los balances que hacen Charles Taylor y Jurgen Habermas que permiten comprender cómo una apuesta emancipatoria aparentemente radical como la de Foucault termina infectada por un vaho conservador. 

Siguiendo lo propuesto por Taylor: “La autoridad es intrínsecamente sospechosa, el Estado no tiene por qué intervenir en mi forma de ser y pensar, soy libre para elegir el estilo de vida que mejor me parezca, comienzan a ser consignas que calaron muy hondo en vastos sectores de la juventud. Foucault respira todo este ambiente antiautoritario de la época y no permanece inmune a su influencia. Su apuesta por la “estética de la existencia” como alternativa a las “tecnologías políticas” de las instituciones se enmarca sin duda en este contexto” (Castro-Gómez, 2016, pág. 421)

Y más adelante, a propósito del escrutinio que hace Habermas sobre el filósofo francés, expresa: “No obstante, hay algo que Habermas sí ve con mucha claridad: las fatales consecuencias políticas del esteticismo vanguardista. El filósofo alemán sabe que la renuncia a entender el potencial crítico que se despliega en las instituciones modernas (y esto incluye tanto las instituciones políticas como las artísticas) es un gesto de signo conservador. Decir que la acción política y artística debe replegarse al ámbito íntimo de la subjetividad, declarando las instituciones modernas (el Estado de derecho, la democracia) como elementos “alejados de la vida”, refleja una comprensión infantilista de la política, que resuena con algunas tendencias juveniles  del 68” (Castro-Gómez, 2016, pág. 422)

Así, lo que en principio aparecía como una apuesta antisistema, antipoder, absolutamente transgresora de la gubernamentalidad que se constituyó alrededor de la razón de Estado en el siglo XVIII y que se perfeccionó con el advenimiento del neoliberalismo en el siglo XX, termina siendo una apuesta con un tufillo conservador, reaccionario, funcional a los poderes establecidos y en el que esas luchas autónomas aparecen como rarezas inanes que el neoliberalismo se da el lujo de dejar existir, pues no cuestionan realmente su supervivencia.

Es cierto que los cambios en los modos de vida hacen parte de la lucha emancipatoria contra las formas de dominación y alienación contemporáneas; pero no se puede pretender que estas transformaciones operen en el terreno estrictamente individual o de pequeños grupos, como procuran aquellos que se alejan del bullicio de las grandes ciudades y se internan en los bosques, alejados de todo contacto con la sociedad civil, como mecanismo –refugio- para llevar a cabo su modo de vida “puro”, al estilo de algunos grupos ecologistas o indigenistas. Es probable que para quienes participan de estas prácticas, su modo de vida haya cambiado y se haya “desgubernamentalizado”. Pero esto se hace con el elevado costo de evadir la lucha por la construcción de una emancipación universal, con valores universales y para grandes conglomerados de desposeídos y oprimidos. En las condiciones políticas actuales son pocos los que pueden darse el lujo de llevar una vida autonomista como a la que nos invita ingenuamente Foucault.

Bibliografía

Castro-Gómez, S. (2016). Historia de la Gubernamentalidad II. Filosofía, Cristianismo y Sexualidad en Michel Foucault. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.


[1] Economista, magister en Estudios Políticos Latinoamericanos. Profesor catedrático de la Universidad del Tolima.

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