Comité editorial Militancia y Sociedad.
“Conceptualizar es politizar”
           Celia Amorós



Los debates feministas se han ido expandiendo, tanto teórica como política y, por supuesto, geográficamente, el sur cada vez más reclama su lugar de enunciación. Sus constantes interpelaciones al feminismo occidental-blanco y hegemónico son punto de referencia inexpugnable para el devenir del feminismo mundial. De allí que nos interese revisar y problematizar esas impugnaciones, en especial, lo que tiene que ver con las discusiones entre las demandas de diferencia y las demandas de igualdad o, en otros términos, la discusión por el sujeto del feminismo: ¿existe acaso? o asistimos a la desontologización del sujeto del feminismo. Así, pretendemos repasar someramente las raíces teóricas del feminismo queer, sus contextos y lugares de enunciación; seguidamente, revisar las tensiones y divergencias entre el feminismo Queer y los avances del feminismo decolonial y; por último, pensar en una posible articulación y superación entre los relatos de la diferencia y de la igualdad, no como antinomias irresolubles, sino contingentemente vitales para la lucha feminista, sin caer en sesgos esencialistas.

La teoría Queer o post-feminismo nos interesa no solo por su riqueza teórica y conceptual.  Le damos un espacio en este ensayo porque nos permite identificar diferencias con los contextos dentro de los cuales escriben los feminismos del sur –léase decolonial, postcolonial, Abya yala, entre otros-, en ese sentido, es necesario hacer una breve caracterización de la teoría queer en algunos de sus nodos esenciales.

Primero, el feminismo queer nace de forma irreverente contra el feminismo de la primera ola; aquel feminismo teorizado principalmente por Simone de Beauvoir, que entiende la mujer como otro, la inmortalizada frase. No se nace mujer, se llega a serlo” (1949), lo ejemplifica de manera clara. Para este feminismo, ser mujer es un fin en sí mismo. Esta propuesta teórico-política entiende la mujer como otro (diferente), como un ser especial, particular al otro (en este caso al hombre) y lo único que desea es que se le otorguen derechos especiales para adherirse desde su singularidad, es decir, dentro de su particularidad anhela deseos que la incluya en el proyecto de seres humanos con una etiqueta singular. Para sintetizar esta propuesta del feminismo de la diferencia  (différence féminisme) recurrimos a Rapisardi/ Bellucci (2001): “reivindica como positiva la existencia de un mundo separado de y para las mujeres, afirmando valores diferenciales (menos competitividad y agresividad, mayor sensibilidad y afectividad) y rechazando la posible integración en el mundo masculino.” (pág. 196)

Ante los ojos de la teoría feminista queer, esto solo sigue reproduciendo las diferencias entre dos sujetos: uno incompleto y otro totalizado, que se redefine y se contornea con su exterior, es una lectura masculinizada de lo femenino que termina siendo una inclusión excluyente, es una agregación de la alteridad. Tatiana  Cardenal Orta (2010) señala junto a  Luce Irigaray cómo mantener la otredad contiene un raigambre patriarcal:

“Irigaray critica, en este sentido, la indiferencia sexual, esto es, la existencia de un solo sexo, el masculino; lo femenino es definido en torno al modelo de los hombres y no al revés, en otras palabras, lo masculino, que monopoliza el valor, opera como patrón en torno al cual definirse, siendo él el sujeto y ella la alteridad. Al respecto Simone de Beauvoir dice: “la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él; la mujer no tiene consideraciones de ser autónomo” (Orta, 2010)

Lejos de esta lectura, el feminismo queer, teorizado por Judith Butler, comprende que reconocer a la mujer como un diferente e incluso postular la meta como la gestación de una teleología de la femeninidad, es seguir reproduciendo y jugando en los términos del patriarcado.  La mujer no es otro, es lo irrepresentable, porque el otro seguiría atado al falocentrismo, continúa siendo una lectura de lo femenino desde lo masculino. No obstante, la salida a este problema no es la igualdad de condiciones entre hombre y mujeres. Rompiendo con la gramática masculinizada, la filósofa estadounidense nos lleva mucho más allá, quebrantando los falsos y excluyentes binarismos: hombre/mujer, heterosexual/homosexual, normal/anormal. Para esta autora no existe etiquetas sexuales. Butler nos dirá que la obligatoriedad de ruptura no es solo con el sexo (biológicamente dado), es también con el género (lo culturalmente construido).

