“Aprendemos, ni por primera ni por última vez, que resulta una tarea desagradecida y terriblemente larga intentar influir en el curso de la historia por medio de pequeños movimientos desde abajo. Con todo, tales posiciones minoritarias, a lo largo de gran parte de la historia humana registrada, han sido los únicos lugares honorables donde estar; tampoco fracasan siempre a largo plazo” E.P. Thompson, Powers and Names


Por: Santiago Pulido Ruiz y Daniel Felipe Barrera 


El crecimiento electoral del Pacto Histórico en Colombia ha demostrado que la vida política nacional atraviesa por un interesante giro ideológico y una importante reconfiguración de la correlación de fuerzas. Ha sido tal la avanzada del progresismo (que se consolida tras los resultados electorales de las legislativas del 13 de marzo) que amplios sectores de izquierda, históricamente abstencionistas en el ámbito electoral, se han visto obligados a salir a las calles a apoyar críticamente al progresismo y han recobrado, con esto, fuerzas para un nuevo momento de la lucha de clases. Todo esto parece elevar el optimismo no solo de la izquierda institucional, sino también de las mayorías sociales y de los sectores populares, sin embargo, vale la pena preguntarse: en esta coyuntura, cuál es el papel que pueden jugar los sectores socialistas y revolucionarios en el proyecto político del Pacto Histórico (tanto en la etapa de campaña como en un posible gobierno progresista).


Este artículo, más que intentar dar respuestas definitivas o determinar cuál es la “verdadera” estrategia revolucionaria, pretende brindar algunas consideraciones a partir de las cuales los movimientos socialistas puedan encontrarse y redefinir su horizonte revolucionario. Es, en ese sentido, una invitación al encuentro, al debate y a la construcción de nuevas respuestas para viejos y actuales problemas. Empecemos por partes. Consideramos que hay que partir de un aspecto puntual: el Pacto Histórico, con Gustavo Petro como líder, es hoy el sector político de izquierda con mayores posibilidades de conquistar el poder de Estado y avanzar en importantes reformas institucionales para las clases trabajadoras y el campo popular.


Aunque los sectores revolucionarios seamos conscientes de que estas reformas apenas afectan el sistema de desigualdad social del país, también somos conscientes de que son estas propuestas de reforma las que han reorganizado el imaginario político nacional y han conquistado el apoyo de las mayorías sociales. Sería absurdo, entonces, dar la espalda a este nuevo momento de la política nacional y a esta nueva propuesta de nación que, aunque limitada, abre nuevas oportunidades y perspectivas para la izquierda socialista.


Es decir, es hoy el progresismo, en particular el Pacto Histórico, quien lleva la iniciativa política acompañado, desde luego, por un importantísimo voto de opinión. Hacer abstracción de esta nueva configuración política es hacer abstracción, en gran medida, del nuevo curso de la lucha de clases o por lo menos de su expresión coyuntural. Sería ingenuo proponer hoy, desde la perspectiva socialista, una contradicción entre reforma o revolución como lectura del momento político. Los socialistas, por el contrario, debemos reconocer que la derecha y los sectores reaccionarios se han coaligado en torno a la contrarreforma y que, por su parte, son los movimientos de avanzada progresista y los sectores socialistas críticos los que siguen abanderando el programa de reformas. Resguardar (e intentar ganar terreno en) las reformas es una actitud, pues, de sensatez por parte de los movimientos revolucionarios. 


Hoy, el movimiento socialista debe concebir un tipo de reforma que no se limite al orden vigente, sino que, más bien, busque adelantar reformas estructurales con perspectiva anti-sistémica o, en términos de André Gorz, “una reforma no reformista” que no quede circunscrita a la mera negociación con el Estado demo-burgués, sino que avance, decididamente, hacía el socavamiento del régimen neoliberal y su lógica de acumulación. Ya lo decía Lenin, las reformas son demasiado importantes para dejárselas a los reformistas.


Una política revolucionaria debe acompañar, en ese orden de ideas, el impulso popular que ha rodeado al Pacto Histórico, por lo tanto, debe blindar esos avances en términos de reforma y política de asistencia social. Sin embargo, la estrategia socialista no debe reducirse a la simple gestión (gobernabilidad) de estos proyectos progresistas. A nuestro juicio, el movimiento socialista en Colombia debe movilizarse, votar y apoyar en campaña al Pacto Histórico, esto permitirá echar al bloque reaccionario, pero, al mismo tiempo, debe militar para reorganizar una izquierda distinta. Sin hacer de la necesidad virtud y sin hacerse trampas, la consigna general debe ser una: ¡voto crítico al Pacto Histórico, movilización en apoyo a la reforma y reorganización del movimiento socialista nacional! 


