Daniel Felipe
Barrera Arias
“Nietzsche es aquel
en cuya luz o en cuya sombra todos pensamos hoy”
Martin Heidegger.
Este texto es reflejo de mis forcejeos
con la obra de Nietzsche, de idas y venidas, estirando y pensando más allá y
más acá de su contexto histórico. Como los grandes pensadores clásicos, Nietzsche
es un pensador del devenir. Me interesa hacer comparecer a Nietzsche ante el tribunal
de la contemporaneidad. Qué tiene Nietzsche para decirnos hoy, parece ser que
mucho, o al menos eso intentaré demostrar. Mi interés por la obra de este
magnífico pensador radica en su carácter poliédrico, quizás el único pensador
al que se le puede leer en clave: atea, teológica, post-estructuralista,
socialista, anarquista (antes de que se acuñara el término) y comunitarista, un
filósofo y esteta de contraste y de múltiples voces como apunta Derrida.
Estoy de acuerdo con Gilles Deleuze cuando
señala que: Nietzsche no habla desde la
óptica del sujeto, sino desde “la óptica de la vida”. Su obra es sumamente biográfica,
es un relato en primera persona, sus textos son sus vivencias psicológicas, es
su lectura de la religiones, del cristianismo, del hombre y siguiendo a Ronald
Hayman, el filólogo alemán: “Tenía un
talento genial para proyectar la introspección hacia afuera utilizando su
propia conciencia como una base de observación para luego, desde allí,
aventurar generalizaciones sobre la mente y su actividad”[1], es un de los pocos casos en
que su obra hay que estudiarla a la par
de su vida, no solo por su injerencia sino por lo ajetreada e interesante que
resulta para sus biografos y lectores.
En contra de las lecturas
ramplonas y esclerotizadas de nuestro autor, tanto de grandes intelectuales:
Luckács[2] (1968),
Habermas[3] (1982), como de la academia en general, lo ha menospreciado
como filósofo y pensador, obnubilados por el contexto e incapaces de comprender
a un pensador sin igual, acusado de nazi,
anti-humanista y como si fuera poco de nacionalista. Nos interesa
mostrar por qué la filosofía de Nietzsche es, ante todo y por sobre todas las
cosas, una filosofía de la libertad, de la emancipación, desde su nihilismo
creativo y transformador, retomamos la crítica a la modernidad, transvaloración
de los valores, el papel de lo dionisiaco y la moral en la obra de arte.
Estilo y pluma
literaria.
La crítica de la modernidad propuesta
tiene muchas aristas; lo primero a señalar, es que Nietzsche es un paria, desde
sus primeros trabajos de Filología fue rechazado y percibido como un intruso
dentro de la disciplina, pero además sus aportes filosóficos fueron soterrados
por muchos años, una doble exclusión. La academia filosófica le reprocha no ser
un filósofo del canon, difícil de categorizar. Nietzsche hace importantes
aportes a la filosofía, la genealogía, la psicología, música y el arte; una
faceta poco trabajada en la vida del pensador alemán son sus cualidades como
esteta y su aportes a la teoría del arte, lo que lo convierte en un autor
ineludible en la teoría estética, seguidamente, no resulta extraño que Darío
Botero lo describa como la mezcla de
análisis filológicos con descripciones psicológicas y juicios filosóficos[4].
La
crítica de Nietzsche a la modernidad no es solo de contenido como ya
veremos, es también de forma, su tufillo literario y poético. Cuando se estudia
a Nietzsche en Argentina, el primer país de América Latina donde hizo presencia
su obra, se iniciará en la facultad de literatura y letras, su escritura de
difícil acceso tiene mucho de similar a una novela, Andrés Sánchez Pascual
prologuista de Así habló Zaratustra
precisa sobre la obra más reconocida de Nietzsche lo siguiente:
“Es posible
diferenciar al menos tres tipos de capítulos. Unos son preferentemente
narrativos y constituyen los puntos de apoyo a través de los cuales la historia
de Zaratustra avanza, otros poseen un carácter doctrinal y son auténticos
remansos en que el alma de Zaratustra se demora y se contempla a sí misma,
dialogando a solas. Otros, por fin, son de índole lírica y en ellos donde
alcanza las más altas cumbres de la obra”. (Nietzsche, 2016, págs. 27- 28) .
