Crísthian Bejarano
Rodríguez
Estudiante de la Maestría
en Historia
Universidad
Nacional de Colombia, sede Bogotá.
Seguramente, el año 2020 será recordado
por largo tiempo a causa de la pandemia de Covid-19,
una nueva cepa de Coronavirus, provocada por el virus SARS-CoV-2. Además del saldo mortal de víctimas, las largas
cuarentenas, su impacto en la economía mundial y de traer a colación la
discusión sobre la pertinencia de nuevos y mejores modelos económicos; una de
las consecuencias inmediatas que ha dejado esta epidemia, fue poner en acción a
la ciencia médica en pro de hallar una vacuna contra la enfermedad, o cuando
menos, fórmulas efectivas para frenar su propagación. Otra de las consecuencias,
es que puso en evidencia la carencia de memoria histórica sobre las epidemias entre
la gente. Para el caso colombiano, quedó demostrado que poco o nada se conoce sobre
el impacto de las epidemias en el pasado. A penas si circularon algunos recortes
de prensa sobre la epidemia de influenza de 1918. Pero más que eso, no se ha
dicho mayor cosa en esta coyuntura.
Sobre las epidemias que aterrorizaron a
la población en la colonia –fundamentalmente la viruela, el sarampión y el
tabardillo (tifo exantemático)– y en
el siglo XIX –además de las tres anteriores, el cólera y la disentería– está prácticamente
todo por saber.[1] Seguramente
la más aterradora de todas ellas fue la viruela, uno de los mayores azotes en
la historia de la humanidad. La viruela es una enfermedad infecciosa y
altamente contagiosa, causada por el virus variola,
que pertenece al género Orthopoxvirus
y a la familia Poxviridae.[2]
Su incubación varía de 7 a 17 días. Se transmite de persona a persona a través
del contacto cara a cara, por la inhalación de las “pequeñas gotas emanadas de
las vías respiratorias de los enfermos que contienen virus desprendidos de
lesiones de la mucosa bucofaríngea. Las lesiones cutáneas en descamación son el
origen de los desechos cargados de virus que pasan al aire”.[3] La viruela generalmente era mortal. Aun cuando
la persona infectada lograba recuperarse, quedaba con severas cicatrices en su
piel, y en muchos casos, con ceguera permanente.[4]
Es probable que la viruela sea
especialmente recordada por las consecuencias que tuvo sobre la población
indígena durante el periodo de la Conquista. Recientemente, historiadores como
David Noble Cook han documentado cómo las epidemias, en particular la viruela,
fue una aliada silenciosa, pero letal, de los conquistadores del Nuevo Mundo.[5]
Con esto no se quiere negar la conquista a sangre y fuego, pero la desaparición
de complejos imperios, como el Azteca, y las dramáticas cifras de despoblación
no se pueden explicar solo a través de la Leyenda Negra, pues todas las
poblaciones aborígenes americanas sucumbieron dramáticamente tras la ocupación,
no solo española, sino también ante la portuguesa, inglesa, francesa y
holandesa.[6]
La despoblación nativa se padeció por igual en toda América. Para el caso
colombiano, el historiador Germán Colmenares señala que tras la conquista de la
Nueva Granada, las tasas de despoblación nativa, en varias regiones, variaron
entre el -70 y el -90% en periodos temporales que no superaron los cien años.[7]
Sobre las epidemias de los siglos XV y
XVI en América la bibliografía es abundante; sin embargo, no se conoce mayor
cosa sobre las epidemias que también castigaron violentamente al continente
desde la segunda mitad del siglo XVII hasta inicios del siglo XX.[8]
Por ejemplo, se calcula que alrededor del 10% de la población europea en el
siglo XVIII fallecía anualmente a causa de la viruela y que arrasaba con entre
el 4 y el 20% de los infectados.[9]
América no distaba de la realidad europea en cuanto al impacto de esta
enfermedad. Tal rezago historiográfico ha conducido a que la gente no tenga
conocimiento, por ejemplo, de la epidemia de viruela que recorrió América entre
1777 y 1785, que fue calificada por Sherburne Cook como la epidemia “más
devastadora de la que se haya tenido memoria”.[10]
Sobre ella hay mucho por decir, sobre
todo porque existen las fuentes de archivo que permiten su estudio. Su
intensidad y sus consecuencias sociales y demográficas obligan a estudiarla. Y
es precisamente sobre esta epidemia que se busca hacer énfasis en este texto. Esta
enfermedad tuvo un origen endémico en la costa este de Estados Unidos en 1775,
pero adquirió proporciones epidémicas en 1777 en el marco de la guerra de
Independencia.[11] Fue
principalmente a través de las rutas marítimas que esta enfermedad se propagó
por el continente: entre los habitantes de Louisiana y el este de Texas en el
invierno de 1778 y por la Nueva España (hoy México) en el verano de 1779, luego
de que desembarcara en Veracruz una persona infectada proveniente del Caribe,
donde ya cundía la viruela.[12]
Esta viruela siguió su recorrido por Sudamérica a lo largo de la primera mitad
de la década de 1780.