“Así, el sujeto feminista está discursivamente formado por la misma estructura política que, supuestamente, permitirá su emancipación. Esto se convierte en una cuestión políticamente problemática si se puede demostrar que ese sistema crea sujetos con género que se sitúan sobre un eje diferencial de dominación o sujetos que, supuestamente, son masculinos.” (Butler, 1999, pág. 47)

La subversión de la identidad es clave para la emancipación de los cuerpos, lo contrario a la mujer no es el hombre, es el no-hombre; disueltas estas categorías, ni la cultura ni la biología determina la sexualidad del sujeto: como nos sugiere Butler (1999), “ la teatralidad de la autopresentación de los queer resonaban las tácticas act up” (pág. 20) 20. Bajo esta estrategia política el género debe ser un performance construido desde la libertad política e individual del sujeto, es un horizonte feminista hacia la indeterminación del género. Desde otra arista, pero coligando con Butler, al entender que la sexualidad y el género  son una decisión política, el lesbo-feminismo de Monique Witig (2006),  entiende  la heterosexualidad no como prácticas sexuales, sino producto de una institución y un régimen represivo, donde instituciones como la familia y el matrimonio impone un gobierno de la restricción del deseo.

En consecuencia, (Rapisardi/ Bellucci, 2001) proponen una política deconstructiva que expulsa toda posibilidad de una noción fuerte de identidad en favor de una performance contestataria (pág. 9). Dicho de otra manera, la teoría queer en su propuesta deconstructiva, pretende  convertirse en una crítica (no en una nueva identidad queer)  a las propuesta feministas de la primera ola que abogan por una identidad definida a priori (femeninidad) para el sujeto del feminismo; de esa forma, lxs teoricxs queer promueven una corporalidad – A veces incorpórea o no corporal[1]- y afectividad que no bifurque lo femenino y su contrario en condiciones de igualdad y horizontalidad. Lo transgresor para el feminismo queer ocurre cuando se disuelven esas categorías sobre el género.

En este punto, es crucial identificar la influencia del pensamiento posestructuralista, el psicoanálisis de corte lacaniano en la obra de Butler y de la teoría Queer[2]. Siendo pilares fundamentales, no solo para pensar la desontologización del género y la significancia lacaniana, sino también para entronizar con nuevos ámbitos de la lucha feminista. Butler, nos lo recuerda así:

“Pero el «cuerpo» es en sí una construcción, como lo son los múltiples «cuerpos» que conforman el campo de los sujetos con género. No puede afirmarse que los cuerpos posean una existencia significable antes de la marca de su género; entonces, ¿en qué medida comienza a existir el cuerpo en y mediante la (s) marca (s) del género? ¿Cómo reformular el cuerpo sin verlo como un medio o instrumento pasivo que espera la capacidad vivificadora de una voluntad rotundamente inmaterial” (1999, pág. 58).

Para ir concluyendo esta primera parte de la reflexión, podemos mencionar que la teoría queer que se asienta sobre la filosofía post-estructuralista, entiende el cuerpo como un campo en disputa, que no lo constituye ni el género ni el sexo. Para el caso de Butler, el género es una apuesta performativa, transgresora con los binarismos, fracturando la barrera de anormal/normal, pero sobre todo, desontologizando y desencializando lo femenino, como un espacio a llenar, no construido, ni determinado a priori. Así también nos lo indica Curiel (2014) en su lectura sobre Butler:

Butler desarrolla la teoría de la performatividad del género. Para la autora, el género es un performance, no es la expresión de un ser interior o la interpretación de un sexo que estaba ahí, antes del género, sino que es una actuación, un hacer en el marco de la heteronormatividad que tiene como base ontológica la diferencia sexual. Para Butler “el sexo, por definición, siempre ha sido género” (2014, pág. 10)

De ahí que las preocupaciones principales y pioneras de la teoría queer son: la significación del lenguaje; la performatividad o teatralidad del cuerpo y; la sexualidad no binaria. Podemos cerrar este apartado con una cita de la feminista Gayle Rubin que sintetiza de forma más clara el panorama de la emancipación o modelo de sociedad queer; El sueño que me parece más atractivo es una sociedad andrógina, donde la anatomía sexual, no implique ninguna consecuencia de quiénes somos, qué hacemos y con quién hacemos el amor.” (1986, pág. 27)

Ecos desde el Sur  
                                                                                     
Hasta acá hemos aspirado hacer un bosquejo de la forma de identificación feminista desde la teoría queer, lejos de pretender cerrar el tema, es una invitación a re-pensar estos dispositivos de identificación. Ahora, buscaremos mostrar sus grietas y tensiones desde las teorías feministas latinoamericanas.

Nuestra intención no es otra que pensar la articulación y la identificación de un movimiento social -en este caso el feminismo-, para cavilar una teoría de la emancipación desde y para América Latina.

Las diversas críticas que ha llovido sobre la tradición post-estructuralista -Archila; 2003, Santiago Castro-Gomez (2015)- sobre la que se cimienta la teoría queer, se concentran en su intento de deshistorizar las luchas, zafarla de toda referencia histórica a las luchas sociales, para estos autores toda determinación histórica es determinismo, toda totalidad es totalitarismo. El reto es poder reconocer los acumulados históricos de las luchas y su radical contingencia para conformar demandas e identificaciones plurales.

Lejos de sustraer el movimiento de su historia y tradiciones, desde América Latina comprendemos que hay agregados históricos de luchas y resistencias. Habría que hacer un paréntesis: el capitalismo, en especial en su fase neoliberal, cortocircuitan la relación ‘sujeto (colectivo) con su historia’, por eso, reconectar esta relación es una cuestión primordial. Las reyertas contemporáneas son reivindicaciones que caminan sobre los hombros de su pasado: por ejemplo, el movimiento sufragista, pionero en demandas que hoy podría considerarse irrisorias, siguen convocando y articulando como significante al movimiento feminista, en otros términos, la historia no determina, pero sí constituye. Como diría Marx: el hombre hace la historia en condiciones que le son dadas[3]; a diferencia de la construcción post-estructuralista de la que bebe el feminismo queer, las raíces Latinoamericanas ven un su pasado un retorno que avanza y que posiciona su  anhelo de libertad; no como un estado de barbarie e inhumanización y control patriarcal absoluto.

En ese orden de ideas, nos surgen las siguientes preguntas: ¿es posible desesencializar las luchas sin deshistorizarlas? ¿cómo reivindicar, simultáneamente, las tradiciones sin reproducir comportamientos que, en tanto tradiciones, se asumen en el contexto actual como objeto de transformación?

Vale la pena señalar, -aunque  entendemos que en la realidad somos sujetos múltiples y contradictorios o dispares- habitamos una diversidad de comunidades construidas por discursos y prácticas ligados a un espacio/tiempo determinado y no elegido, atravesado por identidades variadas, es decir, contingente; pero también interpelados históricamente bajo referentes, imágenes y relatos comunes, distanciado de esencialismos o determinismo, tal es el caso de las identidades feministas de América Latina. Veamos.

La discusión que propusimos al iniciar el texto tiene que ver con la forma de cuestionar la siguiente afirmación de Butler (1999): Tal vez, paradójicamente, se demuestre que la «representación» tendrá sentido para el feminismo únicamente cuando el sujeto de las «mujeres» no se dé por sentado en ningún aspecto.[4]. Si por un lado aceptamos esta declaración política de Butler, debemos propender a descentralizar el sujeto del feminismo o la desontologización de lo femenino, con la posibilidad de retroceder y de no movilizar referentes comunes. Si por otra parte rechazamos de tajo, podríamos negar nuevos procesos de identificación con la femeninidad y la capacidad vinculante del movimiento feminista que, en América Latina, como lo demuestran las recientes movilizaciones en Chile y Ecuador, han jugado un papel trascendental en la lucha social.