Nietzsche es un
disidente en su escritura, su crítica a la modernidad se percibe en los ornamentos
y en el contenido, reclamando que la filosofía ha perdido la fuerza estética,
una filosofía decante es aquella que ha perdido la pulsión estética inventora.
Friedrich Hölderlin es uno de sus poetas favoritos, de él toma la posibilidad
de concebir la figura del esteta/filósofo para disolver las falsas líneas divisorias
entre la literatura, poesía y la filosofía. La academia moderna ha provocado un
distanciamiento entre la forma y el fondo, resuenan como indisociables, para
nuestro pensador hay una enérgica reivindicación a la forma, allí identificamos
su crítica a la modernidad y a la escritura moderna, por eso en Nietzsche los
juicios y las opiniones políticas, económicas, y sociales no se pueden abstraer
de las consideraciones estéticas. Retomando a Hölderlin “Más lo que permanece lo fundan los poemas”, la capacidad que tiene
los poetas por decir lo que no perece, Nietzsche lo describe así en su
siguiente soneto:
"Aforismo"
El poeta que, a sabiendas,
Puede en sus versos mentir.
Es el único que en todo
La verdad puede decir.
Nietzsche va fundiendo la verdad y la
belleza como un solo elemento, no porque lo bello siempre sea verdad, sino porque
decir la verdad es implícitamente bello. Curt Paul Janz, su biógrafo documenta: Así habló Zaratustra está construido como
una sinfonía, la escritura de Nietzsche tiene un tono sonoro y cantarino, de
frases cortas con unos contrastes de pianos a fortísimos en forma imprevista[5], habría que
agregar la dificultad que implica el acceso a unos textos de consistencia
asistémica, por los achaques que lo acompañaron toda su vida.
Crítica a la
modernidad.
Ahora bien, habíamos mencionado en un
inicio que la crítica a la modernidad va en doble sentido, Nietzsche vivió y
escribió en el siglo de mayor esplendor del determinismo Newtoniano, la razón, la
ilustración y la idea de progreso con la revolución industrial. Parafraseando a
Darío Botero Uribe, el programa de la
modernidad está construido como una aporía: fe en la técnica y la ciencia, el cálculo
determinado y predeterminado construido racionalmente de la conducta humana
dominada por la causalidad, en un afán por romper con lo viejo, lo caduco, con
lo decante, con las formas superadas rompiendo con el pasado que lo constituye,
en otros términos el espíritu de la época[6].
Distanciado de esta postura, a nuestro
pensador lo seduce la idea de apartarse del progreso moderno y detener la
marcha de la locomotora moderna, para una
recuperación de la humanidad, así lo expresa: “La humanidad no representa, tal como hoy se cree, una evolución hacia
algo mejor, más fuerte, más elevado. El “ progreso” no es más que una idea moderna
y por consiguiente una idea falsa, el europeo de hoy continua estando, en cuanto su valor, muy por
debajo del europeo del renacimiento” (Nietzsche, 2015, pág. 458)
Al igual que Nietzsche, W. Benjamín es
un importante crítico de la ideología del progreso, el Angelus Novus de Paul
Klee, es utilizado como metáfora para comprender cómo el avance del progreso se
sedimenta sobre las ruinas del pasado, no obstante, para el pensador judío la
emancipación colectiva se encuentra en la redención del pasado, en un avance que retorne, mientras que
para Nietzsche el pasado no juega un papel central y emancipador, la respuesta
por la liberación siempre es desde el sujeto.