Por la pastoral del 20 de noviembre de
1782, del entonces arzobispo y virrey de la Nueva Granada, Antonio Caballero y
Góngora, se sabe que la enfermedad ya hacía presencia en el virreinato. En
ella, el virrey anunciaba a los Diocesanos Santafé, con ánimo preventivo, sobre
la amenaza de contagio de viruela que se aproximaba desde las provincias de
Cartagena y Santa Marta, ciudades en las que ya había causado estragos
funestos.[13]
En la mencionada pastoral, el virrey
hacía un llamado a las parroquias del arzobispado a hacer rogativas públicas y
misas cantadas con el ánimo de apaciguar la ira divina.[14]
Con este llamado de atención, el virrey parecía establecer una relación directa
entre la epidemia y el levantamiento Comunero del año anterior[15]
(toda una afrenta contra Dios y su enviado en la tierra, el Rey). Ahora bien,
hay que tener en cuenta que en el periodo colonial –aunque lamentablemente
también en nuestros días– las creencias religiosas actuaban como marco
explicativo, no solo de las epidemias, sino también de los desastres naturales.[16]
Esto se explica porque, como señala el historiador Pablo Rodríguez, en aquella
época dominaba una mentalidad culpabilizadora, en la que los accidentes
naturales, las enfermedades y demás desgracias se explicaban como castigos
divinos. Interpretación a la que contribuían sacerdotes y frailes, para quienes
tales fenómenos eran consecuencia “de la lascivia, la impiedad y el olvido de
Dios”.[17]
El paso de esta epidemia de viruela por
Santafé fue calamitoso. Aunque es difícil determinar con exactitud el saldo
víctimas mortales que dejó, se sabe que cundió entre diciembre de 1782 y marzo
de 1783. Con apoyo de los registros parroquiales de entierros de la época, se
calculó que probablemente hayan sido alrededor de mil óbitos;[18]
cifra que cobra relevancia si se tiene en cuenta que para 1782, Santafé contaba
con aproximadamente 17.000 habs. Lo cual significa, que para 1783 Santafé pudo
haber registrado una Tasa Bruta de Mortalidad (TBM) cercana al 59 por mil. Para dimensionar la gravedad que
representa este dato, la TBM actual de los países más desfavorecidos del mundo,
como la República Centroafricana, ronda entre el 12 por mil. Cuatro meses
fueron suficientes para ocasionar la mayor crisis demográfica de la ciudad en
el siglo XVIII.
