Por: Santiago Pulido Ruiz
“La vida se burla de los hombres atados al “mito de la tradición” haciéndoles confundir lo rutinario con lo tradicional y haciéndoles creer que la tradición es un estado y no un proceso” Antonio García Nossa
Antonio García Nossa ha corrido la suerte de ser un intelectual proscrito en el ambiente político y académico nacional. Según Emiro Valencia (1971), el economista colombiano se enfrentó a la enorme injusticia de no ser discutido en el plano de la seriedad intelectual, sino ser ampliamente deformado de acuerdo a los intereses del sectarismo partidista. Incluso en la izquierda (donde presentó acalorados debates con el Partido Comunista Colombiano), el nombre de Antonio García sigue siendo arbitrariamente desconocido. Sacarlo de la proscripción y reubicarlo como una de las más excepcionales mentalidades dialécticas del siglo XX es, sin lugar a dudas, una de las tareas del movimiento socialista colombiano.
Para avanzar en tal desafío, nos hemos propuesto recuperar algunas de las claves analíticas de su obra y hacer de ellas instrumentos de reflexión teórica y práctica revolucionaria. Quisiera iniciar señalando, en ese sentido, algunos puntos centrales del itinerario intelectual de García Nossa: sus preocupaciones investigativas abarcan desde el problema indígena hasta el carácter de dependencia estructural de las economías latinoamericanas, pasando, desde luego, por la cuestión de la unidad popular, el régimen de concentración de la tierra, las estructuras de colonialismo interno, la reforma intelectual-cultural y la dialéctica de la democracia.
Estos temas, antes que ser abordados de manera unilateral, componen una reflexión integral en la obra de García Nossa. Su trabajo intelectual representó un esfuerzo permanente de reconciliación e integración de los problemas políticos, económicos, culturales y filosóficos de su tiempo. Nos encontramos, pues, ante un autor con un pie en la economía-política y otro en la teoría crítica. Pocas veces la especialización y división internacional del trabajo académico da lugar a este tipo de mentalidades dialécticas que conectan el rigor analítico con las aspiraciones colectivas de transformación social, soberanía popular y liberación nacional. Por esta razón, es clave volver sobre García Nossa, reactualizar su pensamiento y recuperarlo como figura de inspiración para nuestras nuevas generaciones de militantes.
En el caso de este artículo, nos proponemos abordar, brevemente, el problema de la democracia popular y la reforma estatal. Ambas cuestiones son vistas, desde la perspectiva de García Nossa, como problemas históricos y situacionales. Es decir, para comprender sus complejas configuraciones es siempre necesario realizar un análisis cuidadoso de los regímenes políticos, de sus relativas aperturas históricas e identificar, a partir de ello, sus bases sociales de apoyo. Como ningún otro autor, García Nossa dedicó buena parte de su vida a caracterizar dichas transformaciones y proponer alternativas de cambio en un sentido socialista.
Pretendo subrayar con esto la forma en la que García Nossa insertó a Colombia en las discusiones socialistas latinoamericanas. Mientras la academia nacional vivía un proceso de esclerotización y endogamia por entender las razones estructurales de la violencia y el conflicto, García Nossa dio un salto hacia adelante al articular esas especificidades dentro de una teoría histórica que permitiese entablar puentes de diálogo con otras experiencias políticas del hemisferio. ¿Cómo pensar los ciclos de violencia y los cierres democráticos del régimen estatal colombiano en conexión con otras experiencias nacionales? Tal fue la magnitud de su desafío teórico e intelectual.
Reforma estatal en América Latina o las grandes frustraciones del populismo:
En el apartado introductorio hemos señalado la manera en la que García Nossa inserta a Colombia en el ambiente intelectual latinoamericano. Considero que, en ese camino y de forma involuntaria, se tropieza con la tradición de lo nacional-popular (que surge con Mariátegui y se extiende con Zavaleta Mercado). Pese a no vivir en sentido estricto los ciclos populistas (por la excepcionalidad y particularidad del bloque político dominante colombiano), García Nossa se interesó tempranamente por las implicaciones de lo nacional-popular* y la articulación de la cuestión indígena en la construcción de la estrategia socialista y revolucionaria.