Dando un espaldarazo radical a su época,
Nietzsche descifra el corazón de la modernidad: el progreso y el desarrollo
unilateral-teleológico, solo conduce a la destrucción del ser humano, reducir
la conciencia a la razón, someter los deseos y la pulsión genera el
adormecimiento del sujeto, el aristocramiento de los ciudadanos, la pérdida de
la belleza y de la poesía edificante, son un signo de ello. Nietzsche esta escandalizado
de la ascesis cristiana que promueve al ideal de hombre débil, arguyendo que
resulta imposible reducir la vida a los cálculos racionales. En palabras de Darío
Uribe, Nietzsche comprende que existe una
fuerza soterrada, inconsciente que jalona la vida del hombre que explicaría su
conducta mucho mejor que las ideas claras y los razonamientos lúcidos. Lo que
mueve a el hombre, lo que permitirá descifra su conducta es su estructura
pulsional, en Freud[7]
será el libido[8].
Quien mejor representa y se mueve en
las trincheras de las ciencia moderna es el filósofo Habermas, el cual tiene un
apreciación crítica de la obra de
Nietzsche;“ Nietzsche comparte la ceguera
de sus contemporáneos frente a la experiencia de la reflexión; niega que la
penetración crítica de una apariencia autogenerada, pero autonomizada frente al
sujeto, que la autorreflexión de una falsa conciencia sea conocimiento: sabemos
que la destrucción de una falsa conciencia no produce ninguna verdad, sino un
ámbito más de la ignorancia, un ensanchamiento de nuestro espacio vacío, un
aumento de nuestro desierto.”[9]
Situados en la lectura de habermasiana,
Nietzsche fracturó la ciencia y la verdad propinando el desmoronamiento del
conocimiento, pero aún más grave, Habermas señala a Hegel y Marx de iniciadores
de este proceso, haciéndole tregua al positivismo filosófico. Valdría la pena
apuntar que la propuesta filosófico-política de Habermas encuentra su centro y
punto de anclaje en la razón comunicativa, (superando las aporías de la
filosofía moderna centrada en el sujeto, desde Hegel hasta Marx y los demás
modernos) lo que constituye con la filosofía de Nietzsche un centro irreconciliable,
representando su antípoda, así
mismo, Habermas reconoce el núcleo autorreflexivo que se forja en la obra de
Nietzsche, es decir, es incompatible con la teoría del conocimiento y con la
psicología autorreflexiva. Disolviendo la objetividad del conocimiento y
mostrando que la psicología, la poesía y el estilo novelístico es contrario al conocimiento,
constituye la muerte de las ciencias sociales alemanas.
Pero dejemos que Nietzsche argumente su
potente defensa: “La influencia
desespiritualizadora de nuestro cultivo actual de la ciencia. La dura
esclavitud a la que hoy condena a todo individuo a la enorme extensión de las
ciencias explica fundamentalmente que sujetos con unos intereses más amplios
más ricos y más profundos, no se encuentran ya ni una educación ni unos
educadores adecuados a ellos. No hay nada que perjudique más a nuestra cultura
que esa proliferación de vanidosos trasportadores de libros y de humanidades
fragmentarias; sin pretenderlo, nuestras universidades son auténticos
invernaderos en los que se produce una especie de atrofia de los instintos del
espíritu.” (Nietzsche, 2015, pág. 590) .
Nietzsche examina los fundamentos lógicos de la modernidad y de la ciencia
moderna, lo que le permite entender que: si aceptamos la ciencia moderna, es
porque hemos domado y adiestrado nuestros sentidos para percibir ciertos
conocimientos como veraces e influyentes en nuestra cotidianidad, pero en el
fondo se encuentra una predisposición moral y ética por aceptar un proceso de
validación del conocimiento por encima de otros. Para Nietzsche, la filosofía no
es solo un conocimiento racional, es ante todo una actitud vital, que pasa por un
proceso de sensibilidad creativo e instintivo, el discernimiento científico
tiene tanto de mitológico como el conocimiento griego de la cultura
helenística, en el fondo, la pregunta es: ¿Por qué fundar la vida y el
conocimiento en la verdad? ¿Por qué la verdad debe ser el principio ordenador?