Es posible asegurar, también con apoyo
de los registros parroquiales que, de las cuatro parroquias que conformaban la
ciudad: La Catedral, San Victorino, Las Nieves y Santa Bárbara,
fueron las poblaciones de las dos primeras, las que resultaron siendo más
golpeadas por la viruela. Esto se explica, por un lado, porque San Victorino era la puerta de entrada a
la ciudad desde Honda y por ella, necesariamente, cruzaban posibles
comerciantes y forasteros portadores de la viruela. Pero también, porque esta
parroquia, así como La Catedral,
contaban con importantes espacios de sociabilidad, como lo eran las plazas –la
Plaza Mayor y la Plaza de San Victorino– y las chicherías, que aumentaban la
propagación de la enfermedad.
El testimonio del propio virrey
Caballero y Góngora, en una carta enviada al ministro del Estado español José
Gálvez describía el evento epidémico de la siguiente manera, que da cuenta de
la crueldad de la epidemia de viruela:
“(…) la ternura de ver el Santísimo
viático por las calles día y noche; los continuos clamores y agonía de enfermos
y moribundos en las casas; la multitud de cadáveres expuestos y conducidos a
las iglesias; las familias desoladas (…) muchas madres enajenadas de todos sus
hijos (…).[19]
Vale la pena advertir que para el siglo
XVIII se conocía un método de prevención de la enfermedad, la variolización, método que consistía en
introducir pus o costras de viruela de una persona infectada en una sana.
Aunque para la década de 1760 ya se conocía este método, y el sabio Mutis había
intentado ponerla en práctica durante una epidemia que cundió a mediados de esa
década, no encontró apoyo en el virrey Mezia de la Zerda, pues éste tenía claro
que se desataría un escándalo público si se introducía un método que
cuestionaba la voluntad divina.[20]
La desolación que dejó la viruela en
1783 hizo evidente la necesidad de la variolización,
y llevó a que germinara un incipiente concepto de salud pública en el
virreinato. Prueba de esto es que durante el posterior brote de viruela en
Santafé, durante 1802, la atención médica ya no fue asunto exclusivo de la
caridad religiosa. Para este evento las autoridades virreinales habían adecuado
hospitales para atender a los posibles enfermos de viruela; asimismo, censos de
la época comprueban que buena parte de la población de la ciudad fue
variolizada. Además los óbitos dejaron de enterrarse en iglesias, en su gran mayoría
eran conducidos al campo santo de la ciudad. Todas estas adecuaciones, pero
sobre todo la variolización, ayudaron
a que la epidemia de 1802 no tuviera mayor incidencia sobre la dinámica
demográfica de la ciudad, como lo evidencian los registros de entierros de ese
año; y es por ello, que Renán Silva señala a la variolización como una de las prácticas que ha funcionado como
termómetro de acceso de la Nueva Granada a la modernidad.[21]
Aunque para la viruela nunca se halló
cura, la humanidad entera le debe al médico inglés Edward Jenner el
descubrimiento de su vacuna en 1796, la cual fue generalizada en todo el
planeta –en América través de la Expedición Filantrópica–. Este fue el primer
gran paso para su erradicación mundial, que fue declarada en mayo de 1980
durante la 33ª Asamblea Mundial de la Salud. El último brote epidémico de esta
enfermedad, que acompañó a los humanos por alrededor de 3.000 años, ocurrió en
Somalia en 1977. Sin embargo, en el siglo XX acabó con la vida de 300 millones
de personas.[22] A pesar
de su erradicación aún se conservan reservas del virus en dos laboratorios, en
Georgia (Atlanta, EE. UU.) a cargo del Centro del Control de Enfermedades, y en
Nobosibirsk (Rusia), bajo la custodia del Centro de Investigación Estatal Ruso
de Virología y Biotecnología.[23]
Estas reservas son motivo de discusión en la actualidad ante la amenaza de que
cepas de la viruela puedan ser usadas como armas biológicas si caen en las
manos equivocadas.