Frente al atolladero político que suscita este debate, es necesario cavilar algunas consideraciones: primero, las representaciones convencionales y retrógradas de la mujer tercermundista como víctima desamparada para el primer mundo: la huérfana a la espera de que su patriarca le suelte las cadenas. Arturo Escobar (1996) en su célebre libro La invención del Tercer Mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo, cita a Chandra Talpade Mohanty[5],  que expone la actitud  paternalista de  la mujer occidental hacia sus congéneres del Tercer Mundo, y en general, la perpetuación de la idea hegemónica de la superioridad occidental.  La idea según la cual la:

 “mujer promedio del Tercer Mundo lleva una vida esencialmente frustrada basada en su género femenino (léase: sexualmente restringida) y en su carácter tercermundista (léase: ignorante, pobre, sin educación, tradicionalista, doméstica, apegada a la familia, victimizada, etcétera.) Esto, sugiero, contrasta con la representación (implícita) de la mujer occidental como educada, moderna, que controla su cuerpo y su sexualidad, y libre para tomar sus propias decisiones.” (Escobar, 1996, pág. 11)

No queremos simplemente tachar de eurocéntricas las propuestas de la teoría queer, ni culpabilizar la visión que tiene las mujeres del norte global de las mujeres tercermundistas, pero sí buscamos pensar los límites y alcances de lo que hablita el andamiaje conceptual queer. Es decir, no se trata de manifestar su eurocentrismo por su poca preocupación por los asuntos políticos de la región, sobre todo porque no lo pretende y eso no lo hace colonial y eurocentrado en sí mismo. El logro histórico es por comprender las latitudes políticas y sociales del feminismo, en sus reivindicaciones y agenciamientos propios.

De ahí que, al igual que Curiel,   pensamos en la necesidad de pensar la antropología de la dominación[6], no solo en nuestras prácticas académicas sino también cotidianas; por ejemplo,  Espinosa (2016) cita a Gladys Tzul, para develar cómo  las mujeres indígenas en  sus comunidades reivindicaban en su lucha por las tierras comunales, que se expresa en la ampliación  en términos de inclusión, para tener acceso a la herencia comunal y para pertenecer a una trama comunal sin mediación masculina. “La política de las mujeres indígenas hay que leerla desde la tensión permanente entre transformación y conservación de forma tal que se hacen esfuerzos para garantizar la conservación de la tierra comunal”. (2016, pág. 159)

Las mujeres del sur y del sur que se encuentra en el norte global, no necesitan las letanías y las miradas tan llenas de pesar como de superioridad por parte del feminismo hegemónico. ¿Acaso hay algo más colonial que el complejo civilizatorio europeo? Las derivaciones políticas de lo anteriormente mencionado nos pueden conducir a modificar y re-pensar las   herramientas políticas de agenciamiento de las mujeres y plataformas feministas del tercer mundo: ya no basta un ejercicio de traducción, mucho menos de otorgar voz, es necesario pasar a la ofensiva por parte de las mujeres del tercer mundo para que encaren y se apropien de los espacios políticos. Piénsese en Colombia, en una mujer como Francia Márquez, que recientemente expresó su intención de ser candidata presidencial a las elecciones en 2022.

Las feministas del tercer mundo han venido consolidando una teoría política emancipatoria que comprenda sus especificidades y sus preocupaciones como la tierra, a diferencia de lo que podría analizar las corrientes de pensamiento europeo[7], no es solo un bien material, hay una cosmogonía simbólico-política mucho más compleja. Su demanda es por defender la tierra y su autonomía ante el modelo moderno/colonial (extractivista), capitalista y patriarcal sobre que se sustenta el neoliberalismo. Tiene razón  Ochy Curiel (2014) al sugerir que la separación teoría y praxis es un producto colonial, en América Latina el pensamiento emancipador nunca estuvo disociado de tal manera.