Tiempo después, en el Discurso
Filosófico de la Modernidad (1993) Habermas valorará en términos positivos la
crítica de Nietzsche a la razón hegeliana y trascendental; “Nietzsche, en fin, trata de desenmascarar toda la dramaturgia de la
pieza en que actúan tanto la esperanza revolucionaria como la reacción. Priva
de su aguijón dialéctico a la crítica de esa razón contraída a racionalidad con
arreglo a fines, a la crítica de la razón centrada en el sujeto, y se
comporta con respecto a la razón en
conjunto como los jóvenes hegelianos respecto de sus sublimaciones: la razón no
es otra cosa que poder, que la pervertida voluntad del poder a la que tan brillantemente, empero, logra
tapar” . (Habermas J. ,
2019, pág. 69)
Así, resulta imperante reconocer el
valor que tiene la crítica de la modernidad de Nietzsche, como el primer gran
crítico de la modernidad. Su voz hace eco en grandes pensadores como Max Weber[10],
en su crítica a la racionalidad formal, la Escuela
de Fráncfort, Theodor Adorno, Max Horkheimer, en la crítica a la razón
instrumental y la idea benjaminiana de
detener la marcha irrevocable de la modernidad. Lo que tienen en común todos
estos pensadores, además de su legado nietzscheano, es que conciben al hombre
como un fin y no como un medio. Precisamente, esa la génesis del pensamiento nietzscheano,
donde la libertad pasa por cuestionar los principios de la razón y la
obediencia moral, en Nietzsche, se es libre o no se es, no hay términos medios.
Pero en las múltiples caras de la
crítica a la modernidad, desde la razón moderna hasta el positivismo científico
implica extender su látigo crítico contra el historicismo hegeliano y la
teleología de la historia, la marcha unilateral y unívoca de la historia. A
diferencia de lo anterior, en Nietzsche encontramos el concepto Eterno retorno de lo idéntico: Toda va, todo vuelve; eternamente rueda la
rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del
ser. Todo se rompe, todo se recompone; eternamente se construye a sí misma la
misma casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente
permanece fiel a sí el anillo del ser. En cada instante comienza el ser; en
torno a todo “Aquí” gira la esfera “Allá”. El centro está en todas partes.
Curvo es el sendero de la eternidad[11].
La concepción nietzscheana del tiempo
no olvida el pasado, mucho menos avanza ciegamente sobre su tradición, la
figura del anillo evoca cómo el tiempo pasado siempre es tiempo presente. Su
concepción descentrada de la historia, el eterno retorno de lo idéntico, es la
forma de interrumpir el tiempo lineal sacralizado por la chocante y perpetua
modernidad. Sería un error
pensar que la noción de la historia en Nietzsche es equiparable con la de
Polibio y la historia cíclica, es distinta como describe Darío Botero: El Eterno retorno de lo idéntico una
repetición que se da en la ética, en el espíritu, en la voluntad de poder, en
el destino. El eterno retorno es la independencia para el hombre frente al
determinismo natural y frente a la ley moral.[12]
Esta idea es retomada con mayor fuerza
en el pensamiento post-moderno, si bien Nietzsche no es el pensador iniciador
de esta corriente, si introduce la noción del distanciamiento radical con los
grandes metarrelatos y estructuras con propensiones totalizantes. Como señala
Darío Botero, al igual que el postmodernismo francés, busca descentrar la
historia, no en sentido benjaminiano rememorando el pasado, sino una historia
sin historia, de allí, la concepción foucaultiana de la historia. Una historia
sin sentido histórico, sin coordenadas, ni universales antropológicos, niega la
dialéctica (como Nietzsche), intenta combatir la razón centrada en el sujeto
(de allí su crítica al marxismo).
Hilvanar la propuesta teórica y
filosófica de Nietzsche pasa por entablar un diálogo entre la libertad y el
humanismo radical, cruzando por un concepto ineludible si se estudia a nuestro
teólogo pagano, el Superhombre nietzscheano o Übermensch. Algunas traducciones
han interpretado el proyecto del superhombre como un desarrollo humano sin
humanismo, despiadado, egoísta, individualista, capaz de llevar una guerra
justa por una causa injusta, lo anterior, como apunta Diego Sánchez Meca, se da
por una mala traducción del término, Übermensch, no indica un súper-hombre. Nietzsche
utiliza este término uniendo Über= más allá y Mensch=hombre, es decir, la
aspiración final de Nietszche es enaltecer el ser humano, cómo apunta Darío
Botero, el Superhombre es el segundo grado de humanización, el hombre es primero.