Finalmente, estas líneas no tenían otro
objetivo más que llamar la atención sobre la necesidad de crear memoria
histórica sobre las epidemias del pasado. Lamentablemente se tuvo que estar en
presencia de una pandemia de proporciones mundiales para ser conscientes de
ello. Para el caso de Colombia aún hay mucho por investigar, prácticamente
todas las epidemias que cundieron en el actual territorio nacional, desde el
periodo colonial, están por aprehenderse. Es por ello, que este texto ha
querido dejar evidencia bibliográfica, que en su mayoría, pueden consultarse en
la Web, y pueden introducir al lector, y porque no, al investigador, a
adentrarse en el estudio de las epidemias y sus consecuencia demográficas,
económicas, culturales y sociales.
La historia de Colombia va más allá del
siglo XX. Es que es claro que hay que estudiar la violencia, por supuesto que
hay que estudiar a la clase trabajadora, claro que es necesario que se
adelanten investigaciones desde la perspectiva de la subalternidad y el género;
y sin duda son indiscutibles los aportes de la historia de la vida privada.
Pero el descuido de la historia colonial y los eventos que alteraron la
dinámica social de estas sociedades –como lo fueron las epidemias– urgen ser
estudiadas. El abandono a este tipo de temas, hoy, pasan cuenta de cobro, pues
los humanistas no tienen mucho que decir al respecto, más allá de lo que se
reseñó en algunos recortes de prensa.
[1] Este vacío es el que he intentado
llenar con una investigación que adelanto en la Maestría en Historia en la
Universidad Nacional de Colombia, sobre el impacto demográfico de las epidemias
en Santafé durante el periodo del virreinato de la Nueva Granada (1739-1810). Sobre
la disentería existe un reciente trabajo de Luz Amparo Vélez: “Epidemia de
disentería en Cali, 1809-1810. Consecuencias sociales y demográficas” Fronteras de la Historia, vol. 24, núm.
2, pp. 162-194, 2019
[2] Carlos Franco-Paredes, et. al., “Enfrentando el bioterrorismo:
aspectos epidemiológicos, clínicos y preventivos de la viruela” Salud Pública de México 4 (2003): 300
[3] Rafael Valdés, “La viruela desde
el punto de vista médico”, en Cramaussel, Chantal (Ed.) El Impacto Demográfico, p. 29
[4] Cuando la enfermedad llegó a
América, con los conquistadores, fue letal entre la población indígenas de
todas las edades porque, a diferencia de los europeos y la población esclava,
los nativos no contaban con los anticuerpos necesarios para enfrentar al virus.
Para el siglo XVIII, los indígenas ya habían adaptado su sistema inmunológico a
la mayor parte de las enfermedades virales, lo cual condujo a que la viruela se
convirtiera en una enfermedad sobre todo infantil.
[5] Sobre el particular ver: Cook, D.
Noble, La conquista biológica. Las enfermedades en el Nuevo
Mundo, Madrid:
Siglo XXI, 2005; del mismo autor, La
catástrofe demográfica andina. Perú
1520-1620, Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del
Perú, 2013. Cook, junto con George Lovell, editó un sugestivo trabajo titulado,
Juicios secretos de Dios. Epidemias y
despoblación indígena en Hispanoamérica colonial, Quito. Abya-Yala, 2000.
Finalmente, para el interesado en el tema, vale la pena revisar los trabajos de
historia demográfica en torno a las epidemias desarrollados por la que se
conoció como la Escuela de Berkeley, en particular los trabajos de Woodrow
Borah y Sherbune Cook.
[6] Cook, N. D., La
conquista biológica, p. 1-5
[7] Germán Colmenares, Historia
Económica y Social de Colombia, Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1983: 97 (Tabla
No. 4).
[8] México es seguramente el país que
más ha trabajando el impacto de las epidemias sobre su población en el antiguo régimen. Así, hace cuatro
décadas Elsa Malvido y Enrique Florescano editaron un trabajo titulado Ensayos sobre la historia de las epidemias
en México, 2 vols. Hace poco más de
una década en este país se conformó la Red de Historia Demográfica, la cual ha
venido adelantando trabajos, entre otros, concernientes al impacto de epidemias
como la viruela, el sarampión, el tabardillo y el Cólera desde finales del
siglo XVII. En este grupo destacan los trabajos de Chantal Cramaussel, Celina
Becerra, América Molina del Villar, Lilia Oliver Sánchez, Carmen Paulina
Torres, Mario Alberto Magaña, David Carbajal, Gustavo González Flores, entre
otros.
