Por: Juan Manuel Caicedo - (jmcaicedob@ut.edu.co)

La Revolución cubana fue, desde todo punto de vista, un parteaguas en la historia política latinoamericana que condensó una genuina subversión cultural, ideológica, y política. Proceso que anunciaba, por lejos, el advenimiento de nuevos tiempos en los que la utopía (hasta entonces vedada en el cono americano) se constituía finalmente como derrotero. Con certeza, la aventura en Sierra Maestra y la arremetida rebelde contra el imperialismo significó la posibilidad de construcción del proyecto nacionalista en América Latina y la configuración de ordenes político-económicos disidentes que harían de la hegemonía un campo abierto y en disputa con los demás proyectos de sociedad.

Es en dichas pugnas político-ideológicas (en la que se reivindicaba el cambio y la transformación social) que la Revolución cubana -en su ánimo de propugnar  una identidad nacional e interpelar el orden imperialista- apelaría a la música como institución cultural capaz de movilizar ordenes de representación disruptivos y nuevos valores culturales. Estos principios justificarían la idea de una nueva comunidad imaginada (Anderson, 1983) e impulsarían a Cuba como vanguardia internacional de la resistencia. 

Interesa en este artículo reflexionar, a partir de la imbricación entre Cultura y Revolución pregonada en la Cuba del 59' epicentro del jolgorio y la insurrección, sobre el rol de la música como eje catalizador de nuevos sentidos políticos y códigos expresivos de la utopía, como herramienta de impugnación ante el sistema imperialista norteamericano y como práctica cultural configuradora de representaciones e identidades combativas. 

Recuérdese que la isla del tabaco y el ron de mediados del siglo XX era un país con agudas desigualdades sociales, pobreza, represión militar y profundas disparidades entre el campo y la ciudad. Campesinos pobres y desposeídos eran asfixiados en los plantíos de caña y tabaco trabajando esforzadamente de sol a sol para rehuirle a la miseria. En el corsé de una economía subordinada a las lazos imperialistas estadounidenses que constreñían el aparato productivo cubano y captaban el crecimiento de la burguesía nacional y las posibilidades de vida digna del grueso de la población cubana.

En esa amalgama de malestares sociales, contradicciones irresolutas y con la agitación del golpe de Estado contra Fulgencio Batista en 1952, se gestaría el proceso revolucionario, impugnando un mandato anticonstitucional y perpetuador del orden neocolonial que hacía de Cuba el burdel de Estados Unidos. El ideal febril de Castro y sus compañeros pretendió no solamente remover la existencia de una Cuba a la sombra del dominio imperial, sino establecer los cimientos de un nuevo modelo de sociedad capaz de impeler la realización nacional de Cuba.

Dichas aspiraciones, en el marco de la Guerra Fría, representarían intensas pujas: la defensa del proyecto revolucionario implicaría empuñar fusiles para evitar posibles invasiones norteamericanas y proteger la soberanía nacional y, cuanto más, valerse del desdoblamiento de instituciones culturales como la música, pues la batalla debía ser librada en más de un frente. En consecuencia, la música fungiría como eje catalizador de afectos e intereses capaz de reunir los sentires de agentes políticos y, simultáneamente, movilizar ordenes de representación disruptivos que no solamente interpelaban los órdenes del poder, sino que, además, ponían en curso nuevas cosmovisiones y sentidos políticos. 

Un ejemplo de ello son las producciones musicales de Carlos Puebla, acérrimo difusor de los valores de la revolución, quien impregnó sus canciones de sus ideales contestarios. Dentro de su extenso reportorio musical, siempre motivo de controversias, se encuentra "Yankee, Go Home", una atrevida producción musical que alienta las pasiones exaltadas, el criterio revolucionario del pueblo y que pretende bosquejar un horizonte vital organizador de la experiencia humana. 

"Lo dicen en Manila y en Corea,
En Panamá, en Turquía y en Japón.
El clamor es el mismo en todas partes:
¡Yankee go home!