Revisemos sucintamente una cartografía política de las inquietudes del movimiento feminista en América latina, -excede los objetivos planteados de este ensayo, una historia política y contextual del movimiento feminista Latinoamericano y caribeño-.

Caminamos de la mano de Rapisardi/Belluci (2001) para dilucidar que, para la década de los sesenta, en Europa aparece una amplia expansión y desarrollo económico, se observa el impulso progresivo del ingreso y egreso de las mujeres, el acceso  a la universidad que mejora la posición económica de las mujeres,  así como una alta inserción en el mercado laboral formal. Lo que viene después es:

 “ya conquistados muchos de los derechos adquiridos por los varones, amén de haber sido incorporadas dentro del orden económico y cultural imperante, las mujeres se repliegan al mundo de la subjetividad. Que no será más que la búsqueda de la propia identidad y diferenciación con el otro sexo y al redescubrimiento de identificaciones colectivas.” (2001, pág. 195)

Para contrastar en América Latina para la misma época tenemos:

“En esos mismos años otros feminismos de Europa y de América Latina tendieron lazos comunicantes entre el espacio libertario de la política y el de las mujeres. En Argentina no fue así. El feminismo no surge de sus entrañas ni de sus bordes, y tampoco se apropia de ciertas experiencias anti-organizativas y cuestionadoras de lo cotidiano que acuñan los movimientos estudiantiles y alternativos de los sesentas. A su vez, las izquierdas, entrado l970, ingresan a nueva etapa con el protagonismo de las organizaciones político-militares. Estas incitan a la lucha desde la totalidad, propiciando los procesos de liberación nacional o socialista. Poco lugar tiene entonces el llamamiento a enunciar los valores de la singularidad.” (Rapisardi/ Bellucci, 2001, pág. 197)

Lo que intentamos decir, es que las preocupaciones de las feministas europeas, que ya había conseguido derechos económicos y políticos para finales de los 70, abre nuevas disputas, centradas en su subjetividad y en cuestionar lo cotidiano (lenguaje, prácticas, sexo, binarismos etcc.). En cambio, en América Latina, la defensa de la democracia, la violación de Derechos humanos, la lucha anti-militarista, marcaron la agenda feminista. No estamos insinuando ninguna jerarquización, simplemente tipificando sus diferencias. Coincidimos con Curiel (2014) cuando asevera: “las prácticas políticas y luchas indígenas y negras marcan una genealogía de estas  contra-hegemónicas que dan lugar a el pensamiento crítico”. Parafraseando a la feminista dominicana, los movimientos de liberación nacional, los movimientos frente al imperialismo, frente a las dictaduras nacionales provocan importantes cambios en la política que impacta de lleno al movimiento feminista, diversificando el sujeto de la trasformación y sus propias reivindicaciones, que colocaban en discusión la cuestión de raza, clase y género. Atravesados por el ecologismo y pacifismo, lo que no han implicado la ausencia de recepción, difusión y discusión de la rica amalgama teórico-conceptual de las corrientes feministas anglosajonas para pensar el presente político latinoamericano.

De lo que se trata es de mostrar cómo el movimiento feminista latinoamericano, no solo en los 70 y 80 sino en la actualidad, estuvo en una constante preocupación por el campo nacional popular: la consolidación de la democracia y la búsqueda de un derecho garantista, sigue siendo banderas a izar, mientras tanto el repliegue a la subjetividad se muestra como una tarea de lenta preocupación. En aras de no caer en falsos dilemas, tenemos que hacer varias aclaraciones: 1) no hay demandas más importantes en el campo feminista, 2) no podemos tachar de eurocentristas a las teorías y teóricas feministas europeas y norteamericanas por no investigar los problemas endógenos de la región, preferimos hablar de vacíos o límites, 3) no existe estadios de luchas ni de desarrollo de la vanguardia feministas, el contexto y la contingencia impone la agenda. En el caso de América Latina, trazado pro su convulsa escena política, mientras tanto en Europa hay un consenso común frente a la democracia liberal capitalista más o menos estables y sumamente patriarcal.

