La historia política reciente de Perú, desde la transición
constitucional del 93’ hasta nuestros días, se ha caracterizado por una
profunda crisis de gobernabilidad. Tan solo en los últimos 20 años, tras la
caída del régimen de Fujimori y la restauración democrática, Perú ha tenido un
total de 4 Congresos y más de 8 presidentes (en un sistema de 5 años de
gobierno). Actualmente, con la detención de Pedro Castillo, luego de un
frustrado intento de disolución del Congreso, se suma un número y un nombre más
a la lista de mandatarios destituidos.
Sin embargo, esta situación prolongada de crisis
parece encontrar, durante estas semanas, un punto de inflexión. Luego de la destitución
de Castillo, el Sur de Perú se alzó en un ciclo de protestas populares contra
el Congreso Nacional. Campesinos, estudiantes, trabajadores y organizaciones de
mujeres rurales salieron a las calles a exigir el regreso del ex mandatario al
Palacio de Gobierno y a exigir la disolución inmediata del Congreso de la
República.
Mientras las jornadas de protesta se desarrollaban (extendiéndose
de Arequipa a Puno), el Congreso designó como mandataria a la entonces vicepresidenta
Dina Boluarte. Hasta ese momento, parecía una designación aparentemente
normativa y constitucional, no obstante, con el paso de los días, el gobierno
de Boluarte terminó apoyándose en las fuerzas armadas y en los sectores de
derecha responsables de la crisis institucional contra Castillo. Todo indica
que Boluarte fue una pieza elemental en el golpe legislativo contra el líder
sindical.
Desde entonces, la represión contra el movimiento
popular no ha cesado. En distintos mensajes, Boluarte ha dejado claro que no
convocará a elecciones anticipadas ni mucho menos entregará la iniciativa
constituyente. La respuesta frente a las exigencias ciudadanas ha sido una
sola: escalar la violencia estatal y relacionar las manifestaciones con actos
supuestamente terroristas. Para esto, ha tenido que revivir el fantasma de
Sendero Luminoso.
Las consecuencias de este discurso han sido sumamente
trágicas: en menos de 57 días de gobierno, la Defensoría del Pueblo y
Organizaciones de Derechos Humanos informan la muerte de más de 56 personas en
el marco de las protestas y movilizaciones. Al respecto, vale la pena
preguntarse: ¿Cuáles son los posibles desenlaces de esta crisis? ¿Cómo se
fabricó el golpe institucional contra Castillo? ¿Cuál es la reacción del bloque
progresista regional ante la suspensión de las formalidades democráticas en
Perú? ¿Podría representar este movimiento de lucha popular una salida a la
crisis prolongada del régimen político? Estos serán algunos de los
interrogantes que desarrollaremos, brevemente, en este artículo.
1. Fabricando la crisis: las derechas contra la
democracia
A inicios de diciembre del 2022, Pedro Castillo
informó, ante la opinión pública, su decisión de disolver el Congreso Nacional,
de reorganizar el sistema de justicia y de convocar elecciones para un Congreso
Constituyente. El débil anuncio del mandatario tenía un objetivo: frenar las
múltiples estrategias legislativas de la derecha en su contra. Sin embargo, el
anuncio estuvo lejos de lograrlo y, por el contrario, terminó dándole la
legitimidad necesaria a la derecha para atestar el golpe definitivo contra el
Gobierno.
Recordemos que, en un inicio, Pedro Castillo intenta ganar
gobernabilidad dentro de las bancadas del Congreso entregando cargos
ministeriales a fuerzas políticas de derecha y negociando ejes fundamentales de
su agenda de Gobierno. En buena medida, Castillo toma estas decisiones producto
de la debilidad interna de su partido (Perú Libre). Contrario a la experiencia
del MAS en Bolivia o, recientemente, del Pacto Histórico en Colombia, Castillo
gana la presidencia con una fuerza partidista con bastantes límites y sumamente
débil.
