Por: Santiago Pulido Ruiz
Es sabido que la obra de Marx, en su última etapa de
vida, presentó múltiples modificaciones y transformaciones a raíz de ciertos
problemas de salud que afligieron al revolucionario alemán hasta sus últimos
días de vida. Román Rodolsky, Ernest Mandel y Marcello Musto (comentaristas
rigurosos de la obra de Marx) coinciden en afirmar que El Capital, obra insigne del filósofo alemán, tuvo alrededor de
catorce modificaciones entre septiembre de 1857 y abril de 1868. El plan original
de El Capital, que prometía abordar
una serie de temas de altísima importancia para describir no solo las condiciones
económicas de reproducción del capitalismo sino también las condiciones de
posibilidad alternativas a él, quedó reducido a unos cuantos ejes desarrollados
en vida de Marx. Entre algunos de los temas que pretendían ser explicados por
el economista alemán se destacan: un volumen sobre el Estado, un volumen sobre
el comercio internacional y un volumen sobre el mercado mundial y las crisis.
Sin embargo, la última etapa de vida de Marx, atravesada
por la pobreza y la enfermedad, impidieron al genio de Tréveris avanzar en este
ambicioso programa y afrenta intelectual de la cual, aseguraba, la burguesía no
podría recomponerse. El tema del Estado ha sido, particularmente, uno de los
componentes que han tomado los intelectuales liberales para asegurar que no
existe una teoría marxista del Estado. Ante la ausencia de un volumen dedicado
estrictamente al Estado y las instituciones políticas burguesas, se ha acusado
a Marx de componer una estrategia revolucionaria sin política, pues, según algunos ideólogos liberales y
burgueses, las contradicciones económicas jugarían una suerte de
determinación y configuración virtual-mecánica del sujeto revolucionario en el
marxismo. Es decir: el sujeto revolucionario solo emerge o se constituye en
situaciones excepcionales donde las contradicciones y crisis propias del
capitalismo se vuelven insostenibles. El socialismo sería, desde esta
perspectiva, una inevitabilidad histórica.
En esta dirección avanza la tesis de Norberto Bobbio
quien, al descubrir estos “pendientes” en la obra de Marx, acusa al marxismo de
carecer de una teoría del derecho y de las instituciones
político-representativas del Estado capitalista. Para Bobbio, el marxismo -como
teoría y proyecto político- fracasó en el momento que “sometió” su estrategia
revolucionaria a la dictadura del proletariado, pues, con esto, “rechazó”
los principios reguladores (normativos y jurídicos) de la vida democrática en
el socialismo. El filósofo italiano consideraba que la teoría marxista de la
revolución era, en realidad, una teoría de la extinción del derecho, del Estado
y de la política. El marxismo era, en sus palabras, una “utopía al revés”.
Marx habría confundido, en ese sentido, política, derecho
y Estado. Estas tres esferas no tendrían, según Bobbio, autonomía alguna en el
pensamiento y proyecto político de Marx y solo serían instrumentos que garantizarían
el dominio de las clases capitalistas. Es decir, Bobbio adjudica, injustamente,
a Marx la idea de una relación indisociable entre Estado-Derecho-Política que
tendría la específica función de garantizar el dominio de las clases dominantes
y la reproducción de las condiciones de acumulación de capital. Sostiene
Bobbio, por esa vía, que toda la estrategia política del marxismo tiende o
conduce a un propósito de extinción de la figura estatal, del derecho y, en
últimas, de la política.
Para hacer efectiva tal extinción, continua el italiano,
el marxismo propone un acto o una estrategia revolucionaria que no es en sí ni política
ni democrática, a saber, la instauración
de la dictadura del proletariado. La revolución surgiría, desde ese punto
de vista, por suerte de un golpe accidental donde las clases trabajadoras, al
identificar las contradicciones en el plano productivo, irían a la lucha de
clases, tomarían el control de los medios de producción y, por esa vía,
democratizarían el poder político y el control del Estado. En otras palabras,
las clases trabajadoras encuentran en una situación revolucionaria y excepcional
la oportunidad de asaltar y destruir el Estado, dando vuelta, así, a la
relación de dominio entre clases sociales.