Los contextos que hemos revisados nos permiten comprender con mayor claridad por qué la política de la identidad y el sujeto femenino (mujer) nos sigue interpelando como imán politizador: pensemos en  las madres de la plaza de mayo o en las mujeres víctimas de la violencia en Colombia que desde sus “afectos o sensibilidades maternas” enfrentan  las consecuencias de la guerra y el despojo, no olvidemos cómo en las guerras del tercer mundo la violencia sexual es una arma de guerra, sobre todo en las comunidades indígenas y negras, usado para fracturar el tejido social.

El proyecto moderno/capitalista-patriarcal, no solo vive de expoliar territorios, saberes ancestrales sino también cuerpos. Sería muy poco prudente y políticamente nocivo, ceñirnos a las recomendaciones de Butler para desontologizar el feminismo. Sin derivar en esencialismos que sostenían una noción de identidad a-histórica e invariable, “proponemos un esencialismo  estratégico y contingente radical en lo teórico como en lo político”, que bebe directamente y es ampliamente deudor de la táctica política de Curiel (2014), Espinoza (2016): esencialismo estratégicos.

Para Curiel (2007), la categoría negra es una categoría antes que biológica o referente a rasgos fenotípicos, es una categoría político-histórica. Por lo tanto, debe estar en positivo, nunca en negativo para que no se torne como un dispositivo inmunitario. Retomando a  Patricia Hill Colllins, “en este pensamiento político el concepto de diferencia más que ser concebido como esencialista, es visto como fruto de experiencias históricas enmarcadas en relaciones sociales de poder y dominación consecuencia del colonialismo y la esclavitud” (pág. 4). Sin embargo, lo negro sigue representando lo contrario a lo blanco, carga con su legado de subyugación y resistencia colonial. Es por esto que para Curiel (2007) resulta problemático idealizar la cultura negra, pues podría desencadenar una perpetua recreación, sin  disolverla, y, peor aún, sujeta a comercialización y mercantilización despolitizadora. Para entender con mayor claridad por qué es necesario sacarle el sesgo esencialista a las categorías,  la pensadora caribeña Espinosa (2016) lo expresa así:  la categoría genero sigue representado a lo humano, (es decir, los herederos de la ilustración y del proyecto civilizatorio europeo).

Como en un ejercicio de equilibrismo o malabarismo, Curiel (2007), comprende que si bien idealizarla no es el rumbo, tampoco lo es la desidentificación negra. Parte de creer que es necesario un toque de esencialismo para hermandar y gestionar una política anti-racista, por eso nos plantea:

“Creo que es más importante ser antiracista que ser orgullosamente negra, creo que es más importante ser feminista que reconocernos mujeres, creo que es más importante eliminar el régimen de la heterosexualidad, que ser lesbiana, creo que lo importante son proyectos políticos de transformación, que surgen desde los movimientos sociales pero también de la academia crítica” (Curiel, 2014, págs. 21-22)

La invitación es pensar siempre políticamente, no podemos rechazar referentes comunes, pero tampoco se puede hacer de la identidad un fin en última instancia. De hecho, una identidad puede ser transgresora de lo existente en un momento histórico determinado. Esto lo define más el contexto, el grado de avance mismo de la lucha que la identidad en sí. Tenemos la responsabilidad histórica de forjar un frente interseccional frente al racismo, el sexismo y el clasismo: la articulación discursiva, política y simbólica debe tener la capacidad de crear vinculaciones políticas y teóricas, en momentos y espacios históricos muy puntuales. Volvamos a Curiel (2014) para explayar esta idea.

