Por: Santiago Pulido Ruiz

Atilio Borón hace parte del conjunto de autores latinoamericanos que han reflexionado sobre el Estado y la Sociedad Civil a partir del estudio del capitalismo contemporáneo y del proceso de apertura democrática. Dos propósitos componen este artículo: primero, caracterizar el Estado desde la idea de autonomía relativa y desde el análisis marxista multidimensional. Segundo, esbozar las nuevas formas de relacionamiento entre Estado y Sociedad Civil en América Latina a partir de la transición democrática de los años 80’.

En primer lugar, el politólogo argentino afirma que hay un cierto olvido de la autonomía relativa del Estado en la teoría política marxista y en la teoría política liberal. En Estadolatría y teorías estadocéntricas (2003), Borón sostiene que tanto el pensamiento político liberal como el marxismo “instrumentalista” de la Segunda Internacional y Tercera Internacional anularon, conceptual y estratégicamente, la iniciativa autónoma del Estado o su autonomía relativa.

Para el caso de “la ciencia política de inspiración liberal los vínculos entre estado y sociedad fueron disueltos” (Borón, 2003, pág. 270) bajo la imagen de un ciudadano que actúa en un campo político-institucional “neutral”. Comenta Borón que, bajo la escisión entre Estado y Sociedad Civil del liberalismo, la explotación capitalista avanza sin tropiezo, pues “se ampara en la falsa neutralidad de un Estado que, “dejando hacer” y absteniéndose de “intervenir”… logra viabilizar el programa político que interesa a los capitalistas” (Borón, 2003, pág. 155). En la otra orilla, el marxismo “instrumentalista” convirtió al Estado en la herramienta por excelencia de la dominación de clase. El Estado y la vida política serían, desde esa perspectiva, el reflejo de las contradicciones en el plano de las fuerzas productivas, “clausurando [de ese modo] la posibilidad de recuperar la dialéctica complejidad de los nexos [e interdependencias] entre economía y política” (Borón, 2003, pág. 270).

Es decir, tanto el liberalismo como el marxismo “instrumentalista” redujeron el papel del Estado y la Sociedad Civil a sus mínimas contradicciones. El primero creyó ver en el Estado un aparato “neutral” y técnico de administración de los asuntos comunes[1], mientras la Sociedad Civil fue interpretada como el espacio de “no interferencia” de lo estatal, caracterizada por la “libre” competencia de intereses y la ausencia de la diferencia entre clases sociales.

El liberalismo comprende la vida social como una amalgama de ordenes distintos e independientes que no guardan relación alguna, ni jerárquica ni estructural, con el Estado.


“En lugar de postular la determinación social de la conducta estatal, en la tradición liberal se habla de la relación entre estado y sociedad civil a partir de la noción de “representación”. La dominación clasista se diluye por completo, y en su reemplazo aparece la representación de los intereses sociales en el seno del estado” (Borón, 2003, pág. 273). 

Por su parte, el marxismo vio en el Estado la representación de las clases dominantes y el instrumento garante del régimen de clases. El Estado es, entonces, el garante de las condiciones de dominación y explotación en el capitalismo. La diferencia de clases será la clave de interpretación marxista para asignar los roles revolucionarios/reaccionarios dentro de la Sociedad Civil y excluir, de paso, la posibilidad de disputa al interior del Estado realmente existente.

A contrapelo del reduccionismo tanto del liberalismo como del marxismo “instrumentalista”, Borón propone cuatro condiciones características del fenómeno estatal. El Estado es:


“(a) un “pacto de dominación” mediante el cual una determinada alianza de clases construye un sistema hegemónico susceptible de generar un bloque histórico; (b) una institución dotada de sus correspondientes aparatos burocráticos y susceptible de transformarse, bajo determinadas circunstancias, en un “actor corporativo”; (c) un escenario de la lucha por el poder social, un terreno en el cual se dirimen los conflictos entre distintos proyectos sociales que definen un patrón de organización económica y social; y (d) el representante de los “intereses universales” de la sociedad, y en cuanto tal, la expresión orgánica de la comunidad nacional” (Borón, 2003, pág. 274) 

Borón plantea, con estas cuatro condiciones, un análisis multidimensional del Estado desde la perspectiva marxista. Para él, la capacidad y riqueza del pensamiento crítico se encuentra a la hora de diagnosticar las múltiples determinaciones concretas de la vida estatal. Sin embargo, el problema de la autonomía relativa del Estado “sólo tiene sentido dentro de un esquema analítico que asuma el carácter unitario y contradictorio de la realidad, esto es, dentro de un modelo de análisis dialéctico” (Borón, 2003, pág. 276)

Si se tiene en cuenta la condición (a), (b) y (c), el carácter clasista del Estado no depende de la procedencia social del grupo dirigente, se trata, más bien, de una estructura interna “del aparato estatal que, en su funcionamiento, pone en evidencia la selectividad clasista de sus políticas públicas, tanto por medio de aquellas afirmadas propositivamente como de las “no-políticas”, o de la política que se desprende de la inacción estatal” (Borón, 2003, pág. 277).

De cierto modo, Borón comparte la misma preocupación de Zavaleta Mercado respecto a la cualidad del Estado. Pues no es suficiente, para ambos autores, con la descripción de los procesos internos y el resultado de la correlación de fuerzas en el Estado. Desde luego, estos son componentes fundamentales en el análisis multidimensional, pero no constituyen sus elementos determinantes. Luego siempre será necesario identificar la cualidad del Estado, y esta no puede ser otra que su carácter de clase.