[9] Cramaussel, Chantal,
“Introducción”, en Cramaussel, Chantal (Ed.) El Impacto Demográfico de la Viruela en México de la Época Colonial al Siglo
XX. La viruela antes de la introducción de la vacuna (vol. I), Zamora: El
Colegio de Michoacán, 2010, p. 11
[10] Cook, Sherbune, “La epidemia de
viruela de 1797 en México” en Malvido, E.; Florescano, Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, México: IMSS,
1982, p. 298
[11] Cramaussel, Chantal,
“Introducción”, p. 14
[12] Ibidem.
[13] Archivo General de la Nación
(AGN), Bogotá, Sección Colonia, Fondo Miscelánea, tomo 2, f. 811r. La epidemia
se propagó al interior del virreinato a través del río Magdalena. No está de
más recordar, que durante el periodo colonial esta ruta fluvial fue la
encargada de conectar a Santafé con Cartagena, a través del puerto de Honda.
[14] AGN, Bogotá, SC, F. Miscelánea, t.
2, f. 811v.
[15] Silva, Renán, Las epidemias de viruela de 1782 y 1802 en el virreinato de Nueva
Granada, Medellín: La Carreta Editores, 2007, p. 48.
[16] Sobre la relación entre los
desastres naturales y la religiosidad en el antiguo
régimen, ver: Rodríguez, Pablo, “Miedo, religiosidad y política: a
propósito del terremoto de Caracas de 1812” Revista
de Historia Social y de las Mentalidades, vol. 14, núm. 2, 2010
[17] Rodríguez, Pablo, “Los demonios en
el convento: el caso de las monjas clarisas de Trujillo, Perú, siglo XVII”, en
Anuario Colombiano de Historia Social u de la Cultura, núm. 46.2, 2019, p. 269
[18] Algunos testimonios de la época
señalaban que la cifra rondaba entre los 3.000 y 7.000 óbitos. Ver: Silva
Renán, Las epidemias de viruela de 1782 y
1802 en el virreinato de Nueva Granada, Medellín: La Carreta Editores,
2007, p. 47
[19] Silva, Renán, Las epidemias, p. 46
[21] Ibid., p. 62
[22] Organización Mundial de la Salud
(OMS), La OMS conmemora el 40.º
aniversario de la erradicación de la viruela: https://www.who.int/es/news-room/detail/13-12-2019-who-commemorates-the-40th-anniversary-of-smallpox-eradication (último acceso 9 de abril del
2020).
[23] Asociación Española de Pediatría, La destrucción del virus de la viruela está
más cerca: https://vacunasaep.org/profesionales/noticias/la-destruccion-del-virus-de-la-viruela-esta-mas-cerca?fbclid=IwAR1DIyqEfdJrK26PZPEfjLhvqrd3tB3slxQKucHu-sf0b5-GNeA2CgbtXXM (último acceso 9 de abril del
2020).
Felicitaciones a Cristhian por esta necesaria reseña que, aunque breve, llama la atención sobre lo que podría ser un nuevo termómetro del acceso a la modernidad donde cunde la indigencia intelectual que celebra el todo vale y, así, la gente acude en masa a bañarse en el mar para curarse del virus actual o cree que encontrando pelitos en la biblia sanará.
ResponderBorrarSupongo que los celebradores de las "ontologías radicales" no tendrán mucho qué decir respecto a esas "soluciones" que dan las poblaciones marginadas a esta pandemia, y callarán mientras se encierran en sus escritorios con todos los cuidados facilitados por la modernidad. Porque supongo que nunca veremos a Arturo Escobar o Eduardo Restrepo (o cualquier post) poniendo en riesgo su vida para "agenciar la deconstrucción ontológica".
¡Adelante con sus estudios!
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