“La política de identidad que ha sido necesaria como reivindicación política, también tienen sus límites. Estas son inestables, contextualizadas, son más que todo estrategias políticas y no fines en sí mismos. La política de identidad y de reconocimiento, tan en boga en este tiempo, es la otra cara de la modernidad, hoy con visos de postmodernidad, que muchas veces es o individualizada o paradójicamente esencializada. Categorías como, mujer, negro, negra, indígena, lesbiana, gay, trans nos sirven solo para la articulación política, no pueden ser fines en sí mismos.” (pág. 21)

Según Curiel, la política de la identidad no puede ser pensada de forma estática, pues, esa política de la identidad hace parte de la modernidad colonial que somete nuestra región. No es para nada casual, que Espinosa (2016), comente que “el feminismo en su complicidad con la apuesta decolonial, hace suya la tarea de reinterpretación de la historia en clave crítica a la modernidad”. Revisemos por un momento que el sistema sexo/género de Gayle Rubin no alcanza a comprender las especificidades de la opresión en América Latina, por eso, la irrupción del sistema moderno colonial de género, teorizado por la feminista María Lugones, sigue erigiéndose como un punto infranqueable para pensar la academia militante y el pensamiento crítico desde la teoría feminista y decolonial.

No absolutizar el género, reconocer los anclajes discursivos privilegiados son algunas de las obligaciones. También es clave comprender que después de los 80’, con la aparición en la escena global del feminismo no-occidental, los debates feministas cambian por completo, constituyendo un punto de clevage. El  llamado de atención que Espinoza (2016) nos hace, no debe pasar desapercibido.

“Una imposibilidad de la teoría feminista de reconocer su lugar de enunciación privilegiada dentro de la matriz moderno colonial de género, imposibilidad que se desprende de su negación a cuestionar y abandonar este lugar a costa de “sacrificar”,invisibilizando diligentemente, el punto de vista de “las mujeres” en menor escala de privilegio, es decir, las racializadas empobrecidas dentro de un orden heterosexual” (2016, pág. 155)

Para finalizar, quisiéramos mostrar cómo la política de la identidad se presenta de forma políticamente contingente y teóricamente estratégica. No obstante, no se deben absolutizar, sobre todo si se reviste de la otra cara de la modernidad, a la que el feminismo decolonial reta y discute. Cuando entendemos, como lo han evidenciado las feministas afroamericanas, que ser mujer significa de forma disímil depende al momento y al contexto histórico. Lo anterior refleja que no hay una solo forma de ser mujer, lo que permite hablar y pensarse en otros términos y coordenadas. Mientras tanto, la advertencia y la tarea según Curiel es:

 “Desuniversalizar[8] el concepto de mujer, incluso de mujeres, cuando estas están atravesadas por otras relaciones de poder, como es la raza y la sexualidad, evidenciando de manera concreta que la mujer, no existe, que es un mito también eurocentrado.” (2014, pág. 10)

Bibliografía

Archila, N. (2003). Idas y vueltas, vueltas y revueltas, Protestas sociales en Colombia 1958-1990. Colombia: CINEP.
Butler, J. (1999). El género en disputa; el feminismo y la subversión de la identidad. Buenos Aires: Paidos.
Curiel, O. (2007). LOS APORTES DE LAS AFRODESCENDIENTES A LA TEORÍA Y A LA PRÁCTICA FEMINISTA Desuniversalizando el sujeto “Mujeres”. Perfiles del Feminismo Iberoamericano, vol. III, Buenos Aires, 1-17.
Curiel, O. (2014). GÉNERO, RAZA, SEXUALIDAD DEBATES CONTEMPORANEOS ., (págs. 1-26).
Escobar, A. (1996). La invención del Tercer Mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo. Bogotá: Norma.
Espinosa, Y. (2016). De por qué es necesario un feminismo descolonial: diferenciación, dominación co-constitutiva de la modernidad occidental y el fin dela política de identidad. Revista Solar | Año 12, Volumen 12, Número 1, 140-171.
Orta, T. C. (2010). Ese Cuerpo que no es uno. La Sexualidad Femenina en Luce Irigaray . Dialnet, 355.
Preciado, P. B. (2002). Manifiesto Contrasexual. Madrid: Opera.
Rapisardi/ Bellucci, M. (2001). Identidad: diversidad y desigualdad en las luchas políticas del presente. En Clacso, Teoría y filosofía política. La recuperación de los clásicos en el debate. Clacso.
Rubin, G. (1986). El trafico sobre mujeres: notas para una economía política del sexo. México.
Witig, M. (2006). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona: Eagles.