Se podría decir que el Estado clasista “se asienta en mecanismos estructurales que articulan y combinan –mediante compromisos siempre dificultosos y provisorios– las necesidades de la acumulación capitalista con los imperativos emanados de los intereses universales de la sociedad” (Borón, 2003, págs. 279, 280). No se trata, entonces, de un Estado utilizado por los capitalistas, sino de un Estado que es capitalista. Lo que implica conclusiones distintas.


“Estado y sociedad [según Borón], no pueden ser considerados como sectores aislados porque ni el primero puede ser plenamente comprendido sin su articulación con la segunda, ni ésta puede ser adecuadamente explicada por sí misma, apelando a la ficción de una sociedad “sin estado” que es tan fantasiosa como la imagen de un aparato estatal flotando por encima de la sociedad” (Borón, 2003, pág. 288). 

Esto requiere de un esquema dialéctico que vuelva a reconciliar los vínculos rotos por el liberalismo. Es inexplicable el Estado capitalista si no se dialectiza la relación entre Estado y Sociedad Civil, entre Economía y Política y se hacen de ellos vínculos complejos “no-lineales, no-mecánicos y no-deterministas que las funden en un todo orgánico” (Borón, 2003, pág. 289). Hasta aquí las consideraciones sobre Estado desde la idea de autonomía relativa.

Después de revisar la comprensión de Estado, es importante esbozar, como segundo objetivo, la forma específica de relacionamiento entre Estado y Sociedad Civil en el marco de la apertura democrática de los años 80’. Atilio Borón sugiere que la transición democrática en América Latina no fue exclusivamente un acuerdo entre élites por transformar los regímenes autoritarios de finales de década de los 70’, sino que también representó una “resurrección” de la Sociedad Civil que exigía, además de la institucionalización de reglas mínimas para el juego democrático, la transformación del orden social hacia una “buena sociedad”.

De algún modo, la refundación del orden democrático en América Latina implicaba, además de restructurar el régimen político, una apuesta por “la igualdad concreta de los productores y la libertad efectiva de los ciudadanos” (Borón, 2003, pág. 230). Desde luego, el segundo propósito sigue siendo una tarea inconclusa. Sin embargo, lo interesante de la transición democrática es la reactivación de la Sociedad Civil como esfera extraestatal que aspira, en determinadas coyunturas, a la transformación radical del orden político.

Precisamente, el doble cuestionamiento de los sectores populares movilizados parece obedecer a dicha aspiración: por un lado, cuestionaban el orden político dictatorial y la consecuente supresión de libertades formales y, por el otro, al sistema general de injusticias y desigualdades sociales producto del desarrollo capitalista dependiente. Entonces, lo fundamental de la transición democrática es que es el producto de luchas populares que, en su papel activo, cuestionaron “hasta qué punto puede progresar y consolidarse la democracia en un cuadro de inmiseración generalizada” (Borón, 2003, pág. 234).

La cuestión democrática, por ende, no solo se reducía a renovar las formas histórico-concretas del régimen político (aunque finalmente haya quedado reducido a eso), sino que interpeló directamente al Estado capitalista dependiente en cuanto a su incapacidad por proporcionar, simultáneamente, igualdad política y económica. Es decir, la transición de los años 80’ permitió articular demandas políticas y económicas bajo la bandera de la democracia como aquella “herramienta eficaz para asegurar la transformación social y la construcción de una “buena sociedad” (Borón, 2003, pág. 239).

En conclusión, la democracia en América Latina ha sido una conquista, principalmente, de los sectores populares y subalternos movilizados. Reflejo de la relación dialéctica, compleja y tensionante entre Estado y Sociedad Civil y producto de una:


“particular correlación de fuerzas que se verifi[ca] en distintos momentos de la vida nacional y, además, de la capacidad de las clases subalternas para cristalizar esos delicados e inestables equilibrios en un conjunto de instituciones político-estatales que garanticen eficazmente [su] perdurabilidad” (Borón, 2003, pág. 244). 

Para finalizar, a la pregunta qué hacer con el Estado, teniendo en cuenta los dos propósitos establecidos en este apartado, Borón dirá (en respuesta a las posturas de contrapoder) que, aunque se hable de “desestatización” o “descentramiento” del Estado, éste seguirá siendo el soporte fundamental de toda sociedad de clases. Es necesario realizar el examen preciso sobre su estructura y funcionamiento y contar “con estrategias adecuadas para enfrentarlo porque la realidad del poder no se disuelve en el aire diáfano de la mañana gracias a una apasionada invocación a las bondades del "antipoder" o del "contrapoder"” (Boron, 2003, pág. 12).


Bibliografía

Boron, A. (2003). "Contrapoder" y "antipoder". Notas sobre un extravío teórico-político en el pensamiento crítico contemporáneo. Chiapas N° 15, 143-162.

Borón, A. (2003). Estadolatría y teoría "estadocéntricas": notas sobre algunos análisis del Estado en el capitalismo contemporáneo. En A. Borón, Estado, capitalismo y democracia en América Latina (págs. 263-289). Buenos Aires, Argentina: CLACSO.

Borón, A. (2003). La transición hacia la democracia en América Latina: problemas y perspectivas . En A. Borón, Estado, capitalismo y democracia en América Latina (págs. 227-262). Buenos Aires, Argentina: CLACSO.

Borón, A. (2003). Mercado, Estado y Democracia. . En A. Borón, Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina (págs. 133-172). Buenos Aires, Argentina: CLACSO.

Boron, A., & Gladys, L. (2006). Introducción . En A. Boron, & L. Gladys, Política y movimientos sociales en un mundo hegemónico. Lecciones desde África, Asia y América Latina (págs. 11-34). Buenos Aires, Argentina: CLACSO.


[1] Esta es la razón por la cual Borón afirma que el liberalismo confunde, ramplonamente, gobierno con Estado. 


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