El hombre más allá de sí, implica la
ruptura total con la decadencia burguesa, volver a sus instintos, no primitivos,
ni reaccionarios, es cuestionar la razón, recordar el subtítulo del Ocaso de
los ídolos: filosofía a martillazos. La
sobre humanidad nietzscheana se perfila en el horizonte de la emancipación y la
liberación de la enajenación moral y auto enajenación humana, ya Nietzsche nos
recordaba al hombre como un puente entre lo animal y el superhombre de la
filosofía de los no-filósofos. El Übermensch es un camino, un destino, un
principio que supera la paquidérmica idea de humanidad del cristianismo y la
razón kantiana, peregrinando de “el tú debes” a “el yo quiero”
Moral, voluntad de
Poder y Verdad.
Sin duda alguna, la Moral es el punto
que mayor ruido produce entre los sacerdotes y creyentes luteranos, Con el
advenimiento de El Anticristo y Genealogía de la Moral, Nietzsche
retumba en los oídos de la cultura occidental, transpolando y descubriendo el
papel y el rol que han jugado la moralina de la vida para la decadencia de la
civilización occidental. Para urgir en los conceptos de lo Bueno y lo Malo es
necesario situarnos en Genealogía de la moral: “Para mi es palmario,
primero, que esta teoría busca y sitúa el foco de surgimiento del concepto “
bueno” en un lugar equivocado: el juicio “ bueno” no procede de aquellos
quienes se les ha deparado “bondad”, más
bien han sido los buenos mismos, es decir, los nobles, poderosos, encumbrados y
los de espíritu elevado quienes se sintieron y consideraron a sí mismo y a su
obra como buenos, a saber, de primer
rango, en contraposición con todo lo
bajo, rastrero, ruin y plebeyo. (Nietzsche F.
, 2005, pág. 48)
Desmenuzando el concepto de bueno y
malo, es pertinente hacer la siguiente anotación: primero, lo noble acá no
tiene que ver con la nobleza como sentimiento malsano. El noble es un sujeto,
altivo, fuerte, de lo bien dotado, lo bello, espléndido y habilidoso de las
grandes aptitudes que debe tener un sujeto prototipo del ideal griego, en este
contexto, lo noble no tiene ninguna carga moral.
La inversión de valores ocurre, cuando
lo Malo, es decir, los débiles, los deficientes, relegados, hombres de rebaño,
cobardes, de nuevo sin carga moral, con ayuda de los sacerdotes y de las
religiones judeo-cristianas, extrapolaron lo bueno y lo malo y lo llenaron de
sustrato moral. Así, los buenos son todos los derrotados, que aguanta la
miseria de la vida, los subyugados, dispuestos a soportar la máxima opresión por
miedo a rebelarse, como ya veremos, la verdad tiene una función de desocultamiento,
consumando así la moralidad enferma, la moral de rebaño, homogeneizadora,
temerosa de la verdad y de la voluntad de poder. Del otro lado, lo Malo termina siendo la moral
sana, aquella que busca una identidad, no de rebaño sino de pastor, del
auto-control vitalista y que vive en la pulsión, dueño de una moral de señores.
Nietzsche afirma: no existe fenómenos morales, sino interpretaciones morales de esos fenómenos[13].
Lejos de confirmar una teoría a-moral
en Nietzsche, lo que pretende es desmonopolizar la moral y que cada sujeto, en
plena autonomía, construya su propia moral, por eso le interesa desligarse por
completo de la moral cristiana, coligando con la cultura griega que se funda
sobre la ética de la vida, el arte de la existencia y romper con una moral del
sujeto.