[1] Me refiero a las lecturas en especial de Dona Haraway en su texto; El Manifiesto Cyborg (1985), donde las líneas se hacen difusas para diferencia entre el cuerpo y el no-cuerpo o el ciborg.
Sumado a ello, habría que señalar la apuesta de la teoría queer por pensar el dildo, ya no como un objeto que remplaza al pene en su ausencia, sino un objeto que supera la noción fálica de pene, para concebir la sexualidad en condiciones de horizontalidad, véase Paul Beatriz Preciado: Manifiesto contrasexual (2002)
[2] No pretendemos reducir la literatura sobre teoría post-estructuralista a Judith Butler, simplemente creemos que la autora que recoge de forma más sintética esta teoría es la feminista estadounidense, en especial un libro intempestivo y vanguardista como: El Género en Disputa. Para ampliar bibliografía sobre feminismo post-estructuralista ver: Paul Beatriz Preciado, Dona Haraway, Gayle Rubin, Teresa de Laurentis entre otras.
[3] K. Marx, El Dieciocho Brumario; Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.
[4] El género en disputa (Butler, 1999, pág. 53)
[5] handra Talpade Mohanty (Mumbai, 1955) es profesora en estudios de género y de la mujer, sociología, y es además decana de Humanidades en la Universidad de Siracuse. Mohanty es una teórica del feminismo postcolonial y transnacional, ya que defiende la importancia de un abordaje transnacional para la aproximación a las experiencias de las mujeres a través del mundo. Es autora de Feminism without Borders: Decolonizing Theory, Practicing Solidarity (2003).
[6] Para ampliar: (Espinosa, 2016, pág. 15) Hacer antropología de la dominación significa hacer etnografía de este Norte y del Norte que existe en el Sur, hacer etnografías de nuestras prácticas académicas, metodológicas y pedagógicas que contienen la idea del desarrollo, de una solidaridad transnacional basada en privilegios, significa hacer una etnografía de las lógicas de la cooperación internacional en la que se está inserta, en la lógica de la intervención social que hacemos, de nuestros propios lugares de producción del conocimiento, de las teorías que utilizamos y legitimamos y los propósitos para los cuales se hacen.
[7] Con la intención de matizar, no estamos comprendiendo por feminismos latinoamericanos solo los movimientos feministas, sabemos de sobra que el movimiento feminista en Latinoamérica, dista de ser un todo homogéneo, sin embargo, decidimos situar l caso del feminismo indígena para trazar un paralelo
[8] Bajo una lupa similar, la profesora Colombiana propone; “Se trata de construir un “universalismo crítico” (noción usada por Mara Viveros en mesa de trabajo) que afecte todas las políticas públicas macrosociales y macroeconómicas, que tengan como principio ético la justicia social redistributiva, en la cual el objetivo final será generar un piso de equidad para todas-os las-os ciudadanas- os (principio igualitario), y a la vez producir un reconocimiento de las historias particulares de opresión con el objetivo de superarlas (principio diferencial). Este enfoque crítico cuestiona el dualismo universal/particular para dar paso a la construcción de políticas públicas que articulen sus acciones desde una perspectiva histórica, interseccional y con un sentido de justicia social transformadora. (Esguerra y Bello, C. M. (2014, pág. 26). Interseccionalidad y políticas públicas LGBTI en Colombia: usos y desplazamientos de una noción crítica. Revista de Estudios Sociales No. 49, 19-32.

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