Comité editorial Militancia y Sociedad.

A partir de la idea de Consensualismo y Desposesión de los Cuerpos, Laura Quintana intenta abordar la crítica y conceptualización del consenso en el pensamiento de Jacques Rancière. Para esto sitúa la discusión en el marco del modelo de organización neoliberal, entablando un diálogo entre autores como David Harvey y Wendy Brown, en donde se evidenciará su intento por establecer una comprensión marxista y foucaultiana de los efectos estético-políticos impuestos por el neoliberalismo y su lógica consensual despotenciadora. En sentido amplio, esta lógica se caracteriza por derivar de sus acciones la desposesión de los cuerpos, mostrando así la manera en cómo los planteamientos teóricos gestados en el extranjero pueden resonar con experiencias que suceden en medio de circunstancias locales. Por lo cual, resulta necesario revisar cómo se ha dado la desposesión desde la experiencia regional, a través -si se quiere y tal como lo propone nuestra autora-, desde los lentes de la teoría angloparlante.

Tras destacar los cuatro usos fundamentales del discurso sobre el neoliberalismo, entendiendo a este como: i. un proyecto ideológico hegemónico; ii. programa y política pública; iii. forma de Estado e incluso; iv. como una forma de gubernamentalidad (Quintana, 2020)⁠⁠, nuestra autora hace un intento por conciliar dichas clasificaciones, siendo los conceptos de desposesión y consenso los articuladores para entender las lógicas despotencializadoras de lo común a través de las cuales opera el neoliberalismo en nuestros tiempos.

Harvey (2007)⁠, quien entenderá al neoliberalismo como un proyecto de clase, afirmará que su hegemonía se dará de dos maneras: 1) tras la incursión de mecanismos represivos, tal y como sucedió en Chile, y 2) la construcción de un sentido común neoliberal, en donde la presencia de una infraestructura adecuada para los negocios estará cimentada en la idea de la libertad individual que legitima la privatización, la no intervención Estatal y la entrada en la disputa electoral de sectores trabajadores que se identifican con la forma de vida burguesa y que realizan un voto acrítico por proyectos que van en contra de sus propios intereses de clase.

Por otro lado, Brown (2017)⁠ intentará responder a este interrogante entendiendo al neoliberalismo como una forma de racionalidad. Ella hablará de la economización de la vida social y el Estado como empresa, que, junto al sujeto, están orientados a la acumulación de capital. Dicha racionalidad deformará y restringirá el concepto de democracia, ahora asociado con el mercado, al capitalismo libre y desregulado. Existirá, pues, una reorientación de sus principios básicos, en donde la despolitización de la democracia y de la vida cotidiana, a través del mercado, impide a los sujetos optar por formas de relacionamiento alternativas.

Evidentemente, las intervenciones neoliberales suprimen espacios y formas de relacionalidad, reduciendo los espacios y tratos comunes. Todo proyecto que pretenda exceder el programa neoliberal establecido es reprimido mediante la fuerza policial, amparada en el monopolio de la violencia y legalidad, y que se encargará de respaldar y promover la efectividad de las intervenciones neoliberales, convirtiéndose en una forma de gobernar la totalidad de los ámbitos de vida.

Ahora bien, ¿con qué fin el neoliberalismo pretende gobernar la totalidad de los ámbitos de vida? Brown recurre a Marx para intentar explicar el vacío explicativo existente en Foucault respecto a los efectos de la racionalidad neoliberal frente al capital, lo que le permite reconocer el efecto desdemocratizador del neoliberalismo y la manera en que el capitalismo funciona como una fuerza social e histórica. Para ello, reconoce el capitalismo como un régimen que hace circular verdades para sostener su legitimidad. En ese sentido, dicha autora converge nuevamente con Harvey al pensar al neoliberalismo como una nueva forma de acumulación, la cual es impuesta mediante mecanismos ideológicos de dominación y no mediante formas de poder, siendo la acumulación el fin principal del neoliberalismo a la hora de gobernar la totalidad de los ámbitos de vida.

Así pues, las apreciaciones marxistas de Harvey y la comprensión foucaultiana de Brown, si bien muchas veces resultan lejanas, terminan trastocándose y finalmente complementándose: el giro neoliberal ha traído consigo un conjunto de políticas económicas desreguladoras, dando a entender que, antes que un adelgazamiento progresivo del Estado, estamos ante su reconfiguración, la cual se encuentra en función del proyecto político perteneciente a una clase política corporativa contrarrevolucionaria (Harvey, 2007)⁠, constituyendo así, como afirmaría Brown (2017)⁠, una nueva forma de acumulación de capital, impuesta a partir de mecanismos ideológicos de dominación y una forma de racionalidad neoliberal1. Todo ello forja “una concepción del neoliberalismo como un orden de razón normativa que, (...) toma la forma de una racionalidad rectora que extiende una formulación específica de valores, prácticas y mediciones de la economía a cada dimensión de la vida humana” (pág. 25).

Dentro de los estragos identificados por el neoliberalismo, se logra destacar cómo las lógicas productivas derivadas de la privatización del mundo terminan por trascender lo económico para cimentarse en los cuerpos, y es allí donde están sus implicaciones en lo que respecta a la desposesión. Tal y como lo expresa Quintana (2020)⁠, al recoger el testimonio de un representante del movimiento coordinador nacional agrario, quien considera que para el neoliberalismo los territorios no son para la gente, estos valen según su importancia económica, importan en cuanto sean funcionales a la lógica de acumulación. Para él y su comunidad, el territorio es una cuestión de vida, es un espacio vital. “Nosotros sí tenemos pensada nuestra vida” (pág. 160). No obstante, el neoliberalismo despoja a los territorios de su buen vivir, de sus mínimas condiciones de vida, de su posibilidad de decidir, politizar, colectivizar, de poder común, la cotidianidad es ahora un escenario de la desposesión de los cuerpos, pero también es un espacio de lucha, un intento por destapar los intersticios.

