Por: Santiago Pulido Ruiz y Daniel Barrera

El próximo 16 de noviembre, Ecuador enfrentará un nuevo proceso de Consulta Popular en un contexto marcado por un ciclo de protestas contra la eliminación del subsidio al combustible. A través del mecanismo de consulta ciudadana, el Gobierno de Daniel Noboa espera afianzar su ofensiva autoritaria-neoliberal orientada a desestructurar el régimen social e institucional del 2008. La reinstalación de bases militares extranjeras en territorio nacional, la reducción de la representación territorial de los asambleístas, la eliminación del financiamiento público a campañas electorales y la refundación del pacto constitucional representan los ejes centrales de la actual estrategia política del noboísmo, que pretende modificar los patrones de selectividad estructural del Estado ecuatoriano.

A diferencia de anteriores referéndums, el que adelante el Gobierno de Noboa no es solo un intento de gestionar la crisis de gobernabilidad, sino también una apuesta de reconfiguración estatal en la que el régimen político-institucional del correísmo es el blanco de los ataques. En este artículo, revisaremos algunos puntos de análisis sobre la coyuntura política ecuatoriana, examinando la crisis del régimen político vigente y la nueva apuesta constituyente del Gobierno de Daniel Noboa. Para esto, desarrollaremos tres ejes de discusión: en primer lugar, se plantea una breve reflexión sobre la crisis del régimen político ecuatoriano; en segundo lugar, se presenta un análisis sobre lo que está en juego en la Consulta Popular; por último, se cierra con algunas consideraciones estratégicas.   

1. Contexto de la crisis del régimen político.

Desde el 2015, Ecuador arrastra una crisis política de larga duración. Durante los últimos años del correísmo, el modelo estatal de bienestar enfrentó sus primeros signos de agotamiento: el cierre de la demanda asiática de materias primas, la caída del precio internacional del petróleo y el período de recesión económica interna del año 2016 condujeron a un primer programa de ajustes estructurales. A estos primeros signos de agotamiento, se sumaron las divisiones internas de la Revolución Ciudadana, la reorganización de la estrategia contraofensiva de las clases dominantes alrededor del impuesto a las grandes fortunas y la confrontación entre el Gobierno y los movimientos sociales e indígenas que resistieron el ajuste.

Se trató de un proceso de acumulación de contradicciones que reforzó la crisis orgánica del proyecto progresista. Las elecciones del año 2017 representarían un punto de inflexión de la crisis política ecuatoriana: con la elección de Lenin Moreno, las divisiones internas de la Revolución ciudadana terminarían de consolidarse, al tiempo que avanzaba en un programa abiertamente neoliberal y en la proscripción política de Rafael Correa. Durante el Gobierno de Moreno, el plan de ajuste estructural, lejos de intentar matizarse de acuerdo al contexto económico internacional, terminó siendo el brazo político-económico de la derecha. Para eso, retomaron la tradición de consultas populares y la presentación de proyectos de urgencia económica con el objetivo de saltarse el sistema de contrapesos legislativos, encabezados en ese momento por las fuerzas de la Revolución Ciudadana.

En ese marco, la crisis de gobernabilidad se agudizaría: Moreno no logró establecer una agenda política ni un programa de reformas que unificara completamente a la derecha y el plan de ajuste estructural encontraría, rápidamente, la respuesta organizativa del movimiento indígena. En ese contexto, la “traición” de Moreno, que venía del interior de la Revolución Ciudadana, terminó agudizando las contradicciones de la crisis de régimen y creando las condiciones de nuevos episodios de movilización social-popular. Este panorama se extendería hasta las elecciones del 2021, donde Guillermo Lasso se hace del poder estatal en una segunda vuelta contra Andrés Araúz, candidato de la Revolución Ciudadana. Al igual que Moreno, Lasso intentó desde un inicio agrupar a las derechas y al bloque social dominante en torno a un programa de ajuste estructural y transformación estatal.

Las primeras medidas estuvieron orientadas al saneamiento de las cuentas fiscales del Estado, entre ellas, la eliminación del subsidio al combustible. Lo que inmediatamente fue respondido con nuevos ciclos de movilización y Paro Nacional por parte del movimiento indígena. En un intento de recuperar márgenes de gobernabilidad, Lasso recicló la vieja estrategia política de tramitar reformas por la vía de la urgencia económica y consultar a la ciudadanía sobre iniciativas gubernamentales, siendo estas rechazadas mayoritariamente. Hasta ese momento, las proyecciones reformistas y los planes de ajuste estructural de la derecha fueron contenidas por la organización del movimiento indígena-popular, que salió a las calles a resistir los programas de reforma económica.

La crisis política se extendería a lo largo del tiempo de mandato, al punto de que las movilizaciones sociales y las tensiones internas del régimen político llevarían al Gobierno Lasso a declarar la muerte cruzada, el cierre del congreso y la anticipación de elecciones presidenciales para concluir el período de gobierno. En 2023, la disputa electoral se desarrollaría, nuevamente, entre las fuerzas políticas de la Revolución Ciudadana y una nueva fuerza emergente de la derecha, Alianza Democrática Nacional (ADN), encabezada por Daniel Noboa. Para ese momento, el discurso de la seguridad se posicionó como un marcador de la discusión política nacional: por parte del noboísmo, se aprovechó la expansión del narcotráfico y de la violencia criminal para establecer una agenda securitista articulada al ajuste estructural-neoliberal.