Me basta con mi voz nacionalista
Para exigir con firme decisión
Y con razones antimperialistas:

¡Yankee, go home!" 

La ferviente apelación nacionalista y antiimperialista de Puebla es algo así como forjar a contrapelo la identidad cubana, en tanto condensación de un nuevo tiempo que se constituye en negación al imperialismo norteamericano. La música como expresión estética y cultural, en el caso de Puebla, entraña un anhelo por desmarcar la existencia de Cuba de la producción política y cultural de las clases dominantes.

La narrativa de expulsión de los “yankees” implica, por un lado, cerrar la histórica intervención y saboteo estadounidense en países del tercer mundo como forma de perpetuar su conducción político-ideológica y cortar lazos de subordinación, por otro lado, mediante la misma sonoridad, apelar a intereses nacionalistas como reivindicación de una condición de autodeterminación en la que por fin controlan los destinos de su nación y es licito bifurcar formas alternativas de ser y de habitar su cuerpo colectivo.

Dimensiones estéticas y códigos expresivos embebidos de ideología que construyen un cuerpo de representaciones comunes a la comunidad imaginada (Anderson, 1983). No es fortuito que el arte, la literatura y la música contribuyeran a la mistificación y el endiosamiento de la figura del Che y de Castro, como “nobles representantes del pueblo” y de un naciente cuerpo colectivo de abolengo insumiso y contestatario. 

De esa forma, las sonoridades emergen como expresiones combativas que unas veces fungen disruptivamente removiendo afectos, dimensiones estéticas e imaginarios colectivos y otras relucen por su capacidad de hermanamiento, cohesión de los individuos en un solo cuerpo social a través de imaginarios de redención moral del pueblo, solidaridad entre pueblos y  justicia como ordenes de representación propios de una reconversión cultural.

Otro gran exponente musical es Silvio Rodríguez, precursor de la Nueva Trova. Su compleja poética lo llevó a componer canticos al amor, pero también le permitió narrara la tragedia y la esperanza en su Cuba querida. Sus canciones son una expresión de añoranza de un porvenir mejor y, por supuesto, una defensa del ideal revolucionario. En su singular y notoria producción musical se encuentra "Fusil contra Fusil" composición dedicada a aquel que le introdujo en una nueva forma de entender la solidaridad: Ernesto Guevara.

Se perdió el hombre de este siglo allí
Su nombre y apellido son
¡Fusil contra fusil!

Todo el mundo tercero va
A enterar su dolor
Con granizo de plomo harán
Su agujero de olor, su canción
Dejarán el cuerpo de la vida allí
Su nombre y apellido son

¡Fusil contra fusil! 

Silvio ha sido un compositor militante: ha entreverado en sus versos sentidos políticos y consignas ideológicas, decantaciones políticas y figuras revolucionarias y ordenes emancipatorios socialistas. En "Fusil contra Fusil", no hay excepción: en sus versos identifica sus enemigos. Como él mismo ha indicado, usa la música como discurso para realzar la memoria del Che y sintetizar su concepto de lucha: a los fusiles de los opresores podían responder los fusiles de los oprimidos (Cuba Debate, 2011).  

Mediante la música, Silvio conmemora la hazaña revolucionaria como condición que posibilitó lo inédito: el fraguar de  voluntades políticas y aventuradas acciones militares que buscaban la reconstrucción moral y nacional de Cuba, teniendo como punto nodal a las masas plebeyas. Aquellas que bordeaban las estructuras político-institucionales y se hallaban desprovistas de las condiciones materiales que les permitiesen procurar una vida menos indigna, las cuales abrazaron la idea de que, tal vez, al empuñar un fusil podrían tener oportunidad ante el fusil del opresor, por tanto, la narrativa de Silvio reafirma la agencia política ante las arbitrarias imposiciones de sentido y los órdenes políticos de gobiernos inclementes. 