De la cultura griega[14]
y helenista, Nietzsche va tomar más que la ética de la existencia, lo Apolíneo
y lo Dionisiaco como duplicidad contradictoria que va a acompañar la fuerza inmanente
de su obra, servirá, además, como
cartografía humana de su teoría estética. Lo
dionisiaco, del dios de la danza, la música, de la embriaguez. Lo
dionisiaco le sirve a Nietzsche para cambiar los conceptos sobre el arte griego
y del arte en general, demostrando en
contra de la historiografía dominante que el arte griego no era un clasismo
sereno y equilibrado, sino por el contrario, un arte apasionado, exultante,
sensual, riente y gozoso[15]. El resultado
solo puede ser concebir el arte con un eterno vitalismo, con la muerte de Dios
el arte permite otorgar sentido a la existencia. En esa
embriaguez dionisiaca común y orgiástica en el que el individuo se desvanece,
de modo semejante a como sucede en el sueño se funda la posibilidad del arte[16].
El origen de la
tragedia es el primer
libro de Nietzsche, pensado originalmente como un trabajo filológico, en el ya encontramos
matices filosóficos: su tesis central es
el repudio a la razón socrática, y al intelecto consciente, a una mentalidad
lógica pura, el espíritu de la ilustración griega del siglo V antes de nuestra
era[17].
La libertad en la tragedia griega se consigue luchando, quien resiste a su
trágico destino es libre, lejos de nihilismo contemplativo, el héroe confronta.
Confrontar es procrear la historia y el acontecer del mundo, la libertad ha
sido una preocupación que atraviesa la obra de Nietzsche.
Ya hemos revisado el Superhombre y la
ruptura con la moral enferma que implica un estado mayor de deshumanización,
pero hasta ahora solo hemos cubierto epidermis del asunto, nos ocuparemos de la
capa subtérmica, circulamos de la transvaloración
de los valores a la trasnsubjetivación en la obra de Nietzsche. Para ello,
hay que reflexionar sobre la voluntad de Poder, en su obra cumbre, menciona lo
siguiente: ¡en verdad, mi voluntad de
poder camina también con los pies de tu voluntad de verdad![18], La clave que nos
arroja Nietzsche es develar el fetichismo de la verdad:
¿Qué es
entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias,
antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido
realzadas, extrapoladas, adornada poética y retóricamente y que, después de un
prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las
verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se
han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su
troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal. (Nietzsche,1873,
pág. 6)
La voluntad de verdad se ubica en lo subterráneo
del concepto voluntad de poder en Nietzsche, por eso van de la mano, mientras
la voluntad de verdad es un constructo que se pelea en el terreno social y
lingüístico que encubre relaciones de dominación judeo-cristina. El lenguaje
crea verdad, expresa las creencias y las fuerzas vivificas de una época
precisa.
Es decir, la voluntad de poder y la voluntad
de verdad son dos fenómenos del mismo proceso de libertad humana (V.V + V. P = libertad
inventiva), el primero se da en una antagonismo irresoluble por llenar el
recipiente sin fondo, el de la verdad y que a la vez es condición de
posibilidad para ejercer la voluntad de poder, que se da en un plano individual
(conquista por autonomía moral y de volición estética). Por tanto, el nihilismo
de Nietzsche no niega los valores, confirma los valores supremos del hombre y
reafirma el vitalismo nietzscheano, “¡El
arte y solo el arte! Es el gran posibilitador de la vida, el gran cimentador de
la vida, el gran estimulador de la vida” (el origen de la tragedia). Como
apunta Savater, la voluntad de poder es la del voluntad artista que crea y recrea la pulsión a la muerte y, en posesión de cuatro virtudes:
Valentía, lucidez, compresión y soledad,[19] de nuevo dejemos
que aparezca Nietzsche en su texto nuclear para que aclare un poco más la
situación: Hermanos míos, para el juego
del crear se precisa un tanto decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad,
el retirado del mundo conquista ahora su mundo.[20]
El pasaje anterior es tomado del libro Así Habló Zaratustra, del conocido
acápite: De las tres transformaciones,
allí Nietzsche construye la metamorfosis de la libertad y el superhombre, desde
el camello y su espíritu de la pesadez, pasando por el león que rompe las
cadenas de la moral, saca lo más afirmativo y pulsional de su ser (Leben no
sein), pero no se emancipa del todo. Dando paso al niño, aquella voluntad
creadora, rompe con el espíritu del amo y crea nuevos valores, no obstante, el
laberinto y quizás la incompletud del pensamiento de Nietzsche radica en la
conquista de mi mundo, un mundo individual y no colectivo, olvida la totalidad
de la existencia humana.