Bien podría preguntarse: pero, por qué todo este proceso
no podría atribuírsele un carácter político si, finalmente, sitúa la conquista
del poder político y la conversión del dominio por parte de las clases
trabajadoras y los sectores populares. La respuesta es un tanto sencilla: no
podría tener un sentido político porque es una “revolución” que, de principio a
fin, descarta el componente de la hegemonía, el eje de la lucha de clases y la
acción política consciente. Es un resultado en el que no se distingue un
proceso de autoorganización popular de cara a la lucha de clases y, todavía
menos, un proceso de autoemancipación de las masas sociales, sino que es una
mera reacción, reflejo u oportunidad que se presenta en el marco de las
contradicciones en el plano del desarrollo de las fuerzas productivas. Esta es,
pues, la lectura que hace la burguesía y el pensamiento político liberal
(Bobbio en este caso) de las tesis de Marx. Sosteniendo, equivocadamente, que
Marx convierte el fin del capitalismo en un proceso de autodestrucción en el
que no media la lucha de clases ni la organización del proletariado y del campo
popular, sino que es resultado de la misma insostenibilidad de las
contradicciones y de las crisis, cada vez más agudas, del capitalismo.
No obstante, los intelectuales liberales no se quedan tan
solo en esto. Después de adjudicar, de manera equivocada, a Marx la tesis de
revolución como autodestrucción del capitalismo, se empeñan en desmentir lo que
ellos mismos han tergiversado, es decir, se empeñan en demostrar la capacidad
que tiene, supuestamente, el capitalismo de superar y sortear sus crisis, haciendo
de las relaciones capitalistas de producción un horizonte insuperable. Con la
supuesta “comprobación histórica” de que el capitalismo se autorreforma y se
sobrepone a las crisis, el liberalismo cree haber logrado refutar al Marx que
ellos mismos crearon y creen haber dejado encerrado al marxismo en un callejón
sin salida.
Sin embargo, cabe aclarar, es una encerrona en la que el
marxismo no ha movido siquiera una pieza en el juego. Es un “jaque-mate” en el que solo juegan los
intelectuales liberales y en el cual deben organizar su propia partida para creerse,
así, su mentira. La realidad es una: fue la malinterpretación liberal-burguesa
la que despolitizó los análisis y trabajos de economía política de Marx. Fue
necesario, entonces, que la academia liberal y burguesa convirtiera a Marx en
un apologeta de la destrucción mecánica y fatalista del capitalismo para
ensombrecer, así, su idea de revolución como autoemancipación de los oprimidos
y, luego, “refutarlo” acusándolo de profeta del derrumbe súbito del
capitalismo.
En ese orden de ideas, Bobbio solo podría tener razón en
sus acusaciones a Marx si se acepta la achatada concepción de que el marxismo
define y entiende el Estado como un instrumento de dominación de una clase
social sobre otra (tesis sostenida en el Manifiesto
Comunista) o como el espacio político donde la “junta administrativa” de la
clase capitalista dirime sus contradicciones (sin afectar el acuerdo
fundamental de garantizar las relaciones sociales de producción) y gestiona la
explotación/dominación. Sin embargo, el marxismo ha elaborado algo más que una
teoría instrumentalista del Estado-guardián y, desde luego, lo de Bobbio no
sería más que una interpretación, adrede, sesgada y unilateral.