Hasta el momento, es claro que el avance del progresismo representa, hasta cierto punto, un avance también para los proyectos revolucionarios y populares. Es innegable, por ejemplo, que un eventual gobierno progresista (Petro-Francia) constituye un nuevo momento democrático y una nueva situación política favorable a la izquierda revolucionaria. Ahora bien, la reorganización de esa nueva izquierda socialista, aunque parta seguramente de una posición minoritaria, debe proponerse no la gestión de lo establecido sino la transformación y ruptura radical con el actual sistema económico y con el actual régimen político. Tal reorganización deberá darse, entonces, en clave popular y democrática, desmarcándose de la reproducción de las élites políticas dominantes y de su programa oligárquico-dependiente.


Ganarle el pulso electoral a la derecha es clave y, por ende, es una de las tareas urgentes (más no la única) de los y las socialistas. No obstante, sabemos que eso no necesariamente implica una fractura o ruptura radical con el neoliberalismo ni tampoco representa una garantía de una política transformadora desde el Estado. Así las cosas, los sectores socialistas debemos trabajar con paciencia para conformar esa fuerza política y social revolucionaria. Sin resignaciones, sin conciliar nuestros sueños y expectativas con lo establecido, debemos avanzar en la articulación, primero, de los sectores socialistas y, luego, en la conformación de una nueva fuerza nacional revolucionaria que esté a la altura de un proyecto político-electoral de mayorías sociales.


La tarea de construir un horizonte auténticamente socialista pasa por construir una nueva relación entre Estado - Sociedad Civil, una relación activa entre ambas partes, que recupere la soberanía política para los de abajo y sostenga en su seno una impugnación diametral al patrón y régimen de acumulación neoliberal. La Sociedad Civil debe jugar, en ese sentido, el papel de fragmento social crítico y movilizado contra el orden social existente, es decir, contra el régimen de Estado que ha construido en más de 20 años el uribismo. Nuestros pueblos han reclamado, bajo este propósito, democracia más allá y más acá del Estado.


Consideramos, al respecto, que es progresivo –políticamente hablando- tener claro que la naturaleza del Pacto Histórico es de alianza y estrategia electoral. No se le puede exigir algo distinto a lo que no es. Tal apoyo que los socialistas pretendan brindar a la campaña del Pacto Histórico debe partir del hecho de que esta coalición no está interesada en hacer crecer la movilización social y que su interés único es el desarrollo de reformas por la vía parlamentaria. De tal manera que los sectores socialistas, que no tendrán participación alguna en la dirección o burocracia del Estado-Gobierno, deben construir las alternativas anticapitalistas y populares en el plano de la Sociedad Civil. El nuevo ciclo que seguramente abrirá el progresismo, de ganar en primera o segunda vuelta, debe ser el cultivo de nuevas formas auto-organizativas populares y del fortalecimiento del movimiento social.


En las mediaciones que nazcan de este nuevo proyecto político progresista, la izquierda socialista podrá radicalizar socialmente el programa anticapitalista que timonea Francia Márquez, formula vicepresidencial de Gustavo Petro. Sin embargo, también debemos ser parte de la preparación del conflicto institucional mediante el cual el progresismo espera contener la contraofensiva de la derecha. Dicho de otro modo, los socialistas tenemos un doble compromiso: por un lado, defender los avances de la clase trabajadora en la experiencia institucional progresista y, por otro lado, leer el momento político, reorganizar una izquierda distinta y, a la vez, reconocer y apoyar la agencia de las masas populares. De allí puede surgir una izquierda fuerte política, social y electoralmente.


Pero no todo es revolución pasiva. Seguramente, el progresismo tropezará con los límites del Estado capitalista, con la contraofensiva de los sectores de derecha y los empresarios. Como también traerá nuevos aires para el campo popular. Entre tanto, los socialistas y revolucionarios debemos seguir insistiendo en el proyecto del pensamiento crítico latinoamericano de Mariátegui, Zavaleta Mercado, García Nossa y muchos otros: “la naturaleza de la transformación social latinoamericana no será “modernizadora” en el sentido de alcanzar un desarrollo capitalista perdido. Por el contrario, toda reforma moral e intelectual en América Latina requiere de una transformación socialista que acabe con la dominación y explotación capitalista (tesis contraria, a todas luces, a la del progresismo desarrollista)”. Es tal el horizonte que puede inaugurarse. 

1 Comentarios

  1. Interesantisimo estar ahí en primer lugar,y en segundo lugar construir y consolidar a través de una estrategia unitaria de izquierda una corriente revolucionaria anticapitalista que a mediano plazo o sea alternativa de poder.

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