Para el economista colombiano, las experiencias nacional-populistas de su época, con las cuales mantenía profundas diferencias estratégicas, habían tenido la gran virtud de avanzar en toda una revolución pasiva e institucional. Según Nossa, estos proyectos de inclusión de las masas populares al Estado modificaron, parcialmente, el cuadro desolado de la «democracia tradicional» (Antonio García, 2013). La ampliación en la participación política popular era una de esas grandes conquistas que, sin temor alguno, reconocía García Nossa.
Sin embargo, no por ello dejó de advertir sobre los límites y las grandes frustraciones que acompañarían la experiencia reformista del populismo. Para García Nossa, este ciclo de gobiernos, aunque modificaron aspectos básicos de la “democracia tradicional”, no lograron transformar la estructura misma del poder ni sus reglas institucionales. Sus cambios se limitaron, exclusivamente, a una nueva fisionomía parlamentaria, es decir, a un nuevo carácter representativo en el Estado.
Lo que se modificó, entonces, “fue el elenco social de representantes, hasta el límite de tolerancia de las clases medias” (Antonio García, 2013, pág. 45). Existirían, en ese sentido, cinco avances significativos: i. la ampliación del ejercicio del voto; ii. la separación formal de los poderes del Estado; iii. el respeto por la oposición y por las libertades personales; iv. el pluripartidismo y la aceptación de normas de responsabilidad jurídica; v. la ampliación del sistema de derecho García, Antonio, 2013). No obstante, la representatividad económica seguía reservada al control oligárquico y corporativo: especialmente, de la clase terrateniente, de los banqueros, los comerciantes e industriales.
Es decir, los principios fundamentales de la estructura económica de nuestros países eran irreformables. Por lo que puede afirmarse que la estrategia populista consistió en una “democracia política sin cambios estructurales”. Para García Nossa, esta situación prolongada de crisis anudó en sí una contradicción: “la presión revolucionaria de las nuevas clases populares por ascender, escalando las murallas tradicionales del poder político-social; y la voluntad reaccionaria de las viejas clases, por conservar a toda costa las anacrónicas estructuras y el status del privilegio social” (2013, pág. 46).
Semejante nivel de conflictividad podría derivar o bien en la transformación de los esquemas tradicionales del Estado oligárquico latinoamericano (poniendo fin a la situación prolongada de crisis estatal) o en la recomposición de las viejas estructuras sociales (tras abandonar su ethos nacionalista). Para Nossa, es claro que la situación se decantó por la segunda opción. Los gobiernos populistas frustraron completamente su capacidad revolucionaria: “de ser aliadas del proletariado industrial y del campesinado, de la “inteligencia” universitaria y de las inconformes masas urbanas, fueron pasándose al campo de las viejas clases conservadoras, provocando una profunda crisis [partidista]” ( García, Antonio, 2013, pág. 52).
El APRA en Perú, Acción Democrática en Venezuela y el MNR en Bolivia serían reflejo de este proceso de descomposición interna del reformismo. Antes que radicalizar el programa por la autonomía nacional, la integración y el desarrollo “desde adentro y desde ahora”, los gobiernos populistas terminaron acoplándose al campo político de las clases dominantes. Una vez llegan al Estado y se enfrentan al período de crisis extendida, renuncian a su carácter nacionalista, desintegrando, así, el núcleo de fuerzas populares; abandonando, en consecuencia, la estrategia de transformación estatal y democracia total.
Es claro, entonces, que existió una incapacidad de los partidos populistas para enfrentarse y encarar los cambios de estructura**. Esto obedece, en gran medida, a la modificación (una vez en gobierno) de su composición social (es decir, al desplazamiento de las bases populares y de su contenido nacionalista hacia los marcos tradicionales de la oligarquía) y a la penetración de intereses ligados a la sociedad tradicional y a la inversión extranjera (García, Antonio, 2013).
De modo tal que la articulación de la nueva burguesía con élites intelectuales de clase media condujo, rápidamente, a la desmovilización. A pesar de las ampliaciones político-democráticas, se terminó “[re]insertando la economía del hemisferio dentro de los engranajes de una nueva estructura colonial” (García, Antonio, 2013, p. 21). Se trató de un mecanismo ideológico en el que se hipotecó las posibilidades de autodeterminación nacional y desarrollo económico: “no tendió a la conquista de la independencia sino a la modificación de las relaciones de dependencia” (García, Antonio, 2013, p. 21).
La primera derrota del populismo ocurrió, entonces, en sus propias filas: al instaurar un proceso acelerado de recomposición de las clases dominantes. Las clases populares y la clase media perdieron, pues, la oportunidad de convertirse en clases gobernantes y clases dirigentes del proceso de «democracia auténtica, económica, política y social» (García, Antonio, 2013), en su lugar, reaparecieron los viejos cuadros oligárquicos como sostén al periodo de relativa crisis. Esta idea de recomposición oligárquica de los proyectos populares no está muy lejos de la concepción zavaletiana de la reconfiguración oligárquica del Estado (Zavaleta, René, 2009).
En ambos casos, se reconoce que los avances populistas modificaron la composición social de los parlamentos latinoamericanos. Sin embargo, a nivel de Estado, se absorbía (cooptaba) la dirección de los movimientos populares y de trabajadores, mientras que, paralelamente, se entregaba “sin vacilación el grueso del excedente a la burguesía no gobernante” (René Zavaleta, 2009, pág. 332). Se trata, así, de una sucesión de comportamientos estructurales e instrumentales en el Estado en el cual el reclutamiento de las clases políticas tiende, cada vez más, en un sentido oligárquico, al tiempo que decae el poderío hegemónico del Estado (René Zavaleta, 2009).
Puede decirse, en ese orden de ideas, que el nudo ciego que no se atrevió a romper el reformismo populista estuvo relacionado con tres condiciones: los procesos de industrialización ampliada y desarrollo económico; redistribución del poder social; y reasentamiento del Estado representativo sobre nuevas, anchas y orgánicas bases, urbanas o rurales (García, Antonio, 2013, pág. 53). A la larga, estas experiencias generaron un efecto tanto frustración como de desmovilización social: el mantenimiento de la estructura tradicional de poder condujo no solo a “que las nuevas clases sociales [proletarios industriales y campesinos] aceptasen un status de conformismo y dependencia, sino que renunciasen a su conciencia de identidad social, a sus aspiraciones de organización, a su justificado anhelo de poder” (García, Antonio, 2013, p. 54).
En tales condiciones, la reforma radical del Estado, de la economía y la construcción de una democracia “auténtica” sólo podrían ser conquistas revolucionarias, obtenidas “por imposición o por asalto, desplazando a las clases ricas como el agua de las esclusas cuando se le aplica una corriente de alta presión” (García, Antonio, 2013, p. 75). Aquí, García Nossa señala lo que bien podría ser la piedra angular de los programas políticos revolucionarios, pero que, paradójicamente, se ha convertido en su defecto trágico: la construcción de una estrategia de “asalto” del Estado en un sentido de ruptura histórica con las clases dominantes.
La democracia total: un proyecto pendiente e inacabado
Junto al problema de la reforma estatal, la democracia es otro de los puntos cardinales de la obra y reflexión estratégica de García Nossa. Para él, la democracia es, ante todo, un problema de todo o nada. El proyecto socialista debía defender la democracia como un problema integral: el de la vida política; el de la vida económica; el de la organización del Estado; el del sistema representativo; el de la voluntad general; el del régimen y ampliación de libertades individuales; el de la administración de la propiedad privada y social; el del fortalecimiento de la esfera pública; el del bienestar y seguridad; el de la ética del servicio (García, Antonio, 1957).
García Nossa (1957) defendió, así, un concepto orgánico de democracia que integraba un análisis crítico de todos los factores que tienen conexión con el “sistema de vida”. He ahí, precisamente, el carácter artificial de nuestros regímenes políticos: “se montan sobre la fuerza y movilizan aluviones de votos para darse títulos de legalidad, sin embargo, no pueden crear un orden, un sistema de estabilidad y equilibrio” (García, Antonio, 1957, p. 6). De ahí que se preguntase cómo romper este círculo vicioso que impide la cohesión nacional, la organización racional del Estado y el funcionamiento de un sistema representativo y democrático.
En este punto, no dejó de ser crítico con las experiencias socialistas realmente existentes: mientras la democracia burguesa se encontraba en agonía, consecuencia de la reacción de las fuerzas más regresivas del capitalismo, la democracia proletaria no surgía como una solución estable. El problema no se definía simplemente con agregar mayor número de representantes (en el sentido liberal) ni de concebir el voto popular como un mandato que encarna la representación pública. Más bien, García Nossa parte de una posición integradora en la que se superara y sintetizara “dialécticamente todos los procesos y conceptos parciales, y que entiende y explica la democracia como un sistema de vida” (García, Antonio, 1957, pág. 9).
En ese sentido, resulta inútil debatir si en la creación de la democracia el punto de partida es la organización de la riqueza como un patrimonio común o la organización de la vida política para la libertad. No hay tal sentido de prioridad de los factores: los proyectos que se propongan la transformación social deben construir, indisolublemente, una democracia política para la libertad y una democracia económica para la igualdad. A su vez, requieren una reforma democrática para una nueva cultura y una reforma cultural para una nueva democracia.
Precisamente, ni los bloques oligárquicos ni la burguesía industrial lograron transformar tal situación: en el caso de la oligarquía, confundían la capacidad de crear cultura con su capacidad de tener riqueza. No fueron élites “capaces de conducir el proceso de industrialización y desarrollo y promover la creación de un nuevo tipo de Estado nacional” (García, Antonio, 2013, p. 82). En el caso de la burguesía, existió una incapacidad de dirigir el proceso de industrialización en sus fases superiores “y su servil inclinación a asociarse a la inversión extranjera y aceptar los patrones coloniales de dependencia” (García, Antonio, 2013, p. 82).
Nuevamente, en este punto podría señalarse una profunda cercanía entre las reflexiones de García Nossa y Zavaleta Mercado: para el boliviano, el modo de organización de la vida política y económica por parte de las élites tendía a la negación de la autodeterminación nacional. Es decir, las élites eran una negación de la nación. Aquí es donde resulta clave pensar la impronta gramsciana de ambos pensadores: el desarrollo desarticulado de la historia entre élites y pueblo-nación es abordado, por ambos, desde la perspectiva de la reforma intelectual y moral de la nación y el problema de la unificación nacional (Cadahia, Luciana, 2019).
El sistema de poder tradicional en Colombia, desde el punto de vista de García Nossa (1957), no había construido vida republicana. Todo lo contrario: se habían convertido en estructuras que no cultivaban el estado de opinión democrática, sino que eran bandos de guerra civil. “No son partidarios para crear estados de consciencia, sino para crear estados de inconsciencia” (García, Antonio, 1957, p.59). Sobre la base de la ruptura nacional-popular (atada inextricablemente al odio y sectarismo partidista), han podido gobernar las élites y agruparse bajo sus privilegios.
Los sistemas parlamentarios-legislativos no funcionarían, en ese sentido, como órganos de representación popular, como tampoco resolverían el problema de la organización democrática. Es un problema, pues, más que de la composición de la representatividad, del sistema mismo: “su carencia de vínculos y canales de penetración en la voluntad y necesidades del pueblo, su incapacidad para la vida republicana, son una consecuencia forzosa de la crisis del propio sistema” (García, Antonio, 1957, p.68).
De tal manera que la crisis orgánica de nuestros regímenes políticos no ha derivado en la transformación del Estado, sino que las propias élites se han blindado a través de distintas estrategias, entre algunas, la alternancia de los partidos tradicionales en el poder (una alternancia oligárquica y de cierre democrático). “Estas son las causas de que la democracia no tenga vida ni autenticidad; pero también la de que sus órganos representativos se hayan deshecho moralmente, al convertirse, en más o en menos, en un mercado de privilegios” (Antonio, Antonio, p. 63). Se trata de una democracia electoral guiada por el apetito del control de todos los mecanismos que cubren el proceso de voto y sufragio.
A este proyecto de restricción oligárquica, García Nossa opone el de la democracia nacional. La nación, aseguraba, “es un concepto derivado no solo de la comunidad histórica, sino de la manera como un pueblo utiliza solidariamente los recursos totales del mundo en que vive para hacerse presente en las necesidades de cada uno” (García, Antonio, 1957, p. 98). Desde esta perspectiva, las grandes aspiraciones internacionalistas de cooperación entre pueblos descansan, necesariamente, sobre la base de la realización política y democrática de la nación.
La oligarquización de la democracia ha depuesto, según Nossa (1957), los principios básicos de cualquier república y, en su lugar, ha creado un sistema para defender los intereses de las clases de arriba con los votos de la clase de abajo. Reaccionar contra esta peligrosa estrategia, advierte el economista colombiano, es hacer cultura política. Para Nossa (1957), este proceso solo es posible cuando se corresponda el destino del hombre con el de la nación: “el paso de la ciudadanía precaria a la ciudadanía como identificación del hombre con el destino de su Nación y de identificación de la Nación con el destino de cada hombre”.
En este punto, nuevamente puede trazarse una relación entre el pensamiento de García Nossa y las reflexiones zavaletianas sobre el yo-colectivo (allí donde fracasa el individuo, fracasa la nación; donde fracasa la nación, fracasa el individuo). La idea de Nación surge, pues, como un sistema de vida solidaria: el nacionalismo revolucionario no supondría un obstáculo, una muralla contra el mundo, sino un puente de encuentro y vínculo con él. Es una conquista humana “que puede cambiar de función y de espíritu, y que, en consecuencia, no debe abandonarse, cajeándola por el mito de un proletariado unido sobre todas las fronteras” (García, Antonio 1957, p. 103).
La apuesta radical de Nossa consiste, pues, en la transformación dialéctica de lo nacional en busca de una nueva historia. La “verdad” social de las naciones no habría que buscarla desde arriba, en la cúspide de la pirámide: “hay que buscarla en los rincones del pueblo, en la aldea o en los suburbios, en el taller donde solo existen unas manos o en la estancia en la que solo trabajan las manos de padres e hijos” (García, Antonio, 1957, p. 108). Solo allí reside la “verdad social” de las naciones, de sus formas específicas de solidaridad y del anclaje social (relacional) del Estado.
En ese sentido, la Nación -como comunidad auténticamente solidariasupone la realización plena de la democracia como orden económico, político, cultural y como una ética social (García, Antonio, 1957). No es posible construir un proyecto democrático total sin construir las bases de un proyecto nacional-popular. Para esto, sostiene García Nossa (1957), la reforma estatal es una pieza clave en ese proceso abierto de transformación: “es el problema de si la Nación puede funcionar como una comunidad de servicio y si el Estado -el nuevo tipo de Estado- puede adaptarse a ese objetivo de superación” (García, Antonio, 1957, p. 109).
Algunas consideraciones finales
A lo largo de este artículo, hemos intentado trazar algunas líneas generales sobre el pensamiento de Antonio García Nossa, especialmente, desde el problema de la democracia total y la reforma estatal en América Latina. Por esta y otras razones, el economista colombiano ocupa uno de los principales lugares en la teoría socialista y revolucionaria latinoamericana. Inevitablemente, su obra es expresión de la ilusión y al desencanto de los gobiernos nacional-populares o nacional-populistas, como también un arma para abordar los problemas de nuestra época.
Siempre advirtió que, detrás del reformismo liberal, se ocultaba una estrategia de preservación de las hegemonías tradicionales en el que se seguía negando la posibilidad de que un nuevo poder, salido de abajo y de adentro, se hiciera de la conducción y dirección del Estado. De allí que no tuviera prevención alguna en proponer una alternativa socialista para América Latina: el socialismo sería, desde su perspectiva, un sistema de vida que aseguraría el sentido humanista-colectivo de la economía y el valor trascendental de las libertades.
Para esto, los movimientos revolucionarios no debían reducir el proceso democrático ni la transformación estatal a una cuestión de reorganización doméstica, sino que debían integrar “el problema del comportamiento nacional frente a las estructuras de dependencia externa y a las múltiples formas de colonialismo” (Antonio García, 2013). García Nossa fue, en ese sentido, un pensador de las contradicciones cíclicas del capitalismo global, pero también un fuerte crítico del horizonte emancipador de las élites criollas y su “democratización parcial sin cambios estructurales”.
Tratamos, en ese orden de ideas, de ubicar los marcos de oportunidad y las razones del fracaso que identificó García Nossa en los proyectos populistas de mediados del siglo XX. Aun así, nunca dejó de reconocer los avances de la incorporación de las masas populares al Estado, sobre todo, nunca dudó de que el proyecto socialista pudiese superar los estrechos límites del reformismo. Su trabajo, en ese sentido, permite pensar lo nacional-popular antes y después del nacionalismo populista.
Sin lugar a dudas, García Nossa ha sido el intelectual colombiano que mejor ha logrado ubicarnos en las discusiones latinoamericanas. Nuestra izquierda tiene una gran deuda con su pensamiento. Buena parte de sus preocupaciones político-intelectuales siguen siendo, también, las de nuestro tiempo y su obra, a pesar del olvido, sigue brindando luces sobre la nueva estrategia política socialista.
Bibliografía:
- Cadahia, Luciana. (2019). La paradoja señorial (o la supervivencia de nuestras fantasías coloniales). En L. Cadahia, El círculo mágico del Estado. Populismo, feminismo y antagonismo (págs. 63-83). Madrid: Lengua de Trapo.
- García Nossa, Antonio. (1957). La democracia en la teoría y en la práctica. Bogotá: ARGRA.
- García Nossa, Antonio. (2013). Dialéctica de la democracia. Sistema, medios y fines: políticos, económicos y sociales. Bogotá D.C.: Desde Abajo.
-Murillo, María. (Abril de 2018). Nueva Sociedad. Obtenido de Nueva Sociedad: https:// nuso.org/articulo/la-historicidad-del-pueblo-y-los-limites-del-populismo/
- Zavaleta-Mercado, René. (2009). El Estado en América Latina. En R. Zavaleta-Mercado, La autodeterminación de las masas (págs. 321-355). Bogotá D.C.: CLACSO - Siglo del Hombre.
Notas:
* En este punto, es importante sugerir una línea de investigación poco explorada frente a los trabajos de Antonio García Nossa: aquella que vincula su pensamiento con las reflexiones sobre lo nacional-popular en América Latina. Para nosotros, el pensamiento de García Nossa es un tipo de bisagra que conecta las tesis socialistas en Colombia con la experiencia latinoamericana de lo nacional-popular.
** Algunos trabajos recientes han intentado estudiar el fenómeno populista en perspectiva histórica y comparada. Para Victoria Murillo (2018), una de sus principales características fue el marcado carácter inclusivo de las masas populares (o la construcción del pueblo como actor estratégico), lo cual le permitía sostener una legitimidad electoral mayoritaria y reclamarse como su “representante”. Sin embargo, el punto de ruptura estuvo ligado a varios hechos: en primer lugar, a su carácter policlasista y a la dificultad de mediar entre un conjunto heterogéneo de demandas; en segundo lugar, a las tensiones políticas internas y la disputa por el liderazgo y la dirección del proceso; en tercer lugar, a su incapacidad de establecer reformas impositivas y administrativas que garantizaran su sostenibilidad en el largo plazo; finalmente, con la imposibilidad de “domesticar los mercados internacionales pese a [algunas] acciones «heroicas»” (Victoria Murillo, 2018).
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