Puede decirse que la ausencia de un proyecto
partidista hegemónico se reemplaza por un juego de cuotas y repartos. Así
comenzó a andar el Gobierno de Castillo: entregando áreas estratégicas del
Estado a la derecha y distanciándose, cada vez más, del espectro de la
izquierda democrática. Esta estrategia terminó teniendo un efecto devastador en
el corto plazo: con puestos dentro del gabinete ministerial y con mayorías en
el Congreso, a la derecha se le facilitó el trabajo de debilitar al
gobierno.
Temas tan esenciales como la aprobación de la ley de
presupuestos fueron saboteados múltiples veces por la figura de vacancia que
promovió la derecha en el Congreso. Sin darse cuenta, Castillo le abrió la
puerta a los sectores más reaccionarios para que engendraran la crisis al
interior del Estado. El resultado no pudo ser otro: el Gobierno perdió el apoyo
político de la izquierda en el Congreso y terminó cargando con un enorme
desprestigio social.
De esta manera, Pedro Castillo renunciaría a un
proyecto abiertamente de izquierdas y popular por ganar cierto “equilibrio” con
las bancadas de derecha en el Congreso. La suma de estas contradicciones empujaría
al líder sindical al fracaso. El anuncio de disolver el Congreso solo fue el
último intento de encausar una gestión de baja intensidad, sin reformas y
envuelto en escándalos de corrupción.
2. La deriva autoritaria de Boluarte
La designación de Dina Boluarte, luego de la detención
de Pedro Castillo, parecía una medida constitucional y de consenso al interior
de las fuerzas políticas legislativas. En un inicio, se creyó que Boluarte
podría sortear la crisis por dos razones: primero, por su papel en la campaña
electoral con Castillo y su posterior función en la vicepresidencia; segundo,
por ser militante activa del partido de Gobierno (Perú Libre).
Sin embargo, estas dos “razones” se desmoronaron con
el paso de los días. El movimiento popular demostró en las calles que el
consenso que necesitaba el país no era entre las fuerzas partidistas o mediante
un pacto de élites que reconciliara al Gobierno con el Congreso. Por el contrario,
desde el primer día de movilizaciones, diversos sectores han exigido la
apertura de un proceso constituyente y la renuncia de la Junta Directiva del
Congreso.
Desde luego, ambas consignas redujeron el margen de
gobernabilidad de Dina Boluarte. En menos de una semana, el acuerdo entre las
fuerzas partidistas se fracturó, al igual que el supuesto apoyo social que
esperaba ganar Boluarte por su militancia en Perú Libre. En las calles se vivía
una realidad opuesta a la del parlamento: la salida de Castillo se interpretó
como un golpe a la soberanía popular y a la democracia.
En el caso del bloque progresista regional, el rechazo
a la deriva autoritaria de Boluarte no se hizo esperar. Gustavo Petro y Luis
Arce se han pronunciado, en diversas oportunidades, sobre la crisis de derechos
humanos en Perú. Los mandatarios han exigido a la OEA y a los organismos
multilaterales la aplicación de sanciones y medidas transitorias contra
Boluarte. De esta manera, el gobierno ha quedado aislado de la región, pero, al
mismo tiempo, vive un proceso desfavorable en la correlación de fuerzas internas.
No teniendo otra opción, Boluarte termina tomando el
camino de la represión. Al día de hoy, se informan, por parte de Defensoría del
Pueblo, la muerte de 54 personas durante las jornadas de protesta. Mientras
escala la violencia estatal contra el pueblo movilizado, el Congreso archiva,
por cuarta vez, la iniciativa de adelantar elecciones. Ambas situaciones
demuestran cuál es la verdadera base política del gobierno: las fuerzas
militares y la derecha.
Esto quiebra por completo el acuerdo básico de
cualquier democracia. Es decir, el sistema político representativo peruano no atiende
las exigencias de la Sociedad Civil movilizada. Por esta razón, las
organizaciones sociales y los movimientos populares han establecido un programa
de lucha bajo un propósito esencial: derribar el Gobierno, disolver el Congreso
Nacional e iniciar un proceso constituyente amplio, democrático y plural.
