La Revolución cubana fue, desde todo punto de vista, un parteaguas en la historia
política latinoamericana que condensó una genuina subversión cultural,
ideológica, y política. Proceso que anunciaba, por lejos, el advenimiento de nuevos
tiempos en los que la utopía (hasta entonces vedada en el cono americano) se
constituía finalmente como derrotero. Con certeza, la aventura en Sierra Maestra y la arremetida rebelde contra el imperialismo significó la posibilidad de construcción del proyecto nacionalista en América Latina y la configuración
de ordenes político-económicos disidentes que harían de la hegemonía un campo
abierto y en disputa con los demás proyectos de sociedad.
Es
en dichas pugnas político-ideológicas (en la que se reivindicaba el cambio y la transformación social) que la Revolución cubana -en su ánimo de propugnar una identidad nacional e interpelar el orden imperialista- apelaría a la música como institución
cultural capaz de movilizar ordenes de representación disruptivos y nuevos
valores culturales. Estos principios justificarían la idea de una nueva comunidad
imaginada
Interesa en este artículo reflexionar, a partir de la imbricación entre Cultura y Revolución pregonada en la Cuba del 59' epicentro del jolgorio y la insurrección, sobre el rol de la música como eje catalizador de nuevos sentidos políticos y
códigos expresivos de la utopía, como herramienta de impugnación ante el sistema
imperialista norteamericano y como práctica cultural configuradora de
representaciones e identidades combativas.
Recuérdese que la isla del tabaco y el ron de mediados del siglo XX era un país con agudas desigualdades sociales, pobreza, represión militar y profundas disparidades entre el campo y la ciudad. Campesinos
pobres y desposeídos eran asfixiados en los plantíos de caña y tabaco trabajando
esforzadamente de sol a sol para rehuirle a la miseria. En el corsé de una
economía subordinada a las lazos imperialistas estadounidenses que constreñían el
aparato productivo cubano y captaban el crecimiento de la burguesía nacional y
las posibilidades de vida digna del grueso de la población cubana.
En esa amalgama de malestares sociales, contradicciones irresolutas y con la agitación del golpe de Estado contra Fulgencio Batista en 1952, se gestaría el proceso revolucionario, impugnando un mandato anticonstitucional y perpetuador del orden neocolonial que hacía de Cuba el burdel de Estados Unidos. El ideal febril de Castro y sus compañeros pretendió no solamente remover la existencia de una Cuba a la sombra del dominio imperial, sino establecer los cimientos de un nuevo modelo de sociedad capaz de impeler la realización nacional de Cuba.
Dichas aspiraciones, en el marco de la Guerra Fría, representarían intensas pujas: la defensa del proyecto revolucionario implicaría empuñar fusiles para evitar posibles invasiones norteamericanas y proteger la soberanía nacional y, cuanto más, valerse del desdoblamiento de instituciones culturales como la música, pues la batalla debía ser librada en más de un frente. En consecuencia, la música fungiría como eje catalizador de afectos e intereses capaz de reunir los sentires de agentes políticos y, simultáneamente, movilizar ordenes de representación disruptivos que no solamente interpelaban los órdenes del poder, sino que, además, ponían en curso nuevas cosmovisiones y sentidos políticos.
Un
ejemplo de ello son las producciones musicales de Carlos Puebla, acérrimo
difusor de los valores de la revolución, quien impregnó sus canciones de sus
ideales contestarios. Dentro de su extenso reportorio musical, siempre motivo de controversias, se encuentra "Yankee, Go Home", una atrevida producción
musical que alienta las pasiones exaltadas, el criterio revolucionario del
pueblo y que pretende bosquejar un horizonte vital organizador de la
experiencia humana.
"Lo
dicen en Manila y en Corea,
En Panamá, en Turquía y en Japón.
El clamor es el mismo en todas partes:
¡Yankee go home!
Me basta con mi voz nacionalista
Para exigir con firme decisión
Y con razones antimperialistas:
¡Yankee, go home!"
La ferviente apelación nacionalista y antiimperialista de Puebla es algo así como forjar a contrapelo la identidad
cubana, en tanto condensación de un nuevo tiempo que se constituye en negación
al imperialismo norteamericano. La música como expresión estética y cultural, en el caso de Puebla, entraña un anhelo por desmarcar la existencia de Cuba de
la producción política y cultural de las clases dominantes.
La
narrativa de expulsión de los “yankees” implica, por un lado, cerrar la histórica intervención y saboteo estadounidense en países del
tercer mundo como forma de perpetuar su conducción político-ideológica y cortar lazos de subordinación, por otro lado, mediante la misma sonoridad, apelar a
intereses nacionalistas como reivindicación de una condición de
autodeterminación en la que por fin controlan los destinos de su nación y es
licito bifurcar formas alternativas de ser y de habitar su cuerpo colectivo.
Dimensiones
estéticas y códigos expresivos embebidos de ideología que construyen un
cuerpo de representaciones comunes a la comunidad imaginada
De esa forma, las sonoridades emergen como
expresiones combativas que unas veces fungen disruptivamente removiendo
afectos, dimensiones estéticas e imaginarios colectivos y otras relucen por su
capacidad de hermanamiento, cohesión de los individuos en un solo cuerpo
social a través de imaginarios de redención moral del pueblo, solidaridad entre pueblos y justicia como ordenes de
representación propios de una reconversión cultural.
