Por: Héctor Valencia 


La primera vuelta presidencial en Colombia representó, sin duda, un gran cambio en el escenario político y electoral. Durante décadas los partidos tradicionales que constituyeron el Frente Nacional (Liberales y Conservadores) se habían repartido cínicamente el poder político. Más recientemente, el uribismo y el santismo habían acaparado el espacio electoral creando un antagonismo ficticio que impedía la emergencia de tercerías políticas. Estas tercerías no habían logrado un triunfo similar al obtenido por Gustavo Petro y Francia Márquez desde el robo de las elecciones al General Pinilla en 1970.[1]


Casi 50 años después, el campo democrático ha logrado recomponerse y abrir nuevos espacios de participación. Este realinderamiento político se ha logrado gracias a la constante movilización de las nuevas ciudadanías (pueblo trabajador, mujeres, indígenas, estudiantes y campesinos), además de innumerables conquistas institucionales iniciadas con la desmovilización del M19, la Asamblea Constituyente de 1991 y los recientes acuerdos de La Habana.


En su conjunto, el reciente despertar popular ha provocado que ni el uribismo ni el santismo hayan podido movilizar a la gran mayoría nacional durante las últimas elecciones. Lo cual significa, a su vez, que la clase dirigente oligarca ya no detenta la hegemonía política, cultural e institucional. En este sentido, la victoria del pueblo colombiano ha sido contundente, histórica y heroica.   


Si bien la victoria del Pacto Histórico en cabeza de la dupla Petro-Márquez canalizó gran parte de la emergencia y despertar popular, es necesario analizar el nuevo escenario político determinado por la aparición de Rodolfo Hernández. 


Este último es el resultado lógico del vacío político dejado por el uribismo-santismo. Hernández no es más que un artificio y una ilusión transitoria creado por el establecimiento que se encuentra actualmente acéfalo.


Por eso, los poderes mediáticos y económicos se han esforzado impotentemente en darle continuidad a la vieja hegemonía. Usan el mismo vocabulario, etiquetas y estrategias que, sin darse cuenta, ya no tienen el mismo poder simbólico de antes.


En un intento desesperado por recuperar notoriedad, se observó cómo el uribismo se volcó completamente a ocupar posiciones al interior de la campaña de Rodolfo. De la misma manera figuras del centro político como Fajardo o Robledo se empeñaron fallidamente en participar de esta ilusión.  


Ambos grupos políticos se toparon con una “piñata vacía”, es decir, una campaña política con mucha parafernalia, pero pocas ideas claras, concretas y realistas.  Por ello, dudan, especulan, titubean y se comportan erráticamente. Oscilan entre un apoyo decidido y una distancia crítica. Entre un voto desesperado y un deseo de “mermelada”.


Igualmente, miles de sus votantes se encontraron desilusionados y arrepentidos al darse cuenta de que fueron engañados por una ficción creada mediáticamente para canalizar, capturar y conjurar la insatisfacción ciudadana. Aquí reside su peligrosidad.


Mediáticamente el establecimiento ha querido vender un injerto de liberalismo, conservadurismo y progresismo como una posible solución a los graves problemas sociales del país. Pero este tipo de “Frankenstein” tienen usualmente un periodo de vida corto, pues una vez en el poder gobiernan igual o peor que la derecha tradicional. Trump, Bukele, Bolsonaro y Boris Johnson son algunos ejemplos de este artificio.


Por otro lado, vale la pena señalar que dicho injerto ha sido igualmente construido por los intereses norteamericanos, ya que Colombia ha sido durante décadas un satélite importante en su política de dominación imperial en el cono sur. Esto explicaría por qué en plenas elecciones presidenciales Hernández haya decidido pasar una semana en Miami, bastión de la extrema derecha continental.  Allí se reunió con Jaime Bayly reconocido y reputado agitador de la extrema derecha latinoamericana, en cuya entrevista no disimuló en utilizar el vocabulario uribista para estigmatizar a su contrincante. Igualmente se sentó en la misma mesa con los coordinadores de la campaña del Centro Democrático y Fico en USA, en donde claramente se reconoció su desconocimiento de las necesidades del pueblo migrante. Incluso, ignoraba completamente la existencia de una Curul en la Cámara de Representantes destinada a la colombianidad residente en el exterior.[2]


En relación con este último punto, la peligrosidad de una posible presidencia de Hernández reside no solo en su grotesco y repulsivo comportamiento hacia las mujeres, maestros, estudiantes y pobres del país, sino también en sus propuestas políticas que buscan despojar de derechos civiles y políticos a millones de colombianos y colombianas que residen en el exterior. 


Al respecto, Rodolfo Hernández planea cerrar más de 27 Embajadas y Consulados colombianos en el mundo porque, a su juicio, son un premio a la corrupción y la “sinvergüencería”. Más allá de daño irreparable que esto causaría para la diplomacia colombiana, es evidente que el candidato desconoce las realidades y necesidades de más de 5 millones de colombianos residentes en el exterior.


Miles de compatriotas tienen que desplazarse horas y horas en bus, avión o tren a los Consulados y Embajadas de su país de residencia para realizar trámites civiles (divorcios, autenticaciones, poderes, apostillas, legalizaciones, etc). También es conocida la dificultad que la población migrante tiene para ejercer el derecho al voto y participar en la construcción colectiva de los destinos de la República.


Al cerrar estos espacios, la población migrante colombiana no podría ejercer sus derechos civiles y políticos, lo cual sería una vulneración flagrante a los derechos fundamentales de una población que representa el 10% de la población colombiana. En otras palabras, la colombianidad residente en exterior perdería su ciudadanía, pues el vínculo institucional y político que los une con al Republica Colombiana sería confiscado.


Esta forma de invisibilización, humillación y despojo de derechos perpetrado a la población migrante colombiana podría igualmente ser aplicada a otros grupos poblacionales en Colombia. Algo similar podría ocurrir con los derechos conquistados por las mujeres, el estudiantado, el pueblo trabajados, los defensores y defensoras del medio ambiente, entre otros. Al ser un Frankenstein político, su liderazgo político estarían caracterizado por la inestabilidad institucional, los conflictos sociales, la pérdida de reputación internacional y, lo peor, el “reencauche” del uribismo y su fuerza política.


Por todo lo anterior, es importante que la colombianidad residente en el exterior se tome la tarea de analizar las propuestas presidenciales e identificar lo que más le conviene como ciudadano y ciudadana. Esa decisión debe estar guiada por los intereses individuales, familiares y grupales que, como población migrante, nos caracteriza. Uno de los intereses más importantes para la población migrante es mantener intacto el vínculo institucional que nos une con la República de Colombia. Si perdemos este vínculo, nos convertiríamos en individuos sin nacionalidad, sin derechos, sin voz y voto.


#DiásporaEnResistencia


[1] Tal como lo señala Olga González en: https://lalineadelmedio.com/la-evolucion-del-progresismo-frente-al-resultado-de-rodolfo-hernandez/?fbclid=IwAR0FIYjs-cfjkrh5MHxbzZ0AjWqR_EXDkOPtm3VEEKm-inH3OW9vphWbtUc#google_vignette  

 

[2] Ver en: https://twitter.com/Betocoralg/status/1535940650352398337?s=20&t=PaavpM3H6mUmTtzc-RX45w

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