2. El acompasado proceso de reconfiguración estatal.

Bajo este escenario, Noboa logró hacerse del triunfo electoral, sacar réditos políticos de la crisis de inseguridad y culminar el mandato del banquero Guillermo Lasso. Hasta el 2025, previo al período de elecciones presidenciales, Noboa continuó con la estrategia de gobernabilidad basada en consultas populares: en 2024, envió a consulta ciudadana 11 preguntas en materia de seguridad nacional, reforma laboral y arbitraje internacional. Mientras los bloques de reforma laboral y arbitraje internacional fueron rechazados, la securitización fue aceptada. Lo anterior constituyó el primer paso en una estrategia de militarización de la vida política ecuatoriana, mientras se enfrentaban problemas asociados a la crisis energética y cortes de luz a nivel nacional.

Este primer período de gobierno no enfrentó mayores desafíos nacionales, salvo por algunas movilizaciones que venían marcando el comienzo de un nuevo ciclo de Paro Nacional. Noboa logra cerrar el mandato de Lasso creando una articulación estratégica con las Fuerzas Militares, que venían empañadas de casos de ejecución extrajudicial y se les otorgó legislativamente inmunidad judicial. Entrados al período electoral del 2025, el correísmo volvió a aparecer como fuerza contenciosa ante el nuevo proyecto de Noboa, mediante la figura de Luisa González. Sin embargo, la apuesta electoral del progresismo fue derrotada nuevamente por la agenda securitista de Noboa, que se convirtió en el principal mecanismo de gobernabilidad del partido de gobierno, en un escenario electoral acusado de fraude.

Con la victoria de Daniel Noboa en febrero de 2025, se iniciaría una nueva etapa de reorganización de la estrategia política de la derecha, afianzada en tres soportes: la securitización, el ajuste estructural y, más recientemente, la refundación del Pacto Constitucional. Desde la Consulta Popular del año 2024, Noboa logró concentrar el poder de las Fuerzas Armadas como forma de gobernabilidad y garantía de permanencia en la estructura estatal; a esta estrategia se sumaría la del ajuste estructural, que venía aplicándose con el aumento del IVA en 2024, el endeudamiento expansivo con el Fondo Monetario Internacional y la eliminación del subsidio al combustible el pasado mes de septiembre.

A diferencia de Moreno y Lasso, el Gobierno Noboa ha identificado que la Constitución del 2008 y la organización del movimiento indígena-popular son los dos sostenes de la democracia y la fuerza de contención ante la arremetida neoliberal. Casi a diez años de la salida del correísmo, tanto la estructura constitucional del 2008 como los ciclos de rebelión indígena han logrado derrotar y contener el ajuste estructural del neoliberalismo en Ecuador, salvo por el último Paro Nacional, que fue desarticulado violentamente por el despliegue militar del Gobierno Nacional y que logró imponer el decreto de eliminación del subsidio al combustible. La Consulta Popular de Noboa debe entenderse, en ese sentido, como una estrategia que busca reconfigurar las bases constitucionales del Estado ecuatoriano, permitiendo la aplicación del ajuste estructural del neoliberalismo, y reforzando la política autoritaria militar, orientada a desarticular la organización del movimiento indígena.

Por eso, se equivocan quienes creen que neoliberalismo y lógica de securitización son contrarias; el caso ecuatoriano evidencia que el militarismo es un dispositivo de gestión pública; a saber, el militarismo es un mecanismo de gobernabilidad que permite dar tratamiento a los problemas sociales, construir una agenda política-legislativa, relacionarse con la oposición, obtener apoyo electoral, ganar legitimidad al interior de las clases populares y fraguar un proyecto de reconfiguración estatal, vinculado con la Constituyente, al patrón de acumulación neoliberal.

De este modo, la securitización es una dinámica de desinstitucionalización del Estado de Derecho, pero al mismo tiempo, una reconfiguración institucional pensada para adecuar el marco institucional a los vectores extractivistas, financieros y militarizados. La guerra interna que plantea el presidente del Ecuador contra el grueso del movimiento social es un mecanismo de acumulación y una nueva lógica de despliegue de las capacidades estatales.

Así, la tensión crucial del Estado moderno, entre legitimidad estatal y acumulación, se solventa en el caso ecuatoriano, con endeudamiento internacional (FMI), militarización del país y entrega de bonos y apoyos económicos en las zonas donde la insatisfacción del movimiento popular se ha sentido con mayor potencia, todo esto con el objetivo de desmovilizar la ciudadanía y reforzar dinámicas rentistas.

3. ¿Una nueva Constitución para un nuevo ciclo político?