Otro
gran exponente musical es Silvio Rodríguez, precursor de la Nueva Trova. Su compleja poética lo llevó a componer canticos al amor, pero también le permitió narrara la tragedia y la esperanza en su Cuba
querida. Sus canciones son una expresión de añoranza de un porvenir mejor y, por supuesto, una defensa del ideal revolucionario. En su singular y notoria producción musical se encuentra "Fusil contra Fusil" composición dedicada a aquel que le introdujo en una nueva forma
de entender la solidaridad: Ernesto Guevara.
Se
perdió el hombre de este siglo allí
Su nombre y apellido son
¡Fusil contra fusil!
Todo
el mundo tercero va
A enterar su dolor
Con granizo de plomo harán
Su agujero de olor, su canción
Dejarán el cuerpo de la vida allí
Su nombre y apellido son
¡Fusil contra fusil!
Silvio
ha sido un compositor militante: ha entreverado en sus
versos sentidos políticos y consignas ideológicas, decantaciones políticas y figuras revolucionarias y ordenes emancipatorios socialistas. En "Fusil contra
Fusil", no hay excepción: en sus versos identifica sus enemigos. Como
él mismo ha indicado, usa la música como discurso para realzar la memoria
del Che y sintetizar su concepto de lucha:
a los fusiles de los opresores podían responder los fusiles de los oprimidos
Mediante la música, Silvio conmemora la hazaña revolucionaria
como condición que posibilitó lo inédito: el fraguar de voluntades políticas y aventuradas acciones
militares que buscaban la reconstrucción moral y nacional de Cuba, teniendo como punto nodal a las masas plebeyas. Aquellas que bordeaban las
estructuras político-institucionales y se hallaban desprovistas de las condiciones
materiales que les permitiesen procurar una vida menos indigna, las cuales
abrazaron la idea de que, tal vez, al empuñar un fusil podrían tener
oportunidad ante el fusil del opresor, por tanto, la narrativa de Silvio reafirma la agencia política ante las arbitrarias imposiciones de
sentido y los órdenes políticos de gobiernos inclementes.
Dichos relatos y representaciones reñían en un contexto bipolar por la disputa de la hegemonía, en el que el desplomar de los fusiles era garantía de la soberanía nacional ante posibles confrontaciones bélicas. De igual forma, el desdoblar de la música como narración sonora y práctica cultural condensadora de potencial creativo y transgresor que, a través de dimensiones estéticas, anunciaba, en el caso de Puebla y Silvio[1], otros horizontes posibles, otras formas de ser y habitar la política: otras formas de vivir en colectivo y ejercer el poder. El remozar de una Cuba nacionalista y antiimperialista cuyo objetivo es la construcción del socialismo.
A partir de la relación orgánica entre música y Revolución se gestó el cambio social y cultural en Cuba
Este horizonte permitió la construcción de una identidad sujeta a la contingencia, es decir, que se instituye con relación al otro y es
lejana a cualquier tipo de reivindicación esencialista. La construcción de identidad nacional se da en un arco sociohistórico y es, desde luego,
objeto de tensión entre los distintos
bloques y fuerzas políticas ancladas en sus intereses estratégicos y
cosmovisiones de mundo. En el caso Cubano, el proceso de instituir una nueva identidad se construye en negación
a un exterior constitutivo: el imperialismo voraz del sistema capitalista
estadounidense.
Tal
deslinde de luchas político-ideológicas, en el marco de la Guerra Fría, ancladas en sus respectivas identidades y
prácticas culturales, no impedirían una introducción pintoresca por parte de Cuba a la posibilidad de algo anteriormente inconcebible. La música representó la
imaginación colectiva de los pueblos, al mismo tiempo, reflejó la renovación ideológica y cultural de las masas latinoamericanas. El mito del socialismo, antes vedado para los
latinoamericanos, no era una anomalía ni una imposibilidad.
Eso,
sin duda, significó un impacto significativo para la identidad latinoamericana: Cuba se instituyó como el faro emancipatorio de la región. Cuba transitó de su lugar sumiso en la historia al protagonismo revolucionario, es decir, a un cuerpo de representaciones combativo y disidente el cual hizo de la
música su mejor aliada en la cristalización de nuevos imaginarios colectivos.
De tal modo que Cuba no sería nunca más el reflejo mal trecho de las culturas
occidentales. Ejemplo de ello es la proliferación de la salsa, el boom de la literatura latinoamericana y la puesta en
escena de música protesta, encarnada, principalmente, por Silvio Rodríguez
y Carlos Puebla. Indudablemente, la Revolución cubana representó un punto de
inflexión en la historia continental, un camino en autodeterminación
de los pueblos. La conjunción etérea de un nuevo tiempo rebosante de sentidos
políticos y códigos de la no tan lejana utopía.
Referencias
Anderson, B. (1983). Comunidades imaginadas:
Reflexiones sobre el origen y la difusion del nacionalismo.
CubaDebate. (10 de 11
de 2011). Silvio Rodríguez dedica al Che sus palabras al recibir doctorado en
la Universidad Nacional de Córdoba. CubaDebate.
Pitaluga, A. Á. (2010).
La cultura y la Revolución cubana: 50 años de una historia inmediata.
Puebla, C.
(1977). Yankee, Go Home! [Grabado por C. Puebla]. Santiago de Cuba, Cuba.
Rodriguez, S. (1978). Fusil contra Fusil. [Grabado por S. Rodriguez]. Santiago de Cuba., Cuba.
[1] Propuestas sonoras que encarnaban derroches de ideología y, en ocasiones, atributos dogmáticos.
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