Por lo que resulta importante recurrir al consensualismo para entender a qué alude la lógica dominante en el presente. En la noción de consenso, Rancière destacará la presencia de un reparto policial de lo sensible que implica una configuración del mundo común como un mundo de lo necesario, viendo el mundo como una necesidad que se escapa al poder de los que viven en esa necesidad. En consecuencia, “lo que presupone el consenso es la desaparición de toda diferencia entre parte de un litigio y parte de la sociedad” (Rancière, 1995, pág. 130)⁠. Así, el consenso estará caracterizado por un orden normativo o regulativo que indica la manera en que las cosas deben ser conforme a ciertos saberes privilegiados, allí solo cabe el saber experto sobre las problemáticas, por lo que el aspecto principal del conflicto se reduce o incluso se anula, ya que este cierra el espacio que sirve para aparecer las distintas interpretaciones de la realidad social.

Por tal razón, para Rancière estaría correcto afirmar que el consenso es la anulación del disenso como intervalo-brecha, siendo este la reducción de la política a policía. Lo político, entonces, tiene que ver con esas brechas que permiten la desestabilización, el desensamblaje y ensamblaje disensual de las fronteras en un campo de experiencia. Lo anterior, dentro de las lógicas de consenso, termina por invisibilizar las particiones de sentido, cerrándose así los espacios a la aparición de baches, brechas e intervalos.

Rancière (1995)⁠ dirá entonces, que el consenso es entendido como metapolicía, es decir, es cierre de los espacios de disenso, ya que el sistema recurre a instrumentos policiales para controlar las filtraciones que este mismo crea, forjando así un modo de estructuración simbólica, en donde la legitimación legal en la lógica disensual cumple un papel crucial: En la comunidad del consenso, los litigios políticos se transforman en problemas jurídicos siendo, por supuesto, resolubles por sabios y expertos. Lo anterior cancela el uso político del derecho, reconfigurando y multiplicando recursos jurídicos que atrapan y acaban movimientos que intentan abrir brechas.

De esta manera, la judicialización del campo social que deriva en su privatización corre de forma paralela al desmantelamiento y a la destrucción de derechos sociales. Quintana (2020) hablará de las consultas populares y la intención de la institucionalidad por aumentar su reglamentación, buscando a toda costa -a través de un discurso consensual- frenar sus consecuciones sociales de autonomía territorial frente a los proyectos extractivistas. Resumiendo, la lógica consensual del neoliberalismo podría sintetizarse con lo que Rita Segato (2014)⁠, en el Sexo y la Norma, escribe: “El Estado intenta entregar con una mano lo que ya ha retirado con la otra, se esfuerza en ofrecer antídotos, bajo la forma de derechos, para contener la acción del veneno que ya inoculó” (pág. 612).

Por último, resulta necesario pensar las maneras a través de las cuáles se gesta lo común en las poblaciones vulnerables. Judith Butler y Atenas Athanasiou así lo dirán: la vulnerabilidad común puede dar lugar a distintas formas de agencia colectiva, de otras formas de vida común. Para Quintana, es errado pensar que un cuerpo compelido a la necesidad de sobrevivir es necesariamente un cuerpo incapaz de libertad, los cuerpos precarizados pueden poner en cuestión esa precarización y las fronteras de incapacidad que produce; siguiendo a Rancière, el tejido de solidaridad es algo que no es homogéneo, sino que este tiene que ver con una exposición al conflicto social y sus formas de relacionalidad.

De ahí, que colectividades como Corporación Ríos Vivos en Antioquia, Las Madres de Soacha, los pueblos Indígenas y la población trans (Red Comunitaria Trans) constituyen uno de los muchos ejemplos de cómo a través del despojo se forjan las distintas formas de agencia colectiva que, en la práctica, dan la pelea a la lógica consensual y despojadora del neoliberalismo, intentando crear otras formas de vida común. No obstante, queda pendiente una propuesta de emancipación que deje a un lado localismos y que apueste por un verdadero horizonte común de acción, ya que por su ausencia se logra ver lo verdaderamente difícil que podría llegar a ser articular una gran de organizaciones sociales en torno a un objetivo en específico.

Bibliografía:

Brown, W. (2017). El pueblo sin atributos: La secreta revolución del neoliberalismo. Malpaso.

Dardot, P., & Laval, C. (2014). The new way of the world: On neoliberal society. Verso Trade.

Harvey, D. (2007). Breve historia del Neoliberalismo. In Ediciones Akal. https://doi.org/10.1017/CBO9781107415324.004

Quintana, L. (2020). Política de los cuerpos: Emancipaciones desde y más allá de Jacques Rancière. Herder.

Rancière, J. (1995). El desacuerdo. Política y filosofía.

Segato, R. L. (2014). El sexo y la norma: Frente estatal, patriarcado, desposesión, colonidad. Revista Estudos Feministas, 22(2), 593–616. https://doi.org/10.1590/S0104-026X2014000200012

1 A contrapelo de lo anterior, autores como Dardot y Laval (2014) consideran problematizar dichas interpretaciones, al afirmar a partir una lectura economicista del neoliberalismo, que “el motor real de la historia es el poder del capital, que subordina el Estado y la sociedad, poniéndolos al servicio de su ciega acumulación” negándose así a la posibilidad de entender al neoliberalismo como fenómeno histórico, en donde el capitalismo y específicamente su forma neoliberal no poseen una lógica clara de funcionamiento, ni mucho menos leyes que la rijan.


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