Nietzsche además levanta inquietudes
lingüísticas que tiempo después la filosofía post-estructuralista y contemporánea
(J. Butler, El género en
disputa; J. Derrida El Monolingüismo del Otro.) va a indagar. “Dividimos las cosas en géneros, designamos
al árbol como masculino y a la planta como femenino: ¡qué extrapolaciones tan
arbitrarias! ¡A qué altura volamos por encima del canon de la certeza!”[21].
Nuestro autor ya se cuestiona lo
arbitrario de designar significantes últimos a los objetos, adelantándose a la
concepción contemporáneo del lenguaje. El mundo es un texto que se renueva, sin
una sintaxis última, en voz de Derrida: no
hay nada fuera del texto, el lenguaje es maleable y da forma, esto lo
entiende Butler en su análisis sobre el lenguaje y el sistema patriarcal. Lo
anterior no constituye unos devaneos en la obra de Nietzsche, en El ocaso de los ídolos de 1880 aparece
de nuevo esta preocupación: Mucho me temo
que no conseguiremos librarnos de Dios mientras sigamos creyendo en la
gramática..[22]
[1] R.
Hayman, Nietzsche, editorial Norma S. A (1998, pág 18).
[4] Darío
Botero Uribe, La Voluntad de Poder de Nietzsche, Universidad Nacional de
Colombia, 2000. Pág.19
[5]
Friedrich Nietzsche.3. Los 10 años de la filosofía errante, Madrid, Alianza
Editorial, 1985
[6] Darío
Botero Uribe, La voluntad de poder de Nietzsche, Universidad Nacional de
Colombia,2000, pág. 206
[7] Para
adentrase en la relación entre la psicología de Nietzsche y Freud, véase: Freud
y Nietzsche, Fondo de Cultura Económica, 1986 o Schopenhauer, Nietzsche, Freud,
Thomas Mann, Alianza Editorial, 2009
[8]Darío
Botero Uribe, La voluntad de poder de Nietzsche, Universidad Nacional de
Colombia,2000, pág. 173
[10] Sobre
la deuda intelectual de Weber con Nietzsche Arthur Mitzman, citará la frase del
sociólogo; “se puede celebrar la honradez de un intelectual contemporáneo y en
especial de un filósofo, por su postura respecto a Nietzsche y a Marx, quien no
admita que no podría llevar acabo lo más importante de su trabajo sin contar
con la obra de estos dos hombres, se engaña a sí mismo y engaña a los demás,
Nuestro mundo intelectual ha sido modelado en su mayor parte por Marx y
Nietzsche”. La jaula De hierro, Madrid, Alianza Editorial, 1976, pág, 166
[12] Darío
Botero, La voluntad de poder en Nietzsche, 200º pág.97
[13] El
anticristo, pág. 483.
[14] Hay
algo que amaba Nietzsche de la cultura griega y de allí su admiración era que
no tenía dogmas ni sacerdotes, mucho menos creyentes.
[15] Darío
Botero Uribe, La voluntad de poder de Nietzsche,2000, Universidad Nacional de
Colombia, pág. 139.
[16]
Filosofía del arte Moderno, Liessmann Paul, Herder, 2006, pág, 87
[17] Darío
Botero Uribe, La voluntad de poder de Nietzsche,2000, Universidad Nacional de Colombia
pág. 28.
[19]
F, Nietzsche, Obras Selectas, 2010, EDIMAT. pág. 429.
[20] Asi
Habló Zaratutra, F. Nietzsche, alianza editorial, 2016 pág. 65.
[21]
Verdad y Mentira en Sentido extra moral, pág. 5, 1873
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