Veamos algunas consideraciones que refuerzan la tesis de
esta última afirmación: si bien es cierto que en Marx no hay una teoría
sistemática sobre el Estado (sobre todo por la ausencia del volumen de la
cuestión estatal), también es cierto que fue uno de los temas que abordó, de
manera diseminada, en varios de sus escritos políticos y periodísticos. Aspecto
que, por supuesto, ignoran deliberadamente los intelectuales del liberalismo y
la burguesía, entre ellos Norberto Bobbio. Por ejemplo, sostenía Marx en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
que, en determinadas circunstancias políticas y sociales, algunos fragmentos
organizados y articulados de la Sociedad Civil pueden encontrar en el Estado
una figura en la cual es posible institucionalizar conquistas, avances y proyectos
de gobierno favorables a las clases trabajadoras y los sectores populares. A
esta condición de apertura parcial y contingente del Estado y sus instituciones
la llamó autonomía relativa.
Para Marx, la autonomía
relativa representa una situación histórico-concreta de la lucha de clases
donde el Estado se expone, temporalmente, a reconfiguraciones político-institucionales
resultado de un proceso de movilización y organización de fragmentos populares
y subalternos. Esta situación permitiría construir, a juicio del filósofo
alemán, una correlación de fuerzas favorable al campo popular. En aquel texto,
Marx se preocupó, fundamentalmente, por indagar los procesos de articulación y
correlación de fuerzas políticas que explicaban el éxito del golpe de Estado de
diciembre de 1852 por parte de Luis Bonaparte.
No nos detendremos aquí en el análisis minucioso del Dieciocho Brumario, pero sí destacaremos
tres categorías de aquel texto que, en adelante, nutrirán toda una teoría de la
revolución en el marxismo como autoorganización popular y construcción de
hegemonía, a saber: la correlación de
fuerzas, la autonomía relativa del
Estado y la articulación de fuerzas.
Recordemos que estos tres conceptos resultan ser la piedra angular tanto de la
teoría de la hegemonía de Gramsci como, posteriormente, la teoría relacional
del Estado de Nicos Poulantzas, proporcionando, de ese modo, toda una serie de
reflexiones en torno a la apertura estatal y los procesos de transformación
social al interior del núcleo del Estado.
Para el caso del comunista italiano, la articulación y
correlación de fuerzas harían parte tanto de la lógica del análisis como de la
estrategia política revolucionaria. En Gramsci, esta doble perspectiva
configuraría, en suma, una teoría revolucionaria como construcción hegemónica
que implicaba, desde luego, negar el destino o derrumbe súbito del capitalismo
y, por el contrario, apostaba por organizar un proyecto revolucionario de mayorías
sociales que fuese capaz de imaginar y crear alternativas contrahegemónicas,
subalternas y populares al capitalismo. Por su parte, Nicos Poulantzas,
retomando la idea de autonomía relativa
de Marx, sostuvo una estrategia política gradual-pasiva al interior de las
instituciones del Estado, asegurando que la lucha de clases constituye al
Estado mismo y no se ubica en exterioridad a él. Entre Marx y Poulantzas hay,
sin embargo, una diferencia estratégica: mientras Marx ve la autonomía relativa
como una condición temporal y coyuntural del Estado capitalista, Poulantzas
convierte esta circunstancia en una condición permanente de la estructura
estatal.
Solo estas dos teorías darían elementos suficientes para refutar
parte del argumento de Norberto Bobbio. Primero, el marxismo, como se observó,
no hace vínculos indisociables y deterministas entre Estado-Derecho-Política,
es más, reconoce que, solo en determinadas ocasiones (cuando se activa la lucha
de clases y se organiza el proletariado), existe una autonomía relativa de
estas esferas, especialmente del Estado, en relación a la dominación de las
clases capitalistas. Segundo, la estrategia revolucionaria no tiene que ver con
actos no-democráticos y deterministas, sino con procesos permanentes de
organización y construcción hegemónica. De cierto modo, la idea de dictadura del proletariado (elemento de
crítica de Bobbio) nace o emerge en contextos de Estados autoritarios que viven
Marx, Engels, Lenin y Trostky. No se trata, pues, de un reduccionismo
abstracto, sino de la consecuencia política e histórica del orden político “natural”
con el que se enfrentan estos intelectuales cuando escriben sus respectivos
textos sobre el concepto de Estado y revolución.
