Por: Santiago Pulido Ruiz


Conforme se acerca el día uno de gobierno, el Pacto Histórico parece encontrarse, de manera más frecuente, con sus contradicciones naturales. Recientemente, en círculos de izquierda se discute el sentido estratégico del denominado “Frente Amplio” que ha propuesto el presidente Gustavo Petro como táctica de gobernabilidad política. En principio, la idea del Frente Amplio supone un acuerdo interpartidista en torno a la aprobación parlamentaria de las reformas. 

Es decir, tiene un fin esencialmente instrumental: espera construir un acuerdo fundamental entre fuerzas progresistas, de izquierdas y sectores de centro y derecha moderada en el marco legislativo. Algunos de los principales líderes del Pacto Histórico, entre ellos Petro, han asegurado que el Frente Amplio busca ganar mayorías institucionales. Sin embargo, queda un sinsabor en el ambiente político de izquierdas. Algunos sectores manifiestan sentirse desplazados, otros aseguran que, poco a poco, se entrega la iniciativa política a las fuerzas tradicionales de derecha.

Entre tanto, el gobierno insiste que la estrategia del Frente Amplio hace parte de un extenso repertorio de acciones y solo es una opción entre muchas otras. Puestos ante tal escenario, nos interesa reflexionar alrededor de este “problema”: ¿se trata de una concesión del gobierno a la derecha tradicional? ¿Cómo actuar estratégicamente -las fuerzas de izquierdas y progresistas- al interior de dicho Frente Amplio? ¿Cómo ir más allá del Frente Amplio e inaugurar una estrategia de Frente Popular?

En primer lugar, se debe reconocer que la naturaleza política del Pacto Histórico, hoy gobierno, ha estado inclinada siempre a este tipo de alianzas policlasistas, interpartidistas y de mayorías institucionales. Es decir, el Pacto Histórico, desde su origen, ha sido un proyecto fundamentalmente institucional, que busca, a toda costa, obtener lo que algunos pensadores neoliberales denominan “gobernabilidad” política. Así que no se trata, necesariamente, de una concesión absoluta a la derecha, sino de una estrategia de acuerdo. La  eventual transformación o transición de Pacto Histórico a Frente Amplio (si es que acaso se llega a presentar) no solo es una decisión esperable, sino una expresión “natural” de los propósitos políticos del ejecutivo.  

La misma composición social y política de la coalición, los objetivos reformistas que guían la agenda del gobierno, su visión sobre la política son elementos que explican, casi que por sí solos, ese tipo de decisiones. De modo tal que la discusión hoy no tiene que ver si el Frente Amplio es o no la “verdadera” estrategia de cambio o transformación. Por el contrario, se debe partir de que es una decisión de gobierno que, dentro de la autonomía relativa que reclama el ejercicio del poder político, ha emprendido como instrumento de garantía de aprobación de las reformas.

De hecho, pensando en las críticas de algunos sectores de izquierda, es importante recordar que el voto con independencia política representa, en realidad, una independencia bilateral: tanto del elector como del gobierno. Es decir, cuando se vota reclamando una cierta independencia de las decisiones de gobierno, no solo se reclama autonomía para las organizaciones y movimientos de base, sino que también se otorga un relativo margen de independencia y maniobra a ese gobierno.

Por tanto, la discusión debe estar situada en otra dirección: cómo actuar estratégicamente dentro de dicho Frente Amplio con miras a la construcción de un Frente Popular. Considero que los sectores políticos y sociales comprometidos no solo con las reformas progresistas (Reforma tributaria, pensional, educativa, agraria y salud), sino, además, con la reforma estatal y la profundización democrática debemos ganar la iniciativa política en dicho escenario.

Algunos teóricos de izquierdas señalan como ejemplo de construcción hegemónica el proyecto político de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Con su lema “There is no alternative” (no hay alternativa), la dama de hierro no solo obligó (en el sentido hegemónico del término) al establecimiento inglés, sino también a las izquierdas a hablar en sus términos, a discutir y aprobar su agenda y a reflexionar sobre la política nacional en un sentido thatcherista. En otras palabras, el sentido común se transformó en un sentido neoliberal-reaccionario. 

Pues bien, en el caso del Frente Amplio en Colombia la izquierda debe construir hegemonía en un sentido inverso: es decir, transformar el sentido común en un sentido progresista y democrático. De alguna manera, esto se logrará con dos compromisos puntuales: primero, con la aprobación parlamentaria de las reformas y, segundo, mediante el trabajo ideológico expansivo. La única forma de que el Frente Amplio tenga sentido es que estas dos condiciones se logren. El medidor de la efectividad de dicho frente se reflejará en la lógica parlamentaria. Sin embargo, esta garantía de efectividad debe ir acompañada de un trabajo ideológico en el plano de la Sociedad Civil.

Una de las tantas tareas de la izquierda consiste, entonces, en construir marcos de referencia mediante los cuales las clases trabajadoras, los sectores populares, los abuelos y las madres cuidadoras se identifiquen con las reformas progresistas, es decir, que el núcleo de lo popular haga propias tales conquistas. Deben transformarse los esfuerzos político-institucionales en conquistas sociales: las clases trabajadoras y populares deben hacer de las reformas su principal interés de lucha.

Del otro lado, la izquierda debe ayudar en el proceso de auto-organización popular, sin cooptar, claro está, tales procesos. La suma de estas dos tareas (ideológica y político-organizativa) tiene un resultado retroactivo para la experiencia de gobierno: el proyecto político mantiene su consistencia en la medida que logre hacer de su gobierno una identidad popular, una conquista del pueblo.

De tal manera que los esfuerzos por construir mayorías parlamentarias, de crear un nuevo clima político poco servirán si no se "engendra" tal ambiente en el ámbito de la Sociedad Civil. La izquierda institucional debe ser, en tal sentido, la correa de transmisión entre el Estado y la Sociedad Civil. Actuar estratégicamente es, entonces, recuperar y mantener la iniciativa política. El Frente Amplio debe pensarse como un campo en disputa y, desde luego, hegemonizable. Abandonarlo implicaría ceder espacio a la derecha que ha demostrado ser bastante hábil a la hora de reencaucharse.

Pocas veces un Frente Amplio conduce a un Frente Popular, pero esta no es razón para no intentarlo. Los grandes propósitos, en ciertas ocasiones, llegan por vías demasiado estrechas, no obstante, la responsabilidad hoy de la izquierda es mayor a la de hace una década: conducir y dirigir el proceso de transformaciones. Debemos no solo gestionar la aprobación de las reformas, sino sembrar el hambre de mayores y más profundas conquistas en el campo popular.   

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