Dichos relatos y representaciones reñían en un contexto bipolar por la disputa de la hegemonía, en el que el desplomar de los fusiles era garantía de la soberanía nacional ante posibles confrontaciones bélicas. De igual forma, el desdoblar de la música como narración sonora y práctica cultural condensadora de potencial creativo y transgresor que, a través de dimensiones estéticas, anunciaba, en el caso de Puebla y Silvio[1], otros horizontes posibles, otras formas de ser y habitar la política: otras formas de vivir en colectivo y ejercer el poder. El remozar de una Cuba nacionalista y antiimperialista cuyo objetivo es la construcción del socialismo. 

A partir de la relación orgánica entre música y Revolución se gestó el cambio social y cultural en Cuba (Pitaluga, 2010). Mediante la música, la movilización de megarrelatos de heroísmo, ánimos insubordinados, rebeldía antiimperialista y solidaridad con los pueblos, acompañado de la sacralización de las figuras del Che y Fidel Castro, se logró cohesionar el cuerpo social. La música es, sin duda, piedra angular que teje comunidad al interior de Cuba y abre la posibilidad y extiende la invitación a la unidad de los pueblos latinoamericanos en un solo sentir contra las elites nacionales serviles al imperialismo y la configuración de un frente de emancipación socialista.

Este horizonte permitió la construcción de una identidad sujeta a la contingencia, es decir, que se instituye con relación al otro y es lejana a cualquier tipo de reivindicación esencialista. La construcción de identidad nacional se da en un arco sociohistórico y es, desde luego, objeto de tensión entre  los distintos bloques y fuerzas políticas ancladas en sus intereses estratégicos y cosmovisiones de mundo. En el caso Cubano, el proceso de instituir una nueva identidad se construye en negación a un exterior constitutivo: el imperialismo voraz del sistema capitalista estadounidense.

Tal deslinde de  luchas político-ideológicas, en el marco de la Guerra Fría, ancladas en sus respectivas identidades y prácticas culturales, no impedirían una introducción pintoresca por parte de Cuba a la posibilidad de algo anteriormente inconcebible. La música representó la imaginación colectiva de los pueblos, al mismo tiempo, reflejó la renovación ideológica y cultural de las masas latinoamericanas. El mito del socialismo, antes vedado para los latinoamericanos, no era una anomalía ni una imposibilidad. 

Eso, sin duda, significó un impacto significativo para la identidad latinoamericana: Cuba se instituyó como el faro emancipatorio de la región. Cuba transitó de su lugar sumiso en la historia al protagonismo revolucionario, es decir, a un cuerpo de representaciones combativo y disidente el cual hizo de la música su mejor aliada en la cristalización de nuevos imaginarios colectivos.

De tal modo que Cuba no sería nunca más el reflejo mal trecho de las culturas occidentales. Ejemplo de ello es la proliferación de la salsa, el boom de la literatura latinoamericana y la puesta en escena de música protesta, encarnada, principalmente, por Silvio Rodríguez y Carlos Puebla. Indudablemente, la Revolución cubana representó un punto de inflexión en la historia continental, un camino en autodeterminación de los pueblos. La conjunción etérea de un nuevo tiempo rebosante de sentidos políticos y códigos de la no tan lejana utopía.

Referencias

Anderson, B. (1983). Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusion del nacionalismo.

CubaDebate. (10 de 11 de 2011). Silvio Rodríguez dedica al Che sus palabras al recibir doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba. CubaDebate.

Pitaluga, A. Á. (2010). La cultura y la Revolución cubana: 50 años de una historia inmediata.

Puebla, C. (1977). Yankee, Go Home! [Grabado por C. Puebla]. Santiago de Cuba, Cuba.

Rodriguez, S. (1978). Fusil contra Fusil. [Grabado por S. Rodriguez]. Santiago de Cuba., Cuba.


[1] Propuestas sonoras que encarnaban derroches de ideología y, en ocasiones, atributos dogmáticos. 

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