No obstante, recordemos el énfasis que pone Marx en la
articulación de fuerzas políticas como factor explicativo del golpe de Estado
de Luis Bonaparte en 1852. Un apunte de Ernest Mandel refuerza esta tesis según
la cual la teoría marxista de la revolución nada tiene que ver con un
derrumbamiento automático del capitalismo sino, por el contrario, con una
teoría consciente del derrocamiento de la burguesía y del capitalismo.
“El crecimiento del proletariado,
de su explotación y de la revuelta organizada contra esa explotación son las
palancas principales para el derrocamiento del capitalismo. La centralización
de los medios de producción y la socialización objetiva del trabajo crean las
precondiciones económicas para una sociedad basada en la propiedad colectiva y
en una cooperación libre de los productores asociados. Pero no producen
automáticamente esa sociedad en un día universal de la victoria. Tienen que ser
utilizadas conscientemente, en momentos privilegiados de crisis sociales, para
alcanzar el derrocamiento revolucionario del sistema”
En este aspecto, parecen coincidir Ernest Mandel y
Michael Löwy a propósito de la idea marxista de revolución proletaria como
autoliberación de los trabajadores. Sostiene Löwy que la revolución proletaria
“debe ser la primera transformación consciente de la sociedad, el primer paso
en el “reino de la libertad”, el instante histórico en el que los individuos
hasta entonces objetos y productos de la Historia se ubican como sujetos y
productores (…) implica para él una «superación de sí» por medio de la toma de
consciencia y de la acción revolucionaria”
En la misma dirección, sugiere Ellen Meiksins Wood que Marx
se desmarca de manera radical de toda la teoría económica clásica que ve leyes
del movimiento capitalista a lo largo de toda la historia, convirtiendo, así,
la “sociedad comercial” en un destino prestablecido para la humanidad. “De
hecho, es la especificidad misma del capitalismo la que le permite [a Marx]
alumbrar las formas anteriores que remplazó, no por ser su resultado natural e inevitable
sino porque representa su alteridad histórica”
En conclusión, la teoría de la revolución de Marx libera
la historia y la acción política colectiva y revolucionaria de la mano muerta
de la ideología capitalista y burguesa y, por el contrario, enfatiza en la
especificidad tanto del modo de producción capitalista, del Estado burgués y de
su correlato en la lucha de clases. “Si concebimos el socialismo no como un telos de un determinismo tecnológico
universal sino como el producto histórico del capitalismo y el resultado de una
lucha en contra de la explotación capitalista, esto no nos obliga abandonar la
universalidad del proyecto socialista”
La teoría marxista de la revolución es, en el sentido que
hemos tratado aquí de defender, histórica y no-determinista. Fue Marx
especialmente quien se concentró gran parte de su vida en descifrar la
especificidad histórica de los procesos de producción económica (objeto de
estudio de Los Grundrisse y El Capital) y de los procesos de
revuelta social y política (objeto de estudio de La lucha de clases en Francia y El
Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte). “El resultado final para un
materialismo histórico[, en ese orden de ideas,] no es alguna «base» económica descarnada ni una «estructura» sino la «actividad práctica»”
* Artículo publicado, originalmente, en la revista Jacobin América Latina.
Bibliografía
Löwy, M. (2014). La Teoría de la Revolución en el
Joven Marx. Bogotá, D.C, Colombia : Ocean Sur - Ediciones Izquierda Viva.
Mandel,
E. (2015). El Capital. La controversia en torno a la obra de Carlos Marx.
Colombia: Ocean Sur - Ediciones Izquierda Viva.
Wood,
E. M. (2018). El materialismo histórico en "Formas que preceden a la
producción capitalista". En M. M. [editor], Los Grundrisse de Karl
Marx (págs. 153-168). Bogotá, D.C., Colombia : Fondo de Cultura Económica
- Universidad Nacional de Colombia .
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