En Ecuador, los ciclos políticos parecen coincidir con los ciclos constituyentes; en 1998, debido a la destitución del líder popular Abdalá Bucaram, el por entonces presidente Fabián Alarcón optó por llamar a las diversas fuerzas políticas y partidarias para redactar un nuevo proyecto constitucional capaz de solucionar la crisis política y adelantar una agenda profundamente neoliberal: políticas de focalización, Estado mínimo, privatización y disciplina monetaria. Luego, en 2008, un año después de ser elegido presidente de la república, Rafael Correa decide convocar a un nuevo proceso constitucional que sedimentó la hegemonía progresista durante una década (2002-2017).

De esa forma, la Constitución Política del 2008 funcionó como sedimento ideológico, social e institucional para instaurar un período de estabilidad política y construir un horizonte político pos-neoliberal. Así, el progresismo, con una correlación de fuerzas favorables, estuvo en la capacidad de situarse sobre la Constitución para construir un régimen político estable y un Estado garantista.

Sin embargo, esta correlación de fuerzas hoy por hoy resulta inexistente; desde el 2017 la derecha ecuatoriana está viviendo un proceso de reorganización programático que ha alcanzado legitimidad al interior del sistema político y un cierto consenso popular. Más allá de los cuestionados métodos con que ha logrado ganar aprobación, el noboísmo representa una peligrosa articulación de las fuerzas reaccionarias y de derecha; esa mezcla entre poder empresarial y despotismo oligárquico podría consolidar un nuevo ciclo político y, con ello, un retroceso sin precedentes para las fuerzas democráticas de izquierda y la garantía de derechos sociales, ambientales y pluriétnicos.

Precisamente los resultados de la Consulta podrían definir un nuevo eje gravitacional sobre el que se mueven las dinámicas políticas y estatales caracterizadas por la securitización como modelo de gestión política y la desposesión neoliberal. Por tanto, si Lenin Moreno y Guillermo Lasso pueden ser pensados como un periodo bisagra de transición hacia las dinámicas neoliberales, el gobierno de Daniel Noboa podría erigirse como la cristalización constitucional de la penetración del modelo neoliberal en Ecuador y, a la vez, robustecer el nuevo ciclo político de la derecha anti-correista.

Es evidente, entonces, que el ciclo político que se viene configurando necesita fracturar los límites constitucionales y los contrapesos del Estado Social de Derecho. En parte porque, como solía decir Lasalle, las fuerzas vivas de la Constitución del 2008 están pereciendo; las sinergias políticas, el consenso ciudadano y los compromisos programáticos que sostenía la Carta Política carecen de sustento plebeyo. De ese modo, los nuevos bríos constitucionales se producen en medio de un giro político hacia la derecha y un ajuste estructural mediado por un complejo proceso de reconfiguración del Estado. Por eso, mal haríamos en pensar que se trata de un simple capricho del empresario bananero.

4. La situación de las izquierdas y el horizonte estratégico.

Frente a este angustiante escenario, el movimiento social y las fuerzas democráticas de izquierda enfrentan un difícil panorama político de cara a la Consulta. Resulta evidente las serias fracturas que sufre el movimiento indígena -motor de la movilización en los paros de 2019, 2022 y 2025-, la ausencia de una estrategia coordinada de movilización popular, sumado a la crisis dirigencial de la CONAIE, dejan entrever que no existe una estrategia electoral y política coordinada. Estas debilidades organizacionales del movimiento no pueden entenderse por fuera de las estrategias de cooptación desde abajo con varias organizaciones indígenas, además de la violenta represión provocada contra las estructuras sociales durante el reciente Paro Nacional del 2025.

Por su parte, la izquierda parlamentaria enarbolada por la Revolución Ciudadana (RC) está sufriendo una crisis ideológica y programática de hondo calado. Pese a ser con una pequeña ventaja la fuerza más votada en las pasadas elecciones legislativas, esta colectividad ha perdido su impulso reformista y ha quedado desligada de los más recientes procesos movilizatorios. Ante este panorama, la principal agrupación institucional progresista mantiene una agenda reactiva, moderada políticamente y de contención, deficitaria a la hora de proveer un proyecto popular que exceda y profundice los logros políticos del período neo-desarrollista.

Así las cosas, las fuerzas progresistas y de izquierda deberán: i) movilizar sus estructuras sociales para impulsar el NO en la Consulta, a sabiendas de que una derrota electoral para el noboísmo podría gestar un duro golpe a la legitimidad popular que ostenta el Gobierno; ii) sostener y promocionar unos acuerdos democráticos básicos de la democracia, aun en su formato más liberal; iii) procurar gestar un proceso de rearticulación orgánica de las izquierdas parlamentarias y sociales, intentando reconectar la agenda parlamentaria con los procesos de movilización contenciosa. Este horizonte estratégico exige que el espectro de izquierdas esté a la altura de proveer de un proyecto político seductor para las mayorías sociales. Solo de esta forma será posible arrebatarle la iniciativa de transformación al Gobierno y asumir un rol ofensivo frente al embate neoliberal y autoritario que pone en riesgo la democracia en el Ecuador.

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