Editorial Militancia y Sociedad
Mientras Europa es testigo del resurgimiento de las
grandes huelgas obreras en contra de los gobiernos capitalistas-neoliberales,
en América Latina atravesamos por una situación política desemejante: el ciclo
de reformas progresistas ha tenido, en el mediano plazo, un efecto
desmovilizador de las fuerzas populares. En buena medida, esta circunstancia
puede explicarse gracias al estancamiento legislativo e institucional que han
promovido los bloques dominantes con representación en el Estado. Parte de las preocupaciones políticas que hoy asaltan al movimiento obrero latinoamericano
están relacionadas con esta última condición, es decir, con la cuestión de cómo reconstruir un
programa y un movimiento revolucionario autónomo (anticapitalista) en el marco de gobiernos nacional-populares.
Diversas interpretaciones han circulado en torno a esta
problemática: desde las posiciones autonomistas que se distancian completamente
del programa de reformas, hasta posturas que proponen la entrega absoluta del movimiento y sus tareas a los gobiernos progresistas y a la izquierda
institucional-parlamentaria. A nuestro juicio, ambas lecturas hacen abstracción del problema político central: la ausencia de una verdadera organización obrera. Por otra parte, ignoran el hecho de que los objetivos del movimiento son siempre
contextuales y que la estrategia revolucionaria depende, en gran medida, de las
condiciones realmente existentes de organización y movilización popular.
El principio de realidad se convierte, así, en la brújula de la acción revolucionaria y en el motor del pensamiento táctico y estratégico. Sin principio de realidad no puede existir análisis dialéctico ni reorganización de la clase trabajadora en un sentido socialista. Es decir, solo la organización de la fuerza popular podrá crear las condiciones para definir nuevas tareas y nuevos objetivos autónomos.
Las valoraciones sobre la pertinencia o no de una reforma o el apoyo específico a un gobierno en una situación política determinada están condicionadas por el grado de organización del mismo movimiento de trabajadores. Con un nivel alto de organización y lucha, el objetivo de conseguir reformas es contrario a los intereses del movimiento, en cambio, en una situación política contraria (como la que actualmente vivimos) pueden ser favorables. En algunos casos, la organización es lo
suficientemente sólida y consistente como para rebasar las expectativas de
cualquier gobierno reformista, en otros casos, el carácter organizativo es
mucho más modesto y requiere de un proceso de fortalecimiento interno.
Debemos reconocer que el triunfo electoral del progresismo ha tenido un efecto adverso en las condiciones de auto-organización y movilización
popular. El ascenso de una nueva clase dirigente (con múltiples obstáculos institucionales) desvaneció la perspectiva de poder de los movimientos populares. De hecho, el impulso transformador de la ola de protestas del 2019 - 2021
no se tradujo en la construcción de una plataforma organizativa ni de una dirección
revolucionaria que estuviera a la altura de la profundización de las
contradicciones de clase y que, además, propusiera un programa de acción obrera
independiente.
Ahora bien, que las condiciones sean desfavorables no
quiere decir que el movimiento de trabajadores no tenga una agenda propia ni
que haya que renunciar a la iniciativa política en beneficio de la izquierda
institucional. Todo lo contrario: el movimiento obrero tiene la tarea
fundamental de construir una estructura organizativa revolucionaria que
represente sus intereses inmediatos y sus apuestas estratégicas generales. Ningún
programa reformista cumplirá integralmente las expectativas de cambio ni resolverá las
tareas pendientes de la clase trabajadora.
En cuanto a esto, es importante hacer un par de
aclaraciones: el ciclo de reformas progresistas iniciado por Gustavo Petro y
Francia Márquez, a pesar de que tiende cada vez más a la moderación y a la baja
intensidad, representa una apertura democrática relativa para el movimiento
popular. No es casual que las élites señoriales y las clases dominantes se
opongan radicalmente a la aprobación de la reforma a la salud, la reforma
laboral y pensional. Los reaccionarios saben perfectamente que votar positivo a
estas iniciativas no solo afecta sus negocios privados, sino que además crea
las condiciones para que el pueblo trabajador salga a las calles a exigir mayores
conquistas.
Desde luego, no son medidas que constituyan el
objetivo último de la clase trabajadora, sin embargo, pueden representar
avances parciales para el movimiento. Por tanto, es necesario defender esas
conquistas a partir de una política de independencia con el progresismo. Sin
renunciar a la tarea de auto-organización, las reformas pueden funcionar como
un heraldo de transformaciones cada vez más profundas y como el punto de
partida de un proceso revolucionario instituyente. Esto no depende del rumbo o
carácter que asuma el gobierno, sino del proceso organizativo interno de los trabajadores.
Si el movimiento obrero deja fracasar por omisión las reformas que plantea el progresismo estaríamos ante un verdadero un retroceso político. No se trata de supeditar la lucha y las apuestas estratégicas generales al reformismo, sino, más bien, identificar las luchas inmediatas y sus avances parciales. Las reformas pueden ser un instrumento (coyuntural) para el avance del movimiento de masas. En cuanto a esto, no hay que llamarse a engaños: el eventual hundimiento de las propuestas de reforma sería un triunfo del poder corporativo y de la derecha reaccionaria.
El verdadero avance cualitativo de la clase trabajadora está en su organización. Es necesario un movimiento real de trabajadores
que debata y resuelva las contradicciones políticas en el seno del campo popular. Solo de
un escenario de este tipo podrán surgir apuestas colectivas que superen verdaderamente los límites del Estado capitalista y la estrechez de miras del reformismo progresista.
Este Primero de Mayo no puede reducirse a la simple conmemoración de las conquistas democráticas pasadas (como si no hubiese otra
alternativa ni una puerta de posibilidad al mañana), ni tampoco a la defensa del horizonte
conciliador del reformismo. Por el contrario, es un día para insistir en el carácter realista de nuestros sueños, recordar que otro mundo es
posible y que nuestras sociedades capitalistas no solo reproducen injusticia,
desigualdad y desesperanza, sino que también reproducen (inevitablemente) actores
colectivos dispuestos a derribar el régimen de clases y construir una nueva sociedad.
"En la vida práctica, como en el movimiento de la historia, el fin y el medio cambian sin cesar de sitio. La democracia es, en ciertas épocas, el “fin” de la lucha de clases, para cambiarse después en su “medio" | Su Moral y la Nuestra - León Trosky.
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