3. El marco de posibilidades del movimiento popular
Hasta aquí, se han descrito los rasgos elementales de
la crisis política peruana. Es importante, ahora, señalar algunas
consideraciones alrededor de las posibles salidas a la crisis institucional y
el marco de oportunidades del movimiento popular. En primer lugar, es clave
mencionar que la crisis por la que atraviesa Perú no puede reducirse a un
asunto meramente coyuntural, sino que hace parte de una crisis estructural del
régimen político.
Las contradicciones actuales que enfrenta el Gobierno
y el Congreso son, en sentido estricto, resultado de un largo período de crisis
estatal. Durante los últimos 20 años, el bloque político dominante peruano ha
dirigido el aparato de Estado sin realizar reformas favorables para las clases
trabajadoras y los sectores populares. Por otro lado, ha sido incapaz de
construir un acuerdo relativamente estable entre partidos políticos (entre
Gobierno – Congreso).
Los momentos de corta estabilidad se han logrado por
medio de acuerdos entre élites. Esto genera que gobiernos con base popular
(como el que, a pesar de todo, representaba Castillo) encuentren fuertes quiebres
en su relación con las mayorías legislativas en el Congreso. Ahora bien, la Sociedad
Civil no ha jugado un papel pasivo: ha respondido con ciclos de movilización,
sin embargo, no han logrado modificar la estructura del sistema representativo.
No obstante, a diferencia de anteriores años, el
actual proceso movilizatorio parece tener un programa de lucha consistente con
la situación política. Los sectores sociales han identificado en el cierre del
Congreso, en el llamado anticipado a elecciones y en la Asamblea Constituyente
la condición de posibilidad para resolver esta crisis estatal de larga duración.
Sin lugar a dudas, el proceso constituyente no solo
busca recomponer el pacto político de una sociedad fracturada por la represión
y las medidas de ajuste neoliberal, sino, también, avanzar en medidas que reduzcan
la enorme brecha de desigualdad social. De cierto modo, se asiste a un proceso
de movilización heterogéneo y abigarrado, pero con un anclaje estratégico en el
mejoramiento de la condición de vida y en la superación del Estado neoliberal.
La situación de Perú puede compararse, de algún modo,
con el Ciclo Rebelde Boliviano. Luego de un largo periodo de inestabilidad y
crisis estatal (acompañado de reformas de corte neoliberal), en Bolivia se
vivió un ciclo de protestas populares contra el régimen político señorial. Las
manifestaciones y los procesos de organización popular lograron suspender,
temporalmente, las figuras de autoridad política, reivindicando la organización
comunitaria.
El desarrollo de los acontecimientos condujo a una
refundación del modelo de Estado. En esto fue clave la conducción hegemónica
del Movimiento Al Socialismo. Pues bien, Perú puede estar atravesando, en la
actualidad, por un ciclo de movilizaciones que, eventualmente, pueden
desestabilizar al régimen y suspender sus figuras de autoridad. Sin embargo, al
igual que en Bolivia, el movimiento tendrá que enfrentarse al reto de construir
una dirección popular del proceso constituyente.
En conclusión, es probable que el movimiento popular
logre derrotar en las calles al Gobierno. Aún así, la disputa fundamental está
en la dirección del proceso constituyente, por encima, incluso, de unas
posibles elecciones presidenciales. A diferencia de la Convención
Constitucional en Chile, el pueblo peruano debe preparar, en el seno de la
sociedad civil, las contradicciones y la lucha ideológica que un nuevo pacto
constituyente crea. Es el pueblo el encargado de avanzar en este proceso de
transición constitucional.
Seguramente, encontrarán en el corto o mediano plazo un relativo reflujo movilizatorio. A pesar de esto, no se puede descartar un golpe certero contra el Régimen, el Congreso y el Gobierno. Durante estas semanas, el movimiento popular peruano libra una batalla estratégica para la región. Las movilizaciones que se desarrollan no hacen más que demostrar que cada crisis del Estado capitalista representa una oportunidad de